Leído por el autor, en el Salón de Honor de la I. Municipalidad de San Felipe, el 8 de Septiembre del 2004, como homenaje de la Soc. de Escritores de Chile, Filial San Felipe, al escritor Carlos Ruiz Zaldívar.
Por Zenobio Saldivia
Hacer uso de la palabra en esta ocasión, en la que rendimos un homenaje al Sr. Carlos Ruiz Zaldívar, con motivo de su septuagésimo noveno cumpleaños, es para nosotros un alto honor y un deber ineludible. En efecto, es un honor, porque quien les habla ha conocido a este destacado poeta, escritor, periodista, profesor, pintor y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, por períodos irregulares de tiempo, pero siempre cerca de su derrotero, sin perderlo de vista jamás. Tal vez el primer encuentro con nuestro poeta y polígrafo nacido en 1925 en Pisagua, corresponda a una charla que nuestro homenajeado nos ofreció excepcionalmente en el Liceo de Hombres, de esta hermosa ciudad, aproximadamente en 1968. Empero, ese fue el primer encuentro formal, puesto que ya había platicado con él, un par de años antes, en su propia casa, durante mis visitas a su domicilio para estudiar y compartir una sana amistad con su hijo Carlos, compañero de los cursos del liceo. Eran los tiempos en que el nombre de Carlos Ruiz Zaldívar estaba asociado a la docencia de enseñanza media, como profesor del Liceo Nocturno de San Felipe y como profesor de Castellano en la Escuela Industrial “Guillermo Richards Cuevas”, y también a la pintura regional y a un tipo de poesía que hablaba del campo y de la naturaleza. Lo primero, al alero de las sugerencias de Luis López Lemus, de Ardi Wisstuba Stange y de Alejandro Jiménez, entre otros. Lo anterior, le abre la puerta a su pintura a numerosas ciudades del país y del extranjero, entre estas últimas, sus obras pictóricas ven la luz en ciudades de EE.UU., Argentina y Suecia. Esta marcada pasión debe haber influido a su vez, en su hijo Carlos, quien parte a EE.UU., en busca de su propio horizonte como pintor.
Y la identificación como poeta, de nuestro homenajeado, primero en el marco social de Aconcagua y luego de todo el país, emana seguramente, a partir de la difusión de su Romancero Heroico de Aconcagua, poemario que ha tenido algunas traducciones a otros idiomas y varias ediciones en Chile. Después vendrían numerosos poemarios más y su reconocimiento más allá de nuestro país.
Luego, durante los inicios de los setenta, su hijo Ricardo estudia filosofía y periodismo y principia a hacer su propio destino profesional, justo cuando nuestro homenajeado se acoge a jubilación, en 1971. En rigor, esto es un retiro extensivo únicamente a la docencia sistemática, puesto que en cuanto a las actividades de enseñanza asistemática, tales como conferencias, exposiciones de pintura y reuniones de trabajo con escritores regionales y nacionales, sigue muy activo y con mayor ahínco. En este marco de mayor tranquilidad profundiza sus labores en el campo del periodismo; fase de su producción que ya venía perfilándose con sus crónicas en la fenecida revista En Viaje de los FF. del Estado y en el desparecido diario La Unión de Valparaíso, o en el diario El Trabajo de San Felipe; ahora, en este período, sigue su derrotero con artículos literarios y de difusión cultural, en nuevos medios tales como El Mercurio y La Estrella, ambos de Valparaíso y también en el diario El Valle de San Felipe.
La obra de Carlos Ruiz Zaldívar es tridimensional, aporta en la literatura, en pintura y en educación. En literatura, recordemos su encuentro con el ensayo, la novela, el relato histórico y la poesía. Aquí, sin ánimo de mencionar toda la producción del autor, podemos traer a presencia obras tales como: el Romancero Heroico de Aconcagua, Los cantos del gallo ciego, Ancla de soledad, Los sonetos terminales, Del grillo a la estrella, El laurel en el cielo, y otros poemarios. En la novela, no podemos olvidar su texto: El rucio Herminio, por ejemplo. Y en el ensayo, recuérdese al menos su libro: Calles de San Felipe, donde concilia datos históricos, arquitectónicos y busca la belleza de los trazos geométricos de los antiguos ingenieros y geomensores hispanos, al diseñar sus ciudades en el Nuevo Mundo. En la esfera de la educación, ya hemos mencionado con antelación, algunos de sus logros, pero a ese universo creativo, hay que agregarle su esfuerzo tendiente a fundar una Universidad Nacional Campesina, en la antigua hacienda de Quilpue, en los alrededores de San Felipe, junto a otros destacados académicos y políticos de la época del gobierno de Salvador Allende, iniciativa que quedó en su primera fase, acotada a ciertas carreras vinculadas al agro, con alumnos que seguían los cursos en el Liceo de Hombres de esta misma ciudad, en horario vespertino y que no prosperaron por los avatares de Septiembre de 1973. Justo en este período nuevamente me correspondió trabajar con nuestro distinguido hombre público, él como uno de los gestores y coordinadores del proyecto, y quien les habla, como profesor de Metodología de la investigación, para dichos cursos. Esos fueron días de sueños y anhelos compartidos, en los cuales muchos nos encontramos convergiendo para materializar un noble ideario: el de la movilidad social de los campesinos de Aconcagua y su acceso a la educación superior. Carlos Ruiz Zaldívar, por tanto, participaba de la discusión respetuosa con académicos como Darío Marcoti y Eduardo Escalante y con las autoridades de la Sede de Valparaíso de la U. de Chile de la época. Fueron jornadas de imaginación para buscar recursos, de antesala en las oficinas de las autoridades para materializar el proyecto, de gratos momentos de conversación y de discusión sobre el marco teórico y filosófico de las nuevas carreras orientadas al mundo campesino. Era otro contexto histórico cultural de nuestro país y para comprenderlo mejor, recuérdese por ejemplo que en dicho período la U. Católica de Santiago tenía El Departamento universitario obrero campesino, DUOC, y la U. de Chile, quería por tanto, fundar también su entidad de apoyo a dicho sector social, y entre los preclaros hombres que deseaban superar esa falencia de la U. de Chile, estaba nuestro poeta y escritor.
Como ser humano, Carlos Ruiz Zaldívar, se destaca por su afabilidad, su buen trato, y una mesura en sus juicios, características de su personalidad, que sumada a su cultura personal y al tono de su voz fuerte, baja, y varonil, despertó muchas simpatías y atracción en las otroras lectoras de la revista En viaje y en las señoritas que asistían a sus conferencias. Y también hizo muchos amigos por su afición a cantar tangos, y aún se empina por estos vericuetos de la sociabilidad, y algunas páginas de Internet lo mencionan también por estos dotes, pero por sobre todo, prima en él, su gusto por las tertulias y la conversación sana e informada. Con razón, su simpatía y su obra han constituido la génesis que le ha permitido dictar conferencias en distintas municipalidades, comenzando por ésta en la que hoy nos encontramos, en liceos, en universidades, en grupos literarios, en el Instituto de Chile y en la Academia Chilena de la Lengua, amén de las distintas entidades del extranjero. Pero eso no ha sido suficiente para su espíritu generoso, y por ello, en su condición de asesor cultural de la Ilustre Municipalidad de San Felipe, también se hace un tiempo para dar charlas en hogares de ancianos y a personas de la tercera edad; aportando así luces y cultura a los seres humanos gastados por el tiempo y el olvido.
Nosotros, modestos exponentes de la Sociedad de Escritores de Chile, Filial San Felipe, cuando hemos tenido que investigar tópicos de historia, de literatura o de ciencia en las bibliotecas de San Felipe y del Valle de Aconcagua en general, siempre nos encontramos con la grata sorpresa de que ese lugar ya lo había visitado también Don Carlos Ruiz, toda vez que eso es lo primero que nos manifiestan los bibliotecarios o bibliotecarias encargadas. Ellas lo expresan en estos términos: “Don Carlos Ruiz, estuvo antes investigando aquí eso”; por tanto, debemos colegir que nuestro homenajeado es además de poeta, escritor y pintor, también un adelantado en las labores de la investigación bibliográfica y esta faceta es digna de ser destacarla pues es la que a menudo se olvida al hablar de su obra. Y algo análogo sucede cuando hoy los jóvenes pintores recorren los miradores más apropiados para captar en sus cuadros, ora la tonalidad de la tarde, ora el verdor de los sauces o el brillo del sol en las rocas lengüeteadas por el río Aconcgua. Don Carlos Ruiz ya ha hollado esos lares de la región.
Ahora bien, si nosotros, los escritores de esta Filial de San Felipe, tuviéramos que dar un reconocimiento en términos de títulos honoríficos a nuestro homenajeado, creemos que por sus virtudes humanas, por su fina sociabilidad, por sus rasgos filantrópicos y sobre todo, por su obra literaria, pictórica y educacional, que está atravesada por una búsqueda de lo regional en su visión de la naturaleza y por una mirada de lo humano universal que capta la belleza y la sensibilidad en su pluma y en los trazos policromáticos del pincel, nos atreveríamos a designarlo Caballero heroico de Aconcagua.
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