Zenobio  Saldivia  M.

Dr. en Historia de las Cs. 

 

Antecedentes previos 

Uno de los temas de estudio considerado como un verdadero clásico, entre las preocupaciones de la epistemología en general y de la metodología científica en especial, es el referente a la clasificación de las ciencias. En efecto, la cuestión de la revisión de las aprehensiones cognitivas existentes en cada época histórica y su consecuente ordenamiento, prácticamente se remonta a la época del esplendor de la cultura griega, y a partir de aquí, parece revivir con el dinamismo emergente de los sistemas filosóficos. En lo que sigue, por tanto, se analizan algunas de tales ordenaciones, enfatizando en los aspectos filosóficos, epistemológicos e históricos de las mismas; y se deja de manifiesto el impacto y la utilidad de estas clasificaciones, en la cultura y en el marco social.

El tema de la clasificación de las ciencias ha sido una preocupación constante en los círculos provenientes de la filosofía. Así por ejemplo, ya Aristóteles (S. IV. a. n. e.),  dividía las ciencias en poéticas (poesía y retórica); prácticas (ética, política y economía) y las teóricas. Esta última incluía a la matemática, a la filosofía primera y filosofía segunda. La filosofía primera se subdividía en teología y metafísica y la filosofía segunda, correspondería a la física. Es probable que en esa época, el asunto de jerarquizar y ordenar el acervo científico,  no haya promovido una mayor discusión; dado el escaso conocimiento alcanzado por las ciencias particulares, puesto que en la práctica ellas estaban insertas en la propia filosofía. Esto porque las ciencias eran concebidas como un gran sistema teórico-deductivo. Es la idea de la episteme griega. Así, ciencia y filosofía estaban identificadas plenamente y cubrían todo el saber existente; ya sea referente al cosmos, o en relación a la naturaleza, al hombre o a la sociedad y sus fenómenos. El filósofo era entonces al mismo tiempo, el físico, el matemático, el astrónomo, el psicólogo, el sociólogo, el teórico y el supra-científico.

Sin embargo, independientemente de la cultura y del tiempo histórico, no es sólo la cuestión del aumento cuantitativo del saber, lo que dificulta la consecución de un cuadro organizado y sistemático de las ciencias. Es un problema de criterios de selección, es una cuestión epistemológica que apunta a la obtención de ciertos ejes temáticos o cognitivos, que actúen como elementos ordenadores de lo conocido; o de lo válidamente conocido. La historia nos muestra que los filósofos buscan los criterios más adecuados para ordenar las distintas disciplinas particulares. Entre estos, recuérdese el criterio analógico, utilizado por Francis Bacon (S. XVI-XVII), quien vincula las distintas disciplinas del saber con ciertas facultades humanas. Así, habla de la historia (propia de la memoria), de la poesía, literatura y arte (propia de la facultad de la imaginación). Y de la filosofía, teología y  cosmogonía,  (para la facultad de la razón). En esta clasificación, no se aprecia un criterio de jerarquización definido en base a una supuesta superioridad cognitiva,  puesto que las ciencias, son consideradas aquí, como constructos que participan todas a un mismo nivel y en torno a determinadas facultades humanas. Más tarde, durante el Siglo de la Ilustración, Diderot y D'Alambert, continúan estos esfuerzos de ordenación del saber, por ejemplo en La Grande Encyclopédie (1751), donde hablan de diversas disciplinas que se ubican en tres grandes bloques: ciencias de la historia, ciencias del hombre y ciencias de la naturaleza, con sus desgloses respectivos; así por ejemplo, este último bloque queda subdividido en: Aritmética, Geometría, Mecánica, Astronomía Óptica, Acústica, Neumática, Meteorología, Cosmología, Botánica, Mineralogía, Zoología y Química.

Esta clasificación propuesta por Diderot y D’Alambert, queda inserta en el ideario del marco filosófico ilustrado que pretende  llevar las luces del conocimiento a todos los espíritus selectos. Es el corazón de una gran empresa que no sólo se limita a dar cuenta de las ciencias, sino que además persigue ordenar y clasificar todas las cosas: desde la fabricación de alfileres,  la declinación de los verbos, los tipos de armas, las estrategias militares, los pasos de la esgrima,  las tácticas navales, las industrias, las formas de realizar  vendajes, los oficios, los juegos,  los mamíferos, los tipos de aves o los instrumentos médicos, por ejemplo. Y si bien para nosotros como contemporáneos, dicha clasificación puede parecernos inofensiva, porque sus tópicos están insertos desde hace mucho en nuestro orden tecnológico,  los estudios más recientes sugieren que fue muy atrevida y que escandalizó la vida intelectual del  Siglo XVIII; en especial, según Darnton, porque fue una forma de ejercer un nuevo poder, el poder del conocimiento y porque dejaba atrás la ortodoxia del trivium y el cuadrivium. El poder que emanaba esta clasificación radicaría en el hecho de que la misma “expresaba un intento de trazar la frontera entre lo conocido y lo incognoscible, de tal manera que se eliminaba la mayor parte de lo que los hombres habían creído sagrado en el mundo del conocimiento”. (1)

El Positivismo y su clasificación

Comte, a su vez, en el siglo decimonono, parte del análisis histórico y conceptual, y considera que el conocimiento pasa a lo largo de la historia por hitos previos, hasta arribar a un estado final que él denomina “ciencia positiva”. Esto es, un esquema del devenir de la sociedad que descansa en su tesis que sostiene que la misma pasa necesariamente por tres estadios históricos: teológico, metafísico y positivo. En virtud de esta tesis, Comte  agrupa a las ciencias, a partir del desmembramiento de un tronco metafísico común: v. gr.; la astronomía, se habrían desprendido de las categorías mágicas de los números y figuras asociadas con la astrología. La Física celeste y terrestre, se habrían emancipado a su vez,  de la astrología; la química, se habría separado de su antiguo maridaje con la alquimia. La fisiología, por su lado, se habría generado a partir de la antigua medicina y de la antropología filosófica. Finalmente la sociología, se habría desprendido de las utopías filosóficas y de la metafísica social, y en virtud de sus métodos, entraría así a gozar de la condición de ciencia. La inserción de la sociología en el ámbito científico, sería también  -según Comte- equivalente  al inicio del estado positivo de la humanidad. Por tanto, en este esquema, el universo científico queda compuesto por: la astronomía, la física, la química, la fisiología y la sociología.(2) Pero luego agrega una sexta ciencia: la matemática. (3)

El nivel de la ciencia positiva posibilita a su juicio, la consecución de un hito de la humanidad, en que la ciencia se institucionaliza como una instancia que fomenta el progreso y el bienestar en el plano social. En el plano epistemológico y metodológico,  dicha ciencia positiva, deja de manifiesto la necesidad que tiene la humanidad de sistematizar el conjunto de todos los  conocimientos  que ha alcanzado, y permite a su vez, alcanzar una teoría de la mentalidad positiva y la difusión de una nueva jerarquización de las ramas del saber. 

Al observar el desarrollo histórico de las ideas, se aprecia que el auge por la preocupación en torno a la clasificación de las ciencias, se manifiesta en el siglo XIX, con los aportes de Auguste Comte (1798-1857), Herbert Spencer (1820-1903) y Wilhelm Wund (1832-1920), entre otros. Ello estaría mostrando un correlato entre el cientificismo positivista y la necesidad de contar con “una especie de abreviado esquema de mundo”.(4) También, indica una sobrevaloración y una extrema confianza en el trabajo científico; en especial, en cuanto al télos de la ciencia, el cual es percibido como la obtención de un estado de crecimiento positivo del ser humano. Las divisiones de las ciencias, reflejan en El siglo del Progreso, una percepción sociocultural, que concibe a la ciencia como una forma efectiva de explicitación de los hechos del mundo y como una institución que fomenta el orden y la tranquilidad social. Durante el Siglo XIX, justamente la expansión de las ideas positivistas entre las élites intelectuales y políticas latinoamericanas, contribuyen a la difusión del método científico, a la conveniencia de instaurar una educación científica,  y en general, a llevar el conocimiento a la juventud de ambos sexos. Dichas ideas, contribuyen al mismo tiempo, ora en cuanto a una renovación de la educación, ora en el proceso de  construcción de las repúblicas del Nuevo Mundo. En síntesis, dicho movimiento, actúa  como un cuerpo teórico o como un mecanismo para la obtención del progreso efectivo de la humanidad, y muy especialmente, como un paradigma exitoso al que necesariamente se debe alcanzar, para la regeneración moral de la sociedad.(5) 

Clasificar las ciencias, por tanto, es una tarea que persigue descubrir las relaciones entre las mismas y determinar la vinculación de las distintas disciplinas con la filosofía. Lo prioritario aquí, es dar cuenta de los criterios y principios rectores en los que descansa la distribución de las disciplinas. Desde el punto de vista de la lógica, la clasificación de las ciencias, está fundamentada en las relaciones de superordenación y subordinación, así como también de las vinculaciones en un mismo nivel o coordinación. Dentro de la división cada miembro es excluyente del otro. Los principios que sirven de hilos conductores para la clasificación de las ciencias, están generalmente tomados a partir de los objetos de estudio de cada ciencia, de los métodos que utilizan y de los propósitos a los cuales se desea que la ciencia se someta.(6) 

Empero, una clasificación específica es únicamente una radiografía cognitiva y pedagógica de un período histórico acotado. Las clasificaciones de las ciencias, para que sean debidamente comprendidas, deben ser consideradas dentro del marco social, histórico y cultural en el cual los pensadores lograron tales sistematizaciones. Fuera de este contexto, resultan meras entelequias inoperantes, difíciles de sustentarse, sobre todo al confrontarlas con las ciencias o la cultura de otra época. Así, Aristóteles se vería en dificultades en el siglo XXI, para demostrar por qué razones  la ética es tan práctica como la economía, para el ascenso social; puesto que la cultura de nuestro tiempo tiene una marcada influencia del pragmatismo y del positivismo. Y por tanto, en este contexto, la ética no siempre es tenida en cuenta para el ascenso social y sólo aparece visible en un plano abstracto y secundario. Lo anterior, nos permite apreciar que las clasificaciones de las ciencias propuestas por los filósofos, “sólo tienen sentido cabal dentro del total mundo de pensamiento en el cual brotan” .(7) 

El enfoque del marxismo 

Más tarde, observamos que el marxismo también logra motivar la formulación de diversas jerarquizaciones sobre las ciencias. En este caso, las líneas centrales para estas ordenaciones se toman tanto de las obras de Engels, tales como la Dialéctica de la naturaleza y del  Anti-Dühring; así como de algunas obras de Lenin, como por ejemplo, sus Cuadernos filosóficos. Lo más relevante en este enfoque marxista, es la primacía de la dialéctica; la cual, aparece concebida como una mega ciencia, o como una ciencia globalizante que subordina a las ciencias particulares. También, desde un punto de vista metodológico, en este esquema, es posible apreciar la linealidad excluyente entre las mismas. Al respecto, Kedrov y Spirkin nos presentan la siguiente clasificación. (8) 

CIENCIAS FILOSÓFICAS

Dialéctica

Lógica

CIENCIAS MATEMÁTICAS

Lógica Matemática y matemáticas prácticas, incluyendo la cibernética.   ¬

Matemática

CIENCIAS NATURALES Y TÉCNICAS

Mecánica y mecánica aplicada

Astronomía y astronáutica

Astrofísica Física

Física y físico-técnica

Fisicoquímica

Química-física

Química y ciencias químico-tecnológicas, incluyendo la metalurgia y la minería.

Geoquímica

Geología

Geografía

Bioquímica

Biología y ciencias agropecuarias

Fisiología humana y ciencias médicas

Antropología

 

CIENCIAS SOCIALES

Historia

Arqueología

Etnografía

Geografía económica

Estadística económico-social

Ciencias que estudian la base y las superestructuras:

políticas y económicas, ciencias estatales, jurisprudencia,

ciencias que estudian el arte y su historia, etc.

Lingüística

Psicología y ciencias pedagógicas, etc. 

La ordenación anterior deja de manifiesto la importancia de la dialéctica como disciplina y como procedimiento metodológico de validez del conocimiento alcanzado; así como también el enorme rango explicativo que ella permite para la adquisición cognitiva y para la determinación de las leyes de la naturaleza y la sociedad. La máxima difusión de esta clasificación ocurre en las décadas del cincuenta y del sesenta del Siglo XX. 

La perspectiva de la epistemología genética

A su vez, a mediados del siglo XX, el psicólogo y epistemólogo suizo, Jean Piaget (1896-1980),  también aborda este problema filosófico, pero lo hace desde la perspectiva de una disciplina que él mismo funda  en Ginebra: la epistemología genética, o disciplina que estudia “el paso de los estados de  menor conocimiento a otros de  conocimiento más avanzado”. (9) Y en este contexto, su clasificación en términos generales, corresponde a un círculo evolutivo de relaciones mutuas entre las ciencias particulares, que en gran parte coincide con el desenvolvimiento histórico del conocimiento científico. Así, en el esquema piagetano, las ciencias formarían una estructura circular que partiría de la lógica y de las matemáticas. Y desde las matemáticas se pasaría a las ciencias físicas y luego a las ciencias biológicas, y de éstas, a las ciencias psico-sociales, para arribar nuevamente a las ciencias formales; pero esta vez, tales disciplinas estarían en un nivel de mayor validez cognoscitivo. 

Esquemáticamente, dicho modelo es posible visualizarlo así: 

Y con respecto a las ciencias sociales en particular, Piaget ofrece una exhaustiva ordenación: 

“Ciencias de leyes: sociología, antropología cultural, psicología, economía política y econometría, demografía, lingüística, cibernética, lógica simbólica y epistemología del pensamiento científico, pedagogía experimental.

Disciplinas históricas: Historia, filología, crítica literaria, etc.

Disciplinas jurídicas: Filosofía del derecho, historia del derecho, derecho comparado, etc.

Disciplinas filosóficas: Moral, metafísica, teoría del conocimiento, etc.…”. (10) 

La difusión de la clasificación piagetana de las ciencias, al parecer tiene su apogeo en las décadas sesenta y setenta del Siglo XX; esto es, al mismo tiempo que se consolida en la comunidad científica la Teoría Evolutiva de la Inteligencia del sabio ginebrino. 

El aspecto utilitario 

Ahora bien, vistos algunos ejemplos,  cabe preguntarse ¿para qué sirve una clasificación de las ciencias? ¿o es sólo una sistematización que muestra un status superior que se atribuye la filosofía sobre las otras ciencias? ¿por qué este intento sostenido en los círculos epistemológicos? Los interrogantes pueden ser numerosos, pero lo que está claro es que necesitamos saber el dominio efectivo de nuestra intelección cognitiva; es como si tuviéramos una enorme mansión y tenemos que recorrerla para saber cómo utilizar cada habitación, cada resquicio. Volviendo a las preguntas, el primer interrogante alude a la utilidad de las mismas. 

El lado práctico de la clasificación de las ciencias, se visualiza por ejemplo en las enciclopedias y en los diccionarios; puesto que en estos medios consignamos todo lo conocido, y las ciencias son un objeto institucional y social que goza de mucha simpatía; de modo que en cualquier momento deseamos saber algo peculiar de una de ellas, o bien, queremos tener la visión panorámica de este vasto universo cognitivo. Por otro lado, también las instituciones internacionales, requieren un amplio detalle del estado de las ciencias, principalmente las entidades vinculadas a la cultura y a las artes.  En nuestra época por ejemplo, existen la  Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.), la Organización de Estados Americanos (O.E.A.), la Organización Internacional del Trabajo (O.I.T.), I.P.E.C., U.N.I.C.E.F, o el Fondo de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT), en Chile y otras, que requieren de una ordenación de las distintas disciplinas; ya sea para parcelar los objetivos institucionales y apartar recursos para su logro, o bien, para entregar los recursos a los exponentes de las diversas disciplinas. Lo propio, acontece en organismos nacionales vinculados a la investigación científica y al fomento de la misma. De este modo, se facilita la retroalimentación y ubicación de los distintos temas cognitivos, así como la incorporación oportuna de los  nuevos resultados científicos y tecnológicos, en los medios de difusión. 

Dichas sistematizaciones, posibilitan también la coordinación y la cooperación de las distintas actividades entre los científicos de las diferentes especialidades, y contribuyen a  articular mejor los resultados de las investigaciones teóricas y prácticas. A solucionar en parte, el problema de la relación entre asignaturas técnicas y humanísticas.(11)  Por tanto, tales clasificaciones, favorecen la ubicación de las obras en las bibliotecas, así como la vinculación entre los requerimientos del marco social y político de un país, y las necesidades de desarrollo científico o de investigación del mismo. Ello, a través de las políticas científicas, que están obligadas necesariamente a conocer la existencia del acervo disciplinario y su diversidad. 

Los últimos dos interrogantes, recientemente mencionados, apuntan a una cuestión analítica clásica: acerca de los límites del pensar. El problema de fondo parece ser la necesidad de que la razón, el lógos, llegue hasta las últimas expresiones de los conocimientos existentes, hasta los deslindes de las aprehensiones cognitivas; ello, para determinar la extensión más apropiada de los conocimientos científicos. Esto es,  un claro afán enciclopédico en que el intelecto pretende autodeterminar sus límites máximos de extensión cuantitativa. Para ello -como metodología-  la estructuración lógica de la división y subdivisión excluyente de las distintas ciencias, en cada clasificación, cumple dicho requerimiento. 

También está la necesidad epistemológica de profundizar el saber. Esto es,  contar con la filosofía como disciplina que analice los principios teóricos en que se sustentan las ciencias particulares. “El conocimiento científico puede crecer en superficie o en profundidad, es decir puede extenderse acumulando, generalizando y sistematizando información, o bien introduciendo ideas radicalmente nuevas que sinteticen y expliquen la información de que se dispone”. (12) En la práctica del quehacer filosófico, ambas formas de abarcar todo lo cognoscible se complementan. Cualquier corpus filosófico, intenta siempre una configuración o explicación de la totalidad, de todo aquello que está en el horizonte cultural. Esto significa que por lo general, las concepciones filosóficas, están en condiciones de presentar ideas rectoras para la comprensión de los hechos del mundo y de los eventos sociales. Por lo anterior, muchas concepciones filosóficas  -aun trascendiendo la época de su formulación- sirven como marco teórico en el cual es posible encontrar un cúmulo de valores y principios para la acción social o para la acción política. 

Queda sin embargo, un obstáculo: el hecho de que el desarrollo científico-tecnológico es un continuo devenir que no decanta. Esto proporciona un carácter tentativo y momentáneo a todas las ordenaciones jerárquicas sobre las ciencias. Por ello, lo importante es tener presente que “... estos sistemas, sea cual fuere la forma en que se presentan, y especialmente si vienen completados por una clasificación jerárquica, deben aceptarse tan sólo si se tiene en cuenta que son aproximativos, relativos y provisionales.”(13) 

La cita precedente, ilustra los dos aspectos mencionados, los cuales pueden ser también aplicados a la filosofía, en lo referente a la clasificación de las ciencias. Así, por un lado está el crecimiento cuantitativo, enciclopédico (en superficie), y por otro,  el crecimiento en torno a profundizar sobre los principios y los conceptos de las ciencias y las vinculaciones entre las mismas (en profundidad), tal como ya lo ha destacado Bunge. (14) En suma, la persistente preocupación por clasificar las ciencias, ha provenido tradicionalmente de la filosofía, aunque actualmente hay otras disciplinas que también contribuyen a esta tarea, tales como la representación temática de la información, las técnicas de manejo de la información, registros del conocimiento  y otras disciplinas de la bibliotecología; empero, en estos casos, siempre descansan en un esquema filosófico tradicional previo, y se orientan principalmente a los aspectos cuantitativos; lo grueso, lo cualitativo, las razones de los ejes ordenadores, sigue siendo epistemológico y filosófico: encontrar el sustrato inteligible que dé más garantías de confiabilidad para abarcar una estructuración de toda la sistematización científica. Así, al parecer, la antigua tarea filosófica, goza de buena salud y se sigue recurriendo a ella para abarcar toda la sistematización científica inserta en un período histórico determinado. Es el eterno devenir de mirar, aprehender, sistematizar y clasificar lo que la racionalidad científica nos ha legado. Un viejo anhelo nunca totalmente logrado, pero no por eso olvidado. 

Notas

1. Darnton, Robert: “Los filósofos podan el árbol del conocimiento: la estrategia epistemológica de la Enciclopedia”, en: La gran matanza de gatos y otros episodios en la Historia de la Cultura Francesa, Ed. F. C. E., México D. F., 1994; p. 195.

2. Cf. Comte, Augusto: Curso de Filosofía Positiva, Hyspamérica Ediciones, Bs. Aires, 1980; p. 68. (1ra Edición: Cours de Philosophie Positive, 1830, París).

3. Ibídem.; pp. 75-76.

4. Romero, Francisco.: Estudios de historia de las ideas, Ed. Losada, Bs. Aires,1953; p.180.

5. Cf. Saldivia, Zenobio: “El positivismo y su impacto en Chile”, Rev. Electrónica: www.crítica.cl ; Stgo., 2004.

6. Cf. Kedrov, M. B. y Spirkin, A.: La ciencia, Ed. Grijalbo, México D. F.; 1968, p. 91.

7. Romero, Francisco; op. cit.; p.179.

8. Kedrov, M. B. y Spirkin, A.; op. cit.; p.127.

9. Cf. Piaget, Jean y otros: Psicología, lógica y comunicación, Ed. Nueva Visión, Bs. Aires, 1957; p.18.

10. Piaget, Jean: Psicología y epistemología, Ed. Ariel, Barcelona, 1981; p.160.

11. Cf. Kedrov, M. B. y Spirkin, A.; op. cit.; p. 126.

12. Bunge, Mario: Teoría y realidad, Ariel, Barcelona, 1972; p. 89.

13. Blanché, Robert: La epistemología, Ed. Oikos-tau, Barcelona, 1973; p.72.

14. Cf. Bunge, Mario:  op. cit.; pp. 89, 90.