- Tecnológica Metropolitana, Stgo.
En la actualidad, la ética está viva y campeante, parece estar de moda y enseñorearse dentro de la cultura contemporánea como un ave exótica, vistosa y llamativa, pero lamentablemente no es porque esta forma del saber humano sea un espejo que refleje una orientación generalizada hacia nuestra perfección interior o porque refleje una clara conciencia de estar en posesión del bien individual. Más bien, parece ser una moda que emerge por contraste; esto es que dado la serie de falencias personales y colectivas, o de un notorio incremento en cuanto a una seguidilla de actuaciones profesionales incorrectas que hemos observado en la esfera pública o en el mundo de las instituciones militares; el mundo ciudadano se identifica con un sentimiento colectivo y generalizado de auto-corrección. En efecto, la abrumadora casuística de atentados contra la probidad en las instituciones públicas y los casos de corrupción manifiesta de muchos profesionales en América, en Occidente y en el mundo entero, ha obligado a algunos intelectuales en nuestra época, a repensar el papel de la ética en el mundo empresarial, en la praxis médica, en los cuerpos policiacos, en la curricula universitaria, y en la sociedad en general. Y por ende también, los profesionales y educadores aspiran a delimitar nuevamente las razones de una eventual presencia de la ética como una disciplina más, en las mallas cognitivas de nuestros estudiantes de las instituciones de educación superior.
En este sentido, como es sabido, la ética como estudio sobre el deber ser del hombre en sociedad, tiene una larga data y sus expresiones más sistematizadas relacionadas con un claro énfasis por el bienestar personal y social, se remontan a las bases del pensamiento judeo-cristiano y a la cultura griega en general. Pero por cierto, éstas no son las únicas fuentes históricas y filosóficas de la ética -aunque si las más conocidas y difundidas- puesto que en las distintas culturas, es posible encontrar pautas y directrices morales, que nos permiten colegir la existencia de una preocupación por el ser humano en su proyección histórica y en sus ansias de una búsqueda de perfección a futuro.
En la sociedad contemporánea, además de su presencia por la ausencia o carencia de sus grandes postulados en la praxis social, la presencia de la ética como disciplina instituida, se manifiesta frecuentemente en el curriculum de los estudiantes universitarios, en el quehacer de la comunidad científica internacional, en la discusión de los temas de la agenda pública nacional o internacional, o en los Códigos de Ética y en general en los tópicos que abordan los diversos medios de comunicación de masas en sus distintos formatos, entre otros ámbitos. Pero esto es muy paradójico, pues en la mayoría de los casos que se observan en la prensa relativos a la falta de probidad y de atentados a la libertad o voluntad personal, como por ejemplo en instituciones religiosas algunos de cuyos exponentes han sido acusados de pedofilia, o de medios castrenses y judiciales que han sido acusados de falta a la probidad; todos ellos cuentan con su normativa ética y sus códigos éticos respectivos. Así que esta situación es como una novela de Franz Kafka, que deja de manifiesto intentos absurdos o la impotencia para encontrar medios de que el hombre sea más humano, más persona, y menos individuo con sus peculiares desviaciones.
Ahora bien, en cuanto a la presencia de la ética en la curricula universitaria, ello obedece a razones pragmáticas y humanistas. Y aquí nos encontramos con realidades muy disímiles en las distintas universidades. Lo primero porque en el mundo globalizado, caracterizado por una gran cantidad de interacciones sociales y su apoyo en las tecnologías de comunicación social, hacen imprescindible que los futuros profesionales cuenten con un marco teórico y axiológico que les permita guiar su quehacer profesional hacia conductas que no estén reñidas con los preceptos éticos universales ni tampoco que atenten contra los derechos humanos en alguna de sus expresiones. Y las distintas entidades profesionales, universitarias, empresariales y sociales manifiestan un consenso al respecto, tanto por razones humanitarias y antropológicas, cuanto por razones de una mayor eficacia y conveniencia de las propias entidades, las cuales, al cumplir con dichos preceptos, se encuentran en un mejor pie para sus tareas habituales, que aquellas que no las cumplen. Y en cuanto a los fundamentos humanistas, ellos se engarzan con la propia naturaleza humana, con nuestra finitud y persistencia, con nuestra errancia -al decir de Humberto Giannini- y con el deseo manifiesto de perfección. Podría decirse abreviadamente, a este respecto, que la ética ha venido siendo un télos para fortalecer las humanidades y un reservorio indispensable para encontrar directrices que orienten a los diversos profesionales, en cuanto a la obtención de un ideario de preservación y manutención de un ambiente más propicio para el desarrollo humano y para el cuidado e interacción de la biosfera en general. Dichos aspectos, de ordinario son tratados en las asignaturas humanistas dentro del marco de una eventual intención de formación integral que se percibe en casi todas las universidades, aunque dicho objetivo se visualiza más en el discurso que en la los porcentajes de presencia efectiva de los ramos humanistas. La misión y objetivos de las corporaciones de educación superior, preocupadas seriamente por la formación integral, trasuntan el compromiso de mostrar esa forma de saber denominada ética, en ramos tales como Ética Profesional, Ética y Legislación, Bioseguridad y Bioética, Ética Empresarial y otras. En especial ahora en que la vorágine de los cambios provocados por las nuevas expresiones científicas y tecnológicas y la nueva moral imperante, obliga a no perder de vista la formación integral.
Empero, lamentablemente hay muchas universidades públicas en las cuales la ética como disciplina ha quedado al margen. Ora porque el énfasis profesionalizante de la formación universitaria, no deja espacio cronológico para el cultivo de esta disciplina, o bien por la presión de los alumnos y otros agentes sociales que consideran que este tipo de formación se da en el seno de la familia. Pero sabemos que muchos padres no tienen ni el tiempo ni la voluntad manifiesta de entregar esa formación que exige el compromiso de practicar e internalizar valores humanistas para que trasunten a sus hijos. Y prefieren tácitamente dejar esta formación axiológica en el sistema educacional.
En relación a la presencia de la ética en las comunidades científicas, ello queda de manifiesto toda vez que en la medida que tales organizaciones son más valoradas y consideradas socialmente, se inician procesos de reflexión académica y pública sobre sus procedimientos, métodos, alcances e impacto de la misma en la sociedad contemporánea. En este sentido, los trabajos de Robert Merton, a mediados de la década del cincuenta, del siglo pasado, interesados en delimitar los criterios de comportamiento ético de los miembros de las comunidades científicas, logran asentar un conjunto básico de normas para servir de guía y orientación a la comunidad científica. Luego vendrán, en esta misma dirección, los aportes de Bertrand Russell, Ciencia y Ética (1935), más tarde los de Mario Bunge Ética y Ciencia (1979) y más recientemente los preceptos ecologicistas sobre el deber ser de los científicos en la ejecución de sus tareas específicas. Y más recientemente los trabajos de Carlos Eduardo Maldonado, tales como: Derechos Humanos, Solidaridad y Subsidiaridad (2000).
Por su parte, los resultados científicos se hacen cada día más visibles en sus formatos tecnológicos, y afectan notoriamente las costumbres imperantes, obligándonos así a replantear nuestra forma de vida y a cuestionar conductas que hoy son posibles en virtud del apoyo científico y tecnológico. Al respecto, la temática ética proveniente de las ciencias básicas y de las ciencias aplicadas, nos indica la enorme preocupación por los valores, especialmente por el valor del “bien” y de lo “bueno”, en ámbitos tan disímiles como la física atómica, la química-física, la medicina, la ecología, la biotecnología, la ingeniería y otras.
En cuanto a la presencia de la ética y su interacción con la agenda pública, ésta es perceptible en el plano del discurso político y en el ámbito normativo, puesto que en el ejercicio mismo de los hombres públicos, resulta conveniente mantener un adecuado correlato entre acciones públicas y la percepción social de un bien implícito. Ello puesto que la sociedad como un todo y el resto de los exponentes de la clase política, está atento a esas eventuales y necesaria adecuación entre la corrección y probidad con las tareas y acciones de cada hombre público. Además es claro que el interés por la res pública en general, hace que el comportamiento, medios y fines de los exponentes de la clase política, sean constantemente revisados en base a los criterios de una sana convivencia social. Algo similar se observa también, en cuanto a la formulación de políticas públicas y en otros procedimientos en los cuales participan los personeros de la esfera política y otros agentes sociales, puesto que aquí se vuelve a planear la exigencia de la búsqueda por la rectitud de los fines y el impacto de las normas que se desea implantar en el marco social.
En cuanto a la presencia de los medios de comunicación y su relación con los temas éticos, ello es muy comprensible puesto que los primeros poseen una fuerza que llega a todos los estamentos de la sociedad, y en este sentido tienen un compromiso ético y filosófico que los obliga a cautelar la búsqueda y presentación de la verdad, independientemente de la moral imperante y de cómo actúen o hayan actuado otros medios. Es uno de los imperativos que antropológica y socialmente consideramos como deseable para la convivencia en sociedad. Y además, porque en el despliegue mismo de estos medios, aparecen nuevas formas de ejercer la democracia y de conducción gubernativa, que dinamizan el quehacer individual y colectivo y dejan de manifiesto determinados aportes en la construcción de la verdad.
Pero por sobre todo, porque estos medios, son el soporte que nos permite apreciar el enorme espectro de faltas a la ética que observamos hoy en el mundo globalizado, y en este sentido, estamos en deuda tanto con los órganos escritos o audiovisuales que seria y documentadamente dan cuenta de estas faltas frecuentes a la ética, porque nos muestran una realidad dolorosa y nos instan pensar en nuevos caminos para el bien. Y también estamos en deuda con adultos hombres y mujeres que han corrido el riesgo de dar a conocer su sufrimiento en tiempos de su infancia por personeros de la Iglesia que han abusado de ellos o ellas. Y desean hacer justicia y alertar a la sociedad de esta situación. Así, los medios de comunicación actúan como un reservorio que muestra los distintos lados del hombre, sus debilidades, sus bajezas, así como también sus valores, sus nobles propósitos y sus convicciones. Y desde allí, por tanto, el hombre medianamente informado puede corroborar, diferir o encontrar su propia postura personal frente a esa casuística emergente, que va asentando así, una realidad insoslayable: la necesidad de considerar todas las acciones humanas desde un marco axiológico, cognitivo, teórico y orientador para apuntar hacia la obtención de los ideales de perfeccionamiento moral y social de los seres humanos. Esa instancia autocrítica y reflexiva es la entrada al universo de la ética. El camino que se abre ahora para la masa crítica y para las personas responsables de la currícula universitaria es encontrar los medios para que estas disciplinas tengan una presencia efectiva en las mallas curricular de nuestros jóvenes, no porque per se ellas aseguren un futuro comportamiento más probo o más correcto en el ejercicio de su profesión, sino porque son una instancia para reflexionar y sacar lo mejor de sí de nuestros estudiantes que sueñan con una sociedad mejor.
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