Por Zenobio Saldivia

José Victorino Lastarria nace en Rancagua en 1817, y a los doce años estudia humanidades en el Liceo de Chile y continúa luego en el Instituto Nacional. En 1836 obtiene su título de Bachiller en Leyes. Siete años más tarde se inicia en la vida política al ser electo diputado por Elqui y Parral. Y de aquí en adelante su presencia en la vida política, literaria y cultural en la joven República de Chile no pasa desapercibida. En efecto, su voz y su palabra escrita está siempre presente en los campos de la educación, del derecho, de la política, de la diplomacia, y en especial de la literatura. Lo anterior, justamente es una de las causas que dificultan los intentos de clasificarlo en una u otra tendencia literaria o filosófica que están en boga en Chile durante el siglo XIX. Lastarria, es tal vez uno de los autores más difíciles de clasificar dentro de los géneros literarios y del campo de la historia de las ideas en general; tanto por su extenso derrotero biobibliográfico, cuanto por los contenidos específicos que se perciben en sus obras como ejes centrales de las mismas. E incluso, también, por su discurso político y público en general, tendiente a la construcción de la república y a la búsqueda del bien colectivo de la nación. Las dificultades para una adecuada clasificación de este político, crítico, ensayista, literato y académico decimonónico, aumentan en efecto, si consideramos la totalidad de sus aportes a la cultura escrita del Chile del Siglo XIX, la cual, según Fuenzalida Grandón, cubre tópicos tales como: los estudios políticos y constitucionales, los discursos parlamentarios, las investigaciones históricas, los opúsculos literarios y críticos, los cuentos, novelas y poesías, las disertaciones jurídicas, las descripciones geográficas y de viajes en general y sus notas misceláneas. (1) Si bien para la mayoría de los biógrafos y estudiosos de su obra, Lastarria es efectivamente un romántico; su prosa presenta muchas aristas y aspectos muy diversos dentro de lo que tradicionalmente se entiende por discurso romántico decimonónico. Esto es muy comprensible dado los distintos sentidos en que se percibe el romanticismo en esta época, y sobre todo por el amplio rango cognitivo y valórico que lleva implícita dicha voz; toda vez que se aplica a una tendencia literaria o artística, a una filosofía de la naturaleza y la sociedad, o a una forma de vida, por ejemplo. En efecto, para muchos es un autor romántico en tanto alude a la búsqueda estética de una prosa literaria que de cuenta de la naturaleza vernácula del país y de las vicisitudes de su geografía, y porque destaca a los hombres y a los avatares de la gesta independentista. Y sabemos que tales énfasis son parte de la expresión literaria romántica en América que siguen también Bello, Sarmiento, Vicente Fidel López, Alberdi y otros. Y porque dichos tópicos narrativos son empleados como nuevos procedimientos que apuntan a consolidar una literatura nacional, una prosa que deje atrás a la literatura colonial saturada de las antiguas tradiciones y de los cánones hispánicos. Es también un romántico, puesto que incorpora en su prosa a sujetos exponentes de la marginalidad social; tal como los proscritos de «El mendigo» (1843), «El manuscrito del diablo» (1849) y de otras de sus obras. Temas todos, que son considerados holgadamente como románticos. Y en este sentido está coparticipando con Bello y Sarmiento, en lo referente a la búsqueda de lo propiamente americano. Pero también es un romántico, en tanto logra fundar en Chile, en la década del cuarenta, un movimiento literario que está matizado por la influencia romántica francesa. Lo propio puede decirse, en tanto él y sus seguidores se sienten imbuidos de un espíritu mesiánico que permitirá la creación de una literatura esencialmente chilena y con una proyección hispanoamericana; tal como lo ha destacado Subercaseaux. (2) E incluso, también se considera a Lastarria como un romántico social, porque sus trabajos apuntan siempre a destacar el ámbito social y las preocupaciones de los grupos más postergados. Estos aspectos de su interés literario, podrían configurar la primera fase de Lastarria, el Lastarria joven, romántico e idealista.

Para Subercaseaux, José Victorino Lastarria es un romántico muy peculiar que está imbuido precozmente de una orientación liberal, que lo acompañará como un estigma en todo su quehacer “desde que en 1836 se inicia como profesor hasta casi la fecha en que muere” (3) y que queda definitivamente decantada en el país en la década del cuarenta, en el marco de las discusiones literarias, metodológicas e historiográficas que motivan a los intelectuales del período, una de cuyas expresiones literarias de este nuevo soplo intelectual, es justamente la creación de la Sociedad Literaria, en 1842. De modo que su discurso, sobre todo en su primera etapa; es más bien idealista y utópico, en tanto pretende difundir las ideas liberales, la búsqueda de una identidad nacional y/o americana y hacer conciencia de la necesidad del desarrollo del país; ello en un período en que todavía dicha inquietud no tenía un asidero real, afianzado en la sociedad. (4)

Empero, curiosamente Lastarria en los años de su madurez se va inclinando notoriamente por los tópicos más frecuentes del positivismo, tal como el mismo lo señala. En 1864, por ejemplo, a los 47 años, declara haber leído la obra de Comte: Cours de philosophie positive y se identifica como positivista. Es el inicio de otra etapa del que se apropia de la nueva tendencia y que además se siente. Así, imbuido de este nueva corriente filosófica y científica, continúa luego en 1873, creando entidades que difundan y fomenten las ideas comtianas, como por ejemplo La Academia de Bellas Letras; agrupación donde se reúnen un grupo de intelectuales liderados por Lastarria con el propósito de incentivar el cultivo de la literatura como expresión de la verdad y según las reglas sugeridas por Comte, las cuales se identifican a su vez, con las normas de rigor que exigen las obras científicas y en conformidad con los hechos demostrados de un modo positivo. Al año siguiente, nuevamente Lastarria, marca otro hito en el fomento de esta tendencia positivista, al asumir justamente la dirección del Circulo de Positivistas, con el objetivo de leer y analizar las obras de Comte. Entre estos nuevos temas que ahora complementan los focos de interés de la primera etapa del autor, están el énfasis por el progreso, la regeneración social, la preocupación por la ciencia, la sugerencia de cambios curriculares en la educación centrado en el estudio del método científico y la búsqueda del rigor lógico, su interés por los recursos hídricos y por el desarrollo minero e industrial del país. Estas inquietudes quedan claramente de manifiesto en trabajos tales como: Caracoles. Cartas descriptivas sobre este importante mineral dirijidas al Sr. Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia, o sus Lecciones de política positiva y otras. En la primera obra publicada en 1871, Lastarria, utilizando el recurso del conocimiento ya existente de las ciencias de la geología, orografía, mineralogía y otras ciencias de la tierra; que daban cuenta de las propiedades del cuerpo físico de Chile y de la entonces región boliviana de Antofagasta, ubica geográficamente el mineral de Caracoles y describe los caminos existentes y las características geológicas de la zona donde se encuentra dicha mina. Al mismo tiempo que fundamenta los beneficios que resultarían de explotar adecuadamente la mina homónima. Para ello, insta al gobierno de Bolivia, a financiar un ferrocarril desde Mejillones hasta el mineral; identificando esta posible obra con el progreso mismo de Bolivia y con su impacto en la economía de la región.(5) La obra es prácticamente una apología de la riqueza de la zona y muestra un Lastarria geógrafo, pragmático y positivista. A su vez, en el segundo libro del autor, publicado en 1875, primero presenta su noción de política y luego se centra en explicar la fuerte conexión de la misma con el cuerpo social. Es justamente en este análisis donde Lastarria hace acopio y difusión de las ideas comtianas, tales como la ley de los tres estadios evolutivos de la humanidad, la clasificación de las ciencias y la regeneración moral de la sociedad. Y llama la atención, en todo caso, el hecho de que el autor en este texto que parte con la concepción positivista comtiana, va sugiriendo nuevas formas de aplicación de las nociones positivistas al campo educacional en Chile; entre estas: el fomento de una educación científica o centrada en el método positivo, desde la enseñanza elemental, y moral, la instrucción básica y el respeto ineludible de los derechos humanos en la vida cívica del país, entre otros tópicos.

Por tanto, en la prosa de Lastarria hay un viraje, un desplazamiento del romanticismo hacia el positivismo. Empero este fenómeno no llega a adquirir en el universo de contenidos tratados por el autor, un cambio radical, es una evolución, un giro, pero que sigue teniendo un asidero histórico en la personalidad y en el discurso en general del autor por su centro en las ideas liberales, que actúan como vasos comunicantes de ambos énfasis. Así, Lastarria es un romántico en su primera etapa y un positivista en su fase de madurez, pero en todo su devenir hay un mismo ideario: un claro afán de impulsar el liberalismo, la obtención del progreso, el desarrollo y la transformación social, así como la obtención de mayores espacios públicos y privados para el ejercicio de la vida democrática.

Z.S.M.

NOTAS
1. Cf. Fuenzalida Grandón, Alejandro: Lastarria y su tiempo, Imprenta Barcelona, Stgo., 1911; pp. VII-VIII.
2. Cf. Subercaseaux, Bernardo: Historia de las Ideas y de la Cultura en Chile, Ed. Universitaria, Stgo. 1997; T.I., p.51.
3. Ibidem.; pp. 35.
4. Subercaseaux, Bernardo: Lastarria, ideología y literatura, Ed. Aconcagua, Stgo., 1981, pp.42-47 y 306.
5. Lastarria, José V.: Caracoles. Cartas descriptivas sobre este importante mineral dirijidas al Sr. Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia, Impr. de la Patria, Valparaíso, 1871.