Publicaciones de Zenobio Saldivia Maldonado (235)

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Zenobio Saldivia Maldonado

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* Dedicado al Dr. Jaime Incer Barquero, como un modesto reconocimiento desde Chile a su tarea de búsqueda de las características y peculiaridades del cuerpo físico nicaragüense, en la prosa científica de viajeros y exploradores científicos que recorrieron Centroamérica entre los siglos XVI y XIX.

Publicado en Rev. Diálogos, Managua, Nicaragua, 2002

La ciencia en Chile principia a tener un corpus teórico, continuo y definido, desde la tercera década del siglo diecinueve. Ello porque a partir de este período se observa una actividad de la Historia Natural, con el propósito de alcanzar un adecuado conocimiento del cuerpo físico del país. Por otra parte, a partir de esta época, comienzan a aparecer diversas instituciones educacionales, que refuerzan indirectamente la necesidad de desarrollar la actividad científica.

Lo anterior, descansa a su vez, en una política visionaria de los gobernantes chilenos decimonónicos, en lo referente a impulsar la ciencia como una forma de contribuir a la tarea fundacional. La expresión más visible de esta política es la contratación de sabios extranjeros. Es en este marco político, social y cultural, donde se produce el arribo al país de naturalistas como Claudio Gay (1828), Rodulfo A. Philippi (1851) y muchos más; los cuales son contratados para realizar tareas de exploración e investigación científica.

El aporte de Gay

La obra de Gay es extraordinariamente vasta, pero recordemos al menos su condición de fundador del Museo Nacional de Historia Natural (1830), y de la enorme tarea taxonómica que realiza al clasificar la casi totalidad de los especímenes de la flora y fauna nacionales. Dicha labor es equivalente a presentar la naturaleza del país a la comunidad internacional. En esta comunicación centraremos la atención justamente en el rol taxonómico que desempeña el sabio francés y su visión de la flora y fauna chilenas.

Para realizar la labor de clasificar el mundo orgánico del Chile decimonónico, Gay cumple ciertas exigencias metodológicas y gnoseológicas propias del paradigma de trabajo de las ciencias de la vida, existentes en la época. En efecto, Gay concibe la ciencia como un dominio de la racionalidad, de carácter descriptivo, explicativo y nomológico, que da cuenta de los distintos procesos, fenómenos y entidades existentes en la naturaleza. Y estima que esta actividad de apropiación cognoscitiva, debe ser al mismo tiempo, de carácter utilitario; esto es, que debe servir a los propios moradores.(1) Para alcanzar el carácter pragmático de la ciencia, se requiere previamente, la organización y estudio sistemático de los sabios sobre la naturaleza del país. Esto es una forma de sugerir la institucionalización de la ciencia en la joven república, y al mismo tiempo, es la presentación de un télos: la vinculación ciencia – naturaleza. Al respecto, Gay señala: “Los infinitos seres naturales no podrán perfectamente conocerse sino luego que los sabios del país hagan un especial estudio de ellos.”(2)

Imbuido de esta concepción realista y pragmática, Gay recorre el país desde Atacama hasta la zona austral, durante doce años;: luego regresa a Francia (1842) para ordenar y preparar la edición de su monumental Historia Física y Política de Chile, obra de 26 tomos, donde presenta las formas de lo viviente existentes en el país. Conjuntamente con ello publica su Atlas, que en dos tomos, trae a presencia los aspectos sociales y costumbristas de la joven república de Chile; así como también hace constar con ilustraciones especializadas, los exponentes endógenos de la flora y fauna nacionales.

La explicación científica en Gay, consiste en nominar los distintos objetos de estudio taxonómico, describirlos minuciosamente y elucidar las interacciones recíprocas entre los mismos; esto con la finalidad de llegar a descubrir el encadenamiento de causas y efectos entre los exponentes del mundo orgánico en general.

Para alcanzar un mayor nivel de objetividad en el proceso cognoscitivo, Gay cumple dos fases complementarias de la investigación científica decimonónica:

Primero va directamente a los observables, asumiendo un rol de explorador; esto es, el apoyo empírico. Luego recurre al marco teórico vigente: esto es, a los cánones taxonómicos en boga en las comunidades científicas europeas, para la jerarquización y descripción sistemática de los exponentes de la flora y fauna chilenas. Tales cánones corresponden principalmente al modelo taxonómico implantado por Linneo y su concepto esencialista de la especie. Empero, en muchos casos, algunos especímenes de carácter endógeno, no tienen referente conocido y el sabio francés debe atribuirles una clasificación original.

En el contexto discursivo de Gay, la ciencia es concebida como una forma de elucidación de los datos del mundo, de acuerdo a leyes que los rigen y que muestran como están concatenados unos objetos con otros. La aprehensión cognoscitiva descansa así, en el determinismo causal que se hace extensivo a todo el universo natural. Ello previa constancia de los beneficios que tales objetos de investigación, pueden reportar a un país en plena tarea fundacional. Es la nota utilitaria y positivista que complementa la visión de la explicación científica del naturalista francés.“Positivismo y espíritu se daban la mano para creer que no existían límites para el progreso y la razón, que la historia tenía necesariamente una finalidad y que avanzábamos ineludiblemente hacia algo mejor”.(3) Este ideario positivista es parte del paradigma en el cual se sitúa Gay, desde mediados del siglo XIX.

El discurso científico de Gay, contempla diversas categorías conceptuales vigentes y proposiciones que van dando cuenta de las propiedades que poseen las distintas especies zoológicas y botánicas; así como las vinculaciones recíprocas y de los habitats de las mismas. Es posible observar la siguiente parsimonia explicativa para clasificar a cada espécimen:

1. Denominación taxonómica.

2. Descripción de las características más relevantes.

3. Nombre vernáculo.

4. Descripción minuciosa del observable.

5. Nota al pie de página.

Lo primero es equivalente a la atribución nominativa del individuo que se clasifica (en latín). Lo segundo, corresponde a la determinación de las características más notorias del ser vivo (también en latín). La tercera etapa, deja constancia de la denominación popular de la especie en cuestión; la penúltima, describe exhaustivamente las propiedades del objeto de la clasificación. Y la última, es equivalente a una sinopsis de la explicación que poseen los lugareños sobre la especie en cuestión; v. gr.:

“Otaria porcina”

O. dentibus incisoribus superiobus sex; caninis remotioribus, conicis, maximis; corpore fusco cinnamoneo, subtus palliddiore; extremitatibus nudiusculis, nigrescenttibus; pedum posteriorum digitis tribus, intermediis unguiculatis,, apendicibus longis linearibus terminatis.

O. Porcina Desmar., Mam., p. 252, -O. flavenscens? Poepp. Fror. Not., 1829, Nº 529 -O. Molinae, Dic. class. – O. Ulloae? Tschdi, Maamm. Cons. Per. – Phoca Porcina Mol.

Vulgarmente llamado Lobo de Mar ó Toruno, y Lame ó Uriñe entre los indios.

Cuerpo algo anguloso en los costados, de un brno canela, más pálido por bajo, y de seis á siete pulgadas de largo. Cabeza redonda; ojos grandes; orejas pequeñas y cónicas: boca rodeada de bigotes de un blanco sucio, muy derechos y espesos. Pi´´es negruzcos, glabros y arrugados. Cola muy corta…

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…Estos animales son sumamente útiles, puesto que los machos dan hasta cuatro galones de aceite y las hembras cerca de dos, con el cual se alumbran en las tiendas, particularmente en Chiloé, y casi todos los habitantes del campo no tienen otro de  que servirse, llenando una candileja, en la que ponen una mecha, y colocándola enseguida en uno de los rincones de su habitación.”(4)

En otro tomo de su Historia Física y Política de Chile, Gay señala:

“Ixodes ricinus

I. flavo sanguinneus; abdomine ovato, lateribus marginatis, subvillosis.

Vulgarmente garrapata.

Cuerpo subvelloso, de un amarillo morenuzco ó rojizo, producido por la sangre que chupa, almenado en su parte posterior, y encima con cinco manchas radiosas; patas y apéndices morenuzcos.

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Este Ixodo se halla parásito en los Perros y Bueyes. Le dan el nombre de garrapata.”(5)

De esta manera, Gay va clasificando los distintos exponentes de la naturaleza del país, logrando una sistemática más completa que las anteriores. Con el procedimiento de incorporar al pie de página, el conocimiento vernáculo, va acercando dos mundos: la naturaleza y el conocimiento popular; dicho recurso metodológico no afecta al paradigma taxonómico imperante, pero denota una búsqueda más integral en la aprehensión cognoscitiva; contemporáneamente podría decirse que es un intento de construcción cognoscitiva tridimensional, puesto que incluye: el objeto de estudio (flora y fauna chilenas), un sujeto aprehensor (el científico francés) y un alter -ego (la opinión de los lugareños) que actúa como referente complementario.

En síntesis, la construcción taxonómica de Gay, corresponde a un esfuerzo cognoscitivo que permite incorporar definitivamente las formas endógenas de lo viviente en Chile, al campo de la ciencia universal. Dicha tarea es también un supremo esfuerzo de autognosis, puesto que de esta forma el país logra una información actualizada de los especímenes de su flora y fauna y de las posibilidades de su explotación o industrialización posterior. Así, Gay muestra un mundo, la flora y fauna chilenas ordenadas sistemáticamente; pero también nos deja un legado, una manera de ver nuestro entorno natural: el asombro por la biodiversidad y la ansiedad por usufructuar positivamente de tales formas vivientes en aras del progreso material y espiritual. Es su manera de colaborar en el período fundacional de la república.

El aporte de Philippi

Rodulfo Amando Philippi (1808-1904), nace en Berlín, realiza sus estudios en Alemania y Suiza. Se recibe como médico cirujano en 1830, pero dedica su vida a las ciencias naturales; principalmente a la botánica. Llega a Chile en el año de 1851, en el marco de una política de contratación de científicos extranjeros, que vienen ejecutando los gobiernos del período, para incentivar el desarrollo de la ciencia y modernización del país.

Entre sus obras destacan: Viaje al desierto de Atacama (1860), Plantas Nuevas Chilenas ( 1893 – 1894), Los fósiles secundarios de Chile (1899), Los fósiles terciarios y cuaternarios de Chile (1887) y Elementos de Historia Natural (1885). A ello hay que adicionarle una vasta producción de artículos sobre la flora y fauna nacionales, que aparecen en los Anales de la Universidad y en la Rev. Chilena de Historia Natural.

En 1853, el gobierno chileno, consciente del desconocimiento de la zona norte del país, desde el punto de vista de la orografía, de la geología y de la flora y fauna de la región; encarga al naturalista Philippi que explore el desierto de Atacama, para dar cuenta de dichos tópicos. Los informes servirían para precisar los límites con los países vecinos, y para formarse una idea más acabada sobre las riquezas naturales de la zona.

Lo anterior, es el comienzo de una serie de viajes por el territorio nacional, que permiten al sabio alemán, tomar contacto con las formas de lo viviente en Chile.

Así, recorre más tarde los bosques de Valdivia, Llanquihue, Valparaíso, El Valle de Aconcagua, Santiago, Chiloé y las islas Quiriquina y J. Fernández, entre tantos lugares. En todos ellos, Philippi recoge fósiles, confecciona herbarios y trae cuanto espécimen pueda encontrar; sea para dejarlo en el Museo Nacional de Historia Natural, o sea, simplemente para clasificarlo. Esta parece ser su forma de encontrar al abigarrado mundo de la naturaleza del Chile decimonónico. Es su encuentro con las aves, mamíferos, coleópteros, crustáceos y otros exponentes del cuerpo físico del país, no bien conocidos aún; de plantas cuya existencia pasaron desapercibidas a Gay y otros naturalistas; de huellas del pasado geológico no observadas todavía; en fin, Philippi es el develador de la naturaleza olvidada.

Así, por ejemplo, con respecto a las plantas desconocidas del Chile del siglo XIX, da cuenta de ellas, en su obra: Plantas nuevas chilenas. Destaquemos de entre éstas a las crucíferas: cardamine ovata, cuyo habitat es la región de Palena, y la cardamine rostrata que habita en la región de Valdivia, y la cardamine integrifolia de las termas de Chillán. Y dentro de la familia de las Gypsophil; presenta a la gypsophilia chilensis, que habita en Aconcagua.(6) Dentro de la familia de las Rámneas, incluye a la retanilla mölleri, que habita en Renaico. Y dentro de las Papilionáceas, hace constar a la anartrophyllum brevistipula, que habita en Linares.(7) Y así sigue sistemáticamente en los distintos tomos de la obra, que incluyen millares de especímenes.

Con respecto a los mamíferos, destaca a una nueva especie de zorra: la cannis domeykoanus, que habita en la provincia de Copiapó.(8)

Su riguroso espíritu observador, le reportó muchas satisfacciones en el ámbito de la

ornitología; asípor ejemplo, en 1861, conjuntamente con Landbeck, identifican a una

nueva especie de aves marinas, que denominan thalassidroma segetthi. Th. et al.

Dichas aves se caracterizan porque parecen correr sobre las olas.(9)

En su exploración por los bosques de Valdivia, también en 1861; encuentra muchos coleópteros, dípteros e himenópteros, que no habían sido vistos todavía en Chile. Entre los himenópteros por ejemplo, describe un individuo del género pelecinas (10) En cuanto a los crustáceos, destaca al camarón de Coquimbo (bithynis longimana Ph.), que es muy estimado tanto por su comida como por su peculiar anatomía, puesto que posee un segundo par de patas muy fuertes que terminan en grandes tenazas desiguales.(11)

En fin, los ejemplos anteriores, ilustran el esfuerzo taxonómico sostenido por el científico alemán, en el plano de la sistematización de lo viviente en el país. Ello dentro del marco de una naturaleza cuyos principales exponentes ya habían sido descritos; empero la propia movilidad de la biósfera y la existencia de muchos especímenes de la flora y fauna , que no habían sido observados por lo impenetrable de los bosques en las décadas de las exploraciones de Gay, son ahora el universo que aborda Philippi.

Desde el punto de vista de su percepción de la naturaleza , más exactamente del modo de abordar los objetos de estudio taxonómico; Philippi, al igual que Gay, sale al encuentro de la diversidad de las formas de lo viviente, existentes en el país.

Por ello, percibe in situ el dinamismo de la naturaleza autóctona abigarrada del Chile decimonónico; de este modo entra en la diversidad misma de la flora y fauna y logra clasificar millares de plantas, descubre nuevos especímenes de la faauna endógena, e identifica fósiles de las distintas épocas geológicas existentes en el corpus físico del país.

Lo anterior, significa una aportación taxonómica considerable, que favorece un incremento cualitativo en el ámbito de las ciencias que estudian el mundo orgánico e inorgánico, v. gr.: la botánica, zoología, geología, paleontología, geografía de las plantas y otras. En otro plano de asuntos vinculados al paradigma de trabajo de las comunidades de estudio de la Historia Natural, Philippi es extraordinariamente pragmático; por ejemplo, sugiere la concisión para la identificación y descripción de los exponentes de la flora y fauna chilenas, pues esto ayuda a una mayor objetividad y rigor. Justamente en este plano, critica a menudo a Gay porque en el discurso taxonómico de éste, habrían repeticiones odiosas de los caracteres genéricos de los individuos que va tratando; todo lo cual, según Philippi, dificulta la distinción de las especies en vez de facilitarla.(12)

Por otra parte, su espíritu conservador en lo referente a los procedimientos de adquisición cognoscitiva y su alejamiento de las comunidades científicas europeas, lo llevan a no aceptar la teoría de la evolución de las especies, manteniendo esta posición durante toda su vida. Ello es paradójico, pues Philippi explicita claramente como se habrían producido alteraciones o modificaciones en algunas plantas y otros seres vivos, como resultado del proceso de colonización; esto es, de la incorporación de nuevas especies principalmente de la flora al medio natural, durante el largo período colonial, y sus implicancias en otros especímenes endógenos. En tales modificaciones el sabio alemán, no ve un proceso continuo de evolución de lo viviente; sino que interpreta dichos fenómenos, como la aclimatación de animales y plantas al cuerpo físico de Chile.

En cuanto a la estructura de su discurso científico, éste se ajusta a los requerimientos propios de la taxonomía, que priman en las últimas décadas del siglo decimonono. En rigor, la identificación, descripción y sistematización en general, de los especímenes de la flora y fauna chilenas, es muy similar a la de su antecesor francés, Claudio Gay. Las notas características de su discurso científico, son la extrema concisión para dar cuenta de las propiedades de los individuos que se clasifican, y la falta de notas explicativas al pie de página, que den cuenta del conocimiento vernáculo sobre el espécimen en cuestión; v. gr.:

“Stellaria Axilliaris. Ph.

A. glaberrima, ramosissima, cespitosa; foliis lineauribus, utrinque attenuatis; pedunculis axillaribus, unifloris, folium aequantibus; petalis angustis, bifidis, sepala ovato-oblonga aequantibus, capsula calycem vix superante.

In insula orientalis Fuegiae. Februario 1879 lecta.

Esta planta forma céspedes mui tupidos de altura de 20 milímetros. Los tallos son delgados, casi filiformes, y sus internodulos comunmente del doble largo de las hojas, que suelen medir 13 milímetros de longitud y 1 a 1 ½ milímetros de ancho.

Los sépalos miden 5 milímetros, muestran tres nerviosidades y su borde es anchamente escarioso. De los sobacos de un nudo, el uno produce una flor y el otro una rama”.(14)

O bien, en otro contexto taxonómico, Philippi señala:

“Spergularia tenella. Ph.

Sp. parvula,glanduloso-viscosa; caule protrato, radicante, ramis adscendentibus, c. 4

cm. altis, paucinodis bifloris, foliis inferioribus confertis, filiformibus, mucronatis,

internodia superantibus; stipulis dimidio internodio longioribus; pedunculo altero

nudo, altero vix longiore bifloio; petalis sepala aequantibus.

Ad montem Antuco invenit H. Volckmana loco dicto El ollo (El Hoyo?)

El tallo apenas es más grueso que medio milímetro, las hojas tienen a lo más 7 milímetros de largo, los sépalos 4 milímetros; no hay ningún fruto”.(15)

Las citas anteriores ilustran la prosa científica de Philippi, la cual incluye cadenas estructuradas de proposiciones -primero en latín y luego en español- con las cuales va describiendo y tipificando, las formas de la flora y fauna chilenas, para incorporarlas a la ciencia europea. Esta extensa sistematización realizada por Philippi, complementa la tarea taxonómica ya iniciada por Gay, que consiste en incorporar el mundo de lo particular a la ciencia europea, a la ciencia universal. La tarea taxonómica realizada por Gay y Philippi, nos han dejado una forma peculiar de aprehender y concebir el cuerpo físico de Chile, que ha llegado hasta nosotros, los ciudadanos del Chile contemporáneo.

De la labor realizada por Gay y Philippi, podemos colegir que para estos autores, la naturaleza es concebida como un cúmulo de cosas corpóreas y de fenómenos vinculados a los procesos de la vida, con una clara expresión de las peculiaridades, tanto de los exponentes orgánicos como inorgánicos, así como de las interacciones de los mismos.

Por ello, no es extraño que en el discurso científico de los autores mencionados, la naturaleza se presente como un universo peeculiar donde prima la más amplia diversidad de los exponentes de la flora y fauna, que no se da en otras partes del globo.

Así, el carácter vernáculo de la naturaleza, es insistentemente señalado por Gay y Philippi, como una de las notas constitutivas de nuestro medio, y tal reconocimiento de lo vernáculo, de la gea, flora y fauna chilenas, llega hasta el asombro; esto principalmente cuando los autores seleccionados comparan ciertos animales o plantas de nuestro país con otros de los mismos géneros de Europa.

Empero, también este universo natural es concebido al mismo tiempo como un reservorio para los requerimientos de una sociedad creciente. Desde esta perspectiva complementaria, el entorno es visualizado como un gran contexto, como un referente externo al cual lentamente va penetrando y dominando el chileno decimonónico y que le permite contar con una suficiente provisión de recursos para las satisfacciones de las necesidades de la población nacional, de algunas regiones de Estados Unidos y de ciertos países europeos. Dicha mirada decimonónica, por tanto, nos ha entregado una idea de naturaleza concebida como un gran referente orgánico e inorgánico, dinámico, bullente y poseedor de vastas expresiones endógenas. De una flora y fauna preñada de recursos o, que está ahí ante los ojos de los lugareños para que estos osen penetrarla; es el gran universo que al conocerlo y develarlo con la ayuda de la ciencia y la tecnología, los connacionales puedan obtener el máximo bienestar material y espiritual. Ello previa racionalización y ordenamiento de la labor de explotación de los recursos.

Así, nos hemos quedado con una visión de la naturaleza como medio para satisfacer las necesidades de la cultura material y espiritual del país. Luego, parte del ideario positivista decimonónico se ha quedado en nosotros mismos, que está frente a nosotros con su acervo de riquezas que hay que arrebatar. Ahora, lejos del tiempo en que el conocimiento de la naturaleza era una forma de contribuir a la construcción política del país, los chilenos podemos preguntarnos ¿no habremos exagerado el énfasis en la explotación de nuestra naturaleza, olvidando el equilibrio que tácitamente sugerían los propios sabios europeos, cuando hablaban de bienestar social y espiritual?

Notas

  1. Cf. Gay, Claudio: Agricultura chilena, De. Facsímil, Stgo.,1973. (1ra De. 1862) p.14.
  2.  Ibídem.,pp. 14-15.
  3. Israel, Ricardo: “Luchando por nacer: la comunidad científica en Chile”, Ciencia y Tecnología, F. Mönckeberg Editor, Stgo., 1989, p.97.
  4. Gay, Claudio: Historia Física y Política de Chile, Zoología T. I, 1847, Impr. M. et Renou, París, pp.74-75.
  5. Ibídem., Zoología, T. 4, 1849, p. 46.
  6. Philippi,R.A.; Plantas nuevas Chilenas, T. I. Impr. Cervantes, Stgo., 1893, p.70 y siguientes.
  7. }Ibídem., T. II, 1894,p.9
  8. Philippi,R. A.: “Nueva especie chilena de zorras”, Anales de la Universidad, T. CVIII, 1901, Vol. I., Stgo.
  9. Philippi, R.A.: “Descripción de una nueva especie de pájaros del género Thalaassidroma” (Philippi-Landbeck), Anales de la Universidad, T. XVIII, Stgo., 1861, p.27 y ss.
  10. Philippi, R. A. : Anales de la Universidad, Ibid.,p.22.
  11. Philippi, R. A.: Elementos de Historia Natural, Stgo., 1885, p. 178.
  12. Philippi,R. A.: Plantas Nuevas Chilenas, T. I., op. cit., p.65.
  13. Cf. Márquez B., Bernardo: Orígenes del darwinismo en Chile, Ed. A. Bello, Stgo.,1982, pp.21-26
  14. Philippi, R. A.: Plantas Nuevas Chilenas, T. I., op. cit., p. 762.
  15. Ibídem., p.766.
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Por Zenobio Saldivia

En Chile, como se sabe, se ha escrito mucho sobre la personalidad y la obra científica de Domeyko; seguramente hay más inquietud por este científico que por otros sabios decimonónicos, porque se desempeñó notoriamente en dos ámbitos públicos: la ingeniería en minas y la educación superior, entre otros campos de su interés. Por ello, cuando nos encontramos con los trabajos de sus biógrafos contemporáneos, se observa que éstos enfatizan en las virtudes humanas del sabio polaco, en su personalidad magnánima y en sus rasgos característicos; tales como su condición de sujeto solidario, de hombre modesto, o bien su manifiesto desinterés material; en suma, al idealismo desbordante de su espíritu. Empero, la labor científica por él realizada, si bien también es sintetizada por estos autores, al parecer no logra trasuntar en estas descripciones, un correlato o una fusión adecuada de los conocimientos que el dominaba y de los aspectos de interacción dialéctica entre las ciencias de la tierra, la educación, la sociología, y los diversos aspectos humanistas bullentes en su psiquis. Las notas que siguen, pretenden mostrar un Domeyko más centrado en sus afanes de joven rebelde y más abierto a las distintas expresiones del saber y a la interacción epistémica, propia del ejercicio de su profesión con el proceso de construcción de la ciencia del Chile decimonónico. Así como destacar su notorio énfasis romántico como persona y su notorio desplazamiento entre el saber científico, la literatura, la educación y la búsqueda de la belleza como incentivo del conocimiento.

Domeyko nace el 31 de Julio de 1802, en la ciudad de Missik, Polonia, hijo de Hipólito Domeyko y de Karolina de Ancuta, en el seno de una familia fervientemente religiosa, imbuida de altos valores éticos y morales, los que se impregnan de inmediato, en la educación del joven y que lo acompañarán en su proceder laboral. El dolor espiritual llega pronto al joven Domeyko puesto que pierde a su padre a los 10 años, siendo guiado desde esta edad por un tío paterno quien lo encauza por la senda del estudio y del esfuerzo, como antesalas necesarias del éxito. Así, realiza sus estudios básicos, en su propia casa paterna, mientras que los secundarios los efectúa en el establecimiento educacional de los Hermanos Escolapios, siguiendo la línea católica de la enseñanza de los Tutores en Szezuczyn. Es un colegio de elite, que le proporciona una enseñanza bastante completa para su desarrollo intelectual; proceso que continúa en la Universidad de Vilna, a la cual ingresa en 1817. (1) Una de sus principales inquietudes abarca el área de las Matemáticas y de las Ciencias Naturales, tanto, que en 1822, en esta misma universidad, obtiene el grado académico de licenciado en Ciencias Físicas y Matemáticas. Pero su ansia de saber lo lleva a explorar también en materias tan disímiles a su especialidad como astronomía, botánica, zoología y álgebra; logrando excelentes calificaciones también en estas áreas.

El paso por la universidad, no solo implica para él, un adiestramiento y un perfeccionamiento necesario para su posterior desempeño laboral, sino que también tiene un impacto axiológico y político en su personalidad; ya que no se siente ajeno a las luchas por la liberación de su amada Polonia de las manos de la Rusia Zarista, y por ello participa en un grupo de insurrección. Lo anterior, es el motivo por el cual es encarcelado entre 1821 y 1823; siete años más tarde y luego de las escaramuzas y de la estrecha vigilancia de la policía rusa, la nobleza de sus sentimientos de heroísmo, de amor a la patria y de libertad, lo instan a participar en un levantamiento popular fallido; lo anterior lo induce a partir al exilio; primero a Alemania y luego a Francia. En este último país no desaprovecha el tiempo y se dedica a tomar cursos en la Universidad de La Sorbona, en el Instituto de Francia, en la Escuela de Minas y en el Conservatorio de Artes y Oficios. Así, en 1837, rinde satisfactoriamente sus exámenes de ingeniero en minas. Impregnado de estos conocimientos e imbuido de la amistad de exponentes de las letras y de la poesía polaca de su tiempo, como por ejemplo Adan Mickiewicz, va formando una visión de ciencia de carácter romántico y positivista. A partir de este enfoque imbuido de las nociones de la ciencia romántica de Humboldt y otros autores, muchos de los cuales conoce en Paris, va concibiendo la naturaleza como un todo compacto e integral en el que se entrecruzan los hilos del mundo orgánico y del mundo abiótico; esto es, la visión romántica humboltiana, tendencia que en sus diversas expresiones se percibe además en su vida personal y en su discurso científico.

Llegada a Chile
El gobierno de la joven república de Chile, continuando con su política científica tendiente a la contratación de sabios extranjeros, realiza contactos en Europa durante el gobierno del Presidente Prieto; buscando investigadores de elite que pudieran asumir algunas tareas científicas y educacionales. Ello, para contribuir tanto a la formación de una masa crítica y educada que pudiera impulsar la educación nacional por una parte, y por otra, que actuaran como ejes directrices en labores tendientes a un efectivo conocimiento del cuerpo físico del país. En este marco de preocupaciones gubernativas, que ya había principiado con la contratación de Gay en 1830, se le solicita al diplomático radicado en Paris, Carlos Lambert, que busque el profesional más adecuado para enseñar mineralogía y dirigir la Escuela de Minas de La Serena. Lambert habla entonces con Ellie de Beaumont, uno de los más destacados científicos franceses; quien le recomienda que se contacte con Domeyko, uno de sus antiguos y destacados alumnos. Domeyko había terminado sus estudios en la École Nationale de Paris, justamente en 1837, y se encontraba en el ejercicio de la profesión, trabajando para un importante bancario de apellido Kochlin. (2)

El joven investigador, firma en principio un contrato por seis años, para hacer clases en el Colegio de la Serena (química, física y mineralogía); pero la nostalgia y su ardiente deseo de querer participar en la lucha por la liberación de su patria, lo insta a rebajar el tiempo del contrato a cinco años. La motivación principal de Domeyko para venir a Chile obedece a sus ansias de desarrollo profesional, a su amor por la ciencia, pero sobre todo, es el espíritu romántico el que lo insta a la aventura y a viajar a un país del cual se sabía muy poco en la comunidad científica. En su psiquis de profesional joven, por lo tanto, estaba el secreto anhelo de descubrir algo nuevo, algo distinto, algo fantástico que le permitiera mostrar al mundo europeo y a la ciencia universal su capacidad cognitiva y de sistematización de los referentes inorgánicos, que pudiera encontrar en la joven República de Chile.

Así, en 1838 arriba a tierras chilenas, donde de inmediato empieza su labor en el Colegio de la Serena y luego de consolidar la infraestructura necesaria para su labor de ensayes, principia con las actividades académicas, pudiendo al cabo de dos años, mostrar con orgullo el aprendizaje de sus alumnos. Paralelamente a su labor docente, escribe ensayos y artículos sobre los distintos tipos de minerales existentes en el país y se dedica a explorar la zona de Atacama para conocer Huasco, Copiapó y Chañarcillo. Es el momento de las primeras visitas a la zona Norte de Chile, luego vendrán muchas más. Empero, su espíritu inquieto lo lleva también a interesarse en otras áreas de la cultura tales como: educación, metodología, sociología, difusión científica y otros. (3)

Su aporte a las ciencias de la tierra
Como ingeniero en minas, su contribución al desarrollo de la minería es enorme, no sólo porque contribuye a explotar nuevos yacimientos, sino porque también realiza los primeros planos de minas subterráneas, que permitirán una mayor operatividad y más seguridad en las labores de extracción de minerales, justo en un período, en que la minería seguía el ritmo cansino colonial, sin ninguna innovación. Por tanto, la aplicación de los nuevos conocimientos del sabio polaco, principian a quebrar el viejo paradigma de la extracción de minerales y dan paso a técnicas y procedimientos más abierto a las necesidades de un país creciente en su naciente industria minera. Podría decirse que desde Domeyko la mineralogía se cientifiza, y pasa a contar con un acopio bibliográfico actualizado tanto de los conocimientos sobre técnicas cuanto de la realidad del cuerpo físico y mineralógico de las distintas regiones del país. Por esto es, justamente que Domeyko principia publicando textos de estudio, principalmente de geología, mineralogía y otros, amén de continuos artículos que van apareciendo en los Anales de la Universidad de Chile, en los Annales de mines (Francia) y en otras revistas extranjeras. Entre sus libros recordemos: Ensayes de minerales tanto por la via seca como por la via húmeda, publicada en 1844, Elementos de Mineralogía, que ve la luz en 1845, Araucanía y sus habitantes, en 1845. En relación a sus ensayos breves, tengamos presente su Memoria sobre las aguas de Santiago i de sus inmediaciones, aparecida en 1847, o su Ensayo sobre las aguas de Chile, que ve la luz pública en 1871, por mencionar sólo algunos. Y en cuanto a sus artículos, estos son numerosos y por tanto destaquemos sólo algunos de ellos aparecidos en el país, en los Anales de la Universidad de Chile; como los siguientes: “Viage a las Cordilleras de Talca i Chillán”,”Exploración de las lagunas de Llanquihue i Pichilaguna. – Volcanes de Osorno i de Calbuco – Cordillera de Nahuelhuapi” (en 1850), “Feldespato de las lavas de los volcanes de Chile”(en 1853), “Descripción de varias especies minerales i de algunos productos metalúrgicos de Chile, analizados en el laboratorio del Instituto de Santiago” (en 1857), “Estudios jeográficos sobre Chile”, “Jeografía, jeología, historia natural e industria minera de América i especialmente de Chile” (en 1859), “Jeolojía. Solevantamiento de la costa de Chile”( en 1860), “Breve instrucción sobre el arte de ensayar y analizar las diversas clases de guano” (en 1868); “Estudio del relieve o configuración esterior del territorio chileno con relación a la naturaleza jeolójica de los terrenos que entran en su composición”, (en 1875). En este contexto, se comprende muy bien que haya sido nombrado Miembro de la Comisión de Minería y que por lo tanto, su aporte a las ciencias de la tierra en el país, vaya de la exploración en terreno, de la descripción teórica y alcance hasta el plano normativo y jurídico, en lo relacionado tanto a pensar y formular las leyes más apropiadas para el desarrollo de la minería en el Chile decimonónico, cuanto en lo referente a sugerencias que se tuvieron presente para la formulación de la ley de defensa de las riquezas forestales, en 1845.

Por tanto, la producción teórica de Domeyko es equivalente a asentar las bases de un marco teórico previo tanto para el desarrollo de la mineralogía con rigor científico en el país, como para iniciar la enseñanza académica de la misma y fomentar el interés y difusión de sus disciplinas más afines. A ello hay que adicionarle las exploraciones in situ por distintos lugares del territorio nacional y sus estudios sobre guanos y aguas minerales del país, así como su constante preocupación por dotar de laboratorios y de vastas colecciones de minerales a los establecimientos donde se enseñe mineralogía o geognosia; como por ejemplo La Escuela de Minas de la Serena y el Instituto Nacional; lugares donde él mismo inició el acopio. Lo anterior, contribuye más tarde al desarrollo de las industrias del salitre y del cobre, que tantos frutos nos han dado como nación. Como resultado de estos estudios, recuérdese que a partir de uno de sus análisis, se pudo deducir más tarde la posibilidad de explotación de cobre en la Mina “El Teniente” de Rancagua, hoy por hoy la más grande mina Subterránea del Mundo.(4)

Sociabilidad y romanticismo
Desde la perspectiva social y de interacción humana en general, Domeyko despertaba simpatías y afinidades en diversos ámbitos sociales, v. gr., en el trato con su alumnos, en sus contactos con los empresarios de la época, o con los exponentes del medio educacional, principalmente los profesores del Instituto Nacional y luego sus colegas de la U. de Chile. En todos los niveles la sencillez y franqueza de Domeyko allanaba cualquier aspereza. Por eso no es extraño que sus alumnos le tuvieran mucha confianza, incluidos los más tímidos, a quienes trataba de igual a igual para que éstos tuviesen una mayor confianza y así participaran plenamente de las actividades teóricas y prácticas del curso; y en cuanto a los egresados, sucedía lo mismo, el propio Domeyko los recomendaba para que éstos realizaran estudios de especialización en Europa. Para ello realizaba gestiones ora con su primo Wladislav Lascowics, para que los tratara como hijos, ora con el gobierno de Chile, para finiquitar los detalles de las becas. A su vez los vecinos de La Serena, también se sienten prendados de su personalidad y afecto, por eso las Sociedades de Beneficencia de La Serena, le rinden un homenaje en 1841, antes de viajar a Santiago. Seguramente esta calidez personal se remonta a los años de su estadía en la Universidad de Vilna, en donde participaba con un grupo de amigos, del movimiento de resistencia a Rusia , que llevaba como lema ” Fraternidad Ciencia y Virtud ” (5) Esta rica sensibilidad es también la base de su marcada tendencia romántica tal como se aprecia tanto al revisar cuidadosamente el derrotero de su vida personal como al leer algunas de sus diagnosis de minerales existentes en el país, o al dar cuenta de las costumbres y de algunas observaciones sociológicas referentes a los araucanos, en su trabajo sobre la realidad social de esta etnia, que aparece en 1845. Para lo cual se interna previamente en la región de la Araucanía y logra un contacto espontáneo y directo para realizar lo que hoy llamaríamos “entrevistas” y obtener la información que dicha obra requería. Y seguramente, aunque nunca se ha planteado el tema, es muy probable que también sus positivos rasgos de personalidad hayan tenido alguna incidencia en la atinada conducción que realiza de la Universidad d e Chile, durante sus años como rector de la misma.

Para ilustrar su romanticismo como persona, baste recordar el derrotero de su vida, toda vez que el mismo nos muestra grandes períodos de soledad y dolor: primero queda huérfano de padre a los siete años de edad; luego, el dolor y la humillación en sus años de juventud, al ver a su patria invadida por las tropas del Zar; más tarde, el sufrimiento y dolor en la prisión en Vilna; luego, el fallecimiento de su madre en 1831, sin poder asistirla, por estar como refugiado en Dresde, Alemania. Con razón “para distraer y calmar su dolor, sus amigos, entre ellos el poeta Mickiewicz, lo invitan a viajar por la Suiza sajona, y regresar después de una semana”.(6) Su tarea en Chile, aminora su dolor, pero no abandona tales sentimientos; por eso no es extraño que luego de siete años trabajando en el país, el dolor lo embargue frecuentemente; por ejemplo en Coquimbo, preparando el regreso a Valparaíso y al despedirse de una familia amiga, lo invade la tristeza, el dolor y la soledad: “La despedida de Miguel resultó triste también para mí. La vista de su madre y sus hermanas enternecidas me recordó mi última separación de la familia, hace ya veinticuatro años, y mi alma se apesadumbró en ese instante, aunque esta vez yo no me separaba de nadie y nadie aquí podía echarme de menos ni pasar pena por mí.” (7)

También esta tendencia romántica está presente en Domeyko en el plano de sus sentimientos afectivos, en lo referente a la atracción por el sexo opuesto; v. gr. en cuanto a la idea de mujer y a la noción de belleza de la misma. Así, la percepción de Enriqueta Sotomayor Guzmán, que nos ha dejado en sus notas, es tierna y delicada y el mismo lo expresa en estos términos: “La muchacha con que me caso es joven y hermosa como un ángel, inocente y piadosa; yo mismo no se por que se ha enamorado de mi a primera vista…… Una mujer de quince años, de unos ojos negros e inmensos… De hecho ya estaba enloquecido de amor….. Miles de pensamientos locos distraían mi alma y mi mente se asemejaba a un hormiguero.”(8)

Esta tendencia romántica que cubre a Domeyko como un hálito no se agota en el terreno personal, sino que continúa expresándose en su discurso científico; v. gr, en muchas de sus obras hace alusión a las ideas de belleza de Humboldt, que van asociadas al ideario de unir ciencia y arte. Esto es muy notorio por ejemplo en su obra, aparecida en 1867: Ciencias, literatura i bellas artes, relacion que entre ellas existe; justamente en uno de los parágrafos de la misma se lee: “Por mas que hay hombres de ciencia que crean que todo encanto de imajinacion perjudica a lo exacto i positivo en las investigaciones científicas; i que éstas nada tienen que ver con el sentimiento; por mas que el artista, el poeta, teman que la ciencia fria i calculadora, vengan a entibiar i a disipar sus bellas inspiraciones, tan variadas e infinitas son las formas bajo las cuales se nos presentan lo bello i lo verdadero en la naturaleza, tan inseparables son éstas, que jamas el jenio del hombre logrará separar lo que se halla íntimamente unido o relacionado en las obras i tendencias de los hombres a quines se debe el verdadero progreso del espíritu humano.” (9)

Y el mismo énfasis se aprecia por ejemplo en la prosa de su obra: Araucanía y sus habitantes; v. gr., en una de sus partes dando cuenta de los especimenes de la flora de la región señala: “Aquí abunda el avellano, vistoso y lucido, tanto por el color verde claro de su hermosa hoja, como por la elegancia de sus racimos de fruta matizados en diversos colores: con el se halla asociado el canelo (drimis chilensis), tan simétrico en el desarrollo de sus ramas casi horizontales, tan derecho y tan lustroso en su espesa hoja. En ellos, por los común, y entre sus flexibles troncos se entrelaza la más bella de las enredaderas, tan célebre por su flor encarnada, el copihue….” (10)

Lo propio acontece también en muchos casos de sus descripciones sobre exponentes inanimados; así, por ejemplo en una de sus obras acota: “Rosicler negro. (Stefanit, plata-sulfo-antimonial), de Chañarcillo. Mui hermosas muestras de esta especie rica en plata se han estraído en estos últimos años de la mina Dolores 2ª, de Chañarcillo, en hondura mui considerable; i es de notar que mientras que la plata sulfúrea amorfa o cristalizada se halla por lo comun en las minas de Chañarcillo sentada sentadas sobre masas de rosicler claro (arsenical) i nunca he visto este último sobre la plata sulfúrea, no es raro encontrar el rosicler negro llamado stefanita, cristalizado sobre la plata sulfúrea…” (11)

Su rol de educador
Por cierto que su rol de educador principia en 1838, durante su desempeño como profesor en el Colegio de La Serena, dejando un modelo de trabajo para los ensayes de minerales y un estilo abierto y directo para el diálogo en el aula. Y luego, ya en Santiago, su tarea educacional se bifurca y se amplía enormemente, ora como profesor del Instituto Nacional, ora como docente de la Universidad de Chile y finalmente como rector de dicha casa de estudios superiores. Su énfasis público por la educación queda de manifiesto en 1842, al publicarse su ensayo: Sobre el modo más conveniente de reformar la instrucción pública en Chile, donde sugiere modificar los planes de estudios vigentes y orientarlos hacia una formación más integral, que sirva tanto al profesional como al científico o al funcionario público; sugiere además la implantación de un mecanismo o entidad supervisora que oriente y encauce uniformemente los esfuerzos de la enseñanza en los distintos establecimientos. E incluso estima conveniente fundar una Escuela Normal de Preceptores. Sin embargo, el aspecto que nos parece mas relevante es su preocupación valórica en la formación educacional. Justamente por esto, Domeyko escribe en dicha memoria lo siguiente: “Un joven debe tomar amor al estudio por la noble ambición de desarrollar sus facultades intelectuales, de elevar su carácter moral. Si desde temprano se infunden en su tierno corazón i en su imaginación viva, miras materiales de interés i de egoismo, se comprime mui pronto i se ahoga su talento, se apagan sus aspiraciones intelectuales i de valde se espera de él que prosiga sus estudios i se perfeccione, luego que empice a ganar plata”. (12) La cita nos indica la notoria preocupación del autor por el mundo axiológico, por los valores, principalmente la generosidad, la nobleza y la admiración por la inteligencia; esto es, casi un correlato con la formación personal de Domeyko, con su idealismo, su filantropía y generosidad. Así, aludiendo casi tácitamente a estos valores, el sabio polaco está apuntando a un marco valórico filosófico que considera la base de cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje. Es el período en que aparecen una serie de artículos en El Semanario de Santiago donde difunde estos planteamientos y postulan la conveniencia de apoyar una reforma educacional. Sus aportes en el campo de la educación continúan luego al crearse la Universidad de Chile, donde asume la tarea de fundar la facultad de ciencias físicas y matemáticas de dicha casa de estudios. Y en 1847, siendo miembro del Consejo Universitario, sugiere la conveniencia de dividir el Instituto Nacional en dos secciones para desempeñar mejor las funciones que tenía asignadas, toda vez que dicha corporación actuaba como establecimiento secundario y como universidad al mismo tiempo. Finalmente su idea es aceptada y puesta en práctica en 1852,(13) con lo cual la Universidad de Chile empieza a trabajar más independiente del Instituto Nacional, orientándose principalmente al campo profesional. Durante su gestión como rector (1867 _ 1883), contribuye a actualizar la biblioteca y a incrementarla con textos de todas las disciplinas, tarea que el sabio polaco percibe como imprescindible para una enseñanza moderna y como un marco mínimo de apoyo a cualquier investigación disciplinaria; fomenta el desarrollo de carreras conducentes a nuevas profesiones, realiza innovaciones administrativas y académicas, y destaca la importancia de las carreras técnicas; estas últimas, a su juicio contribuyen a trabajar directamente con los recursos naturales del país. Dentro del universo de medidas tendientes a mejorar la educación universitaria, cabe destacar que fomenta el desarrollo de las ingenierías, en especial, la civil y la de minas, instando al gobierno para contratar en el extranjero todos los profesores que dichas carreras pudieran requerir, así como también destaca la necesidad de crear becas para que los alumnos más destacados puedan realizar estudios en Europa.( 14)

Ignacio Domeyko, fallece el día 23 de Enero de 1889.

A manera de conclusión
Domeyko nos ha dejado un legado que atraviesa la esfera pública, la académica y la profesional, cuya gestión como un todo, contribuye a la institucionalización de las ciencias de la tierra y a la difusión de las ciencias exactas en el país; principalmente por dos tareas básicas que el asume como ejes centrales de su hacer académico y profesional: identificar los lugares geográficos donde existen o puedan hallarse minerales y clasificar los distintos referentes del mundo inorgánico que se encuentran en Chile. Y por otra parte, gracias a su gestión como ingeniero en minas y como profesor, el país logra contar con una institución sólida que entrega los conocimientos de geología, mineralogía y los procedimientos y técnicas modernas de extracción de minerales, acercando así a la educación con el mundo empresarial. Ello es relevante para el desarrollo de la minería y para la formación de cuadros técnicos orientados a la explotación de los recursos mineros. En esta tarea de identificar lugares, regiones geográficas y referentes abióticos, va colaborando además en la gestación de un imaginario colectivo acerca de la riqueza nacional, y en cuanto a los límites geográficos de la república y su expansión a nuevos lugares no considerados tradicionalmente explotables y/o habitables. Y en cuanto a su faceta de educador, ésta se da fusionada con su arista de hombre público, de autor crítico y responsable que es capaz de comentar y criticar los alcances de tal o cual medida, así como de pensar y proponer innovaciones, o de delinear las directrices teóricas para el desarrollo de la educación nacional. Y en especial, el rol más significativo en cuanto a lo anterior, es su esfuerzo por incorporar las disciplinas científicas a la curricula de la educación media. Desde este punto de vista, Domeyko es un claro exponente de la necesidad de la reforma educacional sistemática y periódica, como una forma de adaptación a los requerimientos de los tiempos y de las necesidades sociales y productivas.

 

Citas y notas __________
1. Cf. Ignacio Domeyko: “Su personalidad y espiritualidad” (parte I), Zdzislav, Ryn http://www.sonami.cl/Boletin/Bol1158/art12.htm
2. Cf. Saldivia, Zenobio: “Ignacio Domeyko: algo más que un ingeniero en minas”, Rev. Creces, Stgo., Sept. 2000; p. 41.
1. Ibidem., p. 44.
2. Cf. “Lo que la ciencia agradece a Domeyko”. El Mercurio, Stgo., 30 de Julio de 2002, http://www.ceo.cl/609/article-13364.html
3. Cf. Ignacio Domeyko: “Su personalidad y espiritualidad” (parte I), op. cit.
4. Quezada, Jaime: Ignacio Domeyko, sabio y gran viajero, Ed. Zig-zag, Stgo., 1993, p.15.
5. Domeyko, Ignacio: Mis viajes T. II, Edic. de la U. de Chile, Stgo., 1978; p. 628.
6. Cf. Ignacio Domeyko: “Su personalidad y espiritualidad” (parte I), Zdzislav, Ryn http://www.sonami.cl/Boletin/Bol1159/art11.htm
7. Domeyko, Ignacio: Ciencias, literatura i bellas artes, relacion que entre ellas existe, Impr. Nacional, Stgo., 1867, p. 7.
8. Domeyko, Ignacio: Araucanía y sus habitantes, Ed. Fco. de Aguirre, Bs. Aires y Stgo., 1997., pp. 25-26. (1ra edic. 1845).
11. Domeyko, I.: Quinto apéndice al reino mineral de Chile i de las repúblicas vecinas, Impr. Nacional, Stgo., 1876; p. 53.
12. Domeyko, Ignacio: Memoria sobre el modo mas conveniente de reformar la instrucción pública en Chile, Stgo., 1842, párrafo 6.
13. Cf. Amunategui, Miguel Luis : Ignacio Domeyko, Ediciones de la U. de Chile, Stgo., 1952, p.106.
14. Ibidem.; pp. 113-115.
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Por Zenobio Saldivia

Cuando se piensa en el despertar intelectual del Chile decimonónico, frecuentemente se asocia este fenómeno con la consolidación de la independencia política, luego de los avatares de la reconquista; ello no es así. En efecto, si bien el proceso emancipador es significativo, porque crea las condiciones mínimas para que se difunda la literatura europea y se expresen abiertamente las tendencias culturales del período; es necesario además, que se den una serie de variables que permitan que la dormida inteligencia chilena empiece a descollar. Entre estos sucesos que van allanando el camino para que el país se inserte en la cultura universal con expresiones propias, es previo la etapa de ordenamiento como nación y la consolidación de los principios republicanos, que se observa en la década del treinta del Chile decimonónico. Además, es necesario un cierto incremento económico y un auge exportador en el país, como el que se observa por ejemplo en la década del cuarenta. Lo anterior, es fuente de admiración de muchas otras repúblicas recientemente independizadas de España; también contribuyen notoriamente a este proceso, las tertulias y las fiestas de la aristocracia, en Santiago, Talca, Valparaíso y otras ciudades; lo cual trae aparejado las discusiones literarias e históricas. Lo anterior, en su conjunto constituye un universo sociocultural proclive a la reflexión, y es un buen punto de partida para asumir compromisos científicos y para la lectura y el estudio en general. Por eso, no es extraño que sea justamente la década del cuarenta del siglo XIX, el hito histórico en que se produce el despertar intelectual y cultural en el país. Ello coincide curiosamente con la instauración definitiva del periodismo en el país y con el fenómeno de la aparición de nuevos diarios y revistas. Estas expresiones periodísticas, cada vez más, van dejando atrás el compromiso con la contingencia política inmediata característico de las antiguas y esporádicas publicaciones. Los nuevos colaboradores y articulistas, prefieren centrar mayoritariamente su atención en los movimientos y tendencias culturales y artísticas que están aconteciendo en el país y que van incrementando el acerbo cultural de la joven república. Dicho proceso, podemos denominarlo como la etapa de la “profesionalización del periodismo”, y acontece aparejado al nacimiento de las nuevas inquietudes culturales de la población, tal como se ha señalado, y al ímpetu fundacional que se observa en el país entre las décadas del treinta y del cuarenta del siglo XIX, y que se traduce en la creación de diversas entidades que fomentan la educación y el conocimiento de las ciencias en el país.

Empero, dicho proceso tiene una raigambre a menudo olvidada, esto es, que para llegar a esa situación de adecuado punto de partida del periodismo y la eclosión de diarios, periódicos, semanarios y revistas que principia esbozarse en la década del cuarenta y que se desarrollará luego con mucho ímpetu entre el 50 y el 60 del siglo decimonono, es necesario la existencia de un órgano que mantenga una continuidad, que no se agote en la mera contingencia y que sirva de modelo a los otros que están tímidamente intentando abrir un espacio, conquistar un público y lo más difícil: persistir, continuar en el tiempo. En estos avatares, hubo al menos un órgano comunicacional que se mantuvo firme, con una impronta definida y con una sistemática continuidad, que permite actuar como un referente frente a los nacientes medios comunicacionales, principalmente de la capital, sea para imitar, sea para presentar alternativas diferentes. Ese fue El Mercurio de Valparaíso, fundado por Pedro Félix Vicuña, quien en colaboración con los tipógrafos Tomás G. Wells e Ignacio Silva, logra sacar a la luz pública este medio, el 12 de Septiembre de 1827, con el objetivo de entregar información sobre comercio, industria, cultura y ciencia a la creciente población de la región de Valparaíso primero y que luego, en las próximas décadas se va expandiendo por todo el país.

Ciencia, artes y manufacturas
Por cierto que entre los objetivos mencionados, queda implícito el ideario liberal de su fundador. Y en cuanto a su propósito de difundir conocimientos científicos, aunque no queda claramente estipulado, cabe destacar que en la práctica de su periodicidad, se va cumpliendo notoriamente un rol que hoy llamaríamos de “difusión científica”. Por cierto, en esta etapa, dicha tarea es implícita y mecánica y no está esbozada con propiedad; pero dentro de su esquema casi libresco y enciclopédico, conque aborda los temas nacionales, de historia y de cultura universal, se va perfilando una preocupación o tal vez, podrí9amos decir: “una presencia científica”; toda vez que aborda todas las formas de expresión cultural y cognoscitiva, entre estas ciertas noticias vinculadas al conocimiento científico. Lo anterior no significa que El Mercurio de Valparaíso, tenga claramente definida en su primera etapa, la o las secciones de ciencia que está divulgando; más bien, su forma de entregar los conocimientos científicos de la época, (finales de la década del veinte, décadas del treinta y cuarenta), es casi un mosaico o un puzzle que hay que descifrar; sin embargo hay algunas constantes. Entre estas, el interés del periódico por el continuo devenir de las aprehensiones cognitivas propias de los distintos campos del saber y un notorio énfasis por “las artes y las manufacturas” como se denominaba en esa época a la tecnología. Esto, dentro de un marco de profundo asombro social por el impacto de la aplicación de los conocimientos a la esfera humana y al medio natural. Las disciplinas que más asocia El Mercurio de Valparaíso con las ciencias son: medicina, higiene pública, anatomía, viticultura, sismología, vulcanología, electricidad, química, geografía, mecánica, astronomía y egiptología. Y dentro de tales disciplinas, hay una cierta preferencia por tópicos determinados; v. gr. en cuanto a la medicina, interesaban de sobremanera por las cusas de la caída de los dientes, enfermedades del hígado, estudios sobre la viruela, cálculos en la vejiga, casos de teratología, casos de oftalmología y otros. Por ejemplo, en cuanto al interés por los temas de medicina, en la edición del 14 de Febrero de 1829, se lee: “Un distinguido artista tenía un hijo de siete años y empezó a darle lecciones de dibujo; pero cual sería su sorpresa al ver que el muchacho dibujaba al reves cuantas figuras se le daban por modelo…… Se ha observado muchos casos análogos á este: un abogado estuvo viendo por espacio de algun tiempo todos los objetos inversos: las casas le parecian edificadas sobre sus techos, los hombres andando de cabeza. Esta observacion dependia del desorden en que se hallaban sus organos digestivos; y asi es que desapareció en el momento en que cesó la causa, de que tomaba su origen.” (1)

Y en cuanto a la higiene pública, el tema central es la preocupación y o mecanismos para prevenir el cólera, las condiciones del medio ambiente, la creación de un cuerpo policial especial para cautelar la higiene pública y otros. Y en relación a las inquietudes por la astronomía, estas se expresan mediante un notorio interés por la aparición reciente de cometas o por los que están supuestamente por venir en los próximos años. Y si se considera el aspecto cuantitativo referente a una menor cantidad de las apariciones o informaciones científicas de este medio, podríamos hablar de un segundo plano, o un segundo nivel de disciplinas científicas, entre estas se ubican: historia natural, botánica, entomología, topografía, geología, matemática y geometría. Probablemente esto se deba a la aridez de los contenidos de las ciencias formales como la matemática, por una parte, y al atraso o “desconocimiento” en el país, de la botánica y la taxonomía; después de todo, recién en 1830 el gobierno chileno contrata al botánico francés Claudio Gay, para que realice una exploración del cuerpo físico del país y clasifique todos los referentes principalmente del medio orgánico, que hubieren en el país. Y algo similar se puede adelantar con respecto a los estudios rigurosos de la geología y de la mineralogía; toda vez que el comienzo de los estudios mineralógicos, geológicos y químicos, principia institucionalmente con la traída de Ignacio Domeyko en 1838, para hacerse cargo de la Escuela de La Serena.

Es curioso en todo caso, que entre los autores que más se mencionan como aportando algo al conocimiento científico, aparece Humboldt; pero en este caso se muestra más que como interesado en la historia natural o en la taxonomía, se destaca su faceta de geógrafo o de vulcanólogo. Seguramente ello es así, por la impresión que causaban a los viajeros y sabios extranjeros, los movimientos de tierra o los frecuentes terremotos que acontecen en Chile, además de la notoria preocupación que se gestaba en los habitantes del Chile decimonónico. De manera que es muy probable que dicha inquietud casi natural de la población, hay influido tácitamente en la selección de noticias científicas de los articulistas, y por ello aparezca mencionado Humboldt frecuentemente.

La percepción de que la ciencia puede irse gestando in situ, en el propio territorio, todavía no está muy definida, en especial hasta la década del cuarenta; ello es comprensible, pues ya dijimos que sólo en la década del treinta Chile se abre oficialmente a la tarea de la adquisición del conocimiento de su propio medio orgánico, físico, estadístico y social. En todo caso, hay cierta “intuición” de que ello sería posible de realizar, en cuanto a estudios botánicos vinculados a la conquiliología -aunque sin aludir expresamente a dicha disciplina- en algunos lugares como Valparaíso; v. gr. en la edición del 17 de noviembre de 1829 se lee: “No hay lugar más propio para este estudio que Valparaiso, en cuya bahia se hallan mas de quince variedades de conchas. Una de las mas curiosas es el chiton. Este pertenece á la clase multivalva por tener sus coyunturas unas sobre otras como lorigas. Casi siempre tiene 8; pero se han hallado algunas con seis ó siete, aunque son muy raras, y se deben considerar como lusus naturae… De esta especie ó genero no hay menos de cuarenta y de las cuales veinte y cinco se hallan en el Pacifico, y algunas aun en la bahia de Valparaiso.” (2)

Fuentes de donde obtienen la información los escritores o articulistas
Los datos e informes científicos son tomadas de otras fuentes escritas, principalmente La Gaceta de Colombia, The Atlas, El Mercurio Chileno, La Gaceta de Quito, el Diario de la Habana, o la revista El Mensajero de ambos mundos, entre otros. En su primer a fase, desde 1827 hasta la década del cuarenta, no existe lo que hoy se denomina “periodista especializado” que busque por si mismo las fuentes científicas; simplemente el mismo articulista que abordaba diversos tópicos, se encargaba de seleccionar y redactar escuetamente las notas que hoy llamaríamos de divulgación científica. Esto se comprende puesto que generalmente el o los articulistas eran sujetos cultos y polígrafos, como para poder presentar este devenir científico, dentro de los intereses de los lectores y de los cánones culturales de la época.

A manera de conclusión
La mayoría de los contenidos científicos del Mercurio de Valparaíso de las décadas del veinte hasta la del cuarenta, del siglo XIX, consisten en un simple traspaso de la aprehensión cognitiva europea de las distintas disciplinas, principalmente medicina, astronomía, vulcanología, higiene pública, química y las otras ya mencionadas. Estas explicaciones científicas, en todo caso, se presentan de manera muy concisa y simplificada, e incluso hasta didáctica, para que sean entendidas por el público heterogéneo que podía tener acceso a este medio.

La década del cuarenta, es un periodo en que este medio se amplía a nuevos horizontes culturales, abriéndose más a la literatura a la historia y a las expresiones artísticas. Y en este sentido es posible colegir que contribuye al boom literario y al desarrollo intelectual y científico de esta época, toda vez que -como ya señaláramos al inicio- es el momento en que como país se observa un despertar intelectual que atraviesa a la literatura, a la historiografía, al sistema educacional, al periodismo y a la política normativa del país; proceso que genera un cuerpo teórico cultural propio y fomenta el devenir de las ideas tendiente a la consolidación de la República en el ámbito cultural.

En colaboración con Silvia Becerra (Universidad de Viña del Mar)

Notas
1. El Mercurio de Valparaíso, 14 de Febrero de 1829.
2. El Mercurio de Valparaíso, Martes 17 de Nov. de 1829; p. 1.
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Por Zenobio Saldivia

José Victorino Lastarria nace en Rancagua en 1817, y a los doce años estudia humanidades en el Liceo de Chile y continúa luego en el Instituto Nacional. En 1836 obtiene su título de Bachiller en Leyes. Siete años más tarde se inicia en la vida política al ser electo diputado por Elqui y Parral. Y de aquí en adelante su presencia en la vida política, literaria y cultural en la joven República de Chile no pasa desapercibida. En efecto, su voz y su palabra escrita está siempre presente en los campos de la educación, del derecho, de la política, de la diplomacia, y en especial de la literatura. Lo anterior, justamente es una de las causas que dificultan los intentos de clasificarlo en una u otra tendencia literaria o filosófica que están en boga en Chile durante el siglo XIX. Lastarria, es tal vez uno de los autores más difíciles de clasificar dentro de los géneros literarios y del campo de la historia de las ideas en general; tanto por su extenso derrotero biobibliográfico, cuanto por los contenidos específicos que se perciben en sus obras como ejes centrales de las mismas. E incluso, también, por su discurso político y público en general, tendiente a la construcción de la república y a la búsqueda del bien colectivo de la nación. Las dificultades para una adecuada clasificación de este político, crítico, ensayista, literato y académico decimonónico, aumentan en efecto, si consideramos la totalidad de sus aportes a la cultura escrita del Chile del Siglo XIX, la cual, según Fuenzalida Grandón, cubre tópicos tales como: los estudios políticos y constitucionales, los discursos parlamentarios, las investigaciones históricas, los opúsculos literarios y críticos, los cuentos, novelas y poesías, las disertaciones jurídicas, las descripciones geográficas y de viajes en general y sus notas misceláneas. (1) Si bien para la mayoría de los biógrafos y estudiosos de su obra, Lastarria es efectivamente un romántico; su prosa presenta muchas aristas y aspectos muy diversos dentro de lo que tradicionalmente se entiende por discurso romántico decimonónico. Esto es muy comprensible dado los distintos sentidos en que se percibe el romanticismo en esta época, y sobre todo por el amplio rango cognitivo y valórico que lleva implícita dicha voz; toda vez que se aplica a una tendencia literaria o artística, a una filosofía de la naturaleza y la sociedad, o a una forma de vida, por ejemplo. En efecto, para muchos es un autor romántico en tanto alude a la búsqueda estética de una prosa literaria que de cuenta de la naturaleza vernácula del país y de las vicisitudes de su geografía, y porque destaca a los hombres y a los avatares de la gesta independentista. Y sabemos que tales énfasis son parte de la expresión literaria romántica en América que siguen también Bello, Sarmiento, Vicente Fidel López, Alberdi y otros. Y porque dichos tópicos narrativos son empleados como nuevos procedimientos que apuntan a consolidar una literatura nacional, una prosa que deje atrás a la literatura colonial saturada de las antiguas tradiciones y de los cánones hispánicos. Es también un romántico, puesto que incorpora en su prosa a sujetos exponentes de la marginalidad social; tal como los proscritos de «El mendigo» (1843), «El manuscrito del diablo» (1849) y de otras de sus obras. Temas todos, que son considerados holgadamente como románticos. Y en este sentido está coparticipando con Bello y Sarmiento, en lo referente a la búsqueda de lo propiamente americano. Pero también es un romántico, en tanto logra fundar en Chile, en la década del cuarenta, un movimiento literario que está matizado por la influencia romántica francesa. Lo propio puede decirse, en tanto él y sus seguidores se sienten imbuidos de un espíritu mesiánico que permitirá la creación de una literatura esencialmente chilena y con una proyección hispanoamericana; tal como lo ha destacado Subercaseaux. (2) E incluso, también se considera a Lastarria como un romántico social, porque sus trabajos apuntan siempre a destacar el ámbito social y las preocupaciones de los grupos más postergados. Estos aspectos de su interés literario, podrían configurar la primera fase de Lastarria, el Lastarria joven, romántico e idealista.

Para Subercaseaux, José Victorino Lastarria es un romántico muy peculiar que está imbuido precozmente de una orientación liberal, que lo acompañará como un estigma en todo su quehacer “desde que en 1836 se inicia como profesor hasta casi la fecha en que muere” (3) y que queda definitivamente decantada en el país en la década del cuarenta, en el marco de las discusiones literarias, metodológicas e historiográficas que motivan a los intelectuales del período, una de cuyas expresiones literarias de este nuevo soplo intelectual, es justamente la creación de la Sociedad Literaria, en 1842. De modo que su discurso, sobre todo en su primera etapa; es más bien idealista y utópico, en tanto pretende difundir las ideas liberales, la búsqueda de una identidad nacional y/o americana y hacer conciencia de la necesidad del desarrollo del país; ello en un período en que todavía dicha inquietud no tenía un asidero real, afianzado en la sociedad. (4)

Empero, curiosamente Lastarria en los años de su madurez se va inclinando notoriamente por los tópicos más frecuentes del positivismo, tal como el mismo lo señala. En 1864, por ejemplo, a los 47 años, declara haber leído la obra de Comte: Cours de philosophie positive y se identifica como positivista. Es el inicio de otra etapa del que se apropia de la nueva tendencia y que además se siente. Así, imbuido de este nueva corriente filosófica y científica, continúa luego en 1873, creando entidades que difundan y fomenten las ideas comtianas, como por ejemplo La Academia de Bellas Letras; agrupación donde se reúnen un grupo de intelectuales liderados por Lastarria con el propósito de incentivar el cultivo de la literatura como expresión de la verdad y según las reglas sugeridas por Comte, las cuales se identifican a su vez, con las normas de rigor que exigen las obras científicas y en conformidad con los hechos demostrados de un modo positivo. Al año siguiente, nuevamente Lastarria, marca otro hito en el fomento de esta tendencia positivista, al asumir justamente la dirección del Circulo de Positivistas, con el objetivo de leer y analizar las obras de Comte. Entre estos nuevos temas que ahora complementan los focos de interés de la primera etapa del autor, están el énfasis por el progreso, la regeneración social, la preocupación por la ciencia, la sugerencia de cambios curriculares en la educación centrado en el estudio del método científico y la búsqueda del rigor lógico, su interés por los recursos hídricos y por el desarrollo minero e industrial del país. Estas inquietudes quedan claramente de manifiesto en trabajos tales como: Caracoles. Cartas descriptivas sobre este importante mineral dirijidas al Sr. Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia, o sus Lecciones de política positiva y otras. En la primera obra publicada en 1871, Lastarria, utilizando el recurso del conocimiento ya existente de las ciencias de la geología, orografía, mineralogía y otras ciencias de la tierra; que daban cuenta de las propiedades del cuerpo físico de Chile y de la entonces región boliviana de Antofagasta, ubica geográficamente el mineral de Caracoles y describe los caminos existentes y las características geológicas de la zona donde se encuentra dicha mina. Al mismo tiempo que fundamenta los beneficios que resultarían de explotar adecuadamente la mina homónima. Para ello, insta al gobierno de Bolivia, a financiar un ferrocarril desde Mejillones hasta el mineral; identificando esta posible obra con el progreso mismo de Bolivia y con su impacto en la economía de la región.(5) La obra es prácticamente una apología de la riqueza de la zona y muestra un Lastarria geógrafo, pragmático y positivista. A su vez, en el segundo libro del autor, publicado en 1875, primero presenta su noción de política y luego se centra en explicar la fuerte conexión de la misma con el cuerpo social. Es justamente en este análisis donde Lastarria hace acopio y difusión de las ideas comtianas, tales como la ley de los tres estadios evolutivos de la humanidad, la clasificación de las ciencias y la regeneración moral de la sociedad. Y llama la atención, en todo caso, el hecho de que el autor en este texto que parte con la concepción positivista comtiana, va sugiriendo nuevas formas de aplicación de las nociones positivistas al campo educacional en Chile; entre estas: el fomento de una educación científica o centrada en el método positivo, desde la enseñanza elemental, y moral, la instrucción básica y el respeto ineludible de los derechos humanos en la vida cívica del país, entre otros tópicos.

Por tanto, en la prosa de Lastarria hay un viraje, un desplazamiento del romanticismo hacia el positivismo. Empero este fenómeno no llega a adquirir en el universo de contenidos tratados por el autor, un cambio radical, es una evolución, un giro, pero que sigue teniendo un asidero histórico en la personalidad y en el discurso en general del autor por su centro en las ideas liberales, que actúan como vasos comunicantes de ambos énfasis. Así, Lastarria es un romántico en su primera etapa y un positivista en su fase de madurez, pero en todo su devenir hay un mismo ideario: un claro afán de impulsar el liberalismo, la obtención del progreso, el desarrollo y la transformación social, así como la obtención de mayores espacios públicos y privados para el ejercicio de la vida democrática.

Z.S.M.

NOTAS
1. Cf. Fuenzalida Grandón, Alejandro: Lastarria y su tiempo, Imprenta Barcelona, Stgo., 1911; pp. VII-VIII.
2. Cf. Subercaseaux, Bernardo: Historia de las Ideas y de la Cultura en Chile, Ed. Universitaria, Stgo. 1997; T.I., p.51.
3. Ibidem.; pp. 35.
4. Subercaseaux, Bernardo: Lastarria, ideología y literatura, Ed. Aconcagua, Stgo., 1981, pp.42-47 y 306.
5. Lastarria, José V.: Caracoles. Cartas descriptivas sobre este importante mineral dirijidas al Sr. Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia, Impr. de la Patria, Valparaíso, 1871.
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El Siglo de las Luces y la Masonería

Zenobio Saldivia Maldonado (*)

          Antecedentes previos

El siglo XVIII es denominado frecuentemente como el Siglo del Iluminismo, El Siglo de la Ilustración, La Edad de las Luces, o incluso a menudo se le asigna también el rótulo de Siglo de la Curiosidad.  Esto último, debido a la enorme confianza en la explicación científica que caracteriza a los miembros de las comunidades científicas de la época y al público ilustrado en general; así como también por la vastedad de aspiraciones y las enormes expectativas que se volcaron en esta centuria, en torno a la ciencia y a los que la profesaban.

En este período histórico,  desde el punto  de vista del desarrollo científico, se alcanzan extraordinarios progresos en cuanto a la comprensión y dominio de campos tales como: la electricidad, el magnetismo, la mecánica, la fisiología, la química, la taxonomía, la geología, la botánica, la calorimetría, la matemática y la tecnología industrial, entre otros. El Siglo de la Ilustración, es justamente el momento histórico en que la antigua filosofía del siglo precedente, denominada  “filosofía natural” o “filosofía experimental”, da paso a una etapa de desmembramiento del saber, apareciendo desde su seno, nuevas y variadas disciplinas autónomas. Es la centuria de “les savants”, de los sabios  que al alero de las emergentes Academias Científicas,  están haciendo extensivo el método científico a nuevas extensiones de la naturaleza y muy especialmente, a las vastas regiones del Nuevo Mundo.

Así, en este contexto, la pasión del hombre ilustrado se desborda de curiosidad intelectual por todos los caminos del conocimiento, aunque  sus focos de mayor interés, parecen ser el dinamismo socio-político, su preocupación por la naturaleza y el desarrollo tecnológico. Por eso, justamente, no resulta extraño que en este siglo principie la Revolución Industrial. Pero además,  los campos en los cuales aparecen y se difunden  nuevas ideas sobre el hombre y su condición de ser social, son: la educación, la filosofía, la política, la ética, la historia, y las ciencias de la vida, entre otros. En efecto, las contribuciones provenientes de estas  disciplinas, trasuntan una clara mirada filantrópica y persiguen no solo el incremento cuantitativo referente a sus objetos de estudio; sino que además, sus cultores se sienten participando de la búsqueda de nuevos caminos para la obtención de la armonía social. La elite intelectual ilustrada, estaba plenamente convencida de que sus tesis apuntaban a la filantropía y a la difusión del conocimiento y que por tanto, todo era cuestión de atreverse a saber. Así, estaban convencidos que con una instrucción apropiada, las lacras sociales podían ser modificadas y que podían cambiar la naturaleza de  los seres humanos. Esto es, que los autores de este período, están muy conscientes del hecho de que sus discursos teóricos están siendo utilizados para la discusión sobre la génesis y naturaleza del poder político, y como fundamentos relevantes para una  reorientación social. Lo precedente queda de manifiesto, por ejemplo, al observar la contribución de los filósofos y de los enciclopedistas del período; quienes desean expandir las luces del saber al mayor número de seres humanos, y aspiran además, a alcanzar una comprensión más integral sobre el comportamiento humano y sobre la interacción social y política.

La Ilustración es así, una escuela filosófica, una moda de la intelligencia europea, un método de transformación social y una actitud de extrema confianza en la razón. Nada queda fuera del alcance de la ratio, todo es posible de poner en discusión: las ideas, los valores, los procedimientos, el método y las reglas. Empero, el movimiento no estuvo exento del costo social que implicaba la audacia de su divulgación y popularización. Por ello, muchos de estos sabios, fueron encarcelados, y otros, tuvieron serias dificultades con la ortodoxia religiosa cristiana.

Justamente, dentro de este vasto campo de nuevas inquietudes y reorientaciones sobre el desempeño del individuo en la sociedad, aparecen con fuerza las ideas de la francmasonería; casi como fusionadas con las ideas libertarias de la Revolución Francesa, por una parte, y por otra, casi en maridaje con los postulados humanistas de los grandes pensadores del período: Voltaire, Rousseau, Diderot, Montesquieu, D’Alambert y otros.

Iluminismo y revolución.

Lo primero que se aprecia en este siglo, desde el punto de vista del dinamismo social, es la aparición de dos grandes revoluciones políticas que le dieron su impronta definida, con lo cual dicha lonja de tiempo  ha quedado consignada en la historia: la Revolución Americana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789. (1)

La noción de revolución; entendida como cambio brusco con las ideas y conductas del pasado, para instaurar una nueva mentalidad y asentar una institucionalidad diferente, parece impregnar toda la vida social e ideológica del siglo.  “El surgimiento del concepto de revolución como un cambio drástico una solución de continuidad o una ruptura con el pasado, en lugar del retorno cíclico a un tiempo pasado y mejor aparece durante el Siglo de las Luces no sólo en las esferas del pensamiento y la acción social y política sino incluso en las discusiones sobre asuntos culturales e intelectuales.” (2)

En el Siglo de la Ilustración ningún contenido cognoscitivo gozaba de certidumbre.  Todo   se   consideraba   como un referente válido para la duda sistemática y como un objeto digno de estudio.  Pareciera que el mundo de las ideas consagradas y el ámbito de las instituciones existentes, deberían rehacerse a cada instante y dar paso a la fuerza cada vez más audaz de la razón.  Es el ansia del saber y la búsqueda de nuevos caminos discursivos.

La  nueva  mentalidad  de  ruptura con lo antiguo, se aprecia  tanto en las ciencias naturales, como en la filosofía o la literatura. En este último campo por ejemplo, “…las obras literarias, en lugar de escribirse con mayor o menor fortuna y según normas establecidas, son una invención particular y como una decisión del autor referente a la naturaleza; cada uno debe comprometer la literatura entera y abrir nuevos caminos”. (3)

Si bien dentro de la cultura del iluminismo se perfilan diversas tendencias; el espíritu crítico y la exagerada confianza en la razón, son las notas coincidentes del período.  Lo primero, porque los distintos autores desarrollan una actitud de cuestionamiento del orden existente, así como también un enjuiciamiento frente a la situación social, política y moral imperante.    Lo último,   porque   el  sujeto  ilustrado   centra su reflexión en el hombre y en la inteligencia del mismo, como medio para solucionar todos los problemas de orden económico, social o normativo.

Es en este ambiente intelectual donde pululan los políticos, la burguesía, la aristocracia, los científicos, los profesionales, los ensayistas, los amantes de las sociedades secretas, los rosacruces, los francmasones, los redactores de diarios y los estudiosos de las ciencias humanas en general.  He aquí el campo donde se gesta el movimiento denominado “Iluminismo”, que da el sello característico a la centuria.  El iluminismo es un movimiento cultural de vastas proporciones que pretende aclarar o ilustrar  con la sola ayuda de la razón, los fundamentos del conocimiento, de las costumbres sociales, y en general, de todas las leyes de la interacción humana.

Tales ideas se difunden rápidamente con la acción de los enciclopedistas, los políticos, los escritores, y en especial, con la pasión y el énfasis conque los articulistas de los diarios de la época, tratan los asuntos cívicos, la crítica al absolutismo y la situación económica imperante.  Entre estos, recuérdese por ejemplo, a los redactores: Mirabeau, del Diario Courrier de Provence, a Condorcet del Chronique du Mois, a Talliens del Ami des Citoyens;  a Robespierre, articulista del Diario Defenseur de la Constitution, y a Frerón,  del Orateur de Peuple. (4)

Estos son los ejes teóricos que dan paso a la Revolución Francesa.  El siglo del iluminismo muestra una acción preponderante en la política, en la educación, en la historiografía, en la literatura; y en general, en el vasto campo de las ciencias humanas.  Este tipo de preocupación constituye la gloria del siglo XVIII.  En educación por ejemplo, se aprecian las ideas de Voltaire y Rousseau entre otros.  Este último trata de convencer a sus contemporáneos para que vivan basándose en el principio de una mayor orientación hacia la naturaleza.  En este sentido, sus obras El Contrato social y El Emilio (o de la educación), propician la plena libertad del hombre; protegida simultáneamente por la educación ilustrada y por la legislación. Voltaire por su parte, proclama la libertad de conciencia, la primacía de los méritos intelectuales del sujeto, por sobre los antecedentes aristocráticos o no del nacimiento, exige la libertad de prensa y la libertad de los presos por razones de conciencia; critica a la justicia civil y eclesiástica y enfatiza en la conveniencia del ejercicio de la tolerancia como forma de vida.  Es su mayor contribución como intelectual y como francmasón. El discurso pedagógico de la época, parte del supuesto de que el hombre es perfectible, maleable, y que por tanto es posible alcanzar el tipo de hombre ilustrado: humanista e integral. En general el siglo XVIII, el  “Siglo de las Luces”, le da una gran importancia a la educación, hasta el punto de ser conocido también como el “Siglo de la educación”. (5)

La Francmasonería.

Algunos estudiosos del siglo de las luces, sostienen la tesis de que habría una plena identificación entre las doctrinas postuladas por los filósofos y los enciclopedistas, con las logias masónicas.  Así por ejemplo, Deschamps estima que ya en 1721 habría comenzado la difusión de los postulados masónicos modernos por toda Europa; principalmente  en ciudades como Dunkerque (1721), Mons  “La logia de la perfecta unión”, (París) (1725), Sajonia (1730), Bordeaux (1739), Havre (1739), Hamburgo (1733), Nápoles “Gran logia nacional” (1756),  y la  “Gran logia Española” (1760). (6)

La tesis mencionada atribuye también explícitamente, una suerte de hegemonía de la conducción política en la marcha misma de la Revolución Francesa.  De este modo, los logros de la revolución, habrían estado en proporción directa a la difusión de las ideas masónicas. Ahora bien, a juzgar por la autoría de las ideas referentes a la transformación social, durante la segunda mitad del siglo de la ilustración; es efectivo que la francmasonería toma parte activa en la Revolución Francesa.  Empero, resulta un poco apresurado colegir una proporción tan equivalente entre difusión de la masonería y el devenir de la revolución.

Independientemente de si se comparta a no  la tesis de la identificación entre filósofos, enciclopedistas y logias masónicas; llama la atención, la fuerte vinculación de autores del siglo XVIII relevantes en lo científico, político y cultural, con las actividades masónicas de su tiempo.  Entre estos, recuérdese los casos de Rousseau, Diderot, Lagrange, D’Alambert, Hume, Condorcet y Voltaire.

Muchos de estos autores, además de su compromiso con la francmasonería, pertenecían también a distintas sociedades de estudios principalmente francesas; (academias científicas, sociedades de amigos y otras).  Voltaire, por ejemplo, participa también como miembro de un Círculo de Admiradores de la Cultura China. Esto es así hasta que la Convención decide suprimir la Academia de Ciencias, en 1793.  Sin embargo, los científicos y estudiosos abren nuevos espacios institucionales mientras se instaura nuevamente la Academia de Ciencias. Entre estos  nuevos lugares donde se elabora el saber y donde tienen lugar los debates científicos del período, están la Escuela Politécnica, el Museo de París, la Oficina de Pesos y Longitudes, y asociaciones tales como la Sociedad Filomática; e incluso también, algunos salones privados donde se reúnen los especialistas  para intercambiar opiniones y dar cuenta del estado  de  la cuestión en sus   disciplinas. (7)  Esta nueva forma de sociabilidad, es muy significativa y mostrará toda su eficacia en los primeros años del Siglo decimonono, en América, bajo la forma de tertulias. Con lo cual, es como si la revolución continuara con sus preparativos, pero en el Nuevo Mundo.

Tampoco puede pasar desapercibido el hecho de que en la Francia del período revolucionario, existían 629 logias; de las cuales 65 funcionaban en París.  La mayoría de sus miembros bregaban por la aplicación práctica de los principios de igualdad de derechos, libertad y fraternidad. Empero, lo anterior no debe interpretarse como si la Revolución  Francesa hubiera sido el resultado de una estrategia y tácticas de la masonería. O como si las logias en su conjunto hubieran inducido expresamente al cambio social. Ello sería menospreciar la influencia de las fuerzas sociales organizadas de la época, y atribuirle una orientación política a una corporación esencialmente filosófica y esotérica. En rigor, son los propios autores católicos de la época, los  se encargan de precisar que los francmasones no son los generadores de la violencia política.  Así por ejemplo, en 1793, José de Maistre expresa públicamente en su Mémoire a Vignet des Etoles, que existen masones revolucionarios, en las logias de Francia, y que en muchas de éstas son mayoría absoluta.  Pero por otro lado, deja constancia al mismo tiempo, de que estos miembros no son los responsables del terror ni de los acontecimientos de  la violencia desatada en París y en toda Francia. (8)

Hacia una conclusión

Tal vez, por el enorme esfuerzo de despertar la crítica frente al absolutismo y por promover la libertad personal y colectiva, muchos de los autores francmasones han sido considerados como líderes o como revolucionarios de facto.  Pero en realidad, estos líderes no combatieron con las armas, sólo ayudaron a despertar la conciencia individual; son autores destacados, poseedores de una prosa emancipadora en el plano público y político.  Y en este sentido, se comprende que hombres como  Voltaire, interesado en la tolerancia , como ya señalamos con antelación, o Rousseau, preocupado por la educación, o Diderot, interesado en la difusión científica y Condorcet, persuadido de la conveniencia de alcanzar el progreso como desarrollo de toda la humanidad, y otros; hayan preparado con mucha antelación la Toma de la Bastilla, pero no en el sentido de llamar a las armas; sino en cuanto difunden un marco teórico, filosófico y cualitativo, que lleva implícita una nueva visión social y un  ideario de ciudadano que asume un compromiso político para dejar atrás la monarquía como forma de gobierno. Así, es este marco teórico y social, el que es internalizado concientemente por los agentes sociales y por los conductores políticos emergentes del momento.

Por tanto, efectivamente queda claro que la presencia de las ideas propias de la francmasonería, no estuvieron ausentes en el proceso revolucionario que terminó con el Absolutismo y marcó un hito significativo en la larga marcha hacia el  respeto  del  ser humano.  Dichas ideas, contribuyeron a la consolidación de un nuevo marco teórico político, apuntan  a consignar los  derechos del hombre en el plano normativo; pero por sobre todo, son una base filosófica para sustentar dicho ideario, en la práctica de la convivencia social, en la difícil y esquiva búsqueda de la armonía social.

 

Notas

 

1. Cf., Cohen, I., Bernard: La Revolución en la ciencia, Gedisa, Barcelona, 1989, p.181.

2.  Ibidem.

3.  Sartre, J. P.: Escritos sobre literatura, Vol. I, Alianza Ed. Madrid, 1985,

p. 243.

4. Cf. Gallois, M. Leonard: Histoire des journeaux et  journalistes, T. II, Imprimierie Schneider et Langrand, Paris,1846, p. 511.

5.  Obiols, G. y Di Segni.: Adolescencia, Posmodernidad y Escuela Secundaria,

Kapelusz, B. Aires, 1993, p. 83.

6. Cf. Deschamps, N.: Les Sociétés  Secrètes, T. I, Seguin Freres Ed. Avignon,

1881, pp. XXVIII, XXXVII ; pp. 2-3;  y pág. 337.

7. Redondi, Petro: “La revolution française et l’histoire des sciences”, Rev.

La Recherche, Nº208, Mars, 1989, Paris, p. 321. (traducción personal).

8. Cf. Lennhoff, Eugen: Los masones ante la historia, Diana Ed. México,

D. F., 1978, p. 97.

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(*) Mg. en Filosofía de las  Cs., Dr. en Historia de las Cs., Académico de la U. Tecnológica Metropolitana, Stgo.

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Zenobio Saldivia Maldonado (*)

Universidad Tecnológica Metropolitana

Santiago, Chile

Publicado como capítulo del libro: Nación y nacionalismo en Chile. Siglo XIX. T. 2.,

Gabriel Cid y Alejandro San Francisco (Editores), Centro de Estudios Bicentenario, Stgo., 2009. pp. 117-142.

El Marco sociocultural

Cuando se habla acerca de la consolidación de la ciencia en el Chile decimonónico, a menudo se focaliza la atención en los sabios extranjeros que arribaron al país entre los años 1828 y 1851, por ejemplo. Y en tales casos se menciona a Claudio Gay, (1828), a Ignacio Domeyko (1838), a Amado Pissis (1848), o a Rodulfo Amando Philippi (1851), entre otros. O bien, se alude  de inmediato a la labor de la Universidad de Chile, como entidad académica y científica. Ello no es erróneo, pero es incompleto y apresurado, porque un proceso de institucionalización de la ciencia, es el resultado de muchas variables en juego que atraviesan la esfera política, educacional y pública.  En rigor, el despertar intelectual del Chile decimonónico, no surge ipso facto con la consolidación de la independencia política luego de los avatares de la reconquista; se remonta ya un poco antes, v. gr. con las contribuciones de los jesuitas, entre éstos, especialmente gracias a las publicaciones del abate Juan Ignacio Molina, en virtud de su acopio de descripciones rigurosas sobre la naturaleza y la sociedad chilena de su tiempo, que realiza en Europa, en obras tales como: Compendio della storia geografica, naturale et civile del regno de Chile (1776) y Saggio sulla storia naturale del Chile (1782)[1], o con los aportes de los profesores del Instituto Nacional, luego de su reapertura por acuerdo del Senado, desde 1819 en adelante.

Pero, pensando exclusivamente  ya en el Chile republicano, bien podría decirse que la consolidación científica nacional,  se inicia a partir de la década del treinta, toda vez que justamente en este período, el país llega a una etapa de ordenamiento como nación y de una cierta internalización de los principios republicanos en la esfera pública; lo cual es un buen antecedente para la reflexión, para asumir compromisos científicos  y para la lectura y el estudio en general. Por otra parte, coincidiendo  con esto, se observa en este mismo lapso de tiempo, en el plano físico y material, un notorio incremento económico y un auge exportador en el país. El desarrollo intelectual y cultural del Chile decimonónico,  tiene pues, un notorio despertar en esta década, toda vez que en este período se observan nuevas expresiones de sociabilidad, de patriotismo y otros fenómenos sociológicos, que actúan como acicate para este efecto. Para lo primero, piénsese  por ejemplo en  las tertulias y en las fiestas de la aristocracia, e incluso en las  discusiones literarias e históricas; para lo segundo, el lector puede traer a presencia el llamativo sentimiento de chilenidad, que se expande a partir del triunfo militar contra la Confederación Perú-Boliviana, luego de la batalla de Yungay (20 de Enero de 1839); y en cuanto a nuevos fenómenos socioculturales, justamente la década siguiente, deja de manifiesto la instauración definitiva del periodismo en el país, la apertura de nuevos espacios de sociabilidad y la  aparición de nuevos diarios y revistas. Estas nuevas expresiones, van dejando atrás el compromiso con la contingencia política inmediata, característico de las antiguas publicaciones y logran asentar un claro perfil profesional, del periodismo, tal como ya lo ha destacado Ossandón.[2]

Es en este contexto, de crítica acerca de los asuntos públicos y de una gran discusión literaria e intelectual, por tanto, donde se desenvuelven los nuevos colaboradores y articulistas de los primeros medios de comunicación, quienes prefieren centrar mayoritariamente su atención en los movimientos y tendencias culturales y artísticas que están aconteciendo en el país  y  que  van incrementando el acervo cultural de la joven república. Entre estas expresiones, es posible incluir el movimiento literario de 1842 liderado por José Victorino Lastarria y las discusiones sobre el romanticismo como vehículo identitario de la literatura o de la cultura nacional. También están en boga en este período, las discusiones metodológicas que se dan en los campos de la  literatura, de la historia y de la filosofía, en especial en relación a como escribir la historia de Chile. Justamente, casi al alero de estos aires de discusión intelectual, entre los años cuarenta y cincuenta del Siglo del Progreso, y enmarcados en un proceso de expansión territorial, principian a aparecer los trabajos de los primeros periodistas, tales como Pedro Godoy, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, Manuel José Gandarillas, entre otros,[3] así como las primeros informes científicos y las primeras  publicaciones  de  los  sabios extranjeros, que son otros tópicos que se insertan en el marco sociocultural del período. Todo lo cual, parece juntarse en las páginas de estos medios que van mostrando un nuevo Chile que se abre a la cultura y a la discusión intelectual.

Así, en este hito de nuestro devenir histórico, se consolida un momento relevante en cuanto al desarrollo del espíritu y del intelecto; puesto que en este período se produce un despertar intelectual que atraviesa a la literatura, a la historiografía, al sistema educacional, al periodismo y a la política normativa del país. También,  de manera docta y entusiasta,  colaboran en este período, algunos  extranjeros ilustres;  muchos de los cuales  llegan con un compromiso contractual previo con el gobierno, como es el caso del venezolano Andrés Bello; quien arriba al país en 1829  para asumir el cargo de Oficial Mayor Auxiliar en el Ministerio de Hacienda; y otros lo hacen en busca de asilo, escapando de  la anarquía  que existía en los demás países de América. Entre estos, es imposible olvidar los nombres de los argentinos Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre y muchos otros extranjeros amantes de la democracia; quienes encuentran  amparo y respeto en  nuestro país. Y quienes muy pronto participan de las discusiones sobre el romanticismo ya mencionado, principalmente desde el periódico El Mercurio de Valparaíso y de los temas relevantes de la época: la educación y las tendencias literarias del período.[4]

Por tanto, como consecuencia a todos estos factores sociales y políticos, así como por  la creciente   inquietud  cultural   de  la  población;  salen  a   la  luz  pública diversas publicaciones periódicas que dan cuenta ora de los sucesos nacionales, ora de los temas propiamente literarios y filosóficos; así como también, aparecen otros que comentan los adelantos que se van produciendo en el plano de la ciencia y de la tecnología; e incluso aparecen  ciertos medios que desean difundir sus objetivos filantrópicos y sociales; otros, simplemente  aluden a los asuntos prácticos propios de la vida rural y urbana decimonónica, y otros abordan alternadamente estos últimos tópicos.[5]

Las revistas científicas

En  el  ámbito científico -que concentrará toda nuestra atención en lo que sigue- empiezan a observarse las diversas exploraciones y tareas de los sabios extranjeros en el país, las cuales concitan la atención de los ciudadanos relativamente bien informados y de los personeros de gobierno de la época, que quieren saber más de tales actividades. Ello genera una demanda significativa de material teórico, gráfico y estadístico, en los distintos medios de difusión de la época. Dicha labor de divulgación del conocimiento, en la práctica, presenta diversas expresiones institucionales o de agrupaciones de intelectuales, las cuales pretenden terminar la confección de una radiografía de la flora, fauna y gea del país. Y entre los medios que difunden tales novedades, están los informes oficiales,  los escasos periódicos del período y las revistas científicas.

Las revistas científicas del siglo XIX, en rigor, trasuntan el pensamiento  científico y humanista de la época y muestran de una manera taxativa el nivel cognitivo ya alcanzado en el país. Es probable que entre las razones que motivaron la creación de estas revistas, hayan influido variables como las siguientes: el boom por las publicaciones de diarios y revistas que se observa en el país a partir de  la década del cuarenta del siglo decimonono; el énfasis social y filantrópico de los sabios y científicos de mediados del siglo XIX en Chile, quienes querían ayudar a sus compatriotas a elevar su nivel cultural y a mejorar su calidad de vida. También influyeron para la circulación de las mismas, la decisión de los gobernantes del Chile decimonónico, y el apoyo que brindaron a estos medios; sea de una manera indirecta  en tanto otorgan un presupuesto a las instituciones educacionales y/o  científicas que considera la factibilidad legal para el financiamiento de estos medios; v. gr, el aporte para las revistas institucionales como los Anales la  de la Universidad de Chile, o para el Anuario Hidrográfico y la Revista de Marina, ambas de la Armada de Chile, entre otras.

Estas revistas de divulgación científica, cumplen la tarea de complementar esa visión de la naturaleza y gea del país y de redistribuir el acopio informativo para un público no especializado. Las mismas se presentan como magazines literarios y científicos, o como Anales, que compilan la labor realizada durante el año por tal o cual institución, o como Boletines, de emisiones periódicas, además de algunas publicaciones informales discontinuas. En  este contexto sociocultural,  el  objetivo de los medios de comunicación que nos interesan, es el de entretener, el de informar, y por sobre todo, el de enseñar a la comunidad sobre las técnicas más avanzadas en los distintos ámbitos de la ciencia; además de dar cuenta de las eventuales  aplicaciones de tales conocimientos en la vida cotidiana, o de ofrecer explicaciones de carácter científico sobre los distintos fenómenos naturales y sociales, que ocurren en el entorno, como por ejemplo para el primer caso; los  temblores, los terremotos,  las tempestades magnéticas,  los eclipses o los aerolitos.[6] Y en cuanto a los fenómenos sociales, especialmente desde la década del setenta del Siglo decimonono, se observan tópicos tales como el ahorro, la educación de la mujer,  la femineidad, el alcoholismo y reflexiones sobre los inmigrantes llegados a Valdivia.[7]  En estas revistas se hace gran  hincapié en la difusión de las ciencias, principalmente en lo referente a las ciencias naturales y a las ciencias de la tierra; en especial, parece existir el deseo manifiesto de divulgar los conocimientos alcanzados en estas disciplinas y en mostrar los descubrimientos  y hallazgos hechos en Chile y en el mundo en general.

En cuanto a la manera de abordar los tópicos, estos son tratados desde su génesis bibliográfica, histórica o natural y de ahí en adelante, el autor va dando cuenta de todo el estado de la cuestión sobre el tema de interés del escritor, lo que se ha dicho en los países de Europa y lo que se ha planteado en América, hasta que ensambla con las novedades del momento conocidas por la disciplina específica con la que se vincula el objeto de estudio y con los planteamientos originales del autor, que posibilitan ampliar la explicación sobre el fenómeno o la situación que está dando cuenta.

Desde el punto de vista de su estructura y diagramación interna, las mismas  mezclan los contenidos en una forma amena y  miscelánea;  es decir, abordaban una amplia variedad de temas. Entre éstos: mucha poesía, algo de narrativa, un poco de ciencias exactas, algo sobre los tópicos de química, farmacia, zoología, entomología; también algo de los contenidos propios de las ciencias de  la tierra, diversos consejos para cautelar la higiene y la salud publica, discursos emotivos, datos prácticos para los agricultores, sugerencias para que durante la ordeña las vacas den más leche, cuidados que deben tener las dueñas de casa para mejorar la higiene, precauciones para con las arañas del trigo y consejos y  asesorías en general. Todo ello, según el rubro de la profesión u oficio específico del segmento lector a la cual se han propuesto llegar dichos medios, de acuerdo a sus objetivos fundacionales.

Por otro lado, desde una perspectiva del análisis epistemológico contemporáneo, llama la atención que estas publicaciones periódicas, expresen una noción integral del conocimiento; toda vez que las mismas no se limitan exclusivamente a la difusión de los contenidos de punta en las distintas disciplinas particulares; sino que más bien, son una ventana abierta que posibilita la integración cognitiva. Y ello queda de manifiesto, justamente en virtud del énfasis magazinesco  dentro del cual  que se presentan los trabajos; dando la sensación al lector, de que el saber es uno solo y que todo es uno y lo mismo.

Desde el punto de vista de lo que hoy se denomina el análisis del discurso, estas revistas actúan como órganos comunicacionales de muchas instituciones nacientes en el país; son un conjunto de medios que  privilegian una prosa llana y amena, orientada hacia una labor de difusión del conocimiento científico para los sectores cultos y medianamente cultos. Así, desde sus páginas se logra el conocimiento integral, en virtud de la coexistencia pacífica de la poesía, el cuento, la crítica literaria, la lógica clásica, la historia, la sociología, la economía, la filosofía, la taxonomía, la geografía, la antropología, la arqueología, la sismología, la historia de la medicina, la medicina, la química, la conquiliología, la astronomía, la meteorología… en fin,  el paso fluido de las humanidades hacia las ciencias de la tierra o hacia las ciencias de la vida o de la sociedad, o hacia la riqueza psicológica individual.

Revistas más importantes

Dentro del universo de publicaciones periódicas interesadas en temas científicos, más destacadas existentes en el Chile decimonónico, podemos mencionar las siguientes: Anales de la Universidad de Chile, Revista Chilena de Historia Natural,  Revista de Marina, Revista de Ciencias y Letras, El Boletín de la Agricultura, El Agricultor, Revista del Pacífico, Revista de Valparaíso,  Revista de Santiago, Revista Chilena, Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile, Annales de Chimie et de Physique, Actes de la Société Scientifíque du Chili, Anales de la Sociedad de Farmacia de Santiago, Revista Médica de Santiago, Revista Médica de Chile, Anales del Instituto de Ingenieros  y otras. A continuación, analizaremos algunas de ellas,  para  apreciar  las  características  de  la  prosa de las mismas, así como para reflexionar sobre sus contenidos científicos y su impacto en la  sociedad chilena de la época, o en cuanto al rol social de las mismas y a su eventual contribución a la idea de nación.

Anales de la Universidad de Chile

Esta publicación periódica, obedece a la necesidad  de contar con un precedente en el tiempo, que permita la difusión  de las  investigaciones y del trabajo propio de la actividad académica en general de la Corporación. Justamente el primer número que ve la luz en 1846, da cuenta de las primeras actividades administrativas, docentes e institucionales de la Corporación, además de algunas memorias; v. gr.: la de Domingo Faustino Sarmiento referente a la ortografía, la de José Victorino Lastarria sobre la influencia de la conquista y del sistema colonial, entre otras.[8]   Dicho medio, pretende en la práctica, actuar  como elemento difusor de la gestión gubernativa y universitaria, en todo lo relacionado con la instrucción pública.[9] Persigue, además, el propósito de incrementar el conocimiento de la población en general, y actúa a su vez, como medio para presentar los trabajos más destacados de las distintas facultades, las disertaciones, las memorias y las  tesis de los profesores, investigadores y egresados. Dicho órgano de comunicación de la Universidad de Chile, trasunta una fuerte presencia de artículos de los propios académicos del plantel y de  muchos  investigadores extranjeros; así, se destacan los trabajos de Andrés Bello (polígrafo, jurisconsulto y educador) o de Ignacio Domeyko (Ing. Minas), o de  Miguel de la Barra (Fundador de  SNA); o también los ensayos de  Antonio Varas,  (Educador),  o  de Joaquín Vallejos (Estudioso de la cultura); o de botánicos tales como Claudio Gay, Rodulfo Amando Philippi o Federico Philippi; o de médicos como Guillermo Blest, Lorenzo Sazie, Francisco Fonck o Luis Lecornec;  y de abogados como Miguel Güiñes; o de estudiosos de la geografía como Guillermo Cox o  Paulino del Barrio; y en el plano de la política y de las ciencias  humanas,  las comunicaciones  de  José   Victorino  Lastarria,  llaman poderosamente la atención, entre tantos y tantos otros.

En  cuanto a las características fundamentales del discurso utilizado en  los Anales; se observa que éste es esencialmente directo, propio del lenguaje culto, analítico, descriptivo, con visos comparativos en cuanto a los procedimientos y análisis de determinados tópicos. Y puede decirse que si bien emplea la terminología específica, de  acuerdo a la disciplina del tema que se está tratando, no persigue la sofisticación ni  el exceso terminológico disciplinario; más bien se enmarca en la mesura a la hora de utilizar las nociones, símbolos y fórmulas características, de lo que hoy se denomina “jerga científica”. Y por cierto, persigue el claro propósito de abarcar una amplia gama temática con alta excelencia académica; tanto en el plano de las ciencias exactas como en las áreas sociales y humanistas; además, muestra un cierto correlato con otros medios de difusión científica de esta era, en especial, en cuanto a divulgar toda clase de procedimientos prácticos y de conocimientos útiles a la población, en que están empeñados los otros medios. Tales como por ejemplo, mejorar la salud pública, proteger la masa ganadera, dar cuenta de las posibilidades de industrialización de tal o cual referente de nuestra flora, atender los requerimientos de jurisprudencia legal, mostrar nuevos ensayos literarios, y los adelantos en ciencias naturales, geografía, geología,  meteorología, sismología y  otros.

Para comprender mejor el estilo discursivo de los Anales y para formarse una idea de la enorme amplitud de los temas que aborda dicho medio, resulta conveniente mencionar algunos de los trabajos publicados y luego  focalizar la atención en algunos de ellos. Ante la imposibilidad de cubrirlos todos, mencionemos al menos, a manera de ilustración, trabajos como los siguientes: “Memoria sobre los temblores de tierra i sus efectos en jeneral i en especial los de Chile”, de Paulino del Barrio (Marzo 1855); o bien: “Observaciones  relativas  a  la  lonjitud  de  Santiago”, de Carlos Moestá (T. XII, 1856); o en el mismo tomo y año, el trabajo de Rodulfo Amando Philippi: “Descripción de algunas plantas nuevas chilenas”; o bien otro artículo del mismo científico: “Estadística de la flora chilena” (T. XIV, 1857). O bien, el trabajo colegiado de zoología: “Descripción de una nueva especie de pájaros del jénero Thalassidroma”, de R. A. Philippi y L. Landbeck (T. XVIII, 1er Sem. 1861); o el ensayo: “Aguas Minerales. Breve noticia sobre varias  de ellas descubiertas en la Cordillera de Llanquihue”, de Francisco Fonck (T. XXXII, 1er Sem. 1869); o el breve ensayo de medicina: “Algunas consideraciones sobre los hospitales de Santiago”, de Constancio Silva. (T. XXXVIII,  1er Sem. 1871). También es muy significativa la comunicación de Guillermo E. Cox: “Viaje a las rejiones septentrionales de la Patagonia. 1862-1863”; porque muestra la preocupación de los cultores de la geografía y las ciencias de la tierra, por las características geográficas de una zona en que todavía no está muy definida la posesión de dicha región, ni por parte de Argentina ni de Chile (T XXIII, 2do Sem. 1863). Y en cuanto a relevancia, lo propio se puede decir del ensayo: “Memorias extractadas de los Annales de Chimie et de Physique, del mes de Marzo de 1856”, de Angel Vásquez (T. XIV, 1857).

Al  analizar alguno de los trabajos mencionados, por ejemplo el de Paulino del Barrio, se observa que el autor  utiliza un modus operandis que se caracteriza porque parte dando cuenta de todo el estado de la cuestión  acerca de los fenómenos geológicos conocidos como “temblores de tierra”, explicando las propiedades de las oscilaciones de los mismos, los ruidos que lo acompañan y haciendo una completa clasificación de éstos; así como también el autor precisa los lugares geográficos en que tales fenómenos geológicos  son más frecuentes, tanto en Europa, como en el Nuevo Mundo y las teorías que explican dichos fenómenos. El autor expone las características de los temblores en estos términos: “En Santiago de noventa i dos temblores observados en tres años, veinte i dos han sido precedidos i diez i nueve seguidos de cambios en el estado del cielo; números aun  mui  reducidos  i  que  juntos  no  alcanzan  a  dar siquiera   la  mitad  del  número  de  observaciones.  Respecto  de  la  relacion  que puedan tener con el estado del cielo he aquí lo que resulta de esas mismas observaciones:

Con el cielo despejado………………….51.

“          “     celajado…………………..21.

“          “     nublado…………………. 16.

“          “     lloviendo………………… 4.

“         “     neblina…………………….. 1.

I como poco mas o menos esos números representan el estado atmosférico de Santiago, se deduce que no hai relacion alguna entre la verificación de los temblores de tierra……” [10]

En los años sesenta, del Siglo XIX chileno,  los Anales  parecen estar muy interesados en la presentación de los resultados de diversos estudios sobre el universo biótico e inorgánico existente en el país. Así se observan trabajos sobre topografía de Amado Pissis; sobre  mineralogía de Carlos Huidobro y de Domeyko; o de taxonomía de Rodolfo A. Philippi, de Luis Lambeck y de Volckman; o noticias sobre aguas minerales descubiertas en la Cordillera de Llanquihue, por Francisco Fonck, o  informes de exploraciones como las de Guillermo Cox, a la Patagonia,  o la de Leoncio Señoret  (Oficial de la Armada de Chile) al Rio Rapel y al puerto Tuman, entre tantos otros trabajos.

En cuanto a la comunicación de Fonck, por ejemplo, cabe destacar que es altamente relevante puesto que implica una especie de confirmación de la tesis popular que sostiene que en el Sur de Chile existen saludable y abundantes aguas termales.  Y en especial, porque a la fecha, las aguas de Petrohué y otras que describe en su comunicación, eran totalmente desconocidas y su acceso era muy dificultoso,  y al parecer, él llego por vía fluvial.  Así en un momento de su prosa Fonck señala:

Agua de Petrohue. De seis a ocho cuadras mas arriba de la boca del rio Petrohue (el desaguadero de la laguna de Todos los Santos, que desemboca en el mar en el fondo de la ensenada de Reloncaví), a mano derecha subiendo el rio i luego después de haber pasado, en la orilla opuesta, unas paredes verticales de aspecto mui notable formadas por columnas de traquita, se halla el baño de este nombre.[…]  El agua no es mui abundante; la temperatura del chorro, al nacer de la tierra, es de 60º; el pozo es mas tibio; el agua es sin olor; su gusto es agradablemente refrescante.[…]” Y mas adelante como buen médico las recomienda: “…sea en baño, sea en bebida, para todas las formas de reumatismo crónico; para parálisis reumático i local, i para las de orijen central en cierta época; para escrófulas, varias enfermedades cutáneas, caquexia mercurial, algunas formas de sífilis constitucional, sobre todo, si ésta está complicada con la precedente; para infarto crónico de la matriz i otras enfermedades análogas….”[11]

Así, este medio, apoyado  por su enorme equipo de estudiosos, académicos y científicos rigurosos,  va asentando nuevos referentes florísticos, arbóreos, zoológicos, mineralógicos o hídricos, en general, en el imaginario colectivo en construcción del país, y deja de manifiesto las peculiaridades de tal o cual punto geográfico, de tal o cual roca o mineral, como algo propio de lo chileno y de lo identitario nacional.

Revista Chilena de Historia Natural

Este medio es fundado por Carlos Porter, en 1897, en Valparaíso; con su propio peculio y sin ayuda de ninguna índole. Su Director sabía muy bien que no fundaba una revista para lucrar, sino para divulgar en la región y en el país, los conocimientos especializados generados por las distintas disciplinas  científicas, y además para que los autores pudieran efectuar nuevos contactos científicos. Los distintos números van dejando de manifiesto un acopio de investigaciones sobre Ciencias Naturales, Arqueología, Ornitología, Ictiología, Botánica, Zoología, Antropología, Geografía, Antropología y Bibliografía científica, entre otras: con lo cual se continúa la identificación del universo biótico del país, que había principiado con Gay.

En lo relativo al estilo de redacción, la revista se caracteriza por su lenguaje simple y bien acotado hacia temas de punta, propio de las ciencias naturales, en disciplinas como las ya mencionadas, e incluye además comentarios y artículos de resúmenes de obras científicas importantes tanto del país como del extranjero.  También es significativo el hecho de que este medio, se propone difundir trabajos de ciencias de la vida que no habían sido debidamente atendidas aún en nuestro país, tales como cuestiones de Ecología, Ecofisiología, Ecología de Poblaciones, Biogeografía y Paleobiología, entre otras.

Entre los autores nacionales que periódicamente escriben en este medio se destacan Federico Albert (temas forestales), Luis Vergara Flores (Antropología), R. A. Philippi (Botánica), Federico Delfín (Ictiología), Carlos Porter (Entomología), Edwin Reed (flora y fauna) y  Filiberto Germain (Entomología), entre otros. Y entre los colaboradores del exterior figuran el zoólogo Lorenzo Camerano, de Italia y el entomólogo Filipo Silvestri, de Argentina; los académicos Jean Pérez, E. L. Trouessart, y E. L. Bouvier; todos de Francia; Ignacio Bolívar, Santiago Ramón y Cajal y Salvador Calderón, de España; y el botánico F. W. Neger, de Alemania, entre tantos otros.

Este medio, toda vez que  es un órgano científico que ve la luz en la región de Valparaíso, presenta numerosos estudios vinculados a los referentes orgánicos de dicha zona, y por lo general, corresponden a  diagnosis de exponentes endémicos y exógenos de  la flora y fauna chilensis; en especial de localidades tales como: Valparaíso, Viña del Mar, Quilpue, Olmué y Limache, entre otros, aunque por cierto no se agota en una mirada únicamente sobre la naturaleza de esta región. Ahora bien, entre los trabajos relativos específicamente a la región de Valparaíso, se observan, por ejemplo,  comunicaciones tales como: “Datos para el conocimiento de los artrópodos de la Provincia de Valparaíso”, “Excursión entomológica al Valle de Marga Marga”, Contribución   a   la   flora   fanerogámica   de   la   Provincia   de  Valparaíso, Contribución  a  la  fauna de la  Provincia de  Valparaíso, Herborizaciones  en  la  Provincia de Valparaíso… entre tantos otros. En la última de las comunicaciones mencionadas, se da cuenta de los diversos exponentes arborescentes y matorrales de la zona de El Salto, en las afueras de Viña del Mar; v. gr.: “Estos terrenos son el lugar apropiado para el crecimiento de la Palmera indíjena (Jubea spectabilis), que junto con algunas especies de Bromeliáceas (Puya, Bromelia) dan un carácter típico a la vejetación. En los lugares húmedos, poco espuestos al sol i en el fondo de las quebradas crece en gran cantidad el Peumo (Crytocaria Peumo) que es la especie arborescente que domina en los matorrales; le acompaña el Molle i el Litre. En los sitios mas asoleados crece también el Boldo (Baldoa fragans) y el Quillai (Quillaja saponaria)”.[12]

Y entre los autores que realizan  estudios vinculados al universo biótico de la región y/o del Chile de la época, se ubican:  Johow y R. A. Philippi, con trabajos  en botánica;  Albert, en temas forestales, de ornitología y de ecología;  Delfín en ictiología; Reed, en cuanto a tópicos sobre la flora y fauna;  y, por cierto, las aportaciones sobre  entomología del propio Porter.

 

Revista Chilena

Este medio se funda en la ciudad de Santiago en 1875. Sus directores son los Señores Miguel Luis Amunátegui y Diego Barros Arana. El Editor General y sostenedor económico es Don Jacinto Núñez.

La Revista Chilena posee un carácter más literario que científico, pero en la práctica no deja de lado las exposiciones sobre temas científicos.  Y en rigor, más bien las solicita expresamente, tal como se observa en el primer número, en el que se hace un llamado “a todas las personas que en Chile se ocupan de ciencias i de letras”[13] para hacer llegar sus contribuciones a la dirección de dicho medio. Sus notas más relevantes son: una cierta línea editorial de corte latinoamericanista, un manifiesto apoyo y divulgación a las ideas positivistas en boga, y el claro rasgo de un pluralismo fuerte que se observa en la diversidad de pensamiento de sus columnistas y críticos, tal como se señala de partida también en el primer número: “La  Revista Chilena no patrocina ningun órden de ideas en particular, ni excluye las opiniones de cualquiera clase […]”[14]

Entre los columnistas más frecuentes de esta publicación periódica, se destacan Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana y Eduardo de la Barra; también Jorge Lagarrigue, Rodulfo Amando Philippi, Benjamín Vicuña Mackenna, José Victorino Lastarria, Benicio Álamos González, Ricardo Passi García, Marcial González y otros; muchos de los cuales difunden las ideas positivistas en el país. Es el caso de Lagarrigue, Lastarria y Passi, quienes aparecen como traductores destacados de las obras de Comte y como animosos difusores de las ideas positivistas, especialmente en lo referente a las nociones de progreso, a las leyes de la Historia y a la idea de ciencia que manifiesta el autor francés; y también como defensores a ultranza de la separación entre la Iglesia y el Estado, o en cuanto a propiciar la educación para la mujer.

Llama la atención, por otra parte, la abundante cantidad de trabajos vinculados  a  la economía, que presenta dicho medio; entre éstos: “La moral del ahorro”, de Marcial González; o temas médicos como “La profesión médica”, de F. M. Martínez; y temas de educación como los trabajos de C. González Ugalde; descuellan claramente entre estos tópicos. Además están los temas poéticos, literarios y otros sobre el uso del idioma español.

Pero no sólo las ciencias sociales están presentes en sus páginas, también los contenidos de la ciencia empírica, tal como ya se ha mencionado. Así, entre los tópicos abordados en este campo, se destacan por ejemplo, en el primer número, la comunicación arqueológica: “Algo sobre las momias del Perú”, de R. A. Philippi; así como un interesante trabajo de Bello, referente al método científico  y su vinculación con la física, que hoy podríamos ubicar en los tópicos  relacionados con la metodología científica, o con las consideraciones epistémicas de las ciencias duras.[15] También se observan trabajos de historia de la medicina; v. gr.: “Los asilos de enajenados”, de Augusto Orrego Luco; con lo cual el espectro de disciplinas que cubre esta publicación, es bastante amplio. El énfasis positivista de este medio, se aprecia en especial, por la sostenida apología  que realiza para sensibilizar a sus lectores sobre  la conveniencia de otorgar educación cada vez más especializada a las mujeres. En este ámbito, por ejemplo, es muy relevante el ensayo de Ernesto Turenne: Profesiones científicas para la mujer, que aparece en el Tomo VII, de 1877. Éste es un extenso ensayo que analiza detenidamente la conveniencia de contar con la participación femenina en el ámbito profesional, sin exclusiones de ninguna carrera en especial. Esto es muy audaz para la época, pues recuérdese que todavía en las primeras décadas del siglo veinte se ve despectivamente la participación femenina en el mundo laboral. Al respecto, este mismo artículo nos permite apreciar parte de la prosa característica de esta revista; v. gr.: Turenne señala: “Educad a la mujer, i por este medio educaréis mejor al  pueblo: los conocimientos adquiridos sobre rodillas de la madre no se olvidan jamás, aun las supersticiones mas absurdas. Las nociones mas sencillas de la higiene, esa pequeña medicina del hogar, es un exelente  conjunto de preceptos  jenerales que toda madre debiera inculcar diariamente a la familia en sus multiplicadas lecciones caseras.” [16]

Tales ideas, son parte de una nueva mentalidad que está eclosionando en el país; no en balde se difunden casi alternadamente, en los distintos tomos de la Revista Chilena, las nociones positivistas y los argumentos para que la mujer participe de la educación “superior” (esto en su época, aludía a lo que hoy denominamos enseñanza media). Así, por ejemplo en el mismo Tomo ya mencionado de esta publicación, aparecen artículos de clara tendencia positivista, tales como “Las leyes de la historia” y “La teología i el positivismo o don Zorobabel Rodríguez juzgando a don José Victorino Lastarria”, ambos de Juan Enrique Lagarrigue; los cuales prácticamente se alternan en el índice del Tomo VII, junto a los trabajos mencionados de Turenne. Y también, ensayos breves de Juan Enrique Lagarrigue nuevamente: “El buen sentido de una mujer”. Pero en todo caso, el lector debe tener presente que  éste medio es uno de los pocos que se interesa por la educación de la mujer, y que en su época la mayoría  iba a contrapelo de dicha postura. En efecto, todavía en los inicios del Siglo XX, encontramos gran cantidad de comunicaciones que continúan hablando sobre la inferioridad de la mujer. V. gr., en una Tesis de Licenciatura presentada en el año 1916, se señala claramente que la genialidad es algo esencialmente masculino y que la mujer va muy atrás en estos aspectos. Y en esta misma publicación además, se hace constar que la mujer  es mucho más débil para controlar sus sentimientos, y que por tanto, es un mero referente humano, que se ubica entre el niño y el hombre adulto.[17]

La prosa de la revista,  se caracteriza por la utilización de un lenguaje sencillo, en el que se privilegia el verbo por sobre las fórmulas o la terminología disciplinaria específica. Es amena, culta, llana, sin sofisticaciones, más bien alejada de los aspectos cuantitativos y altamente expositivos. Aborda los temas desde la perspectiva narrativa ad ovo, con un fuerte dejo literario e historicista. Es esencialmente crítica y analítica. Trasunta un espíritu tolerante y propicia la innovación en educación, el cambio social y la regeneración moral de la sociedad; ello, por la vía de la manutención del orden y de la expansión del saber científico.

 

El rol social de las mismas

Las revistas científicas decimonónicas en Chile, fueron muy importantes y útiles en su momento; tanto por el apoyo que entregaron a la comunidad científica en su fase de institucionalización, o a las autoridades gubernativas, así como a la población en general, principalmente por su carácter educativo y pragmático, cuanto por su énfasis levemente especializado y de entretención; además de ir dejando de manifiesto en el universo de los lectores, la tácita aceptación de la existencia de las primeras entidades interesadas por el conocimiento científico y su compromiso o articulación con el Estado; v. gr.: El Instituto Nacional, la Escuela de Medicina, la Escuela de Obstetricia, la U. de Chile, la Escuela de Artes y Oficios, la Oficina del Plano Topográfico, el Observatorio Nacional, el Museo Nacional de Historia Natural,  la Escuela de Minas de La Serena o la Oficina Hidrográfica de la Marina, entre otras.

Empero, la relevancia de estos primeros órganos comunicadores de la actividad científica y cultural, no se agota en el mero hecho de informar sobre la consolidación de ciertas corporaciones científicas que van apareciendo en el país; también radica en el hecho de que los mismos, actúan como sinopsis y como pequeñas radiografías de los logros científicos y de las aplicaciones tecnológicas que van acaeciendo en nuestro país.   En cuanto a lo primero, esto es en relación a la difusión de los avances científicos, dichas notas presentadas en sus páginas,  van articulando un apoyo generalizado hacia la comunidad científica y actúan como un medio que posibilita las sinopsis informativas de cada especialidad. Además, van actualizando la bibliografía científica de las distintas disciplinas que vienen perfilándose en el país.  Por ello, es comprensible que los sabios y estudiosos del Siglo XIX, los docentes y los polígrafos en general, esperaran ansiosos  los últimos números de las distintas publicaciones en curso. Además, dentro de este aspecto que beneficia cognitivamente a la comunidad especializada, queda de manifiesto que tales medios permiten la actualización disciplinaria y posibilitan el conocimiento y contacto de los autores que están en los distintos campos del saber; v. gr., como lo que acontece con las comunicaciones que dan cuenta de nuevos lepidópteros en Valparaíso, o con nuevos dípteros descubiertos en los bosques de Valdivia, por ejemplo, que fortalecen la naciente entomología nacional; o con la divulgación de las nociones de homeopatía en las revistas médicas, o la difusión de las nociones de asepsia de Lister, que son rápidamente introducidas en la medicina chilena. Así, el fortalecimiento de los contactos entre los profesionales y autores que escriben en estos medios,  va creando lo que hoy denominamos redes de intelectuales y fortalece la imagen gremial de la ciencia, dentro de la sociedad de la época, como  una  actividad que se percibe apoyada y avalada por el Estado y orientada hacia el desarrollo de la industria, de las artes y en especial, como el medio más adecuado para la obtención del progreso del país.

En cuanto al alcance y beneficio que entregan estos medios,  a los distintos sectores sociales relativamente preparados para seguir una lectura cuidadosa y comprensiva de los mismos, el caudal de aportes y beneficios no se agota en  el plano de los aspectos pragmáticos que tratan, si bien éste rol práctico es muy relevante,  no se pueden olvidar otras facetas. Así por ejemplo, en cuanto al espíritu utilitarista, éste efectivamente es un eje editorial tácito, por así decirlo, toda vez que los contenidos cognitivos presentados en estos medios, satisfacen las carencias informativas y de divulgación que esperan los ciudadanos cultos o relativamente bien informados de la época, quienes  anhelaban conocer sobre  una amplia diversidad de tópicos, así como también deseaban estar al tanto de  las aplicaciones prácticas de los últimos descubrimientos científicos de las ciencias de la vida o de las ciencias de la tierra, por ejemplo. Por eso, se comprende que revistas como los Anales de la Sociedad de Farmacia de Chile, dejen constancia en sus páginas, del carácter pragmático y utilitarista de la ciencia y del télos orientado hacia el progreso que anima a estos medios, por ejemplo en estos términos: “La ciencia debe ser útil y fecunda y para que lo sea, debe encaminársela por la senda del bien… Progreso en la ciencia, en el arte, comodidad y bienestar para la generalidad”.[18]

Lo anterior, deja de manifiesto el ánimo de los autores de hacer extensivos  los conocimientos disciplinarios específicos, hacia la búsqueda de  soluciones prácticas en el medio químico, agrícola, forestal, mineralógico, o productivo en general; ello con la esperanza de llevar dichas adquisiciones rápidamente hacia  las distintas situaciones emergentes de la  vida urbana y rural. Dichos criterios, propios  de la política editorial de la mismas, sumados a las características específicas del discurso de estos medios, que es más bien directo, llano y con explicaciones muy didácticas acerca de  los avatares de la investigación científica y de sus nuevas adquisiciones en los distintos campos disciplinarios, parecen haber sido la base de su éxito. Por eso, no es extraño encontrar en las páginas de estos órganos de difusión, comunicaciones tales como:  procedimientos caseros para exterminar las ratas, resultados prácticos de algunas investigaciones de zootecnia, informaciones sobre el uso el gas como combustible en las ciudades europeas, descripciones de coleópteros de Valparaíso o de otras regiones de Chile, el avance de la medicina homeopática en la comunidad médica, características del cráneo de habitantes de pueblos primitivos de la zona norte, diagnosis de nuevos dípteros observados en los bosques de Valdivia,  la importancia de la técnica de la asepsia, descripciones de himenópteros del Valle de Aconcagua, consejos para protegerse del cólera, preocupación por la higiene y salubridad y otros. Y en relación temas más específicamente vinculados a la agricultura o al mundo rural, se observan comunicaciones tales como: mecanismos para protegerse de la araña del trigo, procedimientos para determinar la preñez de las vacas, técnicas para eliminar el polvillo negro del trigo, técnicas elementales para preparar la mantequilla, la dependencia alcohólica de los campesinos, análisis del naciente fenómeno de la emigración campesina a otras zonas del país, entre otros. Temas todos, que constituyen un verdadero mosaico del incremento cognitivo del período que bombardea la psiquis del lector medianamente culto e interesado del Chile decimonónico.

Una de las revistas misceláneas que toca temas científicos de la época y que los difunde notoriamente es la Revista de Sudamérica, medio que comienza a aparecer desde 1861 con la participación de Juan Ramón Muñoz y Manuel G. Carmona. Sus páginas aluden a tópicos tales como: el origen de la población de América, el carácter peruano, la domesticación del avestruz, memorias de  los  miembros de la Sociedad de Amigos de la Ilustración, asuntos comerciales, biografías  de  americanos  relevantes,  temas  de   medicina,  de  Hidrografía,  de Geografía, apuntes de viajes, navegación submarina,  temas de historia, poesía y otros.[19]

Pero no sólo las revistas científicas provenientes de la civilidad son esperadas por los intelectuales y estudiosos del período, también hay algunas que provienen de instituciones militares tales  como el Anuario Hidrográfico, órgano de la Oficina Hidrográfica, o la Revista de Marina, ambas de la Marina de Chile, que además de difundir los conocimientos especializados referentes a la navegación, aportaciones hidrográficas y meteorológicas, o la tecnología de torpedos y a los asuntos normativos e institucionales que les son propios, también presentan artículos y notas referentes a tópicos de interés de la comunidad científica nacional o asuntos de interés social y cultural. Por ello no es extraño observar en sus páginas,  clasificaciones de especímenes de la flora y fauna de diversas regiones del país, así como  temas de salubridad e higiene, o estudios costeros e hidrográficos sobre las diversas regiones del país. Así por ejemplo, en cuanto a la Región de Valparaíso, traigamos a presencia los Informes sobre las Rocas de Concón, de la Caleta Ritoque, o los de las Playas de Las Salinas, de Viña del Mar, de la Punta de Playa Ancha; o bien los estudios sobre  las características de la Costa de Quebrada Verde, o sobre la Playa y el Estero de Reñaca, entre tantos otros que aparecen en sus páginas.[20]

Luego, gracias a la divulgación de notas sobre ciencia y tecnología, y sobre las características del cuerpo físico del país en general, que realizan estos medios, se hace posible aprehender  el conocimiento que se encontraba solamente en los libros; permitiendo vulgarizar los contenidos cognitivos para llevarlos a un público más heterogéneo, tal como ya lo ha destacado Manuel Calvo: “A lo largo del siglo XIX, la divulgación va adquiriendo una doble característica de información y de distracción. La ciencia se convierte en tema de novelas, y se publican libros sobre la naturaleza, la vida, el universo, etc.”[21] Esto es, que las revistas decimonónicas que nos interesan, van siendo aceptadas como medio convencional y práctico para el saber y la instrucción en el Chile decimonónico, y se perciben claramente en el marco social como un medio coadyuvante de la educación y un eficaz elemento articulador de lo identitario nacional.

Su aporte a la idea de Nación

Los autores y científicos de las instituciones ya consolidadas y muchos otros exponentes de la vida pública nacional, que escriben en los medios ya mencionados, en rigor, cumplen una doble tarea epistémica: primero captar la naturaleza vernácula y las especificidades del marco social, y luego, difundir un imaginario de las mismas. Así por ejemplo, los artículos y notas de sabios tales como Gay, Domeyko, Pissis, o R. A. Philippi, F. Philippi, e  incluso también  los trabajos de las revistas de la Marina, gracias a las comunicaciones de Vidal Gormáz, Leoncio Señoret y otros oficiales de la Armada de Chile, van generando un reconocimiento del cuerpo físico y de una  representación cartográfica, hidrográfica, orográfica y geográfica del país,  que termina por ser aceptado en la comunidad como algo propio, como algo característico de “lo chileno”. Así, los lectores, al descubrir estas descripciones referentes a porciones  de la naturaleza local o regional, van construyendo un imaginario del relieve y de las vicisitudes del territorio nacional, a partir de las descripciones de los deslindes naturales, de los volcanes, de los cajones cordilleranos, de las aguas termales, de las regiones costeras, de los golfos, de los archipiélagos e islas ligadas al territorio y de las peculiaridades del cuerpo físico en general del país,  que van apareciendo en dichos medios. Con ello se va imbricando un imaginario social, en el que los sujetos  reconocen y aceptan como algo propio de un vasto territorio común. Ello, sumado a las notas y artículos sobre los referentes orgánicos, o al conocimiento de la diversidad y propiedades de los  referentes  endémicos y exógenos que tienen su habitat en el territorio; como por ejemplo -y nada más a manera de ilustración- : A mamíferos tales como: el puma (felis concolor), el pequeño pudú (cervus pudú), el zorro chilote (canis fulvipes), el murciélago orejudo (stenoderma chilensis), la nutria (lutra felina), el chingue (Conepatus Chinga); o insectos isópteros como la termita chilena (termis chilensis); o a ortópteros, como el caballo del diablo (Bacteria spatulata); o coleópteros, como el Cantharis Marginicollis o el Ovilpalpus pubescens. Y a aves, tales como, el cóndor (Sarcoranphus condor), la tortolita cordillerana (Columba auriculata), el pato de la cordillera (Raphipterus chilensis), al tiuque (Caracara montanus), por citar algunos. O a  escualos como el Spinax Fernandezianus o el peje-perro (Trochocopus  canis)… En fin. En el ámbito de la flora, millares de variedades de especímenes han quedado consignadas en esa mirada de la naturaleza que nos han legado los sabios extranjeros y luego los autores nacionales de fines del siglo decimonono, que escriben en estos medios de difusión.  Son un vasto universo que aún no está totalmente estudiado y corresponde a una infinitud de árboles, arbustos, plantas y flores. Entre las plantas, recordemos al menos a la tuna (Opuntia vulgaris), al palqui (Cestrum parqui) o a las distintas variedades de la papa (Solanun tuberosum) existentes a la fecha en Chiloé. Entre los árboles podemos pensar en la palma chilena (jubea spectabilis), en el quillay (quillaja saponaria), el arrayán (Myrtus coquimbensis), la luma (Myrtus luma), o el espinillo (Acacia cavenia), el lingue (Persea lingue), o el Canelo (drimys winteri), entre tantos otros exponentes de la flora chilena. Todos los cuales, sistemáticamente aparecen descriptos tanto en la bibliografía científica del período, como por ejemplo en las obras de Gay que están apareciendo desde la década del cuarenta, o en las de Philippi desde la década siguiente, y además de manera sucinta y más acotada, aparecen también en las revistas de difusión científica; por ejemplo, en los Anales de la Universidad de Chile, en la Revista Chilena de Historia Natural e incluso en el Anuario Hidrográfico de la Marina.  Por tanto, desde la perspectiva del lector medianamente culto de la época que tiene acceso a estos órganos, prácticamente se encuentra percibiendo un  universo novedoso,  un desfile de especímenes y de referentes bióticos, que va internalizando como existente en el territorio y que termina por aceptar como algo propio del cuerpo físico del país y de lo chileno. De modo que estos medios, contribuyen así a asentar una visión de la naturaleza ligada a la sociedad del período, y a una “consustancial toma de conciencia del valor del propio país”.[22]

 

La difusión de los trabajos de todos estos autores, así como la publicación de los resultados de sus exploraciones, investigaciones y descripciones de los distintos referentes de la flora y fauna chilensis y de las peculiaridades del cuerpo físico de nuestro territorio, sumado a la descripción de escenas y situaciones sociales de esta lonja de tiempo, van articulando una visión de la naturaleza del país y una noción de pertenencia al mismo; ora  en los círculos académicos, en los exponentes de la clase política y en general en los intelectuales de la joven República de Chile. Así, se va imbricando en los lectores y en los sujetos con los cuales éstos interactúan, un  cierto perfil de nación, un imaginario en construcción, una percepción colectiva de pertenecer todos a una natio, a un lugar de nacimiento común que posee las características de una flora y fauna  señaladas por los sabios que están recorriendo el territorio. Y dicha percepción, se retroalimenta a si misma, en tanto los sujetos  ven también escenas sociales y costumbres, que aparecen dibujadas o escritas en estos medios y con las cuales se identifican. Así,  con la ayuda de la interacción social, se articula colectivamente la idea de  pertenecer a un locus geográfico común, en el cual se participa -no tanto aún como ciudadano – sino más bien como individuo que pertenece a un territorio común, superando las diferencias regionales y aceptando la diversidad geográfica de dicho cuerpo físico. Pertenecer a una nación, tal como la ha destacado Mizón,  es participar en una identidad común y formar parte de un grupo humano que vive en un territorio determinado.[23] Y en este sentido, las revistas científicas decimonónicas en Chile, contribuyen a aunar dicho sentimiento de pertenencia. Dicha tarea, es reforzada al mismo tiempo, con la aparición de los datos de ordenación cuantitativa y administrativa; esto es, con el apoyo estadístico y cartográfico que se observa en estos medios, principalmente en los Anales de la Universidad de Chile y en el Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile entre otros. Con ello, se va cerrando racionalmente el cuadro de aceptación del universo donde se vive. El dato duro, superpone el delta lógico y cuantitativo al imaginario que se ha venido construyendo, a la visión de la naturaleza ya alcanzada. Ello, es la matematización de la intuición de  pertenecer a un corpus físico colectivo. Por lo anterior, se comprende que muchos científicos que escriben en estos medios, estén muy ligados a las tareas de recolección de datos, o que incluso sugieran a las autoridades de gobierno, que  hagan encuestas y censos sobre diversos factores de interés científico, administrativo, industrial y económico, como lo plantea Gay y otros sabios, por ejemplo. Con razón, ya en 1843, se formula la ley que crea la Oficina de Estadística y diecisiete años después, el director de dicha Oficina, Don Santiago Lindsay inicia la publicación del Anuario Estadístico.[24] Es que la difusión de cuestiones  culturales y el conocimiento disciplinario, llevan de suyo un nivel de información que requiere ser cuantificado; en especial por la propia naturaleza de la actividad científica, y en parte por el aspecto utilitario implícito, para la posterior toma de decisiones administrativas, normativas o políticas. V. gr. una vez que se ha logrado la radiografía del cuerpo físico o gran  parte de ella,  las autoridades tienen la información cartográfica, orográfica, potamológica y topográfica respectiva, que es relevante para la construcción de caminos, para fijar los límites provinciales o departamentales, para la erección de pueblos, o para el fomento y explotación de tal o cual recurso natural, o incluso para desplazamientos y acantonamientos militares si fuere el caso. De manera que las revistas científicas que comentamos, en tanto se insertan en el marco social, contribuyen a difundir una visión de la gea y la naturaleza chilena  que va siendo internalizada y aceptada por la población como algo propio, como un sustrato en el que se  van superponiendo otros aspectos del imaginario en construcción.

Ahora bien, dicha mirada entregada por estos medios  con tales características, a su vez, es enseguida aceptada por la comunidad científica europea e internacional, en tanto sus exponentes consideran que ha sido debidamente aprehendida, en virtud del cumplimiento tanto de las exigencias del método científico en general, cuanto de la parsimonia de aproximación y encuentro con los observables. Y en este sentido, Chile es aceptado  en el universo de las naciones civilizadas, como un Estado-nación que tiene una naturaleza peculiar, donde hay sabios extranjeros que están dando cuenta de ella con el estatuto de rigor y objetividad convencionales. Por ello, no es extraño por ejemplo, que a fines del Siglo del Progreso, muchos científicos chilenos que trabajan en los campos de las ciencias de la vida o de las ciencias de la tierra y cuyos trabajos aparecen en los medios que hemos venido analizando, sean miembros de Sociedades Científicas de Europa. V. gr. tal es el caso, de Carlos Porter, fundador de la Revista Chilena de Historia Natural, quien recibe premios y reconocimientos en Estados Unidos y Europa; o del oficial de la Armada Francisco Vidal Górmaz, que recibe una medalla de oro en Exposición Internacional de 1875, en Santiago de Chile por sus trabajos cartográficos e hidrográficos sobre distintas regiones del país, y que también es miembro de distintas Sociedades Científicas internacionales.[25] Y lo propio corresponde decir de Claudio Gay, que es reconocido como miembro de la Academie des Sciences de Paris, en 1856, o de R. Philippi, miembro de las Academias de Turín, de Nápoles entre tantas otras; o de Domeyko, que es nombrado Miembro de la Academia de Ciencias de Cracovia y Doctor Honoris causis  de la Universidad de Jagellona, entre tantos otros reconocimientos.

Así, la divulgación cognitiva, es relevante para informar a los lectores particulares como a los agentes oficiales de los organismos de Gobierno. Por tanto, es muy conveniente recordar que la existencia, difusión y propagación de estos medios;  constituye una sólida base teórica que colabora  de manera significativa ora al desarrollo de la ciencia nacional, ora hacia el asentamiento de un imaginario colectivo sobre el cuerpo físico del país, sobre las vicisitudes geográficas, sobre los recursos hídricos y sobre la presencia de los referentes endémicos de la flora y fauna  chilensis, que tales medios difunden y sistemáticamente repiten en sus distintos números. El resto, la percepción del sujeto en dicho entorno, y específicamente la convicción de que se está efectivamente en un Chile con estos parajes descriptos por los sabios y naturalistas, se logra con la contemplación de tales referentes aceptados como coexistentes de un espacio y territorio en común y madurados por la interacción social y la educación sistémica.

Así, dichos autores participan activamente en la construcción de una idea geográfica de Chile, y en la presentación de una naturaleza matizada de peculiares especímenes endógenos y exógenos que existen en el territorio de la República, cuya difusión y sociabilización, es apoyada de plano por las autoridades políticas y administrativas de la época. Y con ello, se contribuye a fijar la estructura de un imaginario colectivo que es internalizado  por el ciudadano medio relativamente bien informado, gracias a la acción de los agentes sociales, políticos y culturales del período, quienes también leen, escriben y participan en estos medios. Esto es muy relevante, puesto que los actores sociales vinculados al mundo normativo e institucional en general del país, a mediados del Siglo XIX, son el núcleo duro –como lectores- al cual van dirigidos  estos órganos comunicacionales y científicos. Así por ejemplo, desde la década del cincuenta, los Anales de la Universidad de Chile, se envían a la Academia Militar, a la Biblioteca Nacional, a la Oficina del Plano Topográfico, al Observatorio Astronómico, a los Ministros, a las Cortes de Justicia, a los Intendentes, a los Jueces de Letras y a los Gobernadores, para que estos fomenten su lectura en sus respectivas oficinas.[26]  Y puesto que tales autoridades están imbuidas del ideario de alcanzar el progreso, por la vía de replicar los cánones de la civilización europea, de unificar por medio del discurso escrito, de expoliar la naturaleza para salir de la barbarie y la incultura; entonces, dicho ideario se trasunta en estos medios, que son también vías de comunicación de los exponentes de la clase política del período. Ello sugiere, que los exponentes de la clase política del período tienen una clara comprensión de la importancia de la ciencia, sea porque también  muchos de ellos tienen formación científica, o porque se codean con los sabios del período en reuniones sociales, o porque comparten trabajos y discusiones en las emergentes entidades educacionales y científicas del país, donde se hace constar que la ciencia es el mejor instrumento para el desarrollo y la inserción del país a la modernidad.    Así, los hombres de la res pública decimonónicos en nuestro país,  se movían cómodamente en el mundo de la ciencia como en el mundo de la política, “…pensemos en Andrés Bello, en Miguel Luis Amunátegui, en Diego Barros Arana, en Augusto Orrego Luco, en el doctor José Joaquín Aguirre; todos los cuales pasaron por nuestro Congreso Nacional o fueron Ministros de Estado.”[27] Y también podemos mencionar por ejemplo a  Benjamín Vicuña Mackenna, que en 1872 asume como intendente de Santiago, o a José Victorino Lastarria, que ya en 1845, destaca el estatuto científico de las enseñanzas de Domeyko, justamente en uno de los números de la Revista de Santiago y que luego en 1875 es elegido senador por Coquimbo.[28] Dicho maridaje o cooperación intelectual entre los exponentes de la cosa pública y los hombres dedicados a la apropiación cognitiva, es un fenómeno del período. Todo lo cual, sugiere que el Estado-nación, se va consolidando por el esfuerzo de sus preclaros hombres en el ámbito normativo, por las leyes que formulan, pero también por la aceptación social de los íconos, de las descripciones, del discurso y de los conceptos que los hombres de ciencia difunden en las revistas, en los Anales y en los Informes oficiales. En todos ellos, estos sabios, científicos y políticos, dejan claramente asentado en la cultura, la noción de diversidad de la flora y fauna chilensis,  su diversidad climática, sus distintos niveles geográficos, la peculiaridad de tipos sociales o las costumbres compartidas. Por tanto, de aquí, al salto de la generalización de dicho imaginario colectivo, solo hay un paso: la cohesión que entrega el sistema educacional para entender la ciencia como herramienta de ascenso social y de engrandecimiento nacional. Tal es el derrotero de la contribución silenciosa que estos sabios, polígrafos y autores de las revistas científicas, prestan a la consolidación del Estado-Nación.

_________

(*) Profesor de Estado en Filosofía, Mg. en Filosofía de las Cs., Dr. en Historia de las Cs., Docente e Investigador de la U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Depto. de Humanidades. Ha publicado diversos libros sobre el desarrollo de la ciencia en Chile y América. Entre sus últimos textos se destacan: La Visión de la Naturaleza en tres sabios del Siglo XIX en Chile: Gay, Domeyko y Philippi, Ed. Usach, Stgo., 2003, La Ciencia en el Chile Decimonónico, Ed.Utem, Stgo., 2005 y Una Aproximación al Desarrollo de la Ciencia en Nicaragua, Bravo y Allende Editores, Stgo., 2008.

zenobio@utem.cl


[1] González,  José  Antonio:   La   Compañía   de  Jesús   y   la   ciencia   ilustrada.  Juan Ignacio Molina  y la Historia Natural y Civil de Chile, Edic. Universitarias. U. Católica del Norte, Antofagasta, 1993.

[2] Cf.  Ossandón   B.,  Carlos:   “Prensa,  sujetos,   poderes  (Chile,  Siglo  XIX)”,   Rev.  Solar, Stgo.,  1997.

[3] Cf. Silva, Jorge Gustavo: Los Trabajos del Periodismo en Chile, Impr. Nacional, Stgo., 1929; p. 23.

[4] Las publicaciones del diario El Mercurio de Valparaíso del: 19-07-1842, 23-7-1842, 28-7-1842, 29-7-1842, 30-7-1842, 1-8-1842 y 08-08-1842, entre otras; ilustran claramente esta inquietud.

[5] Los lectores interesados en profundizar principalmente en las revistas literarias y culturales del Chile decimonónico, pueden ver: Silva Castro, Raul: El modernismo y otros ensayos literarios, Ed. Nascimiento, Stgo., 1965; pp.140-142. Y el trabajo de Vilches, Roberto: La revistas literarias chilenas del siglo XIX, Impr. Universitaria, Stgo., 1942; así como también en los trabajos de Ossandón, Carlos, tales como: “Prensa, sujetos, poderes (Chile, Siglo XIX)”,  Rev. Solar, Stgo., 1997. O bien: “Modos de validación del texto periodístico de  mediados del siglo XIX en Chile”, en la fuente electrónica:

http://www.uchile.cl/facultades/csociales/excerpta/modosnot.htm

[6] En cuanto a los aerolitos, vd. el trabajo de  Domeyko, I.; en: Anales de la U. de Chile,   T. XXV, 1864, 2do. Semestre, Impr. Nacional, Stgo., pp. 289-301.

[7] Sobre éstos tópicos, cf. La Revista de Chile,  Vol. III, Julio a Diciembre, Stgo., Hume i Cia., 1899, Stgo.

[8] Cf. Anales de la Universidad de Chile  correspondientes al año de 1843 i al de 1844, Impr. El Siglo, Stgo., Octubre 1846.

[9] Cf. Rebolledo, Antonia: “Consideraciones en torno a los Anales de la Universidad de Chile. 1842-1879”, Anales de la Universidad de Chile, Sexta Serie, Nº1, Sep.1995, Stgo., p. 24.

[10] Barrio,  Paulino  del:   “Memoria  sobre  los  temblores  de  tierra  i  sus efectos en  jeneral  i  en  especial  los  de  Chile”,  Anales  de  la Universidad de Chile,   Stgo., Octubre de 1855; p. 606.

[11] Fonck, F.: “Aguas Minerales. Breve noticia sobre varias de ellas descubiertas en la cordillera de Llanquihue”, Anales de la Universidad de Chile,  T. XXXII, 1869, Impr. Nacional, 1869; p. 413.

[12] Porter, Carlos: “Herborizaciones en la Provincia de Valparaíso. Escursion a El Salto en Noviembre de 1898”, Rev. Chilena de Historia Natural,  Año III, Nº 1-2, Enero-Febrero de 1899; p. 29.

[13] Rev. Chilena,  T. I.,  Jacinto Núñez Editor,  Imprenta de la República, Stgo., 1875,  pág. V.

[14] Ibidem.

[15] Bello,  Andrés:   “Del   método,  i   en   especial  del  que   es   propio  de   las investigaciones  físicas”, Rev. Chilena, T. I., Op. cit.; p. 188.

[16] Turenne,  Ernesto: “Profesiones científicas para la mujer”,  Rev. Chilena, T. VII, 1877, Jacinto Nuñez Editor, Santiago; p. 366.

[17] Cf. Munizaga Ossandón, Julio: La inferioridad intelectual de la mujer. Tesis de Licenciatura, Impr. Renacimiento, Stgo., 1916, pp. 25-33.

[18] Anales de la Sociedad de Farmacia de Chile, T. VI, Impr. del Correo, Stgo., 1873-1875., p. 43.

[19] Cf. Revista de Sudamérica, Año I, Nº1, Impr. del Universo de G. Helfmann, Valparaíso, 1861.

[20]  Cf. Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile, Año VI, 1880, Impr. Nacional,  Stgo., pp. 318-320,  344-346, 348-349.

[21] Calvo Hernando, Manuel: Periodismo científico; Ed. Paraninfo, 1977, Madrid; p. 85.

[22] Berríos C., Mario: Identidad-Origen-Modelos: Pensamiento Latinoamericano, Ediciones Instituto Profesional de Santiago, Santiago, 1988; p. 136.

[23] Mizón, Luis: Claudio Gay y la Formación de la Identidad Cultural Chilena, Ed. Universitaria, Stgo., 2001; p. 66.

[24] Cf.  Urzúa Valenzuela, Germán: Evolución de la Administración Pública Chilena (1818-1968), Ed. Jurídica de Chile, Stgo., 1970; p. 88.

[25] Vd. Catálogo Oficial de la Esposición  Internacional de Chile en 1875. Sección Primera. Materias Primas; Impr. y Librería del Mercurio, Stgo., 1875; pp. 88-89.

[26] Cf. Rebolledo, Antonia: “Consideraciones en torno a los Anales de la Universidad de Chile. 1842-1879”, Anales de la Universidad de Chile, Sexta Serie, Nº1, Sep.1995, Stgo., p. 26.

[27] Vergara Quiroz, Sergio: “Rasgos del Pensamiento Científico en Chile durante el Siglo XIX” , en: Cuadernos de la U. de Chile, Nº2, Stgo., 1983, p. 78.

[28] Cf.  Subercaseaux S., Bernardo: Lastarria, Ideología y literatura, Ed. Aconcagua, Stgo., 1981.p. 301.

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Art. publicado en: Inter-American Rewiew of Bibliography, Vol. XLVIII, Nº2, OEA., Washington D.C. USA, 1998.                                                

Zenobio Saldivia M.

U. Tecnológica Metropolitana 

         Uno de los sabios europeos que arribaron al Chile decimonónico de las primeras décadas, es el botánico francés Claudio Gay, (1800-1873). Tras algunas negociaciones en París con el periodista Chapuis, el científico galo llega a Valparaíso a fines de 1828. La obra de este autor es poco conocida en nuestra época. Ello probablemente se deba al hecho de que nuestros historiadores no están obligados a profundizar sobre cuestiones relativas al desarrollo de un cuerpo científico propio, como país; puesto que el énfasis que se espera de ellos, es más bien privilegiar la explicitación de los sucesos sociales y políticos. Y puesto que aún no contamos con historiadores de la ciencia  interesados en investigar sobre nuestro propio pasado científico, el aporte de Gay es poco valorado y escuetamente difundido.         

         Desde una perspectiva epistemológica, sin embargo, es posible identificar a Gay con el proceso de gestación de la ciencia nacional; y no resulta extraño-desde el ámbito de la búsqueda de nuestra autognosis científica- atribuirle un rango epopéyico en la tarea de consolidar la ciencia en Chile. Ello se comprende mejor, cuando se tiene presente que Gay, es el autor de la Historia Física y Política de Chile; una obra de 26 tomos que presenta la  totalidad de las especies  y animales que conforman el cuerpo físico del país. 

         Para la realización de la obra en cuestión, contó con el apoyo de las autoridades de la joven República de Chile. Inserto en este marco de interés gubernativo, Gay firma en septiembre de 1830, un contrato con el entonces Ministro del Interior y de Guerra Don Diego Portales, “para realizar la descripción física del territorio nacional”(1). Dicho cometido le obliga a recorrer el país durante varios años, así como también a seleccionar a algunos de sus colaboradores. Entre estos, Pedro Martínez y Francisco Noriega, para la parte de la Historia de Chile; a Mauricio Rugendas, para las ilustraciones; y a Bernardo Cortés, para la recolección  del material de interés científico. De este modo, Gay estudia la naturaleza física del país desde Atacama hasta la zona austral. “Doce años demoró Gay en recorrer el territorio y juntar los elementos con los cuales había de escribir la descripción de la naturaleza”(2). 

Pero no sólo el gobierno está interesado en esta época, en los conocimientos del botánico francés, también lo están otras instituciones recién nacidas en el Chile Republicano; entre estas, la “Sociedad Chilena de Agricultura y Beneficencia”. Dicha entidad se constituye en 1838 y está  dedicada a abarcar nuevos negocios agrícolas, a establecer compañías productivas y al fomento de la ganadería. En sus comienzos, esta sociedad difunde sus principios y las aplicaciones científicas a la agricultura, a través de la revista El Agricultor.Entre los miembros de la Sociedad de Agricultura que deben aprobar los nuevos proyectos, se encuentra Gay, quien más tarde llega a ser integrante de la directiva. 

        El sabio galo encuentra entre los hacendados miembros de la Sociedad de Agricultura, una audiencia vivamente interesada en sus conocimientos y vasto grupo de amigos que lo respetan y le piden asesoría. Gay parte del supuesto de que la agricultura es la fuente principal de la riqueza de un país, y que independiente de los avatares de toda índole, no se agota jamás. Es por tanto, una de las actividades que reporta los mayores beneficios para la aventura de humanidad (3).           

       En general, los socios de la Sociedad de Agricultura, comprenden rápidamente los beneficios económicos y la proyección de crecimiento social, que se generaría con la explotación de algunos recursos de la flora y fauna nacional. En rigor, luego de la exhaustiva descripción explicitación de las especies autóctonas, que realiza el sabio francés; la variedad de recursos comienza a hacerse visible y los intereses empresariales se trocan en nuevas formas organizativas, para explotarlos y distribuirlos. Al interior de la entidad, existe la percepción de estar viviendo una época de expansión del progreso y de poseer una riqueza en ciernes. Por ello, no resulta extraño que en 1842, uno de sus miembros exteriorice dicha impresión colectiva, en el protocolo de solicitud de una nueva empresa dependiente de la Sociedad de Agricultura: “Las riquezas naturales que la divina Providencia dispensó a Chile apenas principian a conocerse, al favor de su independencia y tranquilidad, que ha poco tiempo disfruta”(4).  La nueva entidad aprobada finalmente, se constituye con el título de “Sociedad Chilena de Industria y Población. 

        Gay sigue con interés el desarrollo de las tareas de la Sociedad de Agricultura, aún en los períodos en que se encontraba en Francia. En París contacta siempre con hacendados chilenos que le ponen al día de los progresos de la agricultura; sobre todo a partir de 1846, período de grandes transformaciones nacionales. Entre los agricultores chilenos en los cuales Gay se frecuenta en París, están: Juan de Dios Correa, Juan de la Cruz Gandarilla, Manuel Valdés y otros. 

             En 1858, la Sociedad de Agricultura solicita formalmente al gobierno, que la Escuela de Artes y Oficios fabrique en el país los instrumentos agrícolas. Ello “con el fin de hacer una agricultura más económica y más capaz de sostener la concurrencia que tienden a presentarle la de California y la de Australia” (5). 

           Gay colabora con entusiasmo en los objetivos de la Sociedad de Agricultura; así, sugiere para el fomento de la ganadería seleccionar la masa de ganado criollo, debido a la dificultad de adaptar nuevas razas más exitosas al clima de nuestro país. Analiza las características de los diversos tipos de trigo y su rendimiento, estudia el sistema de riego y el sistema de acequias y canales; los regímenes de las plantaciones y las formas de cultivo, la crianza y aprovechamiento de los animales, y en general, “todo ese mundo complejo de la vida agrícola en las que fueron las viejas haciendas chilenas” (6). 

           Muchos de los estudios de Gay, comenzados durante sus primeros años como miembro de la Sociedad de Agricultura, aparecen compilados mas rigurosamente, en la sección Agricultura (2 vol.) de la Historia Física y Política de Chile. La parte Agricultura se publica en París; el primer tomo en 1862 y el segundo en 1865.

            Para suscitar una idea de la investigación agronómica de Gay; tal vez el cuadro estadístico adjunto, ayude al lector: 

Estado aproximativo del valor de la cuadra de tierra y del rendimiento proporcional de semillas en Chile, 1841

 

DEPARTAMENTOS

VALOR CUADRA DE TIERRA

TRIGO

FREJOLES

CEBADA

MAIZ

PAPAS

Copiapó

200

13

20

16

16

16

Vallenar

300

18

14

22

18

30

Freirina

150

25

20

40

40

20

La Serena

250

12

18

18

20

12

Ovalle

200

12

20

25

60

86

Combarbalá

80

20

20

25

30

86

Illapel

300

18

20

25

40

30

Elqui

150

16

20

25

25

18

Petorca

200

12

10

16

50

11

Putaendo

150

18

9

21

30

9

La Ligua

125

9

12

10

50

8

San Felipe

200

13

10

18

19

11

Los Andes

150

21

18

25

30

20

Quillota

200

11

20

15

50

18

Santiago

140

20

15

25

50

20

Casablanca

136

10

16

13

40

12

Melipilla

90

12

15

15

50

11

Victoria

100

15

12

18

70

20

Rancagua

100

16

25

20

60

25

Valparaíso

100

16

25

20

60

25

Rengo

70

15

12

25

50

20

San Fernando

50

10

50

20

50

25

Curicó

70

20

20

25

40

25

Lontué

25

20

60

25

60

18

Talca

20

20

20

35

40

20

Cauquenes

5

10

12

25

80

20

Quirihue

3

20

15

16

20

10

Linares

8

15

15

20

25

15

Parral

12

20

14

25

30

15

San Carlos

12

30

12

40

50

16

Constitución

12

10

12

20

50

20

Talcahuano

150

22

10

19

70

13

Puchucai

4

12

10

20

40

30

Rere

4

10

12

15

18

10

Laja

6

22

15

30

40

25

Lautaro

9

10

12

8

14

12

Coelemu

7

25

9

11

9

14

Chillàn

3

20

12

25

60

8

Valdivia

4

10

20

15

25

10

Uniòn

5

20

8

25

12

10

Osorno

1

30

20

30

24

20

Ancud

1

6

20

7

24

9

Carelmapu

5

9

20

9

24

10

Chacao

5

5

20

8

24

12

Quenac

5

3

20

8

24

10

Calbuco

5

6

20

5

24

7

Dalcahue

5

5

20

10

24

10

Quinchao

5

6

20

10

24

10

Castro

5

5

20

9

24

9

Lemuy

5

5

20

8

24

9

Chonchi

5

7

20

9

24

13

 

         Como se puede apreciar en el cuadro anterior (7), Gay confronta detenidamente el valor de la cuadra de tierra en Chile, en los distintos departamentos del país; así como también el rendimiento por cuadra en los distintos departamentos, con relación a diversos rubros agrícolas. Llama la atención la abundante y oportuna información sobre los rindes en los de departamentos de la isla de Chiloé. Es curioso cómo el botánico francés obtiene información de un lugar tan apartado, e incluso de toda la división geopolítica y administrativa de la época (1841). Nótese que las diez últimas localidades mencionadas, nueve corresponden a la isla de Chiloé (Chacao es la excepción). ¡Realmente sorprendente!, sobre todo si pensamos en lo dificultoso y lento de las comunicaciones de la época. Lo anterior ilustra el sostenido esfuerzo de Gay de dar a conocer la situación de la agricultura en Chile, entre otro de sus aportes. 

           Gay es uno de los primeros naturalistas del viejo continente que arriba al país, en un período de pasión científica internacional por conocer las peculiaridades del hemisferio sur. El propio Gay expresa años más tarde , su percepción retrospectiva del viaje a Chile: “ Persuadido de lo importante que sería para todas las ciencias naturales un trabajo para esta hermosa parte de América, me decidí a emprenderlo, utilizando así un estudio que desde mi más tierna juventud ha ocupado todos los instantes de mi vida” (8). 

              La cita ilustra claramente la identificación que hace el botánico galo, entre el crecimiento cuantitativo de la ciencia natural y la investigación en nuestro territorio; así como también muestra una suerte de equivalencia entre su vida personal y su aporte científico. Luego de él vinieron muchos más sabios. 

        Entre los científicos que llegan a Chile en la época en que Gay está en plena tarea, recordemos al ingeniero en minas Ignacio Domeyko, de nacionalidad polaca. Este sabio llega a Valparaíso en 1837 y al año siguiente se hace cargo de la implementación de la primera Escuela de Minas del país, en la ciudad de La Serena. En 1851 llega el alemán Rodulfo Armando Philippi, doctorado en la U. de Berlín; quien se hace cargo de la Dirección del Museo de Historia Natural, para continuar la tarea allí iniciada por Gay. Al año siguiente arriba Christian Ludwig Landbeck, con estudios de economía política, agricultura y ciencias forestales, en la U. de Tübingen. En 1864 pisa suelo nacional el naturalista inglés Edwyn C. Reed, contratado por el Museo de Historia Natural para clasificar colecciones de entomología (9).

        Lo anterior, ilustra el deseo manifiesto de muchos miembros de las comunidades científicas europeas, por conocer la pluralidad de especies naturales de este rincón del mundo. Algo similar ocurre también en el país; podría decirse que entre los hombres ilustrados y cultos de las décadas del 30 al 60 del Chile decimonónico, hay una ansiedad por la propia autognosis del cuerpo físico. Ello es comprensible si se piensa que luego de la independencia política y del lento abandono de las estructuras de dominación, los chilenos se sienten poseedores de una naturaleza pródiga, pero no totalmente conocida por ellos mismos. Los hombres más cultos perciben la falta de un diagnóstico exhaustivo del territorio físico. Tender hacia la satisfacción de esta necesidad histórica y política, es el camino científico elegido por Gay. 

            La contribución del naturalista galo, es doblemente significativa. Por una parte, con su sistemática labor taxonómica de identificación y clasificación de especies zoológicas y vegetales, logra presentar e introducir lo específico de nuestro mundo orgánico, dentro de los cánones de la ciencia natural europea. Con ello, desde el punto de vista epistemológico, consolida una larga tarea metodológica que consiste en encontrar nuevas formas de presentación discursiva dentro de la ciencia decimonónica, para incorporar lo particular; lo propiamente vernáculo. Esto es, traer a presencia nuevos objetos dignos de estudio para las ciencias de la vida, dejándolos definitivamente decantados como existentes peculiares dentro del todo de la ciencia natural consagrada. Chile se inserta así, a través de la explicitación de sus formas vivientes, en el marco de la ciencia universal. 

          Por otra parte, la contribución de Gay es decisiva para la obtención de nuestra autognosis científica. La posterior puesta en marcha de un proyecto abarcador de nación, pasa previamente por la clasificación de la flora y fauna del país, que realiza el sabio galo. Luego del conocimiento del cuerpo físico de Chile, la aplicación científica para la búsqueda de soluciones técnicas, viene de suyo. De este modo, la obra de Gay queda inserta en el marco de una tarea iluminista y positivista para la construcción del país. Esto es, el romanticismo hacia la naturaleza y la utilidad de la misma, apretada en los hombres científicos de nuestras especies biológicas, queda decantada ya en Occidente. En este contexto, Gay y los miembros de la Sociedad Chilena de Agricultura apuntan al desarrollo del progreso y a la incorporación del país de la modernidad. Una de las formas de lograrlo, es fomentando una incipiente agroindustria que con los recursos de los socios y la asesoría de Gay, va mostrando sus gérmenes productivos en el ex Chile colonial.

Bibliografía                 

 1.-   Feliú Cruz, G.: Claudio Gay, historiador de Chile, Ed. del Pacífico, Stgo., 1965, p. 11.

 2.-   Ibídem.

 3.-   Cf. Gay, Claudio: Historia Física y Política de Chile, Secc. Agricultura, Tomo I, Impr, E. Thunot y Cía., Paris, 1862, p. 1.

 4.-   Proyecto presentado a la “Sociedad Chilena de Agricultura y Beneficencia”, por uno de sus miembros y aprobado por ésta, Stgo., 30 de Sept. de 1842, Impr. Liberal, p. 1.

 5.-   Gay, Claudio: Historia Fìsica y Política de Chile, op. cit., p. 225.

 6.-   Feliú Cruz, G.; op. cit., p. 97.                                                                                                                                                     

 7.-   Tomado de Gay Claudio, op. cit., p. 285.

 8.-   Gay, Claudio: Viaje científico, (prospecto para la Historia Física y política de Chile ), 1841, Stgo., Impr. y Litografía del Estado, p.2.

 9.-   Cf. Menéndez C. et al.: Museo Nacional de Historia Natural, Ed. Dirección de Bibliotecas, archivos y museos Stgo., 1983, p. 30.                                             

 

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Dr. Zenobio Saldivia Maldonado

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile 

Resumen

En el largo proceso social y cognoscitivo que permitió llegar a la consolidación definitiva del método científico, hubo autores e instituciones que jugaron un rol significativo para que dicho conjunto de procedimientos fuera comprendido y finalmente aceptado. Entre éstos: Copérnico, Kepler, Galileo, Newton Descartes, F. Bacon y otros. El esfuerzo de tales autores ya ha sido analizado frecuentemente en el ámbito de la Historia de las Ciencias, o en el campo de la Metodología Científica, pero no siempre se encuentran trabajos sobre las Academias Científicas que destaquen el aporte de éstas en la marcha de la ciencia universal; ni tampoco es frecuente encontrar sistematizaciones de tales Academias por siglos.  En lo que sigue se pretende alcanzar dichos objetivos. 

Antecedentes previos 

Actualmente empleamos la noción “academia” para designar círculos científicos, literarios, artísticos y humanísticos en general. No siempre tuvo una extensión tan amplia. Es en Atenas el lugar donde podemos encontrar el sentido original de este concepto. La palabra viene del griego “akademia” y nominaba el jardín del héroe ateniense Akademos. Más tarde, en dicho lugar, desde 387 a. n. e., Platón comienza a enseñar su filosofía, y por ello el sentido original de la noción, alude a la institución de libre discusión filosófica creada por Platón, con notorio énfasis además, por la matemática y la astronomía. 

En los primeros siglos de la era cristiana -salvo contadas excepciones- no hay instituciones con vastas pretensiones culturales y que incluyan al mismo tiempo, una notoria preocupación científica. Entre estas excepciones recuérdese el Museo de Alejandría, fundado por Ptolomeo I y continuado por su hijo Ptolomeo II. Esta entidad creada en homenaje a las musas interesadas en el estudio y el conocimiento, desde sus inicios denota una notoria impronta griega; permitió aglutinar a pintores, escultores, arquitectos y científicos de la época. Las primeras academias con un mercado interés científico, en el sentido más proclive a lo que hoy llamamos ciencias naturales, comienzan a aparecer tímidamente en el Renacimiento. 

Empero, el proceso de aparición de corporaciones científicas, debe coexistir en muchos casos, con algunas instituciones que no ven con buenos ojos a estas entidades, o por lo menos a muchos de sus integrantes; tal como sucede por ejemplo con la Inquisición, que inhibe a los investigadores; recuérdese por ejemplo el conflicto entre Galileo y la Inquisición, que terminó con la abjuración de muchas de las tesis de este autor, en el convento de la Minerva, en Roma, en 1633. Afortunadamente eso no fue un óbice para el desarrollo de las ciencias, y estas nuevas instituciones, creadas con enorme sacrificio por los propios científicos, difunden los trabajos de los mismos y apoyan y estimulan indirectamente a sus colegas; ya sea al compartir material bibliográfico, al difundir la nueva metodología, o bien al plantear las nuevas ideas sobre el mundo físico, que motivan a los especialistas para nuevas incursiones metodológicas y teóricas. 

Durante el Renacimiento, Italia ve florecer muchas de estas sociedades interesadas por las letras, las ciencias y el arte; v. gr. la Academia de Florencia, instaurada por Lorenzo de Médicis aproximadamente en el año 1474. En Nápoles a su vez, aparece la Academia Secretorum Naturae, fundada en el año 1560 con notorio interés científico por las ciencias de la vida y las ciencias de la naturaleza.  En Roma, por su parte, se funda la Academia dei Lincei en 1603, con el estímulo del príncipe Federico Cesi y entre sus principales integrantes se destaca Galileo Galilei. 

En Francia, Colbert, inspirado por Perrault, logra la creación de la Académie des Sciences en diciembre de 1666. Dicha institución se interesa por el desarrollo y la difusión de la historia natural, de la física, la química, y las matemáticas. En su primera etapa las sesiones se realizaban en la biblioteca del Rey Louis XIV y a ella asistían entre otros; Blondel, Descartes, Picart, Pascal y Gassendi. Un poco antes de la presentación en sociedad de esta corporación -en enero de 1665- algunos sabios que después participan de la Académie des Sciences, logran financiar la publicación del primer periódico de carácter científico: Le Journal des Savants. Gómez y Benzi han destacado así este esfuerzo epopéyico: “el principal objetivo de esta publicación, es sus inicios, era entregar un resumen de los libros más importantes publicados en Europa, incluyendo además bibliografías de los autores más destacados en materias científicas, filosóficas y literarias.”[1] 

La Académie des Sciences representa una de las entidades científicas más famosas. Y desde la fecha de su fundación en 1666, pone en contacto a los sabios e investigadores más destacados de Francia y Europa. Tal vez por esto el filósofo alemán Leibniz anhelaba de sobremanera ser miembro de la Académie des Sciences en París. Por ellos le solicita a Jean Gallois, secretario de la entidad, que realice algunas gestiones para su incorporación como miembro extranjero. Sus cartas a Gallois en 1677 y 1678 expresan ese deseo que no logró materializar. Probablemente por la poca acogida de los miembros titulares o tal vez porque la gestión de Gallois no fue satisfactoria. Finalmente Leibniz decide instaurar él mismo una en su país y para ello persuade al Rey Federico I de Prusia, para fundar la Sociedad de las Ciencias, hoy denominada Academia de Ciencias de Berlín. 

Como miembros destacados de la Académie des Sciences en el siglo XVIII, recordemos los nombres de Antonie Laurent Lavoisier, Antonie Fourcroy y Alexandro Volta. El primero padre de la química moderna, autor del Tratado elemental de la química y descubridor del oxígeno. En 1772 envía al secretario de la institución, un sobre sellado con una síntesis de sus observaciones para dejar constancia de que había sido el primero en descubrir el principio químico de la combustión. El segundo es un médico que enseña brillantemente como aplicar la química a la medicina; entre sus obras figuran Lecciones Elementales de Historia Natural y de Química y Sistema de Química. En esta última obra, difunde las teorías de Lavoisier. Volta, por su parte ingresa a la Academia en 1800, tras presentar su invento de la pila que lleva su nombre, con lo cual demuestra la generación de electricidad a partir de placas de plata y cinc, las cuales a su vez, estaban intercaladas con un papel absorbente impregnado de una solución salina. Es un hito importante que deja asentada la primera batería para la producción de electricidad. 

Por su parte, el matemático y filósofo francés Jean le Rond D’Alambert, se incorpora a la Académie des Sciences en 1741, con la presentación de su trabajo: “Memoria sobre las refracciones de los cuerpos sólidos”; llegando a ser posteriormente secretario de la institución. El Marqués de Condorcet y Carlos Linneo, son también otros miembros connotados de esta academia, durante el Siglo de la Ilustración. Linneo, el reformador de las ciencias naturales descriptivas, ingresa a la Academia en su condición de miembro honorífico extranjero, a la edad de 31 años.[2] 

En el siglo XIX Claudio Gay (1800-1873), sabio francés y autor de la Historia Física y Política de Chile (26 volúmenes), también solicita su incorporación a la Academia de Ciencias de París. La gestión la realiza en dos ocasiones, la primera en 1854, resultó un fracaso, pero lo logra en 1856.[3] En este mismo siglo, recuérdese la incorporación de Gay Lussac (1806), de Pasteur (1862) y de Charcot en 1883. 

En Londres, a su vez, ya en 1660 se había fundado la Royal Society, inspirada por las enseñanzas de Francis Bacon y por sus sugerencias de privilegiar el método experimental. Sus miembros de dedican al estudio tanto de las ciencias naturales y a la realización de experimentos, como también a la investigación de aplicaciones prácticas. Al respecto, ciertos informes de la entidad, dan cuenta de un notorio interés por asuntos técnicos, como por ejemplo “los tintes, la fabricación de mejores telas, la ventilación de las prisiones, etc.”[4] La Royal Society es  -desde sus inicios- un centro de discusión de la comunidad científica inglesa y un medio de difusión de los avances y los logros científicos, para los sabios e investigadores del resto de Europa; esta última tarea se cumple cabalmente con la entrega de los Philosophical Transactions, que anualmente publica esta entidad. Es el medio de comunicación que concentra los discursos y las presentaciones de sus miembros ordinarios. Entre los miembros de esta sociedad se cuentan; el inventor Denis Papin, los científicos Rober Hooke, Edmond Halley, Christopher Wren e Isaac Newton. [5] Este último, es aceptado en 1672, luego de enviar a la institución un resumen de sus trabajos sobre óptica, llegando a ser más tarde uno de sus presidentes. La Royal Society se muestra muy interesada en los estudios de Newton sobre la teoría de la gravitación; por ello comisiona al astrónomo Edmond Halley, amigo de Newton, para obtener mayor información. Al parecer Halley asume muy bien la responsabilidad y contribuye pecuniariamente para la impresión de la obra de Newton; Principios Naturales de Filosofía Natural, que aparece públicamente en 1687.

La historia de las ciencias, como hemos venido constatando, nos permite apreciar que un hito significativo en la aparición de las academias científicas, corresponde a los siglos XVII y XVIII. Un intento de sistematización y enumeración cronológica de las diversas academias científicas que aparecen en tales siglos, nos obliga a considerar al menos las siguientes:[6] 

Academias científicas de los Siglo XVII y XVIII 

Año

País

Nombre academia

Fundador

Principales miembros

1603

Italia

Academia dei Lincei

Federico Cesi

Galileo, De la Porta

1652

Alemania

Academia Naturae Curiosorum

Bausch

Bausch, Sachs Von Lewenheim

1657

Italia

Academia del Cimento

Leopoldo de Medicis

Torricelli, Viviani, Borelli

1660

Inglaterra

Royal Society of London

Carlos II

Boyle, Newton, Hooke, Pristley, Halley, C. Huygens

1663

Francia

Académie des Incriptions et Belles Lettres

Louis XIV y Colbert

Bouchard, Chapelin, Charpeintier

1666

Francia

Académie des Sciences

Colbert

Pascal, Blondel, Cassini, Desfontaines, Gasendi, De la Hire.

1671

Francia

Académie Royale d’Architecture

Colbert

Le Vau, Bauand, Gitard

1692

Austria

Academia de Ciencias y Artes de Viena.

Peter Strud

Jacob Van Schuppen

1700

Alemania

Academia de Ciencias de Berlín

Federico I y Leibniz

Leibniz, Euler, Viereck.

1710

Suecia

Academia Real de Ciencias de Upsala

Federico IV

Berzelius, Burman, Bellman

1725

Rusia

Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo

Pedro I

Hermanos Bernoulli, Leonhard Euler, C. Friedrich Wolf, José Nicolás Delisle.

1731

Francia

Académie Royal de Chirurgie

Louis XV

Mareschal, Lapeyronie, lamartiniere.

1739

Suecia.

Academia Real de Ciencias de Estocolmo

Federico IV

Linneo, Berelius, Wargentin.

1743

EE.UU.

American Philosophical Society

B. Franklin

T. Hopkinson, T.Godfrey, J. Bartram.

1759

Alemania

Academia Real de Ciencias de Baviera.

Maximiliano III

J.F. Fichte, Johann Georg Lori, F. H. Jacobi.

1772

Bélgica

Académie Royale de Belgique

Emperatriz M. Teresa

Needham, Quetelet.

1779

Portugal

Academia Real des Sciences da Lisboa

Duque de Lafois

Domingos Vandelli, Correia da Serra

1782

Italia

La Societá Italiane di Scienze

Antonio María Lorna

A. M. Lorgna,

1784

Austria

Academia de Medicina y Cirugía

Emperador José II

Giovanni, Alessandro, Bambilla

 

Las publicaciones que entregan estas instituciones, pasan a constituir un flujo importante de conocimientos que orientan a los científicos en sus investigaciones y los estimulan a plantearse nuevas tesis. Entre las publicaciones más relevantes de estas academias y que llegaron a ser un medio sostenido de información científica para la sociedad de su tiempo, están: Le Journal des Savants (Académie des Sciences), Philosophical Transactions (Royal Society), Mémories et Prix de l’Académie de Chirurgie de París (Académie Royale de Chirurgie) y las  Memorias de la Academia Real Sueca de Ciencias (Academia Real de Ciencias de Suecia). 

Durante el siglo decimoséptimo, las sociedades científicas instan notoriamente a sus miembros para que realicen sus propios experimentos y buscan algunos mecanismos para premiar a los que obtienen resultados exitosos. En otros casos, al interior de las propias academias se realizan y discuten determinados experimentos; por ello la Royal Society nombra inmediatamente, en el mismo año de su fundación, un director de experimentos, cargo que recae en Rober Hooke.[7] 

En el siglo XVIII continúan fundándose en Europa diversas sociedades doctas; tales como la Academia de Bellas Artes de Copenhague (1783), la Sociedad Lunar de Birmingham (1766) y la Sociedad Literaria y Filosófica de Manchester (1781) entre otras. Con razón Forbes señala a este respecto que: “era una constante ir y venir entre laboratorios y talleres. El interés por las Academias en este período, parece ser una moda, que se expande para abrir nuevos espacios de sociabilidad; por ello no es extraño que muchos industriales e incluso algunos comerciantes destacados, ingresen a la Real Sociedad. Individuos de todas las clases sociales se reunían para discutir sobre temas científicos en la Sociedad Lunar, la Sociedad Real de Artes y otros grupos.”[8] Pero dicho fenómeno no se agota en Europa, pues algo similar sucede en Estados Unidos, v. gr.: pensemos en la American Philosophical Society, fundada por Benjamín Franklin, en 1743, en Filadelfia.  Pero el interés incluso va más allá de los científicos y  del mundo de la civilidad, puesto también en esta etapa histórica aparecen Academias Militares, con intereses científicos y que persiguen formar oficiales navales o del ejército, para que dominen otras lenguas además de la vernácula, y para que reciban formación especializada en matemática, geometría, historia, geografía y otras disciplinas. Entre las más famosas de este período recordemos al menos en España: la Academia de Ingenieros de Barcelona, la Academia de Guardiamarinas de Cádiz, la Academia Militar de Matemáticas de Barcelona, o la Academia de Artillería de Segovia, entre otras. 

Más tarde, también en España, pero en el mundo civil, se funda  en el año 1713 la Real Academia, que se interesa principalmente por la propiedad y pureza del idioma español desde una perspectiva hegemónica. Únicamente a partir de 1926 se incorporan académicos de número como exponentes de los distintos lenguajes regionales de España. Esta entidad ha logrado mantener varias publicaciones; entre éstas una Gramática Española y el Diccionario de la lengua española. En la actualidad incorpora también las voces de América o americanismos. 

Desde el punto de vista de una sociología de la ciencia, es posible considerar las academias científicas como una forma de organización social de los miembros de una porción de la cultura, que adquieren una presencia relevante en el marco social. En este sentido, las academias científicas son entidades que permiten la presentación gremial de los científicos, de sus colaboradores y amigos, ante la sociedad. Allí se reúnen y se actualizan sobre el devenir científico nacional e internacional. Los miembros de estas sociedades logran de este modo, introducirse en la vida pública y cultural de la época con una cierta faz propia de una determinada forma de organización. Los integrantes de las academias científicas son en sus comienzos, obviamente los científicos e inventores, pero además participan algunos industriales, comerciantes y abogados. Tal composición social de las mismas, es ya un fenómeno muy notorio en las primeras décadas del Siglo de las Luces, como ya se ha mencionado. 

Lo anterior, trae aparejado al aparecimiento de nuevas costumbres; tales como asistir a conferencias, mantener bibliotecas personales y coleccionar objetos naturales. Todo lo cual, motiva a los espíritus cultos de la época a cooperar para la ejecución de los experimentos científicos, a actualizar sus bibliotecas y a difundir más rápidamente los descubrimientos de la ciencia. Tales progresos observables en el marco social, permiten una mejor percepción de la actividad científica como un todo, y van configurando una mentalidad de confianza y aceptación del discurso científico como forma de elucidación de los hechos del mundo. Ello también se hace extensivo a la comprensión de las aplicaciones prácticas de la ciencia. 

En cierta manera, las academias científicas de los siglos XVII y XVIII, cumplen el rol de institucionalizar la actividad y el método científico. Sirven de instancias de discusión interna entre los miembros de las mismas y de difusión de los conocimientos alcanzados en las distintas disciplinas. Podría decirse que son centros intelectuales que irradian un discurso nuevo hacia el resto de la cultura; una forma distinta de apropiación intelectual que ha alcanzado un status superior: la explicación científica. 

En los siglos posteriores, la actividad de las academias y sociedades científicas en general, no desaparece, al contrario; pasa a ser mucho más productiva, sólo que por tratarse de instituciones que ya gozan de la aceptación social, no llaman mayormente la atención. Tal vez por esto en el siglo XIX, ya existe una mejor comprensión de las funciones y propósitos de las mismas; el hombre culto y estudioso ha adquirido una habituación para entender que muchos científicos participen de tales comunidades. Y en este sentido, el rol de las academias hacia el marco social se alcanza notoriamente, puesto que los conocimientos ya no se ven arrinconados en los laboratorios y en las aulas, sino que llegan a la sociedad civil, a la vida ordinaria de hombre relativamente bien informado. Entre las numerosas academias que se crean en el Siglo XIX, y que no figuran en la compilación que se presenta a continuación, están por ejemplo: la Sociedad Helvética de Ciencias Naturales (1815, Suiza), la Asociación de Investigadores de la naturaleza y Médicos Alemanes (1822, Alemania), la Mathematical Society (1888, EE.UU), o la American Geological Society (1819, Yale, EE.UU), entre tantas otras. 

Academias Científicas del Siglo XIX (Selección) 

Fecha

País

Nombre Academia

Fundador

Principales Integrantes

1812

Alemania

Real Academia de Ciencia

y Bellas Letras de Prusia

Federico II

M. Toussaint, M. Diderot.

1816

Argentina

Academia de Matemáticas de Bs. Aires

Director Supremo Álvarez Thomas

José Lanz, Felipe Senillosa.

1832

Colombia

Academia Nacional de Nueva Granada

Gral. Francisco de Paula Santander

J. Manuel Restrepo.

1846

Austria

Academia Imperial Viena

Fernando I

Heinrich Willkomm

1847

España

Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

Antonio Zarco del Valle

José Solano de la Matalinares,

Gumersindo Vicuña y Lazcano

1857

España

Academia de Ciencias

Morales y Políticas

Isabel II de Borbón

Antonio Alcalá, Luis M. Pastor, Antonio Cavanilles.

1861

España

Real Academia Nacional de

Medicina

Isabel II

Tomás Corral y Oña, Francisco Menéndez Juan, Castelló,

1867

Rumania

Sociedad Académica Rumana

 

Ion Heliade Radalesu, Ion Ghica, Nicolae Kretzulesco.

1872

Polonia

Academia de Artes y Ciencias de Polonia

Rey Stanislaw August

 

Józef Majer

1875

Portugal

Sociedade de Geografía de Lisboa

Rey D. Luis

Antonio Enes, Luciano Cordeiro, Sousa Martins.

 

 En el continente americano, a su vez, el fenómeno parece replicarse, y las jóvenes repúblicas recién independizadas, principian a copiar estos modelos organizativos de la ciencia internacional. Entre estas recordemos nada más las siguientes: Academia Nacional de la Nueva Granada (1832), Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá (1873), Sociedad Científica Argentina (1872), Societé Scientifique du Chili (1891), o la Sociedad de Medicina de Lima, fundada en 1854. 

Pero… ¿porqué los sabios tienden a juntarse? ¿de dónde viene ese afán de reunirse para compartir conocimientos que manifiestan los científicos? ¿Por qué esa pasión secular sostenida? Tal vez  Aristóteles (Siglo IV a.n.e.) estaba muy en lo cierto cuando señalaba que “el hombre tiende por naturaleza al saber”. Y por eso más de 2000 años después, todavía los estudiosos se buscan, como las almas gemelas. Probablemente la misma pasión por el saber y la misma fe en la ciencia que manifiestan los miembros de las sociedades doctas, deben haber sentido los miembros de la secta pitagórica (siglo VI a. n. e.). En este caso sin embargo, la confianza era hacia una ciencia especulativa, identificada con la filosofía, la religión y el esoterismo. Tal vez estas primeras comunidades secretas, interesadas en buscar la armonía matemática del universo, fueron el germen necesario para la aparición de las posteriores academias científicas. 

A partir de estas entidades, en todo caso, primero en base a los modelos renacentistas preñados de esoterismo, y luego, en los años setecientos, matizados de racionalismo y de un enciclopedismo a ultranza,  la comunidad científica pudo ordenarse mejor en términos administrativos y normativos y logró actuar como un mecanismo de retroalimentación de los paradigmas vigentes en las distintas disciplinas, cuyos exponentes se esfuerzan por tanto, para hacer extensivo dicho modelo explicativo, a un mayor número de observables, en los distintos campos del saber. Y además, en el plano social, las Academias Científicas actúan como embajadoras del homo scientificus ante las instancias de poder político y económico, y por otra parte, contribuyen a trazar un puente entre la ciencia y la sociedad de su tiempo. 

Citas y Notas

1. Gómez F. Héctor y Benzi B, Bruna: “La publicación periódica: un importante vínculo para la transmisión del conocimiento” en Rev. Trilogía 7 (13), U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., 1987, p.25.

2. Cf. Guyenot, Emile: Las ciencias de la vida en los siglos XVII y XVIII, Uthea, México, 1956, p.24.

3. Cf. Berríos, M. y Saldivia, Z.: “Descubriendo el propio cuerpo físico. Claudio Gay y la ciencia en Chile”, Rev. Creces, Stgo., Mayo 1991, p. 34.

4. Sorber, R. J.: La Conquista de la naturaleza, Monte Ávila Editores,  Caracas, 1996; p. 45.

5. Cf. Butterfielf, H: Los orígenes de la ciencia moderna, Consejo Nacional de la Ciencia y la Tecnología México D. F., 1988;  p. 217.

6. El cuadro que se adjunta, corresponde a una selección y ordenación personal, extraída de: La Grande Encyclopédie, H. Lamirault Editeurs, París. Vol. I, Chicago-London- Toronto, 1958.

7. Cf. Rupert Hall, A.: La revolución científica, Ed. Crítica, Barcelona, 1985; p. 337.

8. Forbes, R. J.: Historia de la técnica. F. C. E., México D. F., 1958, p. 186.

9. Cf. De Ron Pedreira, Antonio: “Las sociedades científicas de finales del Siglo XX”, Rev. Política Científica, Nº45, Madrid, Marzo 1996.

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Zenobio Saldivia M. y Felipe Caro P.

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile. 

Resumen: Se analiza el origen histórico y las características del Modelo Panóptico, como recurso arquitectónico proveniente del mundo europeo, tanto para las prisiones como para las construcciones hospitalarias, y su aplicación en Chile, especialmente durante el Siglo XIX. Por ello, se destaca la influencia del modelo mencionado en la áreas penitenciaria y médica chilenas, enfatizando en los supuestos méritos de mayor vigilancia y control de los reclusos, con la idea de una eventual regeneración moral de los mismos; y en las eventuales características del Modelo Panóptico tendientes a una mayor higiene y salubridad en los establecimientos médicos, supuestamente facilitada por el paradigma arquitectónico de este modelo.

Palabras claves: Modelo Panóptico, arquitectura carcelaria, arquitectura hospitalaria.

Summary: The historic origin and the characteristics of the Panopticon, as an architectural resource originating from the European world, is analyzed for prison and hospital constructions, as well as its application in Chile, especially during the early 19th Century. The influence of this model in Chilean penitentiary and medical areas is emphasized in the supposed merits of greater surveillance and control of the inmates, with the idea of their eventual moral regeneration; and in the eventual characteristics of the Panopticon Model tending towards greater hygiene and salubriousness in medical establishments, supposedly facilitated by the architectural paradigm of this model. 

Keywords:  Panopticon, prison architecture, hospital architecture.

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Albert o la tolerancia cero a las dunas (Ensayo)

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Artículo publicado el 02/01/2008

La cuestión de la erosión
El acumulamiento de arenas movedizas ocasionadas por el viento, estaba asociado tradicionalmente al Desierto del Sahara, al de Libia, o al de Kalahari en África, o al de Gobi en Asia, y a algunos lugares de Estados Unidos y de México, como el Desierto de Sonora, por ejemplo. Chile, al igual que algunos otros países se ha visto muy afectado por el avance de las arenas desde sus costas hacia el interior, así como por el avance relativo de sus zonas áridas, tales como el Desierto de Atacama, por ejemplo. La erosión es el desmoronamiento progresivo que se produce en la superficie terrestre por agentes externos, en especial por las aguas o el viento. Y justamente este último agente se ha ensañado con muchos sectores de la costa chilena; v. gr.; Reñaca, Concón, Playa Amarilla, Coquimbo y otros. Y en otros períodos con la Región de Chanco, sus alrededores y casi con el pueblo mismo. Y justamente aquí entre estas chapas de tierra, nace una leyenda y un modelo ecológico defensivo: La obra de Federico Albert. Por cierto que no es el primero en observar y llamar la atención sobre el avance de la erosión en Chile, pues eso lo avizora ya en el Siglo XIX el naturalista Claudio Gay, durante su recorrido por el territorio nacional. Empero, quien consigue logros significativos y plantea su mensaje en un contexto político y cultural en el que sí logra enfrentar y combatir las dunas en el plano normativo y práctico, en Chile es Federico Albert en los inicios del Siglo XX.

Federico Albert: El Hombre
Federico Albert Faupp, nace el 8 de noviembre de 1867 en Berlín, en el seno de una familia de músicos, donde transcurre su infancia sin mayores problemas económicos. Realiza sus primeros estudios en el Real Gimnasio de Dorotea de Berlín, destacándose en las áreas de Historia Natural, Física y Matemáticas. Estudia en las universidades de Berlín y Munich, obteniendo en primera instancia, el grado de Bachiller en Botánica, para dedicarse durante los dos años siguientes, a estudiar microscopía e histología; así como también, se dedica a investigar sobre diversos métodos científicos, en especial los que corresponden a la taxidermia.

A los veinte años, ya está en posesión del grado de Doctor en Ciencias Naturales y se desempeña en el Jardín Botánico de Berlín, donde ocupaba un alto cargo. Es en este momento en que es contactado por Domingo Gana, embajador de Chile en Alemania; quien le plantea que considere la posibilidad de venir a trabajar a Chile. Finalmente Albert acepta y arriba a este país de América Meridional, en 1889, comenzando sus trabajos en el Museo de Historia Natural. Aquí se destaca prontamente por su iniciativa y persistencia. La muestra más significativa de su labor realizada en esta entidad, es el esqueleto de la ballena azul que aún podemos observar en el Museo, el cual Albert trasladó desde Valparaíso.

El paisaje variopinto que le ofrece el país, lo induce a conocerlo en profundidad, lo que se refleja en la gran cantidad de obras legadas, las cuales cubren un amplio espectro referente a los recursos naturales, entre las que destacan las relacionadas con especímenes que pueden ser de interés para la silvicultura, la piscicultura, y el manejo del suelo y de las aguas.

En 1910, y como parte de la conmemoración del centenario de la Independencia Nacional , el gobierno le reconoce a Albert Faupp su destacada labor y le hace entrega la carta de ciudadanía chilena. Cuatro años después, debido al estallido de la Primera Guerra Mundial, Albert viaja a Alemania, preocupado por el destino de sus familiares; desde donde regresa enfermo.

En 1916 se retira de las funciones públicas, al parecer, muy sentido y dolido, por las dificultades y trabas administrativas de aquellos exponentes de los grupos económicos que veían comprometidos sus intereses. Esto, debido a las fuertes críticas que éste alemán había realizado a quienes destruían los recursos naturales del país sin pensar en el porvenir. Así, pasa sus últimos años de vida, escribiendo acerca de los bosques y acerca de la conveniencia de proteger la flora y faunachilensis. Muere el 9 de noviembre de 1928, a los 61 años, de un ataque al corazón que lo sorprende en una calle del centro de Santiago.

Su aporte científico
Federico Albert Faupp, es un adelantado visionario con respecto al tema de los recursos naturales: logra comprender la riqueza que proporcionan los diversos ambientes naturales, reconoce los problemas que los afectan, y por ende, entiende la importancia de proteger estos recursos naturales para su conservación y aprovechamiento de las nuevas generaciones. Su obra comprende una serie de exploraciones en terreno, el acopio de más de 1.200 fósiles, incluido un ictiosaurio y los restos de un mastodonte y numerosos textos y artículos relativos la piscicultura, la paleontología, la ornitología, la taxidermia, y la erosión y forestación de los suelos. Por ello no es extraño que haya recorrido El Valle de Elqui, Ovalle, Santiago, Valparaíso, Los Andes, Rio Blanco, Catapilco, Curicó, Cauquenes, Corral, Constitución, Llanquihue, Chiloé y el Archipiélago de Juan Fernández, entre otros.

Albert como ya hemos señalado, publica numerosos artículos y libros. Entre los artículos, muchos de éstos aparecen en los Anales de la Universidad de Chile, en la Revista Chilena de Historia Natural y en las Actas de la Société Scientifique du Chili, Boletín de Bosques, Pesca y Caza, entre otras fuentes. Y entre sus textos, recuérdese por ejemplo: Los Estudios sobre Ornitología chilena (1898), Las Dunas o sea las arenas volantes, voladeros, arenas muertas, invasión de las arenas, playas y médanos del centro de Chile (1900), Estudios sobre la Chinchilla (1901), La Introducción de los Salmones (1902), Cartilla Forestal Dedicada a los agricultores del País (1905), El Aromo de Australia (1908), Los 7 árboles más recomendables para el país (1909), La necesidad urgente de crear una Inspección General de Bosques, pesca y Caza , (1911), entre tantos otros.

En rigor, en nuestra época, al pensar en su obra, generalmente se enfatiza en la tarea de reforestación, en su interés por desarrollar la salmonicultura y en sus labores como taxidermista, pero en verdad su preocupación forestal era mucho más global, aludía también a una cuestión de salubridad pública, y a lo que hoy llamaríamos “una mejor calidad de vida”. En efecto, el mismo Albert lo expresa así en una de sus obras: “En la salubridad pública los bosques ejercen una influencia benéfica, así por ejemplo, en la vecindad de los pueblos son ellos los que ponen una barrera infranqueable a la propagación de las epidemias, saneando el aire que rodea a los terrenos que, por un exceso de humedad estancada, pueden ser foco de miasmas pestilentes”. (1)

La lucha contra la erosión
En 1900, Albert se traslada hasta Chanco con el fin de controlar el avance de las dunas o “arenas volantes”, que amenazaban con cubrir los extensos terrenos agrícolas del sector e incluso el mismo pueblo. Y por ello principia a desarrollar un vasto plan de reforestación y a crear viveros para repoblar de floresta en dichas regiones. Para lograr detener el avance de las arenas, trabaja en distintas fases y con distintos procedimientos; uno de ellos consiste en plantar rábanos, romaza, o plantas forrajeras, y luego repoblar con árboles para afirmar el suelo. Quince años más tarde, gracias al plan de plantaciones forestales iniciado por el científico, había logrado recuperar más de 300 hectáreas de superficie fértil. Allí se cultivaron aproximadamente dos millones de árboles, los que, debido a su altura -algunos con más de 20 metros- han logrado detener hasta hoy el avance de las “arenas volantes”. (2) Justamente entre los bosques artificiales que planta para detener las dunas figuran: los aromos australianos ( acacia melanoxylon ) y un tipo de eucaliptos ( eucaliptos resinífera ), los cuales tienen un crecimiento relativamente rápido y la caída de sus hojas favorece mejor la reconstitución de la capa vegetal de los suelos arenosos. (3) Y también porque los mismos tienen una mayor resistencia a las aguas salobres y a la brisa marina, tal como lo destaca en su obraLos 7 árboles más recomendables para el país. (4)

Actualmente el lugar está convertido en una reserva nacional y está a cargo de la Corporación Nacional Forestal, y lleva el nombre del profesional alemán. La misma cuenta con una superficie de 145 hectáreas de bosque, conformado esencialmente por pinos, eucaliptos, aromos y cipreses. Los habitantes del pueblo de Chanco y los agricultores de la zona, que vivieron a mediados del siglo XX le deben mucho a Albert, porque pudieron volver a sus tierras y retomar sus labores agrícolas, ganaderas y pesqueras; pero los jóvenes no tienen idea de este benefactor, y en este sentido, los estudiosos de la historia de la ciencia en Chile, tienen la oportunidad de difundir su labor, y saldar la deuda a su memoria.

La Forestación
Debido a los reclamos públicos por la destrucción de los bosques en las provincias de Malleco, Cautín y Valdivia; Albert viaja en 1903 a dichas regiones, donde constata los graves daños a la flora y fauna regionales, ocasionados por la quema de los bosques. Ese mismo año viaja a Alemania y se contacta con distintos ingenieros forestales, de quines aprende sus métodos de trabajo; muchos de los cuales los aplicará más tarde en nuestro país, convirtiéndose en el organizador y articulador de la normativa y de la administración forestal, logrando así, asentar las bases para una política de conservación de los bosques en Chile. En su trabajo, Albert insiste en que la conservación no es olvidarse de los bosques, como recursos explotables; sino que es una racionalización de los procesos de explotación de los mismos, el cual debe ir a la par con una normativa eficaz para cautelar la replantación de bosques y la restauración de los suelos. (5)

Por otra parte, Albert se da cuenta que la erosión que afecta gran parte del territorio costero, se debe a la desaparición de la cobertura forestal que es la que entrega los componentes orgánicos necesarios para mantener fértiles los suelos. A raíz de este estudio, establece una campaña urgente de reforestación, para poder detener el proceso erosivo. Indica además que los terrenos que se deben destinar a la forestación son aquellos no aptos para otro tipo de cultivo, como por ejemplo terrenos pedregosos, arenosos, secos, calcáreos, o aquellos con pasto insuficiente para la alimentación de los animales. De esta forma, es posible sacar el máximo provecho de los suelos y no se pierden áreas de cultivo agrícola en forestación.

Con respecto a la conservación del medio ambiente, Albert enfatiza la importancia del rol del Estado en la misma, en estos términos: “El Estado debe velar i supervisar la conservación i construcción de los bosques”. (6) Insiste en que el Estado debe otorgar libertad de acción a los ciudadanos en cuanto a las iniciativas para la plantación y protección de los bosques; sin embargo, recomienda que el mismo pueda establecer un control para evitar el devastamiento de los territorios, por ejemplo, a través de la creación de reglamentos sobre bosques, y diseñando políticas gubernamentales para el repoblamiento forestal y la conservación de reservas forestales. Esto, a su juicio, actuaría como un ejemplo e incentivaría a los particulares en cuanto al cuidado de los bosques.

La primera piscicultura
El año 1902, Federico Albert Faupp, elabora un documento indicando las posibles especies de salmonídeos que sería factible introducir en Chile. Tiempo después, plantea establecer una Estación de Ensayos de Piscicultura, para lo cual, no sólo estudia el hábitat de las especies que considera más apropiadas para el proyecto; sino también, las variaciones de temperatura de algunas regiones que le parecen adecuadas para implementar dicho proyecto, así como también, el impacto económico de su propuesta. Al respecto, Albert estima que la introducción de salmones sería exitosa en ríos que nazcan en las cordilleras a cierta altura y que tengan agua aireada y con pequeñas vertientes de aguas cristalinas con fondeos pedregosos y arenosos. (7) Luego, al año siguiente, y muy de acuerdo con sus ideas previas, Albert emprende la construcción de la primera piscicultura en nuestro país. La misma se ubica, cerca de la ciudad de Los Andes, en Río Blanco; esto es, en los inicios de la cordillera.

Con el apoyo de gobierno, y luego de superar un mar de dificultades administrativas y de transporte, logra traer desde Alemania, cuatrocientas mil ovas, las cuales son transportadas en barco a vapor desde Pallice, Francia, hasta Valparaíso. De esta forma, Federico Albert Faupp, inicia el cultivo de la primera piscicultura de salmonídeos en Chile, en 1905 y cuyo auspicioso resultado, le ayuda a obtener el apoyo de empresarios, que más tarde abrirán nuevos criaderos en La Dehesa, Lautaro y Aysén.

Hacia una conclusión
El legado de Albert va más allá de la ciencia chilena y no se agota en ella. Alude a un incremento del conocimiento en zoología marina, en paleontología, en técnicas forestales y en técnicas y procedimientos de cultivos de peces salmonídeos. Es un aporte múltiple que logra sacar la ciencia a regiones al igual que el naturalista porteño Carlos Porter, y logra unir el conocimiento científico, las técnicas específicas de tal o cual cultivo, con la industria nacional. Además de dejar asentado definitivamente la preocupación ecológica por la renovación y protección de los bosques nativos. Pero además es uno de los pocos hombres de ciencia que se preocupa de dejar instituida una política científica para la protección de especimenes de la flora y de la fauna chilenas. De esta convicción es justamente la tozudez con que presenta una y otra vez, proyectos de protección de los recursos forestales. En este sentido, Albert es un antecesor de las preocupaciones ecológicas y ambientalistas en Chile.

Por Zenobio Saldivia y Cherie Flores

Bibliografía
1. Albert, Federico: Cartilla Forestal dedicada a los Agricultores del país , Imprenta, Litografía i Encuadernación Barcelona, Stgo., p.4.
2. Camus, Pablo: “Federico Albert: Artífice de la gestión de los bosques de Chile” [en línea]. Revista de Geografía Norte Grande , Nº 30: p. 55-63 (2003). [Consulta: noviembre 16 de 2007]. Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/300/30003005.pdf
3. Cf. Albert, Federico: El Aromo de Australia o Acacia Melanoxylon , Impr. Cervantes, Stgo., 1908. Y también del mismo autor en: Plan General para el Cultivo de Bosques , Ministerio Industria y Obras Públicas, Stgo., 1907.
4. Albert, Federico: Los 7 árboles más recomendables para el país , Stgo., 1909.
5. “Conservación de los recursos naturales” [en línea]. [Consulta: noviembre 16 de 2007]. Disponible en: http://www.sitiosculturales.cl/ mchilena01/ temas/ dest. asp ?id=albertconservacion .
6. Hartwig, Fernando: Federico Albert: pionero del desarrollo forestal en Chile . Talca, Ed. Universidad de Talca, 1999.
7. Albert, Federico: La Introducción de los salmones , Impr. Cervantes, Stgo., 1902., p. 13.
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El sueño del puente sobre Canal de Chacao

Por
Artículo publicado el 25/06/2012 

Generalmente en el imaginario de una región o de un país, se van incoando deseos colectivos o proyectos tecnológicos que se estiman que serían muy beneficiosos para una región o país. En la mayoría de las veces, tales anhelos toman tal o cual forma específica de acuerdo a ciertos requerimientos sociales o materiales que se mezclan con los vaivenes del quehacer político contingente, con las prioridades de la agenda pública y con los énfasis empresariales o comerciales del momento. Ello no es novedad, Chile tiene varios ejemplos al respecto y en otros países de América sucede lo propio. Remontémonos al siglo XIX y pensemos por un momento nada más en algunos megaproyectos que atravesaron generaciones y que fueron parte del esfuerzo o simplemente de la promesa de muchos exponentes de la clase política de su tiempo.

En Venezuela, Simón Bolívar por ejemplo, fue uno de los hombres de acción, del Siglo del Progreso, que formado al alero de las ideas ilustradas logra la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá. Y quien, en pleno desarrollo de los avatares de la guerra contra España, reflexiona sobre la conveniencia de alcanzar el maridaje productivo de las ciencias y las artes, conque ya contaba Europa, y que él percibe como uno de los elementos más importantes, que sumado a una conducción política hegemónica y realista, permitiría asentar en los países hispanoamericanos, una base sólida para el progreso material y para el desarrollo humano en general. Por eso, no es extraño que en 1822 haya invitado a los gobiernos de México, Perú y Argentina para constituir una Asamblea de Plenipotenciarios con asiento en Panamá; idea que retoma dos años más tarde, invitando ahora a más países con vistas a formar una gran Confederación que aglutinara las naciones desde México hasta el Río de la Plata. Los países recién independizados de América, en rigor, no apoyan dicha iniciativa que apuntaba a construir un nuevo orden internacional y en el cual los países hispanoamericanos podrían situarse como un nuevo referente político, militar, social y comercial fuerte y unido, capaz de enfrentar en igualdad de condiciones a los dos modelos sociopolíticos grandes de su tiempo: Europa y EE.UU.

Actualmente, en pleno siglo XXI, como latinoamericanos, hemos logrado algunos mecanismos de integración y muchos acuerdos comerciales; aunque dicha integración parece apuntar en la práctica, a tópicos puramente comerciales, materiales y académicos. Esto es, que se visualizan esfuerzos orientados principalmente a facilitar el desplazamiento más rápido de las mercancías, a compartir la infraestructura carretera y a poner todos los bienes y servicios en los países signatarios del acuerdo, para que nosotros, los usuarios y consumidores chilenos y latinoamericanos en general, tengamos de todo y más barato -al menos los sectores económicamente solventes- pero alcanzar a trascender la inmediatez de compartir los recursos naturales y arribar a un gran conglomerado político, a un esfuerzo de consensos para intentar una gobernabilidad americana, sigue siendo un gran sueño.

En Chile, independientemente de otros imaginarios viables o no viables, que efectivamente existen en nuestro país, el tema del Puente sobre el Canal de Chacao está de moda. En efecto, ya desde la década del sesenta del siglo anterior, se escuchaba entre los chilotes, la idea de contar con un puente que permitiera la integración vehicular y comercial con el continente, y dicho ideario pasó de generación en generación, tal como el autor de estas notas, nacido en la isla, escuchó tantas veces a sus abuelos, tíos y otros familiares. El sueño del Puente sobre el Canal de Chacao, por tanto, es de larga data.

En rigor, no es una idea nueva, lleva varias décadas en el imaginario isleño chiloense y de vez en cuando, ha salido a flote y ha motivado la discusión pública; durante algunos años formó parte de las conversaciones y promesas entre los miembros de la clase política de Chiloé y los ciudadanos de la Isla Grande, luego quedó inserto en la carpeta de concesiones del Ministerio de Obras Públicas y en un pasado muy reciente se ha asociado a las obras de celebración del Bicentenario. Lo novedoso en dicha ocasión es que dicho proyecto se insertó al menos en el marco de tres variables relevantes: Primero, aparece identificado con la tesis que postula que es el medio más efectivo para terminar con el aislamiento de la gran isla de Chiloé, y por otra parte, porque se presenta en un contexto histórico en el cual la tecnología y el apoyo ingenieril necesario para su ejecución, está a todas luces disponible. Y finalmente, porque la discusión eclosionó dentro de un gobierno elegido democráticamente, el de Michelle Bachelet; todo lo cual le dió una dimensión aun mayor a lo que ya de suyo representaba. Así, el tema central no es su factibilidad, puesto que ya hay numerosos referentes al respecto, tales como el Golden Gate de San Francisco en los EE.UU, o el puente y túnel de Oresund, entre Suecia y Dinamarca, o el puente de Humber, en Inglaterra, por ejemplo; lo relevante parece ser su alto costo, puesto que tal como se difundió en su tiempo en la prensa, los gastos de construcción en ese momento, no motivarían a las grandes empresas. Ello gatilló un mínimo de efervescencia social en la isla y dio pábulo a declaraciones de numerosas autoridades regionales que demandaron abiertamente a los exponentes del poder central, para que el Estado subsidie dicha obra. Y esto es justamente entrar en la dicotomía clásica costo-beneficio regional y prioridades políticas nacionales, con lo cual la materialización del megaproyecto quedó en suspenso en el gobierno anterior, ya mencionado.

Las autoridades del gobierno pasado, replicaron en su oportunidad, que en ese momento no era posible subvencionar dicha iniciativa porque había muchas prioridades más que apuntaban al buen desempeño de la vida pública y del bienestar del país. Tal vez eso fue atendible, puesto que la optimización de los recursos es algo comprensible, dentro de la globalización en que estamos inmersos y dentro de la vida contemporánea que se mide con criterios economicistas de entradas y salidas, de montos de costo-beneficio, de gastos de implementación y de réditos políticos inmediatos. Puede ser. Pero (independientemente de la posición personal del autor de estas notas, que es más proclive a un túnel para zanjar el aislamiento y preservar la estética de la topografía del entorno natural), es necesario no perder de vista algunas consideraciones que articulan la historia y la política chilenas en relación a este imaginario. Así, tal vez Chiloé no era rentable en lo inmediato puesto que ya no estamos en el siglo XVII y los corsarios holandeses no se ensañan con Castro ni con otros lugares de la Isla, entonces no hay premura. Y como tampoco estamos en el Siglo  XVIII en el período en que la Corona Española vivía a saltos, temiendo por la seguridad de la zona ante el desfile de exploraciones inglesas y francesas entre otras, que trasuntaban los ocultos intereses de anexión de dicha región a sus respectivos Reinos, entonces no resulta prioritario focalizar la atención en Chiloé. Y como tampoco estábamos en los avatares de la República decimonónica, por ejemplo en la década del veinte, en que seguían enquistados los realistas, hasta su derrota luego de la Batalla de Pudeto, por ejemplo; entonces otra vez Chiloé resultaba irrelevante.

Y nuevamente ahora, en el presente año 2012, tras el anuncio del Presidente de la República Sebastián Piñera, en su Discurso Anual en el Congreso, se reflota el tema del puente en comento y se promete la realización de estudios para su posterior ejecución. Al respecto, para este autor únicamente surgen dos interrogantes: ¿efectivamente en esta ocasión se cumplirá el sueño ad eternum ofrecido tantas veces a los chilotes? Y ¿los grupos ecologistas, tradicionalistas, costumbristas o la élite intelectual de la zona estarán de acuerdo? En fin, veremos las reacciones en los próximos meses. Aquí únicamente deseamos expresar nuestro cariño y respeto a los habitantes de la zona para que no sigan siendo ilusionados.

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El Positivismo y su impacto en Chile

Zenobio Saldivia M
Artículo publicado el 21/11/2004 en Revista electrónica Critica.cl 

Algunos antecedentes

Si bien la noción “positivismo” es un concepto polisémico que encierra una connotación histórica, epistemológica y filosófica, es posible entenderlo como una corriente filosófica, científica y cultural que se desarrolla en la Europa decimonónica a partir de las ideas de Augusto Comte y que se caracteriza por enfatizar la importancia del método y de la ciencia como fenómeno social que posibilita un ascenso inevitable hacia el progreso social y moral. Encierra, por tanto, las ideas propias de dicha cosmovisión que se difundieron principalmente a partir de la obra de Comte: Cours de philosophie positive (1830-1842), más las de autores como J. Stuart Mill y otros, las cuales se desarrollan con una extraña fuerza tanto en Europa como en los países recién independizados de América. Es probable que la enorme simpatía que despertó el positivismo en muchos países latinoamericanos tales como México, Brasil, Chile y otros, se haya debido a su percepción de la marcha fundamental de la historia, que se caracteriza en este enfoque, por el inevitable desenvolvimiento de estadios que deben terminar necesariamente con el estado positivo o científico. Y claro, para los países que están dejando atrás todo un pasado cultural foráneo y saturado de metafísica, las tesis comtianas que aluden a una concentración exclusiva en la experiencia y en la actividad de las comunidades científicas emergentes, resulta un excelente asidero para encontrar una adecuada explicación de una naturaleza amenazante que los rodea y de una sociedad que hay que reconstruir con parámetros más modernos y más aproximados a un ideario de “lo americano”.

Presencia del positivismo en Chile

En Chile, el positivismo se difunde con una clara impronta francesa, esto es, que prima la tendencia de Comte. Dicha corriente principia a difundirse desde 1873 con la fundación en Santiago, de la Academia de Bellas Letras, organizada por un grupo de entusiastas intelectuales dirigidos por José Victorino Lastarria, quienes persiguen cultivar la literatura no solo como un arte sino además como un medio para la expresión de la verdad, según las reglas y exigencias de las obras científicas de Comte y en conformidad con los hechos demostrados de un modo positivo. Entre estos hombres públicos que asisten a las discusiones están Manuel Antonio Matta, B. Vicuña Mackenna, Diego Barros Arana, José Manuel Balmaceda, Miguel Luis Amunategui, los Hnos. Lagarrigue, Valentín Letelier, y por cierto, el líder: José Victorino Lastarria, quien ya se había declarado positivista en 1868; luego de leer por 1ra vez la obra de Comte: Cours de Philosophie positive. Por tanto, en rigor de la cronología, este sería el momento histórico que corresponde a la génesis del positivismo en Chile. Años más tarde, en 1874, Lastarria publica su trabajo: Lecciones de Política positiva, donde emplea el método positivo para el análisis de los estudios sociológicos, políticos y administrativos.

Las décadas del setenta y ochenta del Chile decimonónico se nos presentan como un hito de consolidación y de arraigo de las ideas comtianas en el país, tanto por la fundación de entidades que tienen entre sus objetivos la difusión de las nociones comtianas y el estudio y aplicación o “adaptación” de muchas de ellas a la realidad social, cultural y política chilenas. En los años setenta, además de la Academia de Bellas Letras, recuérdese el envío de la Carta de Jorge Lagarrigue, en 1876, al francés Emile Littré, seguidor de la doctrina positivista. Esta es publicada por la Revista de Philosophie positive, ese mismo año y constituye para los intelectuales europeos una especie de acuso de recibo del hecho de que las nociones comtianas ya están en la vida pública chilena e identifica a Jorge Lagarrigue como uno de los exponentes de la corriente positivista chilena ante la comunidad internacional. Ello no es extraño, pues este autor ya en 1875 había traducido y publicado los Principios de Filosofía Positiva, dando cuenta de una selección de las ideas de Comte, y más tarde, a principios de los ochenta viaja a Paris y continúa con el estudio y lectura de las tesis comtianas. A su regreso al país en 1882, se presenta como un férreo impulsor y difusor de esta doctrina aunque enfatizando más el aspecto religioso de la misma; esto es, difundirla como religión para toda la humanidad. En esta tarea se desempeñan como fieles colaboradores sus propios hermanos Luis y Juan Enrique.

En los años ochenta del siglo XIX chileno, continúa la labor de divulgación del positivismo, ahora con nuevos simpatizantes entre estos, el educador Eugenio María de Hostos (portorriqueño 1839-1903), quien permanece en el país en dos períodos; primero entre los años 1872 y 1873 y luego entre 1888 y 1898. Este autor escribe frecuentemente en la Revista de Chile, difundiendo algunas nociones comtianas, en especial en lo referente a la educación a favor de la mujer y acerca de la conveniencia de incorporarlas a las carreras de las distintas ciencias aplicadas. También en esta década, aparecen entidades destinadas a la misma tarea de difusión del positivismo, en otras regiones del país, v. gr. en Copiapó, Juan Serapio Lois funda la Sociedad Escuela Augusto Comte, en 1882,orientada al análisis, a la lectura, a la difusión y a la discusión de las obras de los positivistas europeos. Incluso llega a sacar un medio comunicacional denominado: Revista El positivista (periódico filosófico, literario, científico y moral). Serapio además logra publicar una obra titulada Elementos de filosofía positiva que aparece en dos tomos, entre los años 1887 y 1889.

Al parecer, en Chile los positivistas se bifurcan en dos grandes tendencias. Por una parte están los Positivistas intelectuales que persiguen adoptar el positivismo para aplicarlo cuidadosamente a la realidad del país, con cierta flexibilidad, a las ideas originales de Comte en lo referente a la noción de libertad. Comparten más las ideas de Littré, que las de Comte. Aquí se ubicarían J. V. Lastarria y Valentín Letelier, quienes se preocupan además del ideario del progreso, por la política y por el tema de libertad.

La otra tendencia que podemos denominar como Positivistas con doctrina religiosa; Tratan de utilizar el positivismo más que para los temas sociales y políticos, principalmente para desplazar al catolicismo y la religión y poder así, instaurar la Religión de la Humanidad, al estilo de los planteamientos del Comte de su última etapa. Aquí se ubican los Hnos. Lagarrigue, quienes siguen las ideas comtianas y las de Pedro Lafitte (Director de la Escuela Positivista en Francia). Los temas que interesan a estos intelectuales se orientan además del progreso, que los une a todos, el énfasis por la religión, la filantropía comtiana: el amor a la humanidad.

A manera de conclusión


Los positivistas de los distintos centros del país, independientemente de sus tendencias y orientaciones, coinciden todos en lo referente a lograr en el país, tanto la implantación del método experimental, cuanto en el reconocimiento de la importancia del desarrollo de la ciencia y del espíritu positivista en Chile. También coinciden en cuanto al trabajo de las elites por el bienestar material de la población y por el progreso colectivo, así como por el desarrollo de los conocimientos científicos y por el aumento de las libertades personales. La mayoría de los seguidores del positivismo aspiran a la expansión de la instrucción pública y de la educación en general, y en especial, los mejores esfuerzos de los seguidores de esta doctrina, apuntan a inculcar el conocimiento del método experimental y de las leyes de la naturaleza en la curricula del sistema educacional chileno. Es notorio además, el hecho de que estos autores participan dentro del universo de la masa crítica que más se destaca en la vida pública nacional y manifiestan una producción intelectual que se desplaza en una seguidilla de esfuerzos tendientes a inculcar el método positivo en la enseñanza de la filosofía, en el plano de la acción y de la teoría políticas, en el marco de la literatura y también en la esfera de las ciencias decimonónicas, principalmente por el hecho de privilegiar el pragmatismo y el télos del progreso en estas comunidades. En rigor, podría decirse que en esta época, los miembros de la clase política y los intelectuales del país, han comprendido la conveniencia de fomentar tanto el conocimiento científico, como el desarrollo tecnológico y la educación en todos los niveles; y al mismo tiempo, se muestran imbuidos de un espíritu racionalista y pragmático que los conduce hacia la obtención del progreso. Ello es plenamente factible de concebir en esta era, toda vez que ya se cuenta con la información científica sobre el cuerpo físico del territorio nacional, como consecuencia de los trabajos teóricos y de exploración in situ de científicos como Gay, Domeyko, Philippi, Pissis y otros; sólo que dicha vinculación entre conocimiento del medio natural y el progreso, ya la percibían antes, en plena ejecución de sus tareas científicas: Gay, Domeyko y Philippi.

Esta tendencia de difundir el conocimiento científico, de acercarse a la tecnología, y de llevar la actividad productiva nacional a un sitial superlativo para su época, es claramente el resultado de una interacción entre los exponentes de la esfera pública y los autores imbuidos del ideario del progreso y de la regeneración moral de la sociedad. Tales ideas por cierto, son difundidas por Comte y sus seguidores en los distintos países de Europa y de las jóvenes repúblicas de América.

Y en cuanto a la noción de progreso, casi todos estos exponentes del positivismo chileno lo asocian con un proceso de adquisición de información especializada de las distintas disciplinas vigentes en Europa, para que dichos conocimientos se apliquen en Chile, con vistas a una posterior explotación, cultivo o industrialización de muchos referentes del cuerpo físico del país o del universo biótico, como un puente hacia la industria y al capitalismo. En este sentido, la idea de progreso de estos autores, lleva implícita un a priori que es justamente un cierto desplazamiento de la naturaleza vernácula por la civilización europea, representado por los inmigrantes y sus valores culturales, políticos y sociales que irradian nuevos posibles de acción y desarrollo laboral. Ideas que defienden muchos positivistas chilenos. Por eso no es raro que algunos autores entiendan el progreso como un recurso material y social para sacar a la joven República de Chile y a otras naciones, fuera de la barbarie, de la vastedad de las pampas y de las selvas y lograr así, la civilización; entendida esta como poblamiento de tales regiones. El progreso es para ellos poblar y poblar con europeos es alcanzar la civilización.

 

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El Joven y sus estudios

Charles Robert Darwin, nace en 1809 en Shrewsbury, al Oeste de Inglaterra. Sus primeros estudios los realiza en la escuela del sacerdote G. Case en 1817. Luego, se incorpora al Internado del Dr. Butler entre los años 1818 y 1825. Y en 1825, luego de terminar sus estudios secundarios en el Shrewsbury School, se incorpora a la Universidad de Edimburgo para estudiar medicina; estudios que son interrumpidos tres años después. Aquí congenia gratamente con el geólogo Robert Jameson y se incorpora a la Sociedad Pliniana fundada por éste científico. Finalmente en 1831 termina sus estudios en el Christ’s College de la U. de Cambridge y recibe el grado de Bachiller en Artes; son los años en que Darwin lee las obras de William Paley (1743-1805) que lo dejan reflexionando sobre temas propios de la filosofía moral del período; así como también algunas obras de Humboldt, principalmente el texto Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Mundo. Esta obra despierta en el joven naturalista, el sueño secreto de un viaje a América.

En otro plano, este mismo año, a instancias de su maestro, el profesor de geología y botánica John Stevens Henslow, lo recomienda al Almirantazgo para que viaje como naturalista ad honorem a bordo del HMS Beaglecomandado por el oficial Robert Fitzroy, para formar parte de una expedición con objetivos cartográficos, geológicos, hidrográficos y de historia natural. Tras la difícil tarea de convencer a su padre para que autorizara la partida, Darwin acepta la propuesta del Almirantazgo. Y luego de cinco años de excursiones naturalistas, regresa a Inglaterra en 1836. La muerte lo sorprende en abril de 1882, en Downe, Inglaterra.

El Viajero
Darwin ya debidamente instalado en el bergantín Beagle, parte de Devonport en Diciembre de 1831 y principia su periplo alrededor del mundo. En cuanto a América, recuérdese que visita algunos lugares de Brasil, tales como Bahía y Río de Janeiro; o de Uruguay, tales como Pto. Maldonado; o del actual Ecuador, como las islas Galápagos. Lo propio hace con El Callao y algunos lugares del Perú de la época. Llega también a algunos lugares de Argentina, tales como Río Negro, Bahía Blanca, o Buenos Aires, amén de algunas excursiones al Río Lujan y Mendoza. Y en cuanto a Chile, visita la Tierra del Fuego, Canal Beagle, Cabo Gregorio, amén de algunas islas del Pacífico. En su visita a Bahía Blanca, Argentina, Darwin realiza estudios geológicos que dan cuenta de algunos animales antidiluvianos como el Megalonix, el Megatherium o el Mylodon, entre otros.[1] Más tarde incursiona hasta la latitud de 57º S., frente al Cabo de Hornos.

Sus exploraciones en Chile
En Chile Darwin realiza algunas exploraciones geológicas y otras para observar la flora y fauna chilensis entre 1834 y 1835; ora en Chiloé, ora en Santiago, luego en Rancagua; también visita Concepción y Talcahuano, (tras el terremoto de febrero de 1835). También recorre los alrededores de Valdivia, de Valparaíso, Quillota, el Cerro la Campana y otros; arriba también a San Felipe y recorre los alrededores, visitando lo que hoy son los pueblos de Sta. María, Jahuel y otros lugares. Justamente en el sector de Jahuel, identifica un punto magnético, que se ha constituido en la actualidad en un lugar de interés turístico. Pero es la belleza de la Cordillera de Los Andes y la presencia de las cimas de andinas lo que prácticamente lo inunda de gozo y admiración. Justamente el impacto que siente al contemplar el Volcán Aconcagua, lo induce a expresar sus mejores sentimientos referentes a la captación de la belleza de la naturaleza chilena. Así, luego de dejar consignada la altitud de dicha masa rocosa, (6900 metros), exclama: “¡Qué admirable espectáculo el de esas montañas cuyas formas se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico!”[2]

En cuanto a la región centro-sur de Chile, recuérdese que Darwin recorre Concepción, Talcahuano y lugares cercanos, justo poco después de un terremoto que lo impresiona vivamente. En efecto, el 20 de Enero de 1835, Concepción y otras ciudades cercanas sufrieron un fuerte terremoto que según estimaciones contemporáneas habría sido de 8.2 grados; a la sazón, Charles Darwin se encontraba en el puerto de San Carlos de Chiloé, realizando sus observaciones habituales de especímenes de la región. El sabio inglés, queda muy impresionado por el fenómeno y lo expresa con estas palabras: “…durante la noche del 19 de Enero el volcán Osorno se pone en erupción. A medianoche, el centinela observa algo que se parece a una gran estrella, ésta aumenta a cada instante, y a las tres de la madrugada asistimos al más magnífico de los espectáculos. Con ayuda del telescopio, vemos en medio de espléndidas llamas rojas, negros objetos proyectados incesantemente al aire, que después caen.”[3]

Y en relación a la zona austral, Chiloé, es el foco de muchas de sus observaciones; así por ejemplo, sabemos que Darwin visita la isla homónima en dos ocasiones, en 1834 y en 1835. En la primera visita, elBeagle ancla en el puerto de San Carlos en el mes de Junio, procedente del Estrecho de Magallanes, y de inmediato el naturalista queda prendado de la fuerza y belleza de la naturaleza de Chiloé. Al realizar el trayecto de San Carlos a Castro, queda impresionado porque el camino en toda su extensión era principalmente de troncos. El lo relata en estos términos: “En un principio, se suceden colinas y valles, pero a medida que nos aproximamos a Castro se presenta el terreno más llano. El camino es por sí mismo muy curioso: en toda su longitud, a exepción de algunos trozos anchos, consiste en grandes tarugos de madera, unos anchos y colocados longitudinalmente, y otros transversales muy estrechos. En verano no está muy malo este camino, pero en invierno, cuando la madera se pone resbalosa con la lluvia, es muy difícil viajar.”[4]

Seguramente, a nosotros como contemporáneos, también nos causa extrañeza esta técnica, pero desde la perspectiva de las condiciones climáticas de la isla, dada su alta pluviosidad, es comprensible que buscaran un recurso duradero y barato, y que al mismo tiempo fuera resistente al peso de las carretas, así que en las primeras décadas del siglo XIX, parte de los bosques comenzaron a ceder para transformarse en praderas, quedando sus troncos en los pantanos, perfilando así los primeros caminos de la isla. Otra parte importante del bosque nativo, en las próximas décadas, será presa del fuego de los roces, en busca de nuevas praderas.

Darwin no sólo realiza descripciones de la flora y fauna endógena de la regiones mencionadas, que son más bien conocidas, gracias a los trabajos de Villalobos y Yudilevich; sino que también realiza numerosas observaciones geológicas, geomórficas, paleontológicas y de conquiliología; tal como se puede apreciar al leer su Jeolojía de América Meridional, aparecida en 1846. En ella la presencia de Chiloé en los campos de estudio señalados, es manifiesta. V. Gr. en cuanto a la formación geológica de la isla de Huafo, escribe: “Esta isla se halla entre los grupos de Chonos i Chiloé; tiene cerca de 800 piés de altura i quizas posee un núcleo de rocas metamórficas. Los estratos que examiné constaban de areniscas de grano fino, lodosas, con fragmentos de lignita y concreciones de arenisca calcárea.”[5] Así, Darwin continúa con sus observaciones también sobre conchas fosilizadas de gasterópodos, moluscos, mitílidos y otros. Y entre sus aportes paleontológicos, realiza la identificación de los primeros amonites sudamericanos, que encuentra en el Monte Tar, cerca de Pta. Arenas. Y da cuenta también, de la formación volcánica de Chiloé, distinguiendo la formación orográfica de la costa oriental compuesta principalmente de grava y estratos de arcillas endurecidas y areniscas volcánicas. La parte norte de la isla, a su vez, estaría compuesta de una formación volcánica de 500 a 700 piés de espesor, en estratos de diversas lavas.[6]

Darwin y el Nuevo paradigma
Su famosa Teoría de la Evolución que cambió la visión de la naturaleza y del mundo científico en general, en rigor no es un constructo teórico esencialmente original, que Darwin haya madurado y difundido con cierta prontitud o precocidad. En efecto, desde la perspectiva de la historia de las ciencias, aquellas ideas ya estaban en ciernes en el ambiente intelectual decimonónico; recuérdese al respecto los trabajos previos de Lamarck, que sostenían el transformismo de los seres vivos, o bien algunos estudios de Erasmo Darwin, abuelo de nuestro naturalista, o el texto: On the Tendency of varieties to depart indefinitely from the original tipe(1858), de A. R. Wallace casi al mismo tiempo de la presentación de las nociones elaboradas por Darwin. Además de estos antecedentes, la articulación de esta mega teoría, es el resultado de las lecturas científicas previas de Darwin y de sus observaciones botánicas, zoológicas, geológicas y paleontológicas realizadas en los distintos lugares que le correspondió recorrer a bordo del bergantín Beagle. En rigor, el fuerte de la teoría en comento, radica en el abundante acopio de datos duros provenientes de las distintas disciplinas y en la capacidad analítica de Darwin; con ello logra “construir un sistema de vasto alcance, de trascendencia ilimitada y de una gran lógica”.[7] Así, entre las lecturas previas del sabio inglés, que fueron contribuyendo para la posterior formulación de su teoría, cabe destacar que en 1838 lee a Malthus[8] y se percata de que no sólo los seres humanos se multiplican más a prisa que la provisión de alimentos, sino que todos los seres vivos hacen lo propio. Y principia meditar sobre la diversidad de los seres vivos.

También lee la Introducción al Estudio de la Filosofía Natural, de John Herschel, algunas obras de Humboldt y algunos trabajos de Maltus. Lo anterior, sumado a sus observaciones in situ, le permiten reconocer el hecho de que poblaciones, en general, tienden a crecer lo más rápido posible, agotando los recursos que existen en su medio. De lo anterior, sumado a sus vastas observaciones, arriba a la Teoría que daría cuenta del hecho de que la naturaleza, “escoge” deliberadamente los rasgos favorables de la selección natural.

Luego de madurar sistemáticamente estas ideas y de estudiar su propio acopio de datos, de analizar sistemáticamente sus conversaciones con criadores de animales y jardineros decide publicar su texto El Origen de las Especies, (1859). 

[1] Cf. Chardón, Carlos: Los Naturalistas en la América Latina, Ed. Del Caribe, Ciudad Trujillo, Rep. Dominicana, 1949; p. 148-149.
[2] Darwin, Charles: Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Ed. Ateneo, Bs. Aires, 1945, p.307.
[3] Darwin, Charles; op.cit.; p. 349.
[4] Villalobos, Sergio: La aventura chilena de Darwin; Ed. A. Bello, Stgo., 1974; p. 67.
[5] Darwin, Charles: Jeolojía de la América Meridional, (Trad. de Alfredo Escuti O.), Impr. Cervantes, Stgo., 1906, p.200.
[6] Ibídem., p. 201.
[7] Marter Daniel: El Espíritu de la Ciencia, U. de Chile, Stgo., 1931, p. 160.
[8] Cf. Asimov, Isaac: Cronología de los Descubrimientos, Ed. Ariel, 2da reimpresión Colombia, 1992, p. 400.
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