Por Zenobio Saldivia
El Joven y sus estudios
Charles Robert Darwin, nace en 1809 en Shrewsbury, al Oeste de Inglaterra. Sus primeros estudios los realiza en la escuela del sacerdote G. Case en 1817. Luego, se incorpora al Internado del Dr. Butler entre los años 1818 y 1825. Y en 1825, luego de terminar sus estudios secundarios en el Shrewsbury School, se incorpora a la Universidad de Edimburgo para estudiar medicina; estudios que son interrumpidos tres años después. Aquí congenia gratamente con el geólogo Robert Jameson y se incorpora a la Sociedad Pliniana fundada por éste científico. Finalmente en 1831 termina sus estudios en el Christ’s College de la U. de Cambridge y recibe el grado de Bachiller en Artes; son los años en que Darwin lee las obras de William Paley (1743-1805) que lo dejan reflexionando sobre temas propios de la filosofía moral del período; así como también algunas obras de Humboldt, principalmente el texto Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Mundo. Esta obra despierta en el joven naturalista, el sueño secreto de un viaje a América.
En otro plano, este mismo año, a instancias de su maestro, el profesor de geología y botánica John Stevens Henslow, lo recomienda al Almirantazgo para que viaje como naturalista ad honorem a bordo del HMS Beaglecomandado por el oficial Robert Fitzroy, para formar parte de una expedición con objetivos cartográficos, geológicos, hidrográficos y de historia natural. Tras la difícil tarea de convencer a su padre para que autorizara la partida, Darwin acepta la propuesta del Almirantazgo. Y luego de cinco años de excursiones naturalistas, regresa a Inglaterra en 1836. La muerte lo sorprende en abril de 1882, en Downe, Inglaterra.
El Viajero
Darwin ya debidamente instalado en el bergantín Beagle, parte de Devonport en Diciembre de 1831 y principia su periplo alrededor del mundo. En cuanto a América, recuérdese que visita algunos lugares de Brasil, tales como Bahía y Río de Janeiro; o de Uruguay, tales como Pto. Maldonado; o del actual Ecuador, como las islas Galápagos. Lo propio hace con El Callao y algunos lugares del Perú de la época. Llega también a algunos lugares de Argentina, tales como Río Negro, Bahía Blanca, o Buenos Aires, amén de algunas excursiones al Río Lujan y Mendoza. Y en cuanto a Chile, visita la Tierra del Fuego, Canal Beagle, Cabo Gregorio, amén de algunas islas del Pacífico. En su visita a Bahía Blanca, Argentina, Darwin realiza estudios geológicos que dan cuenta de algunos animales antidiluvianos como el Megalonix, el Megatherium o el Mylodon, entre otros.[1] Más tarde incursiona hasta la latitud de 57º S., frente al Cabo de Hornos.
Sus exploraciones en Chile
En Chile Darwin realiza algunas exploraciones geológicas y otras para observar la flora y fauna chilensis entre 1834 y 1835; ora en Chiloé, ora en Santiago, luego en Rancagua; también visita Concepción y Talcahuano, (tras el terremoto de febrero de 1835). También recorre los alrededores de Valdivia, de Valparaíso, Quillota, el Cerro la Campana y otros; arriba también a San Felipe y recorre los alrededores, visitando lo que hoy son los pueblos de Sta. María, Jahuel y otros lugares. Justamente en el sector de Jahuel, identifica un punto magnético, que se ha constituido en la actualidad en un lugar de interés turístico. Pero es la belleza de la Cordillera de Los Andes y la presencia de las cimas de andinas lo que prácticamente lo inunda de gozo y admiración. Justamente el impacto que siente al contemplar el Volcán Aconcagua, lo induce a expresar sus mejores sentimientos referentes a la captación de la belleza de la naturaleza chilena. Así, luego de dejar consignada la altitud de dicha masa rocosa, (6900 metros), exclama: “¡Qué admirable espectáculo el de esas montañas cuyas formas se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico!”[2]
En cuanto a la región centro-sur de Chile, recuérdese que Darwin recorre Concepción, Talcahuano y lugares cercanos, justo poco después de un terremoto que lo impresiona vivamente. En efecto, el 20 de Enero de 1835, Concepción y otras ciudades cercanas sufrieron un fuerte terremoto que según estimaciones contemporáneas habría sido de 8.2 grados; a la sazón, Charles Darwin se encontraba en el puerto de San Carlos de Chiloé, realizando sus observaciones habituales de especímenes de la región. El sabio inglés, queda muy impresionado por el fenómeno y lo expresa con estas palabras: “…durante la noche del 19 de Enero el volcán Osorno se pone en erupción. A medianoche, el centinela observa algo que se parece a una gran estrella, ésta aumenta a cada instante, y a las tres de la madrugada asistimos al más magnífico de los espectáculos. Con ayuda del telescopio, vemos en medio de espléndidas llamas rojas, negros objetos proyectados incesantemente al aire, que después caen.”[3]
Y en relación a la zona austral, Chiloé, es el foco de muchas de sus observaciones; así por ejemplo, sabemos que Darwin visita la isla homónima en dos ocasiones, en 1834 y en 1835. En la primera visita, elBeagle ancla en el puerto de San Carlos en el mes de Junio, procedente del Estrecho de Magallanes, y de inmediato el naturalista queda prendado de la fuerza y belleza de la naturaleza de Chiloé. Al realizar el trayecto de San Carlos a Castro, queda impresionado porque el camino en toda su extensión era principalmente de troncos. El lo relata en estos términos: “En un principio, se suceden colinas y valles, pero a medida que nos aproximamos a Castro se presenta el terreno más llano. El camino es por sí mismo muy curioso: en toda su longitud, a exepción de algunos trozos anchos, consiste en grandes tarugos de madera, unos anchos y colocados longitudinalmente, y otros transversales muy estrechos. En verano no está muy malo este camino, pero en invierno, cuando la madera se pone resbalosa con la lluvia, es muy difícil viajar.”[4]
Seguramente, a nosotros como contemporáneos, también nos causa extrañeza esta técnica, pero desde la perspectiva de las condiciones climáticas de la isla, dada su alta pluviosidad, es comprensible que buscaran un recurso duradero y barato, y que al mismo tiempo fuera resistente al peso de las carretas, así que en las primeras décadas del siglo XIX, parte de los bosques comenzaron a ceder para transformarse en praderas, quedando sus troncos en los pantanos, perfilando así los primeros caminos de la isla. Otra parte importante del bosque nativo, en las próximas décadas, será presa del fuego de los roces, en busca de nuevas praderas.
Darwin no sólo realiza descripciones de la flora y fauna endógena de la regiones mencionadas, que son más bien conocidas, gracias a los trabajos de Villalobos y Yudilevich; sino que también realiza numerosas observaciones geológicas, geomórficas, paleontológicas y de conquiliología; tal como se puede apreciar al leer su Jeolojía de América Meridional, aparecida en 1846. En ella la presencia de Chiloé en los campos de estudio señalados, es manifiesta. V. Gr. en cuanto a la formación geológica de la isla de Huafo, escribe: “Esta isla se halla entre los grupos de Chonos i Chiloé; tiene cerca de 800 piés de altura i quizas posee un núcleo de rocas metamórficas. Los estratos que examiné constaban de areniscas de grano fino, lodosas, con fragmentos de lignita y concreciones de arenisca calcárea.”[5] Así, Darwin continúa con sus observaciones también sobre conchas fosilizadas de gasterópodos, moluscos, mitílidos y otros. Y entre sus aportes paleontológicos, realiza la identificación de los primeros amonites sudamericanos, que encuentra en el Monte Tar, cerca de Pta. Arenas. Y da cuenta también, de la formación volcánica de Chiloé, distinguiendo la formación orográfica de la costa oriental compuesta principalmente de grava y estratos de arcillas endurecidas y areniscas volcánicas. La parte norte de la isla, a su vez, estaría compuesta de una formación volcánica de 500 a 700 piés de espesor, en estratos de diversas lavas.[6]
Darwin y el Nuevo paradigma
Su famosa Teoría de la Evolución que cambió la visión de la naturaleza y del mundo científico en general, en rigor no es un constructo teórico esencialmente original, que Darwin haya madurado y difundido con cierta prontitud o precocidad. En efecto, desde la perspectiva de la historia de las ciencias, aquellas ideas ya estaban en ciernes en el ambiente intelectual decimonónico; recuérdese al respecto los trabajos previos de Lamarck, que sostenían el transformismo de los seres vivos, o bien algunos estudios de Erasmo Darwin, abuelo de nuestro naturalista, o el texto: On the Tendency of varieties to depart indefinitely from the original tipe(1858), de A. R. Wallace casi al mismo tiempo de la presentación de las nociones elaboradas por Darwin. Además de estos antecedentes, la articulación de esta mega teoría, es el resultado de las lecturas científicas previas de Darwin y de sus observaciones botánicas, zoológicas, geológicas y paleontológicas realizadas en los distintos lugares que le correspondió recorrer a bordo del bergantín Beagle. En rigor, el fuerte de la teoría en comento, radica en el abundante acopio de datos duros provenientes de las distintas disciplinas y en la capacidad analítica de Darwin; con ello logra “construir un sistema de vasto alcance, de trascendencia ilimitada y de una gran lógica”.[7] Así, entre las lecturas previas del sabio inglés, que fueron contribuyendo para la posterior formulación de su teoría, cabe destacar que en 1838 lee a Malthus[8] y se percata de que no sólo los seres humanos se multiplican más a prisa que la provisión de alimentos, sino que todos los seres vivos hacen lo propio. Y principia meditar sobre la diversidad de los seres vivos.
También lee la Introducción al Estudio de la Filosofía Natural, de John Herschel, algunas obras de Humboldt y algunos trabajos de Maltus. Lo anterior, sumado a sus observaciones in situ, le permiten reconocer el hecho de que poblaciones, en general, tienden a crecer lo más rápido posible, agotando los recursos que existen en su medio. De lo anterior, sumado a sus vastas observaciones, arriba a la Teoría que daría cuenta del hecho de que la naturaleza, “escoge” deliberadamente los rasgos favorables de la selección natural.
Luego de madurar sistemáticamente estas ideas y de estudiar su propio acopio de datos, de analizar sistemáticamente sus conversaciones con criadores de animales y jardineros decide publicar su texto El Origen de las Especies, (1859).