Por Zenobio Saldivia
Artículo publicado el 25/06/2012
Generalmente en el imaginario de una región o de un país, se van incoando deseos colectivos o proyectos tecnológicos que se estiman que serían muy beneficiosos para una región o país. En la mayoría de las veces, tales anhelos toman tal o cual forma específica de acuerdo a ciertos requerimientos sociales o materiales que se mezclan con los vaivenes del quehacer político contingente, con las prioridades de la agenda pública y con los énfasis empresariales o comerciales del momento. Ello no es novedad, Chile tiene varios ejemplos al respecto y en otros países de América sucede lo propio. Remontémonos al siglo XIX y pensemos por un momento nada más en algunos megaproyectos que atravesaron generaciones y que fueron parte del esfuerzo o simplemente de la promesa de muchos exponentes de la clase política de su tiempo.
En Venezuela, Simón Bolívar por ejemplo, fue uno de los hombres de acción, del Siglo del Progreso, que formado al alero de las ideas ilustradas logra la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá. Y quien, en pleno desarrollo de los avatares de la guerra contra España, reflexiona sobre la conveniencia de alcanzar el maridaje productivo de las ciencias y las artes, conque ya contaba Europa, y que él percibe como uno de los elementos más importantes, que sumado a una conducción política hegemónica y realista, permitiría asentar en los países hispanoamericanos, una base sólida para el progreso material y para el desarrollo humano en general. Por eso, no es extraño que en 1822 haya invitado a los gobiernos de México, Perú y Argentina para constituir una Asamblea de Plenipotenciarios con asiento en Panamá; idea que retoma dos años más tarde, invitando ahora a más países con vistas a formar una gran Confederación que aglutinara las naciones desde México hasta el Río de la Plata. Los países recién independizados de América, en rigor, no apoyan dicha iniciativa que apuntaba a construir un nuevo orden internacional y en el cual los países hispanoamericanos podrían situarse como un nuevo referente político, militar, social y comercial fuerte y unido, capaz de enfrentar en igualdad de condiciones a los dos modelos sociopolíticos grandes de su tiempo: Europa y EE.UU.
Actualmente, en pleno siglo XXI, como latinoamericanos, hemos logrado algunos mecanismos de integración y muchos acuerdos comerciales; aunque dicha integración parece apuntar en la práctica, a tópicos puramente comerciales, materiales y académicos. Esto es, que se visualizan esfuerzos orientados principalmente a facilitar el desplazamiento más rápido de las mercancías, a compartir la infraestructura carretera y a poner todos los bienes y servicios en los países signatarios del acuerdo, para que nosotros, los usuarios y consumidores chilenos y latinoamericanos en general, tengamos de todo y más barato -al menos los sectores económicamente solventes- pero alcanzar a trascender la inmediatez de compartir los recursos naturales y arribar a un gran conglomerado político, a un esfuerzo de consensos para intentar una gobernabilidad americana, sigue siendo un gran sueño.
En Chile, independientemente de otros imaginarios viables o no viables, que efectivamente existen en nuestro país, el tema del Puente sobre el Canal de Chacao está de moda. En efecto, ya desde la década del sesenta del siglo anterior, se escuchaba entre los chilotes, la idea de contar con un puente que permitiera la integración vehicular y comercial con el continente, y dicho ideario pasó de generación en generación, tal como el autor de estas notas, nacido en la isla, escuchó tantas veces a sus abuelos, tíos y otros familiares. El sueño del Puente sobre el Canal de Chacao, por tanto, es de larga data.
En rigor, no es una idea nueva, lleva varias décadas en el imaginario isleño chiloense y de vez en cuando, ha salido a flote y ha motivado la discusión pública; durante algunos años formó parte de las conversaciones y promesas entre los miembros de la clase política de Chiloé y los ciudadanos de la Isla Grande, luego quedó inserto en la carpeta de concesiones del Ministerio de Obras Públicas y en un pasado muy reciente se ha asociado a las obras de celebración del Bicentenario. Lo novedoso en dicha ocasión es que dicho proyecto se insertó al menos en el marco de tres variables relevantes: Primero, aparece identificado con la tesis que postula que es el medio más efectivo para terminar con el aislamiento de la gran isla de Chiloé, y por otra parte, porque se presenta en un contexto histórico en el cual la tecnología y el apoyo ingenieril necesario para su ejecución, está a todas luces disponible. Y finalmente, porque la discusión eclosionó dentro de un gobierno elegido democráticamente, el de Michelle Bachelet; todo lo cual le dió una dimensión aun mayor a lo que ya de suyo representaba. Así, el tema central no es su factibilidad, puesto que ya hay numerosos referentes al respecto, tales como el Golden Gate de San Francisco en los EE.UU, o el puente y túnel de Oresund, entre Suecia y Dinamarca, o el puente de Humber, en Inglaterra, por ejemplo; lo relevante parece ser su alto costo, puesto que tal como se difundió en su tiempo en la prensa, los gastos de construcción en ese momento, no motivarían a las grandes empresas. Ello gatilló un mínimo de efervescencia social en la isla y dio pábulo a declaraciones de numerosas autoridades regionales que demandaron abiertamente a los exponentes del poder central, para que el Estado subsidie dicha obra. Y esto es justamente entrar en la dicotomía clásica costo-beneficio regional y prioridades políticas nacionales, con lo cual la materialización del megaproyecto quedó en suspenso en el gobierno anterior, ya mencionado.
Las autoridades del gobierno pasado, replicaron en su oportunidad, que en ese momento no era posible subvencionar dicha iniciativa porque había muchas prioridades más que apuntaban al buen desempeño de la vida pública y del bienestar del país. Tal vez eso fue atendible, puesto que la optimización de los recursos es algo comprensible, dentro de la globalización en que estamos inmersos y dentro de la vida contemporánea que se mide con criterios economicistas de entradas y salidas, de montos de costo-beneficio, de gastos de implementación y de réditos políticos inmediatos. Puede ser. Pero (independientemente de la posición personal del autor de estas notas, que es más proclive a un túnel para zanjar el aislamiento y preservar la estética de la topografía del entorno natural), es necesario no perder de vista algunas consideraciones que articulan la historia y la política chilenas en relación a este imaginario. Así, tal vez Chiloé no era rentable en lo inmediato puesto que ya no estamos en el siglo XVII y los corsarios holandeses no se ensañan con Castro ni con otros lugares de la Isla, entonces no hay premura. Y como tampoco estamos en el Siglo XVIII en el período en que la Corona Española vivía a saltos, temiendo por la seguridad de la zona ante el desfile de exploraciones inglesas y francesas entre otras, que trasuntaban los ocultos intereses de anexión de dicha región a sus respectivos Reinos, entonces no resulta prioritario focalizar la atención en Chiloé. Y como tampoco estábamos en los avatares de la República decimonónica, por ejemplo en la década del veinte, en que seguían enquistados los realistas, hasta su derrota luego de la Batalla de Pudeto, por ejemplo; entonces otra vez Chiloé resultaba irrelevante.
Y nuevamente ahora, en el presente año 2012, tras el anuncio del Presidente de la República Sebastián Piñera, en su Discurso Anual en el Congreso, se reflota el tema del puente en comento y se promete la realización de estudios para su posterior ejecución. Al respecto, para este autor únicamente surgen dos interrogantes: ¿efectivamente en esta ocasión se cumplirá el sueño ad eternum ofrecido tantas veces a los chilotes? Y ¿los grupos ecologistas, tradicionalistas, costumbristas o la élite intelectual de la zona estarán de acuerdo? En fin, veremos las reacciones en los próximos meses. Aquí únicamente deseamos expresar nuestro cariño y respeto a los habitantes de la zona para que no sigan siendo ilusionados.