Zenobio Saldivia Maldonado (*)

Universidad Tecnológica Metropolitana

Santiago, Chile

Publicado como capítulo del libro: Nación y nacionalismo en Chile. Siglo XIX. T. 2.,

Gabriel Cid y Alejandro San Francisco (Editores), Centro de Estudios Bicentenario, Stgo., 2009. pp. 117-142.

El Marco sociocultural

Cuando se habla acerca de la consolidación de la ciencia en el Chile decimonónico, a menudo se focaliza la atención en los sabios extranjeros que arribaron al país entre los años 1828 y 1851, por ejemplo. Y en tales casos se menciona a Claudio Gay, (1828), a Ignacio Domeyko (1838), a Amado Pissis (1848), o a Rodulfo Amando Philippi (1851), entre otros. O bien, se alude  de inmediato a la labor de la Universidad de Chile, como entidad académica y científica. Ello no es erróneo, pero es incompleto y apresurado, porque un proceso de institucionalización de la ciencia, es el resultado de muchas variables en juego que atraviesan la esfera política, educacional y pública.  En rigor, el despertar intelectual del Chile decimonónico, no surge ipso facto con la consolidación de la independencia política luego de los avatares de la reconquista; se remonta ya un poco antes, v. gr. con las contribuciones de los jesuitas, entre éstos, especialmente gracias a las publicaciones del abate Juan Ignacio Molina, en virtud de su acopio de descripciones rigurosas sobre la naturaleza y la sociedad chilena de su tiempo, que realiza en Europa, en obras tales como: Compendio della storia geografica, naturale et civile del regno de Chile (1776) y Saggio sulla storia naturale del Chile (1782)[1], o con los aportes de los profesores del Instituto Nacional, luego de su reapertura por acuerdo del Senado, desde 1819 en adelante.

Pero, pensando exclusivamente  ya en el Chile republicano, bien podría decirse que la consolidación científica nacional,  se inicia a partir de la década del treinta, toda vez que justamente en este período, el país llega a una etapa de ordenamiento como nación y de una cierta internalización de los principios republicanos en la esfera pública; lo cual es un buen antecedente para la reflexión, para asumir compromisos científicos  y para la lectura y el estudio en general. Por otra parte, coincidiendo  con esto, se observa en este mismo lapso de tiempo, en el plano físico y material, un notorio incremento económico y un auge exportador en el país. El desarrollo intelectual y cultural del Chile decimonónico,  tiene pues, un notorio despertar en esta década, toda vez que en este período se observan nuevas expresiones de sociabilidad, de patriotismo y otros fenómenos sociológicos, que actúan como acicate para este efecto. Para lo primero, piénsese  por ejemplo en  las tertulias y en las fiestas de la aristocracia, e incluso en las  discusiones literarias e históricas; para lo segundo, el lector puede traer a presencia el llamativo sentimiento de chilenidad, que se expande a partir del triunfo militar contra la Confederación Perú-Boliviana, luego de la batalla de Yungay (20 de Enero de 1839); y en cuanto a nuevos fenómenos socioculturales, justamente la década siguiente, deja de manifiesto la instauración definitiva del periodismo en el país, la apertura de nuevos espacios de sociabilidad y la  aparición de nuevos diarios y revistas. Estas nuevas expresiones, van dejando atrás el compromiso con la contingencia política inmediata, característico de las antiguas publicaciones y logran asentar un claro perfil profesional, del periodismo, tal como ya lo ha destacado Ossandón.[2]

Es en este contexto, de crítica acerca de los asuntos públicos y de una gran discusión literaria e intelectual, por tanto, donde se desenvuelven los nuevos colaboradores y articulistas de los primeros medios de comunicación, quienes prefieren centrar mayoritariamente su atención en los movimientos y tendencias culturales y artísticas que están aconteciendo en el país  y  que  van incrementando el acervo cultural de la joven república. Entre estas expresiones, es posible incluir el movimiento literario de 1842 liderado por José Victorino Lastarria y las discusiones sobre el romanticismo como vehículo identitario de la literatura o de la cultura nacional. También están en boga en este período, las discusiones metodológicas que se dan en los campos de la  literatura, de la historia y de la filosofía, en especial en relación a como escribir la historia de Chile. Justamente, casi al alero de estos aires de discusión intelectual, entre los años cuarenta y cincuenta del Siglo del Progreso, y enmarcados en un proceso de expansión territorial, principian a aparecer los trabajos de los primeros periodistas, tales como Pedro Godoy, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, Manuel José Gandarillas, entre otros,[3] así como las primeros informes científicos y las primeras  publicaciones  de  los  sabios extranjeros, que son otros tópicos que se insertan en el marco sociocultural del período. Todo lo cual, parece juntarse en las páginas de estos medios que van mostrando un nuevo Chile que se abre a la cultura y a la discusión intelectual.

Así, en este hito de nuestro devenir histórico, se consolida un momento relevante en cuanto al desarrollo del espíritu y del intelecto; puesto que en este período se produce un despertar intelectual que atraviesa a la literatura, a la historiografía, al sistema educacional, al periodismo y a la política normativa del país. También,  de manera docta y entusiasta,  colaboran en este período, algunos  extranjeros ilustres;  muchos de los cuales  llegan con un compromiso contractual previo con el gobierno, como es el caso del venezolano Andrés Bello; quien arriba al país en 1829  para asumir el cargo de Oficial Mayor Auxiliar en el Ministerio de Hacienda; y otros lo hacen en busca de asilo, escapando de  la anarquía  que existía en los demás países de América. Entre estos, es imposible olvidar los nombres de los argentinos Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre y muchos otros extranjeros amantes de la democracia; quienes encuentran  amparo y respeto en  nuestro país. Y quienes muy pronto participan de las discusiones sobre el romanticismo ya mencionado, principalmente desde el periódico El Mercurio de Valparaíso y de los temas relevantes de la época: la educación y las tendencias literarias del período.[4]

Por tanto, como consecuencia a todos estos factores sociales y políticos, así como por  la creciente   inquietud  cultural   de  la  población;  salen  a   la  luz  pública diversas publicaciones periódicas que dan cuenta ora de los sucesos nacionales, ora de los temas propiamente literarios y filosóficos; así como también, aparecen otros que comentan los adelantos que se van produciendo en el plano de la ciencia y de la tecnología; e incluso aparecen  ciertos medios que desean difundir sus objetivos filantrópicos y sociales; otros, simplemente  aluden a los asuntos prácticos propios de la vida rural y urbana decimonónica, y otros abordan alternadamente estos últimos tópicos.[5]

Las revistas científicas

En  el  ámbito científico -que concentrará toda nuestra atención en lo que sigue- empiezan a observarse las diversas exploraciones y tareas de los sabios extranjeros en el país, las cuales concitan la atención de los ciudadanos relativamente bien informados y de los personeros de gobierno de la época, que quieren saber más de tales actividades. Ello genera una demanda significativa de material teórico, gráfico y estadístico, en los distintos medios de difusión de la época. Dicha labor de divulgación del conocimiento, en la práctica, presenta diversas expresiones institucionales o de agrupaciones de intelectuales, las cuales pretenden terminar la confección de una radiografía de la flora, fauna y gea del país. Y entre los medios que difunden tales novedades, están los informes oficiales,  los escasos periódicos del período y las revistas científicas.

Las revistas científicas del siglo XIX, en rigor, trasuntan el pensamiento  científico y humanista de la época y muestran de una manera taxativa el nivel cognitivo ya alcanzado en el país. Es probable que entre las razones que motivaron la creación de estas revistas, hayan influido variables como las siguientes: el boom por las publicaciones de diarios y revistas que se observa en el país a partir de  la década del cuarenta del siglo decimonono; el énfasis social y filantrópico de los sabios y científicos de mediados del siglo XIX en Chile, quienes querían ayudar a sus compatriotas a elevar su nivel cultural y a mejorar su calidad de vida. También influyeron para la circulación de las mismas, la decisión de los gobernantes del Chile decimonónico, y el apoyo que brindaron a estos medios; sea de una manera indirecta  en tanto otorgan un presupuesto a las instituciones educacionales y/o  científicas que considera la factibilidad legal para el financiamiento de estos medios; v. gr, el aporte para las revistas institucionales como los Anales la  de la Universidad de Chile, o para el Anuario Hidrográfico y la Revista de Marina, ambas de la Armada de Chile, entre otras.

Estas revistas de divulgación científica, cumplen la tarea de complementar esa visión de la naturaleza y gea del país y de redistribuir el acopio informativo para un público no especializado. Las mismas se presentan como magazines literarios y científicos, o como Anales, que compilan la labor realizada durante el año por tal o cual institución, o como Boletines, de emisiones periódicas, además de algunas publicaciones informales discontinuas. En  este contexto sociocultural,  el  objetivo de los medios de comunicación que nos interesan, es el de entretener, el de informar, y por sobre todo, el de enseñar a la comunidad sobre las técnicas más avanzadas en los distintos ámbitos de la ciencia; además de dar cuenta de las eventuales  aplicaciones de tales conocimientos en la vida cotidiana, o de ofrecer explicaciones de carácter científico sobre los distintos fenómenos naturales y sociales, que ocurren en el entorno, como por ejemplo para el primer caso; los  temblores, los terremotos,  las tempestades magnéticas,  los eclipses o los aerolitos.[6] Y en cuanto a los fenómenos sociales, especialmente desde la década del setenta del Siglo decimonono, se observan tópicos tales como el ahorro, la educación de la mujer,  la femineidad, el alcoholismo y reflexiones sobre los inmigrantes llegados a Valdivia.[7]  En estas revistas se hace gran  hincapié en la difusión de las ciencias, principalmente en lo referente a las ciencias naturales y a las ciencias de la tierra; en especial, parece existir el deseo manifiesto de divulgar los conocimientos alcanzados en estas disciplinas y en mostrar los descubrimientos  y hallazgos hechos en Chile y en el mundo en general.

En cuanto a la manera de abordar los tópicos, estos son tratados desde su génesis bibliográfica, histórica o natural y de ahí en adelante, el autor va dando cuenta de todo el estado de la cuestión sobre el tema de interés del escritor, lo que se ha dicho en los países de Europa y lo que se ha planteado en América, hasta que ensambla con las novedades del momento conocidas por la disciplina específica con la que se vincula el objeto de estudio y con los planteamientos originales del autor, que posibilitan ampliar la explicación sobre el fenómeno o la situación que está dando cuenta.

Desde el punto de vista de su estructura y diagramación interna, las mismas  mezclan los contenidos en una forma amena y  miscelánea;  es decir, abordaban una amplia variedad de temas. Entre éstos: mucha poesía, algo de narrativa, un poco de ciencias exactas, algo sobre los tópicos de química, farmacia, zoología, entomología; también algo de los contenidos propios de las ciencias de  la tierra, diversos consejos para cautelar la higiene y la salud publica, discursos emotivos, datos prácticos para los agricultores, sugerencias para que durante la ordeña las vacas den más leche, cuidados que deben tener las dueñas de casa para mejorar la higiene, precauciones para con las arañas del trigo y consejos y  asesorías en general. Todo ello, según el rubro de la profesión u oficio específico del segmento lector a la cual se han propuesto llegar dichos medios, de acuerdo a sus objetivos fundacionales.

Por otro lado, desde una perspectiva del análisis epistemológico contemporáneo, llama la atención que estas publicaciones periódicas, expresen una noción integral del conocimiento; toda vez que las mismas no se limitan exclusivamente a la difusión de los contenidos de punta en las distintas disciplinas particulares; sino que más bien, son una ventana abierta que posibilita la integración cognitiva. Y ello queda de manifiesto, justamente en virtud del énfasis magazinesco  dentro del cual  que se presentan los trabajos; dando la sensación al lector, de que el saber es uno solo y que todo es uno y lo mismo.

Desde el punto de vista de lo que hoy se denomina el análisis del discurso, estas revistas actúan como órganos comunicacionales de muchas instituciones nacientes en el país; son un conjunto de medios que  privilegian una prosa llana y amena, orientada hacia una labor de difusión del conocimiento científico para los sectores cultos y medianamente cultos. Así, desde sus páginas se logra el conocimiento integral, en virtud de la coexistencia pacífica de la poesía, el cuento, la crítica literaria, la lógica clásica, la historia, la sociología, la economía, la filosofía, la taxonomía, la geografía, la antropología, la arqueología, la sismología, la historia de la medicina, la medicina, la química, la conquiliología, la astronomía, la meteorología… en fin,  el paso fluido de las humanidades hacia las ciencias de la tierra o hacia las ciencias de la vida o de la sociedad, o hacia la riqueza psicológica individual.

Revistas más importantes

Dentro del universo de publicaciones periódicas interesadas en temas científicos, más destacadas existentes en el Chile decimonónico, podemos mencionar las siguientes: Anales de la Universidad de Chile, Revista Chilena de Historia Natural,  Revista de Marina, Revista de Ciencias y Letras, El Boletín de la Agricultura, El Agricultor, Revista del Pacífico, Revista de Valparaíso,  Revista de Santiago, Revista Chilena, Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile, Annales de Chimie et de Physique, Actes de la Société Scientifíque du Chili, Anales de la Sociedad de Farmacia de Santiago, Revista Médica de Santiago, Revista Médica de Chile, Anales del Instituto de Ingenieros  y otras. A continuación, analizaremos algunas de ellas,  para  apreciar  las  características  de  la  prosa de las mismas, así como para reflexionar sobre sus contenidos científicos y su impacto en la  sociedad chilena de la época, o en cuanto al rol social de las mismas y a su eventual contribución a la idea de nación.

Anales de la Universidad de Chile

Esta publicación periódica, obedece a la necesidad  de contar con un precedente en el tiempo, que permita la difusión  de las  investigaciones y del trabajo propio de la actividad académica en general de la Corporación. Justamente el primer número que ve la luz en 1846, da cuenta de las primeras actividades administrativas, docentes e institucionales de la Corporación, además de algunas memorias; v. gr.: la de Domingo Faustino Sarmiento referente a la ortografía, la de José Victorino Lastarria sobre la influencia de la conquista y del sistema colonial, entre otras.[8]   Dicho medio, pretende en la práctica, actuar  como elemento difusor de la gestión gubernativa y universitaria, en todo lo relacionado con la instrucción pública.[9] Persigue, además, el propósito de incrementar el conocimiento de la población en general, y actúa a su vez, como medio para presentar los trabajos más destacados de las distintas facultades, las disertaciones, las memorias y las  tesis de los profesores, investigadores y egresados. Dicho órgano de comunicación de la Universidad de Chile, trasunta una fuerte presencia de artículos de los propios académicos del plantel y de  muchos  investigadores extranjeros; así, se destacan los trabajos de Andrés Bello (polígrafo, jurisconsulto y educador) o de Ignacio Domeyko (Ing. Minas), o de  Miguel de la Barra (Fundador de  SNA); o también los ensayos de  Antonio Varas,  (Educador),  o  de Joaquín Vallejos (Estudioso de la cultura); o de botánicos tales como Claudio Gay, Rodulfo Amando Philippi o Federico Philippi; o de médicos como Guillermo Blest, Lorenzo Sazie, Francisco Fonck o Luis Lecornec;  y de abogados como Miguel Güiñes; o de estudiosos de la geografía como Guillermo Cox o  Paulino del Barrio; y en el plano de la política y de las ciencias  humanas,  las comunicaciones  de  José   Victorino  Lastarria,  llaman poderosamente la atención, entre tantos y tantos otros.

En  cuanto a las características fundamentales del discurso utilizado en  los Anales; se observa que éste es esencialmente directo, propio del lenguaje culto, analítico, descriptivo, con visos comparativos en cuanto a los procedimientos y análisis de determinados tópicos. Y puede decirse que si bien emplea la terminología específica, de  acuerdo a la disciplina del tema que se está tratando, no persigue la sofisticación ni  el exceso terminológico disciplinario; más bien se enmarca en la mesura a la hora de utilizar las nociones, símbolos y fórmulas características, de lo que hoy se denomina “jerga científica”. Y por cierto, persigue el claro propósito de abarcar una amplia gama temática con alta excelencia académica; tanto en el plano de las ciencias exactas como en las áreas sociales y humanistas; además, muestra un cierto correlato con otros medios de difusión científica de esta era, en especial, en cuanto a divulgar toda clase de procedimientos prácticos y de conocimientos útiles a la población, en que están empeñados los otros medios. Tales como por ejemplo, mejorar la salud pública, proteger la masa ganadera, dar cuenta de las posibilidades de industrialización de tal o cual referente de nuestra flora, atender los requerimientos de jurisprudencia legal, mostrar nuevos ensayos literarios, y los adelantos en ciencias naturales, geografía, geología,  meteorología, sismología y  otros.

Para comprender mejor el estilo discursivo de los Anales y para formarse una idea de la enorme amplitud de los temas que aborda dicho medio, resulta conveniente mencionar algunos de los trabajos publicados y luego  focalizar la atención en algunos de ellos. Ante la imposibilidad de cubrirlos todos, mencionemos al menos, a manera de ilustración, trabajos como los siguientes: “Memoria sobre los temblores de tierra i sus efectos en jeneral i en especial los de Chile”, de Paulino del Barrio (Marzo 1855); o bien: “Observaciones  relativas  a  la  lonjitud  de  Santiago”, de Carlos Moestá (T. XII, 1856); o en el mismo tomo y año, el trabajo de Rodulfo Amando Philippi: “Descripción de algunas plantas nuevas chilenas”; o bien otro artículo del mismo científico: “Estadística de la flora chilena” (T. XIV, 1857). O bien, el trabajo colegiado de zoología: “Descripción de una nueva especie de pájaros del jénero Thalassidroma”, de R. A. Philippi y L. Landbeck (T. XVIII, 1er Sem. 1861); o el ensayo: “Aguas Minerales. Breve noticia sobre varias  de ellas descubiertas en la Cordillera de Llanquihue”, de Francisco Fonck (T. XXXII, 1er Sem. 1869); o el breve ensayo de medicina: “Algunas consideraciones sobre los hospitales de Santiago”, de Constancio Silva. (T. XXXVIII,  1er Sem. 1871). También es muy significativa la comunicación de Guillermo E. Cox: “Viaje a las rejiones septentrionales de la Patagonia. 1862-1863”; porque muestra la preocupación de los cultores de la geografía y las ciencias de la tierra, por las características geográficas de una zona en que todavía no está muy definida la posesión de dicha región, ni por parte de Argentina ni de Chile (T XXIII, 2do Sem. 1863). Y en cuanto a relevancia, lo propio se puede decir del ensayo: “Memorias extractadas de los Annales de Chimie et de Physique, del mes de Marzo de 1856”, de Angel Vásquez (T. XIV, 1857).

Al  analizar alguno de los trabajos mencionados, por ejemplo el de Paulino del Barrio, se observa que el autor  utiliza un modus operandis que se caracteriza porque parte dando cuenta de todo el estado de la cuestión  acerca de los fenómenos geológicos conocidos como “temblores de tierra”, explicando las propiedades de las oscilaciones de los mismos, los ruidos que lo acompañan y haciendo una completa clasificación de éstos; así como también el autor precisa los lugares geográficos en que tales fenómenos geológicos  son más frecuentes, tanto en Europa, como en el Nuevo Mundo y las teorías que explican dichos fenómenos. El autor expone las características de los temblores en estos términos: “En Santiago de noventa i dos temblores observados en tres años, veinte i dos han sido precedidos i diez i nueve seguidos de cambios en el estado del cielo; números aun  mui  reducidos  i  que  juntos  no  alcanzan  a  dar siquiera   la  mitad  del  número  de  observaciones.  Respecto  de  la  relacion  que puedan tener con el estado del cielo he aquí lo que resulta de esas mismas observaciones:

Con el cielo despejado………………….51.

“          “     celajado…………………..21.

“          “     nublado…………………. 16.

“          “     lloviendo………………… 4.

“         “     neblina…………………….. 1.

I como poco mas o menos esos números representan el estado atmosférico de Santiago, se deduce que no hai relacion alguna entre la verificación de los temblores de tierra……” [10]

En los años sesenta, del Siglo XIX chileno,  los Anales  parecen estar muy interesados en la presentación de los resultados de diversos estudios sobre el universo biótico e inorgánico existente en el país. Así se observan trabajos sobre topografía de Amado Pissis; sobre  mineralogía de Carlos Huidobro y de Domeyko; o de taxonomía de Rodolfo A. Philippi, de Luis Lambeck y de Volckman; o noticias sobre aguas minerales descubiertas en la Cordillera de Llanquihue, por Francisco Fonck, o  informes de exploraciones como las de Guillermo Cox, a la Patagonia,  o la de Leoncio Señoret  (Oficial de la Armada de Chile) al Rio Rapel y al puerto Tuman, entre tantos otros trabajos.

En cuanto a la comunicación de Fonck, por ejemplo, cabe destacar que es altamente relevante puesto que implica una especie de confirmación de la tesis popular que sostiene que en el Sur de Chile existen saludable y abundantes aguas termales.  Y en especial, porque a la fecha, las aguas de Petrohué y otras que describe en su comunicación, eran totalmente desconocidas y su acceso era muy dificultoso,  y al parecer, él llego por vía fluvial.  Así en un momento de su prosa Fonck señala:

Agua de Petrohue. De seis a ocho cuadras mas arriba de la boca del rio Petrohue (el desaguadero de la laguna de Todos los Santos, que desemboca en el mar en el fondo de la ensenada de Reloncaví), a mano derecha subiendo el rio i luego después de haber pasado, en la orilla opuesta, unas paredes verticales de aspecto mui notable formadas por columnas de traquita, se halla el baño de este nombre.[…]  El agua no es mui abundante; la temperatura del chorro, al nacer de la tierra, es de 60º; el pozo es mas tibio; el agua es sin olor; su gusto es agradablemente refrescante.[…]” Y mas adelante como buen médico las recomienda: “…sea en baño, sea en bebida, para todas las formas de reumatismo crónico; para parálisis reumático i local, i para las de orijen central en cierta época; para escrófulas, varias enfermedades cutáneas, caquexia mercurial, algunas formas de sífilis constitucional, sobre todo, si ésta está complicada con la precedente; para infarto crónico de la matriz i otras enfermedades análogas….”[11]

Así, este medio, apoyado  por su enorme equipo de estudiosos, académicos y científicos rigurosos,  va asentando nuevos referentes florísticos, arbóreos, zoológicos, mineralógicos o hídricos, en general, en el imaginario colectivo en construcción del país, y deja de manifiesto las peculiaridades de tal o cual punto geográfico, de tal o cual roca o mineral, como algo propio de lo chileno y de lo identitario nacional.

Revista Chilena de Historia Natural

Este medio es fundado por Carlos Porter, en 1897, en Valparaíso; con su propio peculio y sin ayuda de ninguna índole. Su Director sabía muy bien que no fundaba una revista para lucrar, sino para divulgar en la región y en el país, los conocimientos especializados generados por las distintas disciplinas  científicas, y además para que los autores pudieran efectuar nuevos contactos científicos. Los distintos números van dejando de manifiesto un acopio de investigaciones sobre Ciencias Naturales, Arqueología, Ornitología, Ictiología, Botánica, Zoología, Antropología, Geografía, Antropología y Bibliografía científica, entre otras: con lo cual se continúa la identificación del universo biótico del país, que había principiado con Gay.

En lo relativo al estilo de redacción, la revista se caracteriza por su lenguaje simple y bien acotado hacia temas de punta, propio de las ciencias naturales, en disciplinas como las ya mencionadas, e incluye además comentarios y artículos de resúmenes de obras científicas importantes tanto del país como del extranjero.  También es significativo el hecho de que este medio, se propone difundir trabajos de ciencias de la vida que no habían sido debidamente atendidas aún en nuestro país, tales como cuestiones de Ecología, Ecofisiología, Ecología de Poblaciones, Biogeografía y Paleobiología, entre otras.

Entre los autores nacionales que periódicamente escriben en este medio se destacan Federico Albert (temas forestales), Luis Vergara Flores (Antropología), R. A. Philippi (Botánica), Federico Delfín (Ictiología), Carlos Porter (Entomología), Edwin Reed (flora y fauna) y  Filiberto Germain (Entomología), entre otros. Y entre los colaboradores del exterior figuran el zoólogo Lorenzo Camerano, de Italia y el entomólogo Filipo Silvestri, de Argentina; los académicos Jean Pérez, E. L. Trouessart, y E. L. Bouvier; todos de Francia; Ignacio Bolívar, Santiago Ramón y Cajal y Salvador Calderón, de España; y el botánico F. W. Neger, de Alemania, entre tantos otros.

Este medio, toda vez que  es un órgano científico que ve la luz en la región de Valparaíso, presenta numerosos estudios vinculados a los referentes orgánicos de dicha zona, y por lo general, corresponden a  diagnosis de exponentes endémicos y exógenos de  la flora y fauna chilensis; en especial de localidades tales como: Valparaíso, Viña del Mar, Quilpue, Olmué y Limache, entre otros, aunque por cierto no se agota en una mirada únicamente sobre la naturaleza de esta región. Ahora bien, entre los trabajos relativos específicamente a la región de Valparaíso, se observan, por ejemplo,  comunicaciones tales como: “Datos para el conocimiento de los artrópodos de la Provincia de Valparaíso”, “Excursión entomológica al Valle de Marga Marga”, Contribución   a   la   flora   fanerogámica   de   la   Provincia   de  Valparaíso, Contribución  a  la  fauna de la  Provincia de  Valparaíso, Herborizaciones  en  la  Provincia de Valparaíso… entre tantos otros. En la última de las comunicaciones mencionadas, se da cuenta de los diversos exponentes arborescentes y matorrales de la zona de El Salto, en las afueras de Viña del Mar; v. gr.: “Estos terrenos son el lugar apropiado para el crecimiento de la Palmera indíjena (Jubea spectabilis), que junto con algunas especies de Bromeliáceas (Puya, Bromelia) dan un carácter típico a la vejetación. En los lugares húmedos, poco espuestos al sol i en el fondo de las quebradas crece en gran cantidad el Peumo (Crytocaria Peumo) que es la especie arborescente que domina en los matorrales; le acompaña el Molle i el Litre. En los sitios mas asoleados crece también el Boldo (Baldoa fragans) y el Quillai (Quillaja saponaria)”.[12]

Y entre los autores que realizan  estudios vinculados al universo biótico de la región y/o del Chile de la época, se ubican:  Johow y R. A. Philippi, con trabajos  en botánica;  Albert, en temas forestales, de ornitología y de ecología;  Delfín en ictiología; Reed, en cuanto a tópicos sobre la flora y fauna;  y, por cierto, las aportaciones sobre  entomología del propio Porter.

 

Revista Chilena

Este medio se funda en la ciudad de Santiago en 1875. Sus directores son los Señores Miguel Luis Amunátegui y Diego Barros Arana. El Editor General y sostenedor económico es Don Jacinto Núñez.

La Revista Chilena posee un carácter más literario que científico, pero en la práctica no deja de lado las exposiciones sobre temas científicos.  Y en rigor, más bien las solicita expresamente, tal como se observa en el primer número, en el que se hace un llamado “a todas las personas que en Chile se ocupan de ciencias i de letras”[13] para hacer llegar sus contribuciones a la dirección de dicho medio. Sus notas más relevantes son: una cierta línea editorial de corte latinoamericanista, un manifiesto apoyo y divulgación a las ideas positivistas en boga, y el claro rasgo de un pluralismo fuerte que se observa en la diversidad de pensamiento de sus columnistas y críticos, tal como se señala de partida también en el primer número: “La  Revista Chilena no patrocina ningun órden de ideas en particular, ni excluye las opiniones de cualquiera clase […]”[14]

Entre los columnistas más frecuentes de esta publicación periódica, se destacan Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana y Eduardo de la Barra; también Jorge Lagarrigue, Rodulfo Amando Philippi, Benjamín Vicuña Mackenna, José Victorino Lastarria, Benicio Álamos González, Ricardo Passi García, Marcial González y otros; muchos de los cuales difunden las ideas positivistas en el país. Es el caso de Lagarrigue, Lastarria y Passi, quienes aparecen como traductores destacados de las obras de Comte y como animosos difusores de las ideas positivistas, especialmente en lo referente a las nociones de progreso, a las leyes de la Historia y a la idea de ciencia que manifiesta el autor francés; y también como defensores a ultranza de la separación entre la Iglesia y el Estado, o en cuanto a propiciar la educación para la mujer.

Llama la atención, por otra parte, la abundante cantidad de trabajos vinculados  a  la economía, que presenta dicho medio; entre éstos: “La moral del ahorro”, de Marcial González; o temas médicos como “La profesión médica”, de F. M. Martínez; y temas de educación como los trabajos de C. González Ugalde; descuellan claramente entre estos tópicos. Además están los temas poéticos, literarios y otros sobre el uso del idioma español.

Pero no sólo las ciencias sociales están presentes en sus páginas, también los contenidos de la ciencia empírica, tal como ya se ha mencionado. Así, entre los tópicos abordados en este campo, se destacan por ejemplo, en el primer número, la comunicación arqueológica: “Algo sobre las momias del Perú”, de R. A. Philippi; así como un interesante trabajo de Bello, referente al método científico  y su vinculación con la física, que hoy podríamos ubicar en los tópicos  relacionados con la metodología científica, o con las consideraciones epistémicas de las ciencias duras.[15] También se observan trabajos de historia de la medicina; v. gr.: “Los asilos de enajenados”, de Augusto Orrego Luco; con lo cual el espectro de disciplinas que cubre esta publicación, es bastante amplio. El énfasis positivista de este medio, se aprecia en especial, por la sostenida apología  que realiza para sensibilizar a sus lectores sobre  la conveniencia de otorgar educación cada vez más especializada a las mujeres. En este ámbito, por ejemplo, es muy relevante el ensayo de Ernesto Turenne: Profesiones científicas para la mujer, que aparece en el Tomo VII, de 1877. Éste es un extenso ensayo que analiza detenidamente la conveniencia de contar con la participación femenina en el ámbito profesional, sin exclusiones de ninguna carrera en especial. Esto es muy audaz para la época, pues recuérdese que todavía en las primeras décadas del siglo veinte se ve despectivamente la participación femenina en el mundo laboral. Al respecto, este mismo artículo nos permite apreciar parte de la prosa característica de esta revista; v. gr.: Turenne señala: “Educad a la mujer, i por este medio educaréis mejor al  pueblo: los conocimientos adquiridos sobre rodillas de la madre no se olvidan jamás, aun las supersticiones mas absurdas. Las nociones mas sencillas de la higiene, esa pequeña medicina del hogar, es un exelente  conjunto de preceptos  jenerales que toda madre debiera inculcar diariamente a la familia en sus multiplicadas lecciones caseras.” [16]

Tales ideas, son parte de una nueva mentalidad que está eclosionando en el país; no en balde se difunden casi alternadamente, en los distintos tomos de la Revista Chilena, las nociones positivistas y los argumentos para que la mujer participe de la educación “superior” (esto en su época, aludía a lo que hoy denominamos enseñanza media). Así, por ejemplo en el mismo Tomo ya mencionado de esta publicación, aparecen artículos de clara tendencia positivista, tales como “Las leyes de la historia” y “La teología i el positivismo o don Zorobabel Rodríguez juzgando a don José Victorino Lastarria”, ambos de Juan Enrique Lagarrigue; los cuales prácticamente se alternan en el índice del Tomo VII, junto a los trabajos mencionados de Turenne. Y también, ensayos breves de Juan Enrique Lagarrigue nuevamente: “El buen sentido de una mujer”. Pero en todo caso, el lector debe tener presente que  éste medio es uno de los pocos que se interesa por la educación de la mujer, y que en su época la mayoría  iba a contrapelo de dicha postura. En efecto, todavía en los inicios del Siglo XX, encontramos gran cantidad de comunicaciones que continúan hablando sobre la inferioridad de la mujer. V. gr., en una Tesis de Licenciatura presentada en el año 1916, se señala claramente que la genialidad es algo esencialmente masculino y que la mujer va muy atrás en estos aspectos. Y en esta misma publicación además, se hace constar que la mujer  es mucho más débil para controlar sus sentimientos, y que por tanto, es un mero referente humano, que se ubica entre el niño y el hombre adulto.[17]

La prosa de la revista,  se caracteriza por la utilización de un lenguaje sencillo, en el que se privilegia el verbo por sobre las fórmulas o la terminología disciplinaria específica. Es amena, culta, llana, sin sofisticaciones, más bien alejada de los aspectos cuantitativos y altamente expositivos. Aborda los temas desde la perspectiva narrativa ad ovo, con un fuerte dejo literario e historicista. Es esencialmente crítica y analítica. Trasunta un espíritu tolerante y propicia la innovación en educación, el cambio social y la regeneración moral de la sociedad; ello, por la vía de la manutención del orden y de la expansión del saber científico.

 

El rol social de las mismas

Las revistas científicas decimonónicas en Chile, fueron muy importantes y útiles en su momento; tanto por el apoyo que entregaron a la comunidad científica en su fase de institucionalización, o a las autoridades gubernativas, así como a la población en general, principalmente por su carácter educativo y pragmático, cuanto por su énfasis levemente especializado y de entretención; además de ir dejando de manifiesto en el universo de los lectores, la tácita aceptación de la existencia de las primeras entidades interesadas por el conocimiento científico y su compromiso o articulación con el Estado; v. gr.: El Instituto Nacional, la Escuela de Medicina, la Escuela de Obstetricia, la U. de Chile, la Escuela de Artes y Oficios, la Oficina del Plano Topográfico, el Observatorio Nacional, el Museo Nacional de Historia Natural,  la Escuela de Minas de La Serena o la Oficina Hidrográfica de la Marina, entre otras.

Empero, la relevancia de estos primeros órganos comunicadores de la actividad científica y cultural, no se agota en el mero hecho de informar sobre la consolidación de ciertas corporaciones científicas que van apareciendo en el país; también radica en el hecho de que los mismos, actúan como sinopsis y como pequeñas radiografías de los logros científicos y de las aplicaciones tecnológicas que van acaeciendo en nuestro país.   En cuanto a lo primero, esto es en relación a la difusión de los avances científicos, dichas notas presentadas en sus páginas,  van articulando un apoyo generalizado hacia la comunidad científica y actúan como un medio que posibilita las sinopsis informativas de cada especialidad. Además, van actualizando la bibliografía científica de las distintas disciplinas que vienen perfilándose en el país.  Por ello, es comprensible que los sabios y estudiosos del Siglo XIX, los docentes y los polígrafos en general, esperaran ansiosos  los últimos números de las distintas publicaciones en curso. Además, dentro de este aspecto que beneficia cognitivamente a la comunidad especializada, queda de manifiesto que tales medios permiten la actualización disciplinaria y posibilitan el conocimiento y contacto de los autores que están en los distintos campos del saber; v. gr., como lo que acontece con las comunicaciones que dan cuenta de nuevos lepidópteros en Valparaíso, o con nuevos dípteros descubiertos en los bosques de Valdivia, por ejemplo, que fortalecen la naciente entomología nacional; o con la divulgación de las nociones de homeopatía en las revistas médicas, o la difusión de las nociones de asepsia de Lister, que son rápidamente introducidas en la medicina chilena. Así, el fortalecimiento de los contactos entre los profesionales y autores que escriben en estos medios,  va creando lo que hoy denominamos redes de intelectuales y fortalece la imagen gremial de la ciencia, dentro de la sociedad de la época, como  una  actividad que se percibe apoyada y avalada por el Estado y orientada hacia el desarrollo de la industria, de las artes y en especial, como el medio más adecuado para la obtención del progreso del país.

En cuanto al alcance y beneficio que entregan estos medios,  a los distintos sectores sociales relativamente preparados para seguir una lectura cuidadosa y comprensiva de los mismos, el caudal de aportes y beneficios no se agota en  el plano de los aspectos pragmáticos que tratan, si bien éste rol práctico es muy relevante,  no se pueden olvidar otras facetas. Así por ejemplo, en cuanto al espíritu utilitarista, éste efectivamente es un eje editorial tácito, por así decirlo, toda vez que los contenidos cognitivos presentados en estos medios, satisfacen las carencias informativas y de divulgación que esperan los ciudadanos cultos o relativamente bien informados de la época, quienes  anhelaban conocer sobre  una amplia diversidad de tópicos, así como también deseaban estar al tanto de  las aplicaciones prácticas de los últimos descubrimientos científicos de las ciencias de la vida o de las ciencias de la tierra, por ejemplo. Por eso, se comprende que revistas como los Anales de la Sociedad de Farmacia de Chile, dejen constancia en sus páginas, del carácter pragmático y utilitarista de la ciencia y del télos orientado hacia el progreso que anima a estos medios, por ejemplo en estos términos: “La ciencia debe ser útil y fecunda y para que lo sea, debe encaminársela por la senda del bien… Progreso en la ciencia, en el arte, comodidad y bienestar para la generalidad”.[18]

Lo anterior, deja de manifiesto el ánimo de los autores de hacer extensivos  los conocimientos disciplinarios específicos, hacia la búsqueda de  soluciones prácticas en el medio químico, agrícola, forestal, mineralógico, o productivo en general; ello con la esperanza de llevar dichas adquisiciones rápidamente hacia  las distintas situaciones emergentes de la  vida urbana y rural. Dichos criterios, propios  de la política editorial de la mismas, sumados a las características específicas del discurso de estos medios, que es más bien directo, llano y con explicaciones muy didácticas acerca de  los avatares de la investigación científica y de sus nuevas adquisiciones en los distintos campos disciplinarios, parecen haber sido la base de su éxito. Por eso, no es extraño encontrar en las páginas de estos órganos de difusión, comunicaciones tales como:  procedimientos caseros para exterminar las ratas, resultados prácticos de algunas investigaciones de zootecnia, informaciones sobre el uso el gas como combustible en las ciudades europeas, descripciones de coleópteros de Valparaíso o de otras regiones de Chile, el avance de la medicina homeopática en la comunidad médica, características del cráneo de habitantes de pueblos primitivos de la zona norte, diagnosis de nuevos dípteros observados en los bosques de Valdivia,  la importancia de la técnica de la asepsia, descripciones de himenópteros del Valle de Aconcagua, consejos para protegerse del cólera, preocupación por la higiene y salubridad y otros. Y en relación temas más específicamente vinculados a la agricultura o al mundo rural, se observan comunicaciones tales como: mecanismos para protegerse de la araña del trigo, procedimientos para determinar la preñez de las vacas, técnicas para eliminar el polvillo negro del trigo, técnicas elementales para preparar la mantequilla, la dependencia alcohólica de los campesinos, análisis del naciente fenómeno de la emigración campesina a otras zonas del país, entre otros. Temas todos, que constituyen un verdadero mosaico del incremento cognitivo del período que bombardea la psiquis del lector medianamente culto e interesado del Chile decimonónico.

Una de las revistas misceláneas que toca temas científicos de la época y que los difunde notoriamente es la Revista de Sudamérica, medio que comienza a aparecer desde 1861 con la participación de Juan Ramón Muñoz y Manuel G. Carmona. Sus páginas aluden a tópicos tales como: el origen de la población de América, el carácter peruano, la domesticación del avestruz, memorias de  los  miembros de la Sociedad de Amigos de la Ilustración, asuntos comerciales, biografías  de  americanos  relevantes,  temas  de   medicina,  de  Hidrografía,  de Geografía, apuntes de viajes, navegación submarina,  temas de historia, poesía y otros.[19]

Pero no sólo las revistas científicas provenientes de la civilidad son esperadas por los intelectuales y estudiosos del período, también hay algunas que provienen de instituciones militares tales  como el Anuario Hidrográfico, órgano de la Oficina Hidrográfica, o la Revista de Marina, ambas de la Marina de Chile, que además de difundir los conocimientos especializados referentes a la navegación, aportaciones hidrográficas y meteorológicas, o la tecnología de torpedos y a los asuntos normativos e institucionales que les son propios, también presentan artículos y notas referentes a tópicos de interés de la comunidad científica nacional o asuntos de interés social y cultural. Por ello no es extraño observar en sus páginas,  clasificaciones de especímenes de la flora y fauna de diversas regiones del país, así como  temas de salubridad e higiene, o estudios costeros e hidrográficos sobre las diversas regiones del país. Así por ejemplo, en cuanto a la Región de Valparaíso, traigamos a presencia los Informes sobre las Rocas de Concón, de la Caleta Ritoque, o los de las Playas de Las Salinas, de Viña del Mar, de la Punta de Playa Ancha; o bien los estudios sobre  las características de la Costa de Quebrada Verde, o sobre la Playa y el Estero de Reñaca, entre tantos otros que aparecen en sus páginas.[20]

Luego, gracias a la divulgación de notas sobre ciencia y tecnología, y sobre las características del cuerpo físico del país en general, que realizan estos medios, se hace posible aprehender  el conocimiento que se encontraba solamente en los libros; permitiendo vulgarizar los contenidos cognitivos para llevarlos a un público más heterogéneo, tal como ya lo ha destacado Manuel Calvo: “A lo largo del siglo XIX, la divulgación va adquiriendo una doble característica de información y de distracción. La ciencia se convierte en tema de novelas, y se publican libros sobre la naturaleza, la vida, el universo, etc.”[21] Esto es, que las revistas decimonónicas que nos interesan, van siendo aceptadas como medio convencional y práctico para el saber y la instrucción en el Chile decimonónico, y se perciben claramente en el marco social como un medio coadyuvante de la educación y un eficaz elemento articulador de lo identitario nacional.

Su aporte a la idea de Nación

Los autores y científicos de las instituciones ya consolidadas y muchos otros exponentes de la vida pública nacional, que escriben en los medios ya mencionados, en rigor, cumplen una doble tarea epistémica: primero captar la naturaleza vernácula y las especificidades del marco social, y luego, difundir un imaginario de las mismas. Así por ejemplo, los artículos y notas de sabios tales como Gay, Domeyko, Pissis, o R. A. Philippi, F. Philippi, e  incluso también  los trabajos de las revistas de la Marina, gracias a las comunicaciones de Vidal Gormáz, Leoncio Señoret y otros oficiales de la Armada de Chile, van generando un reconocimiento del cuerpo físico y de una  representación cartográfica, hidrográfica, orográfica y geográfica del país,  que termina por ser aceptado en la comunidad como algo propio, como algo característico de “lo chileno”. Así, los lectores, al descubrir estas descripciones referentes a porciones  de la naturaleza local o regional, van construyendo un imaginario del relieve y de las vicisitudes del territorio nacional, a partir de las descripciones de los deslindes naturales, de los volcanes, de los cajones cordilleranos, de las aguas termales, de las regiones costeras, de los golfos, de los archipiélagos e islas ligadas al territorio y de las peculiaridades del cuerpo físico en general del país,  que van apareciendo en dichos medios. Con ello se va imbricando un imaginario social, en el que los sujetos  reconocen y aceptan como algo propio de un vasto territorio común. Ello, sumado a las notas y artículos sobre los referentes orgánicos, o al conocimiento de la diversidad y propiedades de los  referentes  endémicos y exógenos que tienen su habitat en el territorio; como por ejemplo -y nada más a manera de ilustración- : A mamíferos tales como: el puma (felis concolor), el pequeño pudú (cervus pudú), el zorro chilote (canis fulvipes), el murciélago orejudo (stenoderma chilensis), la nutria (lutra felina), el chingue (Conepatus Chinga); o insectos isópteros como la termita chilena (termis chilensis); o a ortópteros, como el caballo del diablo (Bacteria spatulata); o coleópteros, como el Cantharis Marginicollis o el Ovilpalpus pubescens. Y a aves, tales como, el cóndor (Sarcoranphus condor), la tortolita cordillerana (Columba auriculata), el pato de la cordillera (Raphipterus chilensis), al tiuque (Caracara montanus), por citar algunos. O a  escualos como el Spinax Fernandezianus o el peje-perro (Trochocopus  canis)… En fin. En el ámbito de la flora, millares de variedades de especímenes han quedado consignadas en esa mirada de la naturaleza que nos han legado los sabios extranjeros y luego los autores nacionales de fines del siglo decimonono, que escriben en estos medios de difusión.  Son un vasto universo que aún no está totalmente estudiado y corresponde a una infinitud de árboles, arbustos, plantas y flores. Entre las plantas, recordemos al menos a la tuna (Opuntia vulgaris), al palqui (Cestrum parqui) o a las distintas variedades de la papa (Solanun tuberosum) existentes a la fecha en Chiloé. Entre los árboles podemos pensar en la palma chilena (jubea spectabilis), en el quillay (quillaja saponaria), el arrayán (Myrtus coquimbensis), la luma (Myrtus luma), o el espinillo (Acacia cavenia), el lingue (Persea lingue), o el Canelo (drimys winteri), entre tantos otros exponentes de la flora chilena. Todos los cuales, sistemáticamente aparecen descriptos tanto en la bibliografía científica del período, como por ejemplo en las obras de Gay que están apareciendo desde la década del cuarenta, o en las de Philippi desde la década siguiente, y además de manera sucinta y más acotada, aparecen también en las revistas de difusión científica; por ejemplo, en los Anales de la Universidad de Chile, en la Revista Chilena de Historia Natural e incluso en el Anuario Hidrográfico de la Marina.  Por tanto, desde la perspectiva del lector medianamente culto de la época que tiene acceso a estos órganos, prácticamente se encuentra percibiendo un  universo novedoso,  un desfile de especímenes y de referentes bióticos, que va internalizando como existente en el territorio y que termina por aceptar como algo propio del cuerpo físico del país y de lo chileno. De modo que estos medios, contribuyen así a asentar una visión de la naturaleza ligada a la sociedad del período, y a una “consustancial toma de conciencia del valor del propio país”.[22]

 

La difusión de los trabajos de todos estos autores, así como la publicación de los resultados de sus exploraciones, investigaciones y descripciones de los distintos referentes de la flora y fauna chilensis y de las peculiaridades del cuerpo físico de nuestro territorio, sumado a la descripción de escenas y situaciones sociales de esta lonja de tiempo, van articulando una visión de la naturaleza del país y una noción de pertenencia al mismo; ora  en los círculos académicos, en los exponentes de la clase política y en general en los intelectuales de la joven República de Chile. Así, se va imbricando en los lectores y en los sujetos con los cuales éstos interactúan, un  cierto perfil de nación, un imaginario en construcción, una percepción colectiva de pertenecer todos a una natio, a un lugar de nacimiento común que posee las características de una flora y fauna  señaladas por los sabios que están recorriendo el territorio. Y dicha percepción, se retroalimenta a si misma, en tanto los sujetos  ven también escenas sociales y costumbres, que aparecen dibujadas o escritas en estos medios y con las cuales se identifican. Así,  con la ayuda de la interacción social, se articula colectivamente la idea de  pertenecer a un locus geográfico común, en el cual se participa -no tanto aún como ciudadano – sino más bien como individuo que pertenece a un territorio común, superando las diferencias regionales y aceptando la diversidad geográfica de dicho cuerpo físico. Pertenecer a una nación, tal como la ha destacado Mizón,  es participar en una identidad común y formar parte de un grupo humano que vive en un territorio determinado.[23] Y en este sentido, las revistas científicas decimonónicas en Chile, contribuyen a aunar dicho sentimiento de pertenencia. Dicha tarea, es reforzada al mismo tiempo, con la aparición de los datos de ordenación cuantitativa y administrativa; esto es, con el apoyo estadístico y cartográfico que se observa en estos medios, principalmente en los Anales de la Universidad de Chile y en el Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile entre otros. Con ello, se va cerrando racionalmente el cuadro de aceptación del universo donde se vive. El dato duro, superpone el delta lógico y cuantitativo al imaginario que se ha venido construyendo, a la visión de la naturaleza ya alcanzada. Ello, es la matematización de la intuición de  pertenecer a un corpus físico colectivo. Por lo anterior, se comprende que muchos científicos que escriben en estos medios, estén muy ligados a las tareas de recolección de datos, o que incluso sugieran a las autoridades de gobierno, que  hagan encuestas y censos sobre diversos factores de interés científico, administrativo, industrial y económico, como lo plantea Gay y otros sabios, por ejemplo. Con razón, ya en 1843, se formula la ley que crea la Oficina de Estadística y diecisiete años después, el director de dicha Oficina, Don Santiago Lindsay inicia la publicación del Anuario Estadístico.[24] Es que la difusión de cuestiones  culturales y el conocimiento disciplinario, llevan de suyo un nivel de información que requiere ser cuantificado; en especial por la propia naturaleza de la actividad científica, y en parte por el aspecto utilitario implícito, para la posterior toma de decisiones administrativas, normativas o políticas. V. gr. una vez que se ha logrado la radiografía del cuerpo físico o gran  parte de ella,  las autoridades tienen la información cartográfica, orográfica, potamológica y topográfica respectiva, que es relevante para la construcción de caminos, para fijar los límites provinciales o departamentales, para la erección de pueblos, o para el fomento y explotación de tal o cual recurso natural, o incluso para desplazamientos y acantonamientos militares si fuere el caso. De manera que las revistas científicas que comentamos, en tanto se insertan en el marco social, contribuyen a difundir una visión de la gea y la naturaleza chilena  que va siendo internalizada y aceptada por la población como algo propio, como un sustrato en el que se  van superponiendo otros aspectos del imaginario en construcción.

Ahora bien, dicha mirada entregada por estos medios  con tales características, a su vez, es enseguida aceptada por la comunidad científica europea e internacional, en tanto sus exponentes consideran que ha sido debidamente aprehendida, en virtud del cumplimiento tanto de las exigencias del método científico en general, cuanto de la parsimonia de aproximación y encuentro con los observables. Y en este sentido, Chile es aceptado  en el universo de las naciones civilizadas, como un Estado-nación que tiene una naturaleza peculiar, donde hay sabios extranjeros que están dando cuenta de ella con el estatuto de rigor y objetividad convencionales. Por ello, no es extraño por ejemplo, que a fines del Siglo del Progreso, muchos científicos chilenos que trabajan en los campos de las ciencias de la vida o de las ciencias de la tierra y cuyos trabajos aparecen en los medios que hemos venido analizando, sean miembros de Sociedades Científicas de Europa. V. gr. tal es el caso, de Carlos Porter, fundador de la Revista Chilena de Historia Natural, quien recibe premios y reconocimientos en Estados Unidos y Europa; o del oficial de la Armada Francisco Vidal Górmaz, que recibe una medalla de oro en Exposición Internacional de 1875, en Santiago de Chile por sus trabajos cartográficos e hidrográficos sobre distintas regiones del país, y que también es miembro de distintas Sociedades Científicas internacionales.[25] Y lo propio corresponde decir de Claudio Gay, que es reconocido como miembro de la Academie des Sciences de Paris, en 1856, o de R. Philippi, miembro de las Academias de Turín, de Nápoles entre tantas otras; o de Domeyko, que es nombrado Miembro de la Academia de Ciencias de Cracovia y Doctor Honoris causis  de la Universidad de Jagellona, entre tantos otros reconocimientos.

Así, la divulgación cognitiva, es relevante para informar a los lectores particulares como a los agentes oficiales de los organismos de Gobierno. Por tanto, es muy conveniente recordar que la existencia, difusión y propagación de estos medios;  constituye una sólida base teórica que colabora  de manera significativa ora al desarrollo de la ciencia nacional, ora hacia el asentamiento de un imaginario colectivo sobre el cuerpo físico del país, sobre las vicisitudes geográficas, sobre los recursos hídricos y sobre la presencia de los referentes endémicos de la flora y fauna  chilensis, que tales medios difunden y sistemáticamente repiten en sus distintos números. El resto, la percepción del sujeto en dicho entorno, y específicamente la convicción de que se está efectivamente en un Chile con estos parajes descriptos por los sabios y naturalistas, se logra con la contemplación de tales referentes aceptados como coexistentes de un espacio y territorio en común y madurados por la interacción social y la educación sistémica.

Así, dichos autores participan activamente en la construcción de una idea geográfica de Chile, y en la presentación de una naturaleza matizada de peculiares especímenes endógenos y exógenos que existen en el territorio de la República, cuya difusión y sociabilización, es apoyada de plano por las autoridades políticas y administrativas de la época. Y con ello, se contribuye a fijar la estructura de un imaginario colectivo que es internalizado  por el ciudadano medio relativamente bien informado, gracias a la acción de los agentes sociales, políticos y culturales del período, quienes también leen, escriben y participan en estos medios. Esto es muy relevante, puesto que los actores sociales vinculados al mundo normativo e institucional en general del país, a mediados del Siglo XIX, son el núcleo duro –como lectores- al cual van dirigidos  estos órganos comunicacionales y científicos. Así por ejemplo, desde la década del cincuenta, los Anales de la Universidad de Chile, se envían a la Academia Militar, a la Biblioteca Nacional, a la Oficina del Plano Topográfico, al Observatorio Astronómico, a los Ministros, a las Cortes de Justicia, a los Intendentes, a los Jueces de Letras y a los Gobernadores, para que estos fomenten su lectura en sus respectivas oficinas.[26]  Y puesto que tales autoridades están imbuidas del ideario de alcanzar el progreso, por la vía de replicar los cánones de la civilización europea, de unificar por medio del discurso escrito, de expoliar la naturaleza para salir de la barbarie y la incultura; entonces, dicho ideario se trasunta en estos medios, que son también vías de comunicación de los exponentes de la clase política del período. Ello sugiere, que los exponentes de la clase política del período tienen una clara comprensión de la importancia de la ciencia, sea porque también  muchos de ellos tienen formación científica, o porque se codean con los sabios del período en reuniones sociales, o porque comparten trabajos y discusiones en las emergentes entidades educacionales y científicas del país, donde se hace constar que la ciencia es el mejor instrumento para el desarrollo y la inserción del país a la modernidad.    Así, los hombres de la res pública decimonónicos en nuestro país,  se movían cómodamente en el mundo de la ciencia como en el mundo de la política, “…pensemos en Andrés Bello, en Miguel Luis Amunátegui, en Diego Barros Arana, en Augusto Orrego Luco, en el doctor José Joaquín Aguirre; todos los cuales pasaron por nuestro Congreso Nacional o fueron Ministros de Estado.”[27] Y también podemos mencionar por ejemplo a  Benjamín Vicuña Mackenna, que en 1872 asume como intendente de Santiago, o a José Victorino Lastarria, que ya en 1845, destaca el estatuto científico de las enseñanzas de Domeyko, justamente en uno de los números de la Revista de Santiago y que luego en 1875 es elegido senador por Coquimbo.[28] Dicho maridaje o cooperación intelectual entre los exponentes de la cosa pública y los hombres dedicados a la apropiación cognitiva, es un fenómeno del período. Todo lo cual, sugiere que el Estado-nación, se va consolidando por el esfuerzo de sus preclaros hombres en el ámbito normativo, por las leyes que formulan, pero también por la aceptación social de los íconos, de las descripciones, del discurso y de los conceptos que los hombres de ciencia difunden en las revistas, en los Anales y en los Informes oficiales. En todos ellos, estos sabios, científicos y políticos, dejan claramente asentado en la cultura, la noción de diversidad de la flora y fauna chilensis,  su diversidad climática, sus distintos niveles geográficos, la peculiaridad de tipos sociales o las costumbres compartidas. Por tanto, de aquí, al salto de la generalización de dicho imaginario colectivo, solo hay un paso: la cohesión que entrega el sistema educacional para entender la ciencia como herramienta de ascenso social y de engrandecimiento nacional. Tal es el derrotero de la contribución silenciosa que estos sabios, polígrafos y autores de las revistas científicas, prestan a la consolidación del Estado-Nación.

_________

(*) Profesor de Estado en Filosofía, Mg. en Filosofía de las Cs., Dr. en Historia de las Cs., Docente e Investigador de la U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Depto. de Humanidades. Ha publicado diversos libros sobre el desarrollo de la ciencia en Chile y América. Entre sus últimos textos se destacan: La Visión de la Naturaleza en tres sabios del Siglo XIX en Chile: Gay, Domeyko y Philippi, Ed. Usach, Stgo., 2003, La Ciencia en el Chile Decimonónico, Ed.Utem, Stgo., 2005 y Una Aproximación al Desarrollo de la Ciencia en Nicaragua, Bravo y Allende Editores, Stgo., 2008.

zenobio@utem.cl


[1] González,  José  Antonio:   La   Compañía   de  Jesús   y   la   ciencia   ilustrada.  Juan Ignacio Molina  y la Historia Natural y Civil de Chile, Edic. Universitarias. U. Católica del Norte, Antofagasta, 1993.

[2] Cf.  Ossandón   B.,  Carlos:   “Prensa,  sujetos,   poderes  (Chile,  Siglo  XIX)”,   Rev.  Solar, Stgo.,  1997.

[3] Cf. Silva, Jorge Gustavo: Los Trabajos del Periodismo en Chile, Impr. Nacional, Stgo., 1929; p. 23.

[4] Las publicaciones del diario El Mercurio de Valparaíso del: 19-07-1842, 23-7-1842, 28-7-1842, 29-7-1842, 30-7-1842, 1-8-1842 y 08-08-1842, entre otras; ilustran claramente esta inquietud.

[5] Los lectores interesados en profundizar principalmente en las revistas literarias y culturales del Chile decimonónico, pueden ver: Silva Castro, Raul: El modernismo y otros ensayos literarios, Ed. Nascimiento, Stgo., 1965; pp.140-142. Y el trabajo de Vilches, Roberto: La revistas literarias chilenas del siglo XIX, Impr. Universitaria, Stgo., 1942; así como también en los trabajos de Ossandón, Carlos, tales como: “Prensa, sujetos, poderes (Chile, Siglo XIX)”,  Rev. Solar, Stgo., 1997. O bien: “Modos de validación del texto periodístico de  mediados del siglo XIX en Chile”, en la fuente electrónica:

http://www.uchile.cl/facultades/csociales/excerpta/modosnot.htm

[6] En cuanto a los aerolitos, vd. el trabajo de  Domeyko, I.; en: Anales de la U. de Chile,   T. XXV, 1864, 2do. Semestre, Impr. Nacional, Stgo., pp. 289-301.

[7] Sobre éstos tópicos, cf. La Revista de Chile,  Vol. III, Julio a Diciembre, Stgo., Hume i Cia., 1899, Stgo.

[8] Cf. Anales de la Universidad de Chile  correspondientes al año de 1843 i al de 1844, Impr. El Siglo, Stgo., Octubre 1846.

[9] Cf. Rebolledo, Antonia: “Consideraciones en torno a los Anales de la Universidad de Chile. 1842-1879”, Anales de la Universidad de Chile, Sexta Serie, Nº1, Sep.1995, Stgo., p. 24.

[10] Barrio,  Paulino  del:   “Memoria  sobre  los  temblores  de  tierra  i  sus efectos en  jeneral  i  en  especial  los  de  Chile”,  Anales  de  la Universidad de Chile,   Stgo., Octubre de 1855; p. 606.

[11] Fonck, F.: “Aguas Minerales. Breve noticia sobre varias de ellas descubiertas en la cordillera de Llanquihue”, Anales de la Universidad de Chile,  T. XXXII, 1869, Impr. Nacional, 1869; p. 413.

[12] Porter, Carlos: “Herborizaciones en la Provincia de Valparaíso. Escursion a El Salto en Noviembre de 1898”, Rev. Chilena de Historia Natural,  Año III, Nº 1-2, Enero-Febrero de 1899; p. 29.

[13] Rev. Chilena,  T. I.,  Jacinto Núñez Editor,  Imprenta de la República, Stgo., 1875,  pág. V.

[14] Ibidem.

[15] Bello,  Andrés:   “Del   método,  i   en   especial  del  que   es   propio  de   las investigaciones  físicas”, Rev. Chilena, T. I., Op. cit.; p. 188.

[16] Turenne,  Ernesto: “Profesiones científicas para la mujer”,  Rev. Chilena, T. VII, 1877, Jacinto Nuñez Editor, Santiago; p. 366.

[17] Cf. Munizaga Ossandón, Julio: La inferioridad intelectual de la mujer. Tesis de Licenciatura, Impr. Renacimiento, Stgo., 1916, pp. 25-33.

[18] Anales de la Sociedad de Farmacia de Chile, T. VI, Impr. del Correo, Stgo., 1873-1875., p. 43.

[19] Cf. Revista de Sudamérica, Año I, Nº1, Impr. del Universo de G. Helfmann, Valparaíso, 1861.

[20]  Cf. Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile, Año VI, 1880, Impr. Nacional,  Stgo., pp. 318-320,  344-346, 348-349.

[21] Calvo Hernando, Manuel: Periodismo científico; Ed. Paraninfo, 1977, Madrid; p. 85.

[22] Berríos C., Mario: Identidad-Origen-Modelos: Pensamiento Latinoamericano, Ediciones Instituto Profesional de Santiago, Santiago, 1988; p. 136.

[23] Mizón, Luis: Claudio Gay y la Formación de la Identidad Cultural Chilena, Ed. Universitaria, Stgo., 2001; p. 66.

[24] Cf.  Urzúa Valenzuela, Germán: Evolución de la Administración Pública Chilena (1818-1968), Ed. Jurídica de Chile, Stgo., 1970; p. 88.

[25] Vd. Catálogo Oficial de la Esposición  Internacional de Chile en 1875. Sección Primera. Materias Primas; Impr. y Librería del Mercurio, Stgo., 1875; pp. 88-89.

[26] Cf. Rebolledo, Antonia: “Consideraciones en torno a los Anales de la Universidad de Chile. 1842-1879”, Anales de la Universidad de Chile, Sexta Serie, Nº1, Sep.1995, Stgo., p. 26.

[27] Vergara Quiroz, Sergio: “Rasgos del Pensamiento Científico en Chile durante el Siglo XIX” , en: Cuadernos de la U. de Chile, Nº2, Stgo., 1983, p. 78.

[28] Cf.  Subercaseaux S., Bernardo: Lastarria, Ideología y literatura, Ed. Aconcagua, Stgo., 1981.p. 301.

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La imagen del poder judicial en la prensa escrita

Gabriela Mistral y la cultura y sociedad de su tiempo

Pedro Aguirre Cerda y su visión de la mujer

Epistemología y diseño. Un maridaje necesario

 

El Caballero Heroico de Aconcagua

José Victorino Lastarria: del Romanticismo al Positivismo

El Mercurio de Valparaíso: precursor de la difusión científica en Chile

Ignacio Domeyko: de la rebeldía y el romanticismo a la ciencia universal

El escritor frente a la cultura

Tres tesis para una propuesta educacional

Pedro Aguirre Cerda y otros monumentos del olvido y el silencio

La vision de la naturaleza en el discurso de Claudio Gay y Rodulfo A. Philippi

La epistemología como megaparadigma de la psicología

La construcción de un concepto de ciencia en Chile: Manuel de Salas y Claudio Gay

La historiografía, la Edad Media y la Tesis del Oscurantismo

La Identidad Latinoamericana: Una búsqueda de siglos (*)

Ignacio de Loyola y la Compañía De Jesús

El Rol Social de las revistas científicas chilenas en el Siglo XIX y su contribución a la idea de Nación

El positivismo lógico

El dinamismo de las estructuras y su más incansable investigador: Jean Piaget

El Siglo de Las Luces y la Francmasonería

Descripción de la naturaleza en el Reino de Chile durante el Siglo XVII

¿Para qué usa Wittgenstein la noción de un juego lingüístico?

Más sobre...

Como muchos colegas, amigos y alumnos me han pedido que les indique dónde pueden encontrar material bibliográfico escrito por este autor e investigador y de dónde poder bajar algunos de estos trabajos, he decidido realizar esta página para atender debidamente a tales inquietudes. Aquí pueden encontrar sinopsis de libros de otros autores y colegas, que me han solicitado que les realice alguna reseña de sus textos; así como también por supuesto, de los libros del autor. Y en algunos casos es posible también bajar algunos libros. Continuaremos en este proceso de digitalización.

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Zenobio Saldivia Maldonado. Profesor de filosofía (U. de Chile), Mg. en Filosofía de las Cs. (Usach) y Doctor en Pensamiento americano, con mención en Historia de las ciencias, (Usach), Santiago de Chile. Profesor Honorario de la U. Continental, Huancayo, Perú., Miembro Honorario del Colegio de Psicólogos del Perú, Ica Perú. Dr. Honoris Causa U. Ada Byron, Chincha, Ica, Perú. Miembro Honorario de la Universidad Continental de Ciencias y Tecnología, Huancayo, Perú. Profesor titular de la U. Tecnológica Metropolitana, (UTEM), Santiago. Diversos artículos suyos, sobre historia de las ciencias y epistemología, han aparecido en publicaciones de su país y de Argentina, Perú, Uruguay, Nicaragua, Panamá, El Salvador, México, Brasil, España, Costa Rica y EUA. Ha participado en eventos nacionales e internacionales. A la fecha tiene 26 libros publicados; entre los últimos se destacan: Lecturas de Epistemología, Editorial Bravo y Allende, Santiago 2020. El Mercurio de Valparaíso. Su rol de difusión de la Ciencia y la Tecnología en el Chile Decimonónico, (Bravo y Allende Editores, Stgo., 2010). Ensayos de Epistemología , (Compilador) (Bravo y Allende Editores, Stgo., 2012). Ensayos de Filosofía, (Bravo y Allende Editores, e Ilustre Municipalidad de Sta. María, Stgo., 2012), Adiós a la Época Contemporánea, Bravo y Allende editores, Stgo., Chile y U. Continental de Cs,. e Ingeniería, Perú, 2014). Actualmente se desempeña como profesor de Epistemología e Historia de las Cs., en la U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile y como Director del Depto. de Hdes. de la misma institución y Director de la Rev. Electrónica Thélos del Depto. de Hdes. de la U. Tecnológica Metropolitana.
Dirección: 
U. Tecnológica Metropolitana. Depto. Humanidades: Padre Miguel de Olivares N° 1620 Santiago, Chile.

Fono: +56-227877424

e-mail: zenobio@utem.cl 

CV Completo Z. Saldivia 2023