El rol del escritor en la época contemporánea

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Ponencia leída por el autor en la Sociedad de Escritores de Chile con ocasión de las actividades para celebrar sus catorce años de trayectoria de Crítica.cl

 

Algunos antecedentes
Muy a menudo, y especialmente en períodos de crisis políticas, de desarraigos culturales, o de una manifiesta efervescencia social, nos preguntamos por el papel de los escritores en nuestra época contemporánea. Es como si quisiéramos de ellos su ayuda o sus luces para orientarnos. Algunos plantean sus llamados a los escritores con claros intereses sectoriales, otros con marcados tintes ideológicos, pero todos apuntan a aquellos que mediante la prosa o el verso han dejado un legado, o están construyendo nuevos caminos para el desarrollo del espíritu y para el ejercicio de la razón. Así, desde los esfuerzos de los sumerios aproximadamente desde el año 2.700 a.n.e. en que mediante una escritura cuneiforme sobre tablillas de arcilla, consignan sus riquezas y otros aspectos de la praxis del ser humano, hasta la aparición de los jeroglíficos de los egipcios sobre papiros o en sus propias obras arquitectónicas, en que expresan el quehacer humano y sus ideas sobre la naturaleza y los dioses, hasta que la palabra logró quedar impresa a mediados del siglo XV, gracias a la invención de la imprenta por parte del alemán Johann Gutemberg, el hombre da un salto en su proceso de hominización y adquiere una poderosa herramienta que le permite decantar, consolidar y difundir conocimientos específicos, aludir a eventos, expresar sentimientos personales o dar cuenta de los valores de una persona o grupo. Con este medio logra traer a presencia todo el conocimiento que han alcanzado las generaciones pretéritas y puede dialogar con los que ya no están y/o con los sujetos del presente. Es la aurora del humanismo renacentista y el punto de partida hacia un horizonte infinito de posibilidades de comunicación y de expresión de fantasías. Es una instancia para reconstruir el pasado de los otros o para identificarnos con la fuerza de la pasión que trasuntan la prosa o los versos de uno u otro autor.

La escritura impresa favorece el orden formal y la coherencia lógica de las ideas y facilita la comprensión de los planteamientos de algún autor determinado, toda vez que el verbo queda fijo y estático y está disponible ante los ojos para que el lector lo lea y relea cuantas veces estime conveniente y pueda asentir o discernir en su propio espíritu, en su propio intelecto, sobre los planteamientos del autor. En este sentido la cultura impresa y sus productos materiales, los libros, sea en su formato tradicional o más recientemente en su presentación digital, se transforman en un puente de comunicación entre el autor y los lectores reales y los lectores futuros infinitos que puedan acercarse a tal o cual texto. Y por ello, el libro independientemente de su formato, lleva un mensaje de conocimientos y de humanidad para el presente y para el futuro.

El escritor y sus roles
Muchas son las tareas y roles que cumple el escritor en nuestros tiempos, explicitarlas todas exceden las pretensiones de esta comunicación, pero al menos recordemos las facetas del escritor como mensajero, como en el caso de Paulo Cohelo, que en Septiembre del 2007 es justamente declarado mensajero de la Paz por las N. U., en virtud de los valores expresados en el Alquimista y otras obras de este autor. Otro rol significativo es el del escritor como agente social crítico y portavoz de los marginados, como Alexander Solyenitzin, quien en 1974 recibe el Premio Nobel por criticar los excesos del poder en la antigua Unión Soviética, principalmente en su obra El Archipiélago Gulac. Destaquemos también el rol del escritor como constructor de quimeras, como exponente de la naturaleza y de los hábitos y costumbres de sujetos de lugares ignotos, como el gran Humboldt que con su prosa re-descubre América para los europeos, presentando los cuadros de la naturaleza americana y las costumbres de los nativos, por ejemplo en su obra Viajes a las regiones equinocciales del Nuevo Continente; o como expositor de sentimientos humanos enmarcados en la búsqueda de la belleza, como en el caso de Las Noches Blancas de Dostoievsky, o como sujeto que avista el futuro, como es el caso de Julio Verne en obras tales como la publicada en 1869: 20.000 Leguas de viaje submarino que se adelanta a su tiempo y que luego en el siglo XX, se transforma en realidad con la construcción de los submarinos atómicos.  O como reconstructor del pasado de un pueblo o de una cultura, como ideólogo expreso de una doctrina o de un sistema político vigente o deseado, como filósofo que trae nuevas vueltas interpretativas para el eterno problema del ser y el no ser, y se centra en el proceso dialéctico del lenguaje, como sucede con Platón en el siglo v  a.n.e. o Heidegger por ejemplo, a fines del siglo XX que se centra en las señales del ser y del habla;  o bien como un agente pedagógico o moralizador, como es el caso de los autores de fábulas, tales como las de Esopo en el siglo vi a.n.e, de las cuales recordemos al menos las populares; La zorra y la cigüeña, o El León y el ratón, o las de Felix María de Samaniego que a fines del siglo XVIII, nos ha legado breves relatos como La lechera, La zorra y las uvas y tantas otras. En fin, los papeles son muchos y van emergiendo y superponiéndose unos a otros dentro del dinamismo de nuestra cultura. En todo caso, hay que tener presente que aunque no siempre los escritores se especializan o se agotan en un solo rol; en muchos casos éstos se van especializando ora en un campo o en otro, como en la prosa de Hans Christian Andersen y sus cuentos infantiles,  como por ejemplo Las Habichuelas mágicas, o en el verbo poético con visos de ternura como en el caso de Gabriela Mistral, o en el verbo poético preñado de sentimiento de amor y de búsqueda de lo latinoamericano como en el caso de Pablo Neruda, en su poema Alturas de Machu Pichu, o como en un poeta diferente y contestatario que busca nuevos espacios con el verbo poético como el poeta antipoeta Nicanor Parra. O bien  se centran en una prosa fantástica o mágica que habla entre líneas de la identidad latinoamericana, de su naturaleza bullente, como es el caso de Cien años de Soledad o El otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez. Empero en otros casos, la palabra escrita de un autor cubre universos distintos y se pasea por esferas diversas de la cultura, como es el caso del insuperable Johann Wolgfang Goethe, quien desde fines del Siglo XVIII y comienzos del XIX, escribió sobre poesía, narrativa, trabajos de historia, filosofía, teatro, geología, química, osteología, óptica y cuyo Fausto aun busca un parangón.

Ahora bien, ante la imposibilidad de abordar en tan breve tiempo todos estos roles, nos concentraremos al menos en los siguientes:

El escritor es un mensajero
Aquí el escritor es un angelus, un sujeto semidivino que lanza por la borda parte de su vida interior para compartirla con los otros desnudando su alma; y en este proceso, sujetos de edades distintas y de horizontes geográficos distintos, se encuentran atravesando el tiempo y el espacio a través del universo escrito de un autor que puede estar o no estar ya entre nosotros; pero basta su mensaje para fomentar la comunión interior de ideas, para abrir nuevos horizontes intelectuales. Es un demiurgo que va insuflando vida y sentimientos a los personajes; poniéndole el alma al mundo, como señala Platón en el Timeo; o personificando a ultranza un ente, un objeto, un elemento rústico que como el espantapájaros de la poesía de Ruiz Zaldívar, se va impregnando de sentimientos de soledad, de tristeza y dejando de ser un simple trozo de tela rústica para convertirse en un ente que despierta nuestra sensibilidad dormida, nuestra humanidad olvidada por la prisa de lo cotidiano. O bien, en una personificación que llega hasta los límites del tiempo, haciendo envejecer a este último en añosos relojes, y adjudicando una lenta y sostenida tristeza en los rieles de los ferrocarriles, como describe Pablo Cassi en uno de sus poemas.

El escritor como articulador de información y conocimientos
Ahora, si en este proceso de comunicación el autor se centra en la entrega exclusiva de información, está cumpliendo otro aspecto no menos relevante que el anterior: está actuando en su condición de difusor, ya sea dando cuenta de informaciones científicas, datos históricos o explicitando las relaciones entre fenómenos determinados del medio natural o social. Este era un rol privilegiado en otros períodos en que los marginados de la sociedad y los infelices desconocedores de la educación, se sentían gozosos cuando podían acceder finalmente a la lectura y asombrados veían que las letras eran la entrada a un mundo nuevo, a una caverna de maravillas, a un horizonte superior. En la actualidad es un rol audaz, porque el conocimiento ya no brota de una psiquis particular, sino de un trabajo colegiado; por ello exige estar a punto en algunas disciplinas para comunicar con propiedad las características, relaciones, formas, colores, dimensiones, nociones, fechas y proyecciones de los objetos de estudio. Este es el caso por ejemplo de Jean Piaget, quien dominando la psicología evolutiva, la lógica, las matemáticas, la historia de las ciencias y la epistemología, nos ha legado más de un centenar de obras y de las cuales, una  treintena de las mismas, aluden a la mente infantil  y sobre el juicio moral en el niño.

En el Siglo de la Ilustración, los escritores estaban imbuidos de este ideario del enciclopedismo y de la difusión de conocimientos científicos como mecanismo de progreso y de bienestar para extender las luces de la razón y las ideas republicanas a un pueblo que comenzaba a despertar para exigir sus derechos ciudadanos. Era la hora de la aparición de la  Grande Enciclopedie, el tiempo de Diderot, de Voltaire, D’Alambert, de Montesquieu  y tantos otros preclaros espíritus.

Decíamos hace un momento, que este rol del escritor, de incrementar  el nivel cognitivo en un campo específico, en la actualidad es muy osado, toda vez que por un lado se requiere de un conjunto de individuos y no de una sola persona, y porque actualmente está siendo asumido por técnicos que condensan datos y sintetizan hasta la aberración, en listas punteadas y electrónicas, el conocimiento humano como si este se pudiera agotar en un listado general. Así, esta función en las condiciones mencionadas, está siendo mal empleado por los medios tecnológicos que a través de la televisión, la Internet y otros; bombardean al individuo con informaciones sueltas, copiosas e inconexas; así, se ofrece todo acerca de todo, informaciones van y vienen de todas partes, de cualquier servidor, de cualquier medio. De acuerdo, así es el tiempo que nos ha tocado vivir, pero a ese maremagnun de partículas informativas le falta la fase de maduración, el sentido integrador y axiológico que le aporta el filósofo, el escritor o el humanista con su mirada globalizante y sabia. Por tanto, en la actualidad el rol de difusor del escritor es muy necesario, para contribuir a ordenar las expresiones casi sin sentido del caos informativo. En este contexto, el escritor como difusor, actúa hoy como el complemento adecuado y necesario para explicitar en un lenguaje culto pero asequible, los temas complejos de las humanidades, de la ciencia social o la ciencia natural; como por ejemplo, la Teoría de la Evolución o la Teoría de la Relatividad, o términos científicos como inercia, flogisto, paradigma, modelo explicativo o tantos otros. Por tanto, en nuestra época, el escritor actúa como puente que une otros resultados que ha logrado la cultura; v. gr. la ciencia, con el marco social relativamente bien informado. Así, asume un rol de síntesis, de ordenación y de difusión; pero en base a valores comprometidos con su propia persona, para orientarnos en la búsqueda del sentido que nos demandan las producciones tecnológicas cada día más vertiginosas.

El escritor como expositor de imaginería y riqueza psicológica individual
Pero el escritor no se agota en su tarea de difusión cognoscitiva; cubre también la dimensión de la imaginería y aquí lo acompaña el poeta; esto es, que el escritor ofrece en sus trabajos, mundos fantásticos, mundos de ficción, quimeras que pasan a ser nuevos referentes para abrir la propia fantasía del lector y estimular su imaginación. Con cuanta claridad se comprende este rol cuando el padre o la madre lee con suavidad y ternura, algún Papelucho de Marcela Paz a su hija o hijo primogénito, o lee algunas  historias de gnomos, de lobitos buenos, de seres extraterrestres amables y simpáticos, de hormiguitas viajeras o de abejas haraganas; con cuya lectora rítmica y segura, lentamente el pequeño o pequeña se va durmiendo con el sonido cálido de la voz querida y con las imágenes que le nacieron a su amaño y que se quedan rondando en su propia y maravillosa psiquis infantil, a veces por meses y años. O cuando Ud. estimado lector, como joven o adulto, lee una novela de García Márquez en que el realismo mágico lo envuelve como saliendo de las palabras impresas y va llenando su habitación del verdor y de la humedad de la selva, de las mariposas amarillas del amor, de los pescaditos de oro y de los avatares de los Buendía y los empresarios bananeros.

Por tanto, otro rol del escritor en la cultura contemporánea, es homologable al de una fuente de la cual fluye imaginería sin cesar; ello, en tanto es capaz de ofrecer un reservorio de ilusiones, mundos soñados, mundos posibles, modelos utópicos; muchos de los cuales logran romper el papel y el tiempo y llegan a transformarse en realidad. Piénsese por ejemplo en las 20.000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne, que ya hemos mencionado. Esa es la maravillosa dimensión en que se mueven los escritores, los novelistas: vivir al límite, vivir en el ámbito flexible de los deslindes de la ficción y la realidad; con razón Cortázar frecuentemente en su vida real se enamoraba de distintas mujeres, o creía que aquellas lo amaban, con la misma fuerza que lo hacían sus personajes en la ficción, y sufría y gozaba con ello. Es que al hombre mediocre como diría José Ingenieros, le cuesta desdoblarse ora para entrar en la fantasía, ora para volver a la realidad; pero el escritor y el poeta siempre es el mismo; para él y para ustedes que buscan ansiosos la producción de ellos; todo es uno y lo mismo, como señalara Parménides, están ahí en los límites de lo real y de lo irreal, de lo fantástico y lo concreto; soñando, ordenando fantasías, saboreando encuentros con musas invisibles. La sociedad, por su parte, pareciera que no viera a los escritores, pero los necesita, la cultura los necesita; no podemos estar sin ellos, no podemos estar sin ustedes que escriben y aman la lectura; porque los escritores y ustedes, son sus seguidores y nos recuerdan los infinitos mundos de ternura y de suavidad, o los millares de enfoques que puede alcanzar el poeta para mirar una rosa, o para contemplar el vientre, el busto o las caderas  de su amada y encontrar desde aquí carreteras invisibles hacia el infinito. Por ello, no es extraño que poetisas como Azucena Caballero hablen de mundos suaves y de ternuras de terciopelo o de “juntar nuestra ausencia en un cántaro de niebla o en el hueco de la flauta que lastima las paredes divididas de la tarde”. O que otro preclaro poeta como Reynaldo Lacámara señale delicados versos tales como: “te conoceré en los hondos marfiles/ en la veta que llega a las raíces/ y en un mundo sin fondo/desgarro tras desgarro”, en su obra Esta delgada luz de tierra.

Así, los pueblos necesitan a sus escritores y estos necesitan de su pueblos, de sus vidas, para elevarse de allí a lo sublime, a la búsqueda de metáforas, de encabalgamientos, del sentido y de los conceptos más felices para describir el alma de un pueblo; tal como lo realiza por ejemplo Octavio paz, cuando analiza detenidamente el sentido histórico del pueblo mexicano en el Laberinto de la soledad.

El escritor como impulsor de la crítica y agente de denuncias
Empero, aunque no todas las facetas de la tarea del escritor pueden ser abordadas aquí, en esta comunicación, uno de los papeles más relevantes del escritor, y que se percibe nítido como un trazo, a través de la historia; es el de despertar la crítica, fundamentar una crítica, hacer pensar sobre un estado de cosas o sobre un sistema político o acerca del ejercicio de un poder local, regional o nacional. Vislumbrase esta tarea con miles de nombres para ilustrar, pero recordemos aquí al menos el caso del padre de Las Casas, que defiende en el siglo XVI, la tesis insolente y audaz que postula que los indios de América son seres humanos y que poseen alma y que por lo tanto a ellos les asisten también derechos y no las meras obligaciones. O recordemos en este tópico, el caso de Solyenitzin, que criticó los campos de concentración en la antigua Unión Soviética; o el caso de George Orwell que ironiza las atrocidades del sistema comunista soviético, en su obra:  Rebelión en La Granja. O los trabajos de los cientos de modestos escritores que en sus poesías, ensayos sociológicos, novelas y cuentos mostraban la ignominia y el sufrimiento de los prisioneros por razones de conciencia, v. gr. en la Guerra Civil de la República del Salvador, entre 1980 y 1992, o en Argentina durante el Gobierno Militar de los años 1976 a 1983, o en Chile, durante los años de la dictadura encabezada por el General Augusto Pinochet (1973-1990). Eran los años en que corrían clandestinamente en fotocopias borrosas los trabajos de Mario Benedetti y se difundía la poesía social de Neruda.

Hacia una conclusión
El rol del escritor, por tanto,  no es uno solo, es múltiple; tiene muchas aristas, y un mismo discurso escrito bien puede incluir todas las facetas o privilegiar algunas. Así, el escritor va de la difusión a la crítica, de la imaginería  y de las  fantasías de si mismo y de los otros, hasta el de ser el custodio de la imaginación, de la imaginación sin límites  que va desde las máximas posibilidades de nuestra sensualidad hasta los puentes del infinito y de la razón. Con razón Heidegger ha sostenido que el lenguaje es la casa del ser, que el ser se recrea en el lenguaje, que vive de él y por él. Luego, el lenguaje escrito es perfectamente homologable a un universo basto, a un reducto privilegiado del ser, a un apartado exclusivo de la imaginación; pues todo lo que se escribe no se agota en un acto informativo o en un a mera descripción de sentimientos; y si bien se desea relatar para informar, o para describir intensos estados de ánimo, también se narra para vivir, pues escribir es una pasión, una forma de vida; escribir es dejar de ser invisible en el entramado social o en  el mundo académico, es vivir al alero de las musas absorto en el asombro de la creación. Es acercarse a una creación veleidosa que exige el máximo de constancia, pero que no se agota solo en ella y que se entrecruza con la intuición e inspiración. Inspiración que llega cuando llega, que no conoce la cronología ni los horarios,  inspiración que otras veces nos abandona y nos deja la paciencia y la impaciencia. En fin, escribir es crear, crear en griego es poiesis, y poiesis es poesía; es poner en tensión la ratio y el soma para hacer emerger lo que está velado, para asentar un mensaje dicho como ningún otro lo ha dicho, sólo como ustedes sean capaces de vivirlo, confundido con vuestra propia originalidad como ser humano.  Gracias, muchas gracias.

Zenobio Saldivia
Santiago, 30 septiembre de 2011