U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile.
Resumen
Se analiza el desarrollo de la ciencia en la región y Valle de Aconcagua desde fines del Siglo de la Ilustración y durante el Siglo XIX, destacando el paso de preclaros científicos europeos por la región tales como Pissis, Darwin y Gay. Y se destaca como los referentes bióticos y abióticos de la zona contribuyeron a incrementar el acopio taxonómico de la ciencia nacional bajo la mirada de tales sabios. Se continúa con un trazado explicativo similar en relación a los progresos técnicos que se van alcanzado en las ciudades de la región y se deja de manifiesto el notorio interés por la cultura y el trabajo intelectual de sus exponentes durante el período mencionado.
Palabras claves: Chile decimonónico, Valle de Aconcagua, ciencias, naturaleza, taxonomía.
Abstract
The present article aims at analyzing the development of science in the Aconcagua Valley Region, from the end of the Illustration Century and during the XIX century. It highlights the visit of illustrious European scientists, such as: Pissis, Darwin and Gay. It also emphasizes how the biotic and abiotic regional exponents contributed to increase the taxonomic collection of national science, under the scrutiny of said scholars. Similarly, it provides an explanatory outline regarding the technical progresses achieved in the cities of the region, underlining the notorious cultural interest and the intellectual work of their exponents during the aforementioned period.
Keywords: nineteenth-century Chile, Valle de Aconcagua, science, nature, taxonomy.
Introducción
Puesto que describir es delinear algo con el auxilio del lenguaje, o bien, traer a presencia determinadas situaciones, eventos o personas, entonces queda implícito que dicha acción permite trascender la temporalidad y acotar parámetros cronológicos específicos para dar cuenta de los sucesos seleccionados, desplazándonos así por lares, personas o artificios determinados. Desde esta perspectiva, por tanto, se comprende que la prosa narrativa, no es el único medio donde podemos encontrar descripciones de lugares, o referentes específicos regionales; hay también otros enfoques. En efecto, la prosa científica, a su vez, también da cuenta de ciertos lugares, fenómenos o referentes naturales. En esta ocasión, se pretende reconstruir la peculiar visión del Valle de Aconcagua, que nos han legado los sabios decimonónicos que recorrieron algunos pueblos, villorrios y sectores característicos de la geografía de la región de Aconcagua, y determinar así las notas más significativas conque dichos autores, desde sus disciplinas particulares, consignaron como lo peculiar e identitario del Valle de Aconcagua, en el período de la construcción de la joven República de Chile.
Los orígenes de la ciudad de San Felipe
Entre las ciudades más conocidas de la región, figuran probablemente por sus antecedentes históricos y políticos: las actuales ciudades de San Felipe y Los Andes. La primera por ejemplo en cuanto a sus orígenes, es el resultado de una política orientada a la desruralización de la población campesina que se había incrementado notoriamente tras la destrucción de las ciudades del sur de Chile debido a los alzamientos indígenas entre 1598 y 1602, sumado a la política defensiva y poblacional de José Antonio Manso de Velasco, quien siguiendo las instrucciones de Felipe V de Borbón, decide en 1740, visitar el Valle de Aconcagua con criterios claramente geopolíticos y de fortalecimiento de la presencia española en la zona. Así, luego de interactuar con los hacendados y encomenderos de la región y tras escuchar sus puntos de vista, Manso de Velasco comisiona, el 3 de agosto de 1740, al Maestre de Campo Don José Marín de Poveda, para delinear las calles de la proyectada Villa de San Felipe El Real y comenzar los trabajos al Norte de la ribera del Aconcagua. Marín de Poveda inicia de inmediato la tarea, siguiendo el modelo ingenieril, arquitectónico y político de la cuadrícula española; esto es, el paradigma arquitectónico de la época que parte del centro hacia la periferia, según la importancia social de los individuos. Así, se consigna el centro para la erección de los edificios político-administrativos y para los religiosos, y, alejándose hacia la periferia respectivamente, se construyen las casas de los vecinos con menor rango de influencia social. Ocho años más tarde la Villa de San Felipe El Real cuenta ya con una población de 1.258 habitantes.[1] Y luego en 1851 la villa ya cuenta con su propio alcalde, un alférez, un alguacil, regidores, religiosos, zapateros, carpinteros, sombrereros, herreros y un artesano orfebre, quienes realizan sus trabajos tanto para los habitantes de la villa como para los del partido de Aconcagua en general, donde se ubica la Villa de San Felipe El Real. En suma, la naciente villa está ya en condiciones de autoabastecerse en cuanto los requerimientos básicos que pueden proporcionar, en este período, las técnicas y los oficios. La Villa de San Felipe del Real, pasa a ser así un lugar destacado y de interés agrícola y geopolítico dentro del Valle de Aconcagua.
Dicha política de expansión y de resguardo o apoyo a los viajeros y comerciantes que cruzaban la Cordillera de Los Andes continúa también con la erección de la segunda de las ciudades mencionadas, la Villa Sta. Rosa de Los Andes, por orden del Gobernador del Reyno de Chile Ambrosio O”Higgins, quien firma el respectivo decreto el 31 de Julio de 1791. De este modo, con la erección de ambas villas en la región de Aconcagua, se resguardaba el paso cordillerano a Mendoza y se podía atender a los comerciantes y viajeros que iban o venían de Cuyo, Tucumán, Paraguay y Buenos Aires, todos los cuales debían pagar derechos por la internación y por el pontazgo del Aconcagua, el que se pagaba camino a Portillo, en el Paso de Los Patos.[2] Todo lo cual, fortalecía las vías que permitían el transporte de mercancías y las comunicaciones al interior del reino de Chile.[3]
Durante casi todo el siglo XVIII, la historia de las ciencias de nuestro país no muestra expresiones relevantes ni hace referencia significativa de las pasantías exploratorias de los sabios ilustrados por esta región; como por ejemplo, las constantes expediciones de muchos navegantes franceses, ingleses y españoles, que sí recorrieron otros lugares de nuestro territorio; v. gr. Valparaíso, La Serena, Chiloé, La Patagonia, Isla de Pascua y otros. En todo caso, como el propósito de esta comunicación es dilucidar el devenir científico decimonónico, nos centraremos exclusivamente en este corte cronológico.
Aconcagua y el siglo XIX
Así, un hito significativo del conocimiento científico vinculado a esta región corresponde a los inicios del siglo XIX, en el plano de la Medicina, cuando en 1808, recorre el valle de Aconcagua, Don Manuel Julián Grajales, médico integrante de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1810), dirigida por Francisco Javier Balmis que tenía a su cargo la misión de inocular contra la viruela en las posesiones americanas de la Corona: Nueva España, Nueva Granada, Venezuela, Perú y Chile. Dicha expedición se instala primero en Valparaíso y de inmediato continúa su trabajo en Aconcagua y otras regiones del país, formando previamente Juntas de Vacuna. En esta tarea, se destaca el médico Grajales, quien vacuna contra la viruela a los nativos y lugareños de la región, y, para obligar a inocularse a los escépticos y a los niños escurridizos, deja instituida una Junta Provincial de Vacuna con atribuciones especiales que incluyen la detención para los aconcagüinos reticentes.
Otro momento significativo para San Felipe como referente científico decimonónico, acontece en 1826, cuando Alcides D’Orbigny, cumpliendo el cometido que le había entregado el Museum de París y la Academie des Sciences de París, continúa con su exploración por América Meridional y cruza la Cordillera de Los Andes por el paso de Las Cuevas, llegando así al Valle de Aconcagua. Aquí, visita San Felipe y Los Andes. Acerca de esta región de Aconcagua, lo primero que le llama la atención son sus ríos. V. gr., el mismo lo expresa de esta manera: “[...] Aconcagua es seguramente la más bella y la más fértil región de la jurisdicción central de Chile, gracias a dos cursos de agua muy abundantes que la recorren luego de descender de la Cordillera, el Putaendo, viniendo del N. E, y el Aconcagua, viniendo del S., los cuales se reúnen cerca de San Felipe o Villa Vieja, capital de la provincia, grande, próspera, regularmente construida y situada un poco al O. de Santa Rosa.”[4] Y más adelante, acota que el Valle de Aconcagua posee mucha vegetación y que está matizado de huertos, de viñas y de campos de alfalfa.[5] Lo anterior, corresponde a una parte de la visión de la naturaleza que el sabio francés se formó de la región.
Por su parte, Charles Darwin, científico que viaja a bordo del Beagle, y que cumple tareas científicas por orden del Almirantazgo Británico, es otro de los sabios que visita la región. Luego de sus exploraciones geológicas y taxonómicas, en 1835, por los alrededores de Valparaíso, Quillota, el Cerro La Campana y otros, arriba a San Felipe y recorre los alrededores, visitando lo que hoy son los pueblos de Sta. María, Jahuel y otros lugares. Justamente en el sector de Jahuel identifica un punto magnético, que se ha constituido, en la actualidad, en un lugar de interés turístico.
Pero es la belleza de la Cordillera de Los Andes y la presencia de las montañas y de los picos andinos, lo que, prácticamente, lo inunda de gozo y admiración, destacando las bondades del clima de la zona central y la majestuosidad de la Cordillera de Los Andes. El Volcán Aconcagua, justamente, lo deja prácticamente anonadado por su belleza. El autor lo expresa en estos términos: “El volcán Aconcagua ofrece un aspecto particularmente magnífico. Esa inmensa masa irregular alcanza una altitud más considerable que el Chimborazo; porque según las triangulaciones hechas por los oficiales del Beagle, alcanzan una altitud de 23.000 pies (6.900 metros). Sin embargo, vista desde donde nos hallamos, la Cordillera debe una gran parte de su belleza a la atmósfera a través de la que se divisa. ¡Qué admirable espectáculo el de esas montañas cuyas formas se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico!”[6] Ciertamente, el impacto que siente al contemplar el Volcán Aconcagua, nos permite comprender que este sabio no sólo perseguía la búsqueda de la objetividad en su diagnosis, sino también, se permitía cierta licencia para expresar moderadamente, su sensibilidad romántica, capaz de captar la belleza de las formas tanto del mundo orgánico como del universo abiótico.
Gay, a su vez, en su Historia Física y política de Chile, hace frecuentes referencias a los especímenes de la flora y fauna de Aconcagua, en los distintos tomos de zoología y de botánica de la obra. En el plano de la flora da cuenta principalmente de algunas plantas de las familias de las leguminosas, de las portuláceas, de las rámneas, malasherbiáceas y rosáceas. Entre los árboles de la zona cordillerana de Aconcagua, describe al espinillo (Acacia cavenia) y al quillay (Quillaja saponaria); entre los arbustos de la zona, presenta la diagnosis del Palhuen (Adesmia microphylla) y de la Jarilla (Adesmia balsámica). Y entre las plantas, menciona al cadillo (Acaena argentea), del cual señala que se da notoriamente en Sta. Rosa de Los Andes,[7] Y entre las plantas espinosas describe a la Ochetophila Hookeriana, ubicándola en la cordillera en el paso a Mendoza;[8] alude, además, a diversos exponentes de las leguminosas tales como la Phaca tricolor, la Lathyrus epitiolaris y la Adesmia mucronata.[9] Y también a otra leguminosa que considera muy rara y que denomina Glycyrrhiza astragalina y que la ubica “en las cordilleras de Aconcagua”.[10]
Y en las cordilleras de la antigua Sta. Rosa de Los Andes, ubica también a plantas como el Lupinus albescens y el Lupinus andicola; arbustos como el Colletia nana. Por ejemplo, en el Tomo II, de la Sección de Botánica de dicha obra, describe así un exponente de las portuláceas:
“Calandrinia Gilliesii.
C. pilosoa, radice perenni, lignosa; collo multiplici; caulibus erectius-culis, simplicibus, basi valde foliosis; folis oblongo-linearibus, adpresse hirsuto-pilosis; floribus roseis; racemo corymbosos; bracteis inferioribus pedicellos vix aequuantibus; calycisis ovatis, apice sub 3-dentatis, dorso longe pilosis; staminibus 5.
C.Gilliesii Hook. y Arn., Bot. Misc., T.III, p. 333.
Planta vellosa, con la raiz vivaz y el tallo principal leñoso, dividido en otros varios mas pequeños, sencillos y con muchas hojas erizadas de pelos oblongos y lineares. Hojas rosadas dispuestas en corimbo. Las divisiones del cáliz son avales y están cubiertas de pelos rojos muy largos. Se halla en las cordilleras de Aconcagua, según el doctor Gillies á quien está dedicada”.[11]
Y en cuanto a los especímenes de la fauna, ubica aquí a pequeños mamíferos parecidos a la chinchilla, como la asustadísima Abrocoma Bennetti;[12] a animales exógenos como la cabra (Capra aegranus); a la oveja (Ovis aries); a aves como el cóndor (Sarcoramphus condor); al jote (Cathartes aura); al tiuque (Caracara montanus); al peuco (Buteo unicinctus); a la lechuza (Strix flamea); a la diuca (Fringilla diuca); describe también al pato jergón (Dafila Bahamensis), situando su hábitat en toda la cordillera. También observa un tipo de iguana, propia de la zona central, en general, la Proctretus tenuis,[13] entre tantos otros referentes exógenos y endémicos que se observan en la región.
Pero la flora y la fauna de la región Aconcagua no sólo es estudiada por Gay, también muchos otros científicos decimonónicos dan cuenta de los referentes bióticos existentes en el Valle y en sus picos montañosos que delimitan la región. Entre éstos por ejemplo figura Rodulfo Amando Philippi, quien presenta la diagnosis de cientos de observables de la flora aconcagüina tales como árboles, arbustos y flores nativas o exógenas bien aclimatadas en el valle, así como también de diversas plantas endémicas. Así por ejemplo, en relación a arbustos exógenos bien asentados en la región, el sabio alemán destaca a la Cassia alcaparra Ph. y señala que se da en muchos jardines de Chile, especialmente en las regiones de Coquimbo y Aconcagua y que “su madera es muy estimada.”[14] Y también hace lo propio con identificación de especímenes de la fauna aconcagüina; v. gr. nada más a manera de ilustración, recordemos un tipo de batracio que denomina Pleurodema aspera Ph. y que se caracteriza por tener muy áspero el vientre y el dorso como “un papel de lija fina” y que el naturalista lo ubica en: “Prope Totoralillo in provincia de Aconcagua a cl. Landbeck 1862.”[15] Y en relación a las plantas cordilleranas de la región, de Aconcagua, Philippi da cuenta de la Berneoudia major Ph. Linnaea, de la Hexaptera spathulata Gill, de la Calandrinia ferriginea, y de la Mutisia sinuata, entre decenas de otras, que ubica todas en el Paso del Portillo, lado de Chile.[16]
En la década del cincuenta del siglo decimonono, otro científico incursiona la región, estudia las vicisitudes del terreno, determina con mayor precisión la longitud y latitud en que está ubicada la ciudad de San Felipe, y da cuenta de los aspectos hidrográficos y orográficos de la zona. Se trata del geógrafo francés Amado Pissis, contratado en 1848 por el Gobierno Chileno, para la confección de un mapa físico de territorio y para estudiar todo el cuerpo físico del país, trabajo que ve la luz en París, en 1875, con el nombre de: Geografía Física de Chile.
Las exploraciones de este científico, por el valle, los ríos y las montañas de la región de Aconcagua, son realizadas en 1856. Aquí determina las coordenadas geográficas de las ciudades y pueblos de la provincia, los pasos cordilleranos; explica las características orográficas de la zona; describe las propiedades hidrográficas de las hoyas de la región; y da cuenta de los aspectos mineralógicos, además de las características de la estratificación de las capas geológicas de la zona. Por ejemplo, en cuanto a la primera de las tareas de este autor, ya mencionadas, tengamos presente que ubica la ciudad de San Felipe en los 32º 45’ 23’’ de latitud y a 0º 4’ 16’’ de longitud O. Y a una altitud de 657,1 m. Y a la ciudad de Sta. Rosa de Los Andes la ubica a 32° 50’ 51’’ de latitud y a 0° 3’ 39’’ de longitud E. y a una altitud de 818 metros. Al pueblo de Putaendo, a su vez, lo ubica en los 32º 58’ 45” de latitud y a 0º 5’ 59’’ O. de longitud, y situado a 825 m.[17] En cuanto a su labor orográfica, recuérdese que también determina la ubicación geográfica de los cerros y montes aislados de la zona y su altitud; v. gr. al Cerro Orolonco le atribuye una altitud de 2118 m., a los Altos de Catemu, 2132 m., al Cerro del Roble, 2210 m.[18]
En cuanto a la perspectiva hidrográfica de la región, Pissis señala que en la provincia de Aconcagua es posible observar cuatro hoyas que siguen su curso desde Los Andes hacia el mar. Reconoce como la más importante la del río Aconcagua. En cuanto a la determinación de los componentes geológicos de la región, Pissis observa que las mesetas calcáreas del sector de Tierras Blancas, cerca de San Felipe, contienen capas de calizas de color lila “que podrían suministrar mármoles bastante hermosos.”[19] Y sostiene, además, que en el antiguo camino a la ciudad de los Andes y en el Valle de Putaendo, se encuentran “hermosas ágatas lácteas”.[20]
La provincia de Aconcagua le parece más abundante en depósitos cupríferos; así señala que “[...]cerca de San Felipe se hallan las minas de Las Coimas, algunas de las cuales producen una combinación muy notable de óxido y de sulfuro de cobre. Un poco al noreste, en la base de las montañas de Putaendo, se nota una capa de pórfido metamórfico en lo que hay diseminados sulfuro de cobre y cobre abigarrado.”[21] Tampoco le son desapercibidas, a su vez, las piedras de canteras, como las traquitas y otras, en especial las que están a la “base de las montañas del Culunquén”, cerca de San Felipe. Pero el interés geológico, geográfico e hidrográfico de Pissis por la región de Aconcagua, en rigor, no queda simplemente consignado en sus trabajos especializados; sino que también envía diversos informes de sus avances de exploración por la Cordillera de Los andes, al diario El Mercurio de Valparaíso, en los años cincuenta, para dar una descripción cuidadosa de estos montes y en especial del Aconcagua y de la hoya homónima.[22]
La región de Aconcagua principalmente en la década de los setenta del Siglo del Progreso es estudiada desde la perspectiva geológica y mineralógica como lo hace Pissis, pensando en contar con una radiografía de la región para completar su cuadro general del cuerpo físico de Chile, y confeccionar el primer Atlas cartográfico de la República (1876); pero sigue siendo un foco de atención para la extracción de minerales y de depósitos metalíferos en general. Por ello, el ingeniero en minas Ignacio Domeyko, obtiene de esta zona diversas muestras de minerales que envía a la Exposición Universal de Santiago (1875) y destaca los principales depósitos argentíferos, de cobre o de oro de las montañas de dicha región. Así por ejemplo, en un momento de su prosa sobre señala: “En las cimas del cerro de Catemo, por el lado de San Felipe tenemos un terreno estratificado esquitoso i en las vetas que lo atraviezan se hallaron sulfuros dobles plata, de plata i cobre de 10 a 14 por ciento de plata i galenas platosas.” [23] Y más adelante agrega: “En igual situación jeolójica se hallaron los minerales siguientes:
La de plata: Tinajas (Los Andes, que ha producido 805 quilógramos de plata en 1875).
Yeguas heladas (San Felipe produjeron, en 1875, 1000 quilógramos de plata).
De Cobre: Las Coimas, Putaendo, producción anual 520.000 quilógramos de cobre.
Las Tazas (Petorca dieron en 1875, 172.000 quilógramos de cobre i algunas otras del departamento de La Ligua, como Nipe, etc.”[24]
Algunos años después, a doce kilómetros de San Felipe, es el pueblo de Sta. María el que concita la atención de la comunidad científica nacional. Esto porque aquí comienza, el 24 de diciembre de 1886, una epidemia de cólera.[25] Esta epidemia se expande rápidamente a Los Andes, Panquehue, Lo Campo, Tierras Blancas, Chagres, San Felipe, Putaendo, y el 15 de enero de 1887, ya está en Santiago. De esta manera, hasta agosto de 1887, se extiende a la mayoría de las provincias de la época.
La epidemia de cólera cobra muchas vidas en el Valle de Aconcagua, y genera una fuerte discusión en la capital en cuanto a las medidas más apropiadas para evitar su expansión. Algunos sugieren, incluso, incendiar la ciudad completa, incluidos sus habitantes, tal como lo recuerda el diario sanfelipeño El Censor.[26] Afortunadamente prima la cordura y sólo se decide formar un cordón sanitario con tropas del ejército, para evitar la entrada o salida de personas de lugares del Valle Aconcagua.
Desarrollo científico-tecnológico
Los aspectos vinculados al incremento material y de progreso científico-tecnológico de la ciudad de San Felipe, en rigor, ya han sido destacados por estudiosos tales como Guillermo Robles García, en su obra: San Felipe, recuerdos, sitios, escenas y personas; Julio Figueroa G., en su trabajo: Historia de San Felipe; o Bernardo Cruz Adler, en su ensayo: San Felipe de Aconcagua; por nombrar a algunos; de modo que aquí destacaremos únicamente los hitos siguientes: La instauración del Hospital San Camilo, en 1842, que es uno de los primeros establecimientos de salud que se instauran en regiones, fuera de la metrópolis. Se fundó con la colaboración de filántropos y gente altruista que hicieron colaboraciones importantes, entre éstas figuran Juana Ross de Edwards, Belisario Espíndola, José Antonio de Guilisasti y otros. Entre los primeros médicos que atendieron en este establecimiento, cuando aún constaba solamente de dos pabellones con camas situadas sobre el suelo, sin piso, se ubican los profesionales: Manuel A. Carmona, Danor Nieto y Miguel Guzmán y Gallosa.[27] Este hospital fue uno de los primeros en contar con rayos X. Atendía pobladores y lugareños de las localidades aledañas, incluso de Llay-Llay. Siguiendo esta línea de preocupación social por la higiene y salubridad, se crean también desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, muchos dispensarios para atender a los menesterosos y gente sin recursos, en San Felipe, Sta. María, Curimón, Panquehue, Chagres y otros pueblos. Su humanitaria labor, se ve complementada años más tarde con la fundación del Hospital San Juan de Dios, en la vecina ciudad de Sta. Rosa de Los Andes, en 1852, gracias a la generosa contribución de personas como Don José Antonio del Villar y Fontecilla, la Sra. Lucía Echavarrieta y otros.[28]
Pero no sólo los tópicos de salud o higiene pública concitan la atención de los sanfelipeños y de la comunidad científica nacional, también los empresarios aconcagüinos de la época contribuyen a sumarse al ideario del progreso que persigue la ciencia. En efecto, por la vía del desarrollo del comercio nacional e internacional y de la implementación de nuevas técnicas agrícolas, así como del impulso a la viticultura y de lo que hoy denominamos agroindustria, comparten el mismo propósito de la comunidad científica: alcanzar el progreso económico y el bienestar social. Por ello no es extraño que en la Exposición Universal de 1875, realizada en Santiago de Chile, estos productores -y en especial Clemente Vassart, de la Higuera- presenten al mundo más de treinta productos agrícolas seleccionados de la región, y que incluyen distintos tipos de trigo, de cebada y frejoles, además de cáñamo, cera y tabaco, entre otros.[29] E incluso llama la atención que la propia Junta Departamental de San Felipe presente más de cincuenta plantas medicinales entre las que figuran por ejemplo el paico, la canchalagua, la sanguinaria, la yerba mora, el chamico, el cedrón, el culen, la salvia y el hinojo, entre otras. Y algo similar realizan los empresarios agrícolas de la Villa de Sta. Rosa de los Andes, entre éstos el productor Ricardo Fluhme, que envía un barril con la muestra de su miel.[30]
También los alrededores de uno de los pueblos cercanos a San Felipe, concita la atención de los viticultores del país que atinadamente perciben las bondades del clima de la región para el cultivo de la vid. Panquehue es el lugar donde el empresario Maximiliano Errázuriz crea viñedos modelos con los últimos adelantos de la agroindustria y tecnología de la época, para cultivar cepas Cabernet, Malbec, Cos-d’ Estournel, Pinot y otras que se aclimatan muy bien en la zona. Así, dicho empresario cultiva en esta localidad más de 200 hectáreas de viñedos y llega a tener más de 300 trabajadores agrícolas. Todo lo cual le dejaba anualmente en sus cavas más de 30.000 hectólitros.[31] Con razón, el médico Francisco Fonck, en 1869, en Berlín, durante una conferencia que perseguía motivar a nuevos alemanes para emigrar a Chile, presenta al Valle de Aconcagua como el más hermoso y el mejor cultivado del país, destacando además el abundante caudal del río Aconcagua y la riqueza y diversidad de la producción agrícola de la región; lo que permite que se den “[...]las frutas del medio dia de Europa en mayor perfeccion i abundancia que en ninguna parte de Chile”.[32]
En este mismo plano de acercamiento a la tecnología, tengamos presente que la actual ciudad de San Felipe, inauguró en 1873, el alumbrado público a gas; esto es, un poco después de la importante ciudad puerto de Valparaíso. Y luego de la Guerra del Pacífico (1879-1884), en la ciudad de San Felipe se instala una compañía de electricidad con una planta de 100 h.p. Empero, las medidas de salubridad tales como instalación de alcantarillado y de agua potable, no son debidamente atendidas en el período finisecular del decimonono, y la ciudad tendrá que esperar hasta el siglo XX; pero ello no es culpa de la ciudad, sino de la política nacional del período.
Otro hito del progreso científico-tecnológico de la ciudad es la instalación de la Fábrica de Cáñamo, en 1872, por Hugo H. Parry, que pasa a ser la primera de su tipo en toda Sudamérica. Y si bien tuvo algunas dificultades en sus comienzos para contar con la materia prima, pocos años después exportaba jarcias, hilos, cáñamos y otros productos manufacturados. La Armada de Chile y el país en general le deben mucho a esta fábrica, puesto que prácticamente abastecía sola todos los requerimientos de la escuadra, durante la Guerra del Pacífico, entregando los cordeles, lonas, jarcias, espías y otros implementos solicitados con urgencia durante los avatares del conflicto. La curtiembre Lafón, fundada en 1870 en esta ciudad, también cumple un rol destacado en la producción nacional de tratamiento de cueros y en relación al comercio y la economía de la región.
En cuanto al plano intelectual en general, la ciudad de San Felipe y los exponentes de la cultura aconcagüina también se han venido destacando desde hace más de ciento cincuenta años. Y aunque no se pretende abordar estos temas en la presente comunicación, recordemos por ejemplo, las nuevas preocupaciones por los temas de Historia Natural, que van mostrando los egresados del Liceo de Hombres de esta ciudad, entidad fundada en 1838. Preocupación que se complementa con el interés de los sanfelipeños por los periódicos y diarios. Así en 1828, fundan El Verdadero Republicano, constituyéndose en la cuarta ciudad en el país que saca un periódico. Más tarde aparece El Censor (1869), El Observador, El Comercio, El Sanfelipeño, El Aconcagüino y otros. Por ello no es extraño que ya en los años cincuenta del Siglo del Progreso, el diario El Mercurio de Valparaíso, tenga asignados dos agentes oficiales en la zona de Aconcagua: Don Mario Videla en la ciudad de San Felipe y Don Pedro Segundo Bari en la ciudad de Sta. Rosa de Los Andes.[33] Este énfasis por las revistas y periódicos continúa a principios del siglo XX, con la publicación de órganos comunicacionales tales como el Aconcagua Magazine, La voz de Aconcagua y otros; así como con la organización en 1902, de la Corporación “El Ateneo de Aconcagua”, que promueve incansablemente actividades culturales, literarias y artísticas.
A manera de conclusión
Al parecer, la Villa de San Felipe El Real -como se denominó en sus orígenes- prosperó más rápidamente que otras, debido, al menos, a tres variables propias de su contexto geográfico, social y político que se insertan, a su vez, en el marco sociopolítico y cultural del Chile colonial: Por una parte, está el impulso de los hacendados del Siglo de la Ilustración, toda vez que estos se percataron de las bondades del clima de la región y de la calidad de sus suelos, de modo que no escatimaron esfuerzos en sus incrementos agrícolas, principalmente orientados al fomento del trigo, forraje, cáñamo y otros. Por otro lado, su condición de ser un asentamiento habitacional propio del interior pre-cordillerano lo resguardó de la destrucción y desmanes que sufrieron otros pueblos del Reino de Chile, por ejemplo, de los piratas ingleses o de los corsarios holandeses, como le sucedió tantas veces a Valparaíso o a las ciudades de Ancud y Castro, en la zona austral.
Una de las cosas que llama la atención, en todo caso, y que es de justicia reconocer aquí, es el hecho de que los habitantes de Aconcagua en general y de San Felipe en particular, siempre han valorado enormemente las expresiones del trabajo intelectual, principalmente la literatura, las artes y la comunicación en general. Y que su entorno natural cordillerano, no ha pasado desapercibido para los gestores de la ciencia en Chile.
[1] Cf. Lorenzo S., Santiago: Origen de las Ciudades Chilenas, Edic. Universitarias de Valparaíso, PUCV, Valparaíso, 2013; p. 132.
[2] Cf. Lorenzo S., Santiago: Origen de las Ciudades Chilenas, Edic. Universitarias de Valparaíso, PUCV, Valparaíso, 2013; p. 167.
[3] Cf. Rosenbblitt B., Jaime y Sanhueza B., Carolina: “Cartografía Histórica de Chile 1778-1929”, en: Cartografía Histórica de Chile 1778-1929, Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, PUCCH y Biblioteca Nacional, Stgo., Chile, 2010, p. xl.
[4] D’Orbigny, Alcides: Voyage pittoresque dans les deux amériques; Chez L. Tenré, Libraire-éditeur, Paris, 1836; p. 337. ( Traduc. personal).
[5] Ibídem.
[6] Darwin, Charles: Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Ed. Ateneo, Bs. Aires, 1945, p. 307.
[7] Gay Claudio, Historia física y política de Chile, Sección Botánica, T. II, Impr. de F. y Thunot, Paris, 1846; pp. 295-296.
[8] Ibídem.; p.39.
[9] Ibídem.; pp.105-106,146-147 y 162-163.
[10] Ibídem.; p. 89.
[11] Ibídem.; p. 507.
[12] Gay Claudio, Historia física y política de Chile, Sección Zoología, T. I, Impr. de Maulde y Renou, Paris, 1847; pp. 97-98.
[13] Ibídem., Zoología, T. II, 1848; pp. 32-34.
[14] Philippi, R. A.: Elementos de Botánica para el uso de los alumnos de Medicina i Farmacia, Imprenta Nacional, Stgo.; p. 116.
[15] Philippi, R. A.: Suplemento a los Batracios chilenos descritos en la Historia Física y Política de Chile;
Librería Alemana de José Ivens, Stgo., 1902; pp. 139-140.
[16] Philippi, R. A.: “Sertum mendocinum. Catálogo de las plantas recojidas cerca de Mendoza i en camino entre ésta i Chile por el Portezuelo del Portillo, por don W. Diaz en los años de 1860 i 1861. Comunicacion de don R. A. Philippi a la Facultad de Ciencias Físicas en su sesión del presente mes; Anales de la U. de Chile, T. XXI, 2do semestre, Impr. Nacional, Stgo., 1862; pp. 15-25.
[17] Pissis, A.: “Descripción topográfica i jeolójica de la provincia de Aconcagua”, Rev. de Ciencias y Letras, T. I., Nº 1, Impr. del Ferrocarril, Stgo., 1857; p. 251.
[18] Ibídem.; p. 253.
[19] Pissis, A.: Geografía física de la República de Chile, Instituto Geográfico de París, Paris, 1875; p. 188-189.
[20] Ibídem.; p. 191.
[21] Ibídem.; p. 164.
[22] Cf. Diario El Mercurio de Valparaíso, 18 de Diciembre de 1850.
[23] Domeyko, Ignacio: Ensaye sobre los Depósitos metalíferos de Chile con relación a su jeolojía y configuración exterior, Impr. Nacional, Stgo., 1876; p.79.
[24] Ibídem., p.80.
[25] Cf. Valenzuela, Evaristo Severo: Das Auftreten der cholera in Chile im Jahre 1886, Buchdruckerei von Gustav Schade, Berlin, 1886; p. 24.
[26] Cf. Diario El Censor, San Felipe, 6 de Febrero de 1886.
[27] Cf. Olivares C., Benjamín: Historia del Hospital San Camilo de San Felipe.1842-1992, Edic. de la Corporación Cultural de San Felipe, San Felipe, 1996; p.79.
[28] Cf. Salas M., Bernardo: La historia de la medicina en Los Andes, Los Andes, 1988; pp. 20-26.
[29] Cf. Catálogo Oficial de la Exposición Internacional de Chile en 1875, Imprenta de la Librería del Mercurio, Stgo., pp. 81-82.
[30] Ibídem.
[31] Cf. Wiener, Charles: Chili & Chiliens, Librairie Leopold Cere, Paris, 1888, pág.153.
[32] Fonck, Francisco: Chile en la actualidad. Discurso leído en Berlín el 13 de Diciembre de 1869, Impr. de A. J. Obst, Berlín, 1870; p. 18.
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