U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile.
Algunos antecedentes
Estar encandilado es quedar deslumbrado por un golpe de luz, y al parecer si uno revisa cuidadosamente la literatura de viajes desde fines del siglo XVIII hasta fines del siglo XIX, o si se leen algunos ensayos científicos de naturalistas y exploradores del Siglo decimonónico, queda de manifiesto que la región de Aconcagua, como referente taxonómico o geográfico, logró irradiar su luz en autores como Darwin o Pissis por ejemplo.
Pero antes, recordemos que también hubo algunos exponentes o preclaros hombres que han aportado a la cultura y al desarrollo de las ciencias en Chile y específicamente en relación al valle de Aconcagua, ya desde el Siglo XVIII; pero ello no está aún totalmente definido toda vez que los exploradores franceses, ingleses y holandeses de dicho período, parecen haberse interesado más en otras zonas del país, principalmente la zona austral. Y por otra parte recuérdese que la actual ciudad de San Felipe, se fundó el 3 de agosto de 1740 por el Conde de Superunda don José Antonio Manso de Velasco y Samaniego. Esto nos obliga entonces a pensar en los sabios del siglo XIX y su percepción de Aconcagua, en especial en Darwin y Pissis.
Charles Darwin
Un hito significativo del conocimiento científico vinculado a esta región, corresponde al naturalista y viajero inglés Charles Darwin (1809-1882), quien en 1831 acepta la propuesta del Almirantazgo para formar parte del equipo científico, de la HMS Beagle que sale del puerto de Plymouth, al sudeste de Inglaterra, en diciembre del año ya mencionado. El viaje pretendía recabar información cartográfica, hidrográfica, de historia natural y sobre derroteros navales. Así, ya en Chile, realiza algunas exploraciones geológicas y otras de carácter taxonómico para observar la flora y fauna chilensis entre 1834 y 1835; ora en Chiloé, ora en Santiago, ora en Rancagua, luego en San Fernando; también visita Concepción y Talcahuano, (tras el terremoto de febrero de 1835).
También recorre los alrededores de Valdivia, de Valparaíso, Quillota, el Cerro la Campana y otros. Aquí, en el Cerro La Campana, se dedica a observar las características de las hendiduras rocosas, los líquenes y la diversidad de musgos muy antiguos.[1] Arriba también a San Felipe y recorre los alrededores, visitando lo que hoy son los pueblos de Sta. María, Jahuel y otros lugares. Justamente en el sector de Jahuel, identifica un punto magnético, que se ha constituido en la actualidad en un lugar de interés turístico. Pero es la belleza de la Cordillera de Los Andes y la presencia de las cimas de andinas lo que prácticamente lo inunda de gozo y admiración. Justamente el impacto emocional que siente al contemplar el Volcán Aconcagua, lo induce a expresar sus mejores sentimientos referentes a la captación de la belleza de la naturaleza chilena. Así, luego de dejar consignada la altitud de dicha masa rocosa, (6900 metros), exclama: “¡Qué admirable espectáculo el de esas montañas cuyas formas se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico!”[2] Ciertamente, paisajes como éstos que van matizando su prosa científica, despiertan una profunda simpatía en su sensibilidad de hombre de ciencia y de sujeto aventurero y romántico.
Amado Pissis
Más tarde, en la década del cincuenta del siglo decimonono, otro científico incursiona la región de Aconcagua y estudia las vicisitudes del terreno, determina con mayor precisión la longitud y latitud en que está ubicada la ciudad de San Felipe y da cuenta de los aspectos hidrográficos y orográficos de la zona. Se trata del geólogo y geógrafo francés Amado Pissis (1812-1889), quien había estudiado en la Escuela de Minas, en la Escuela Politécnica y en el Museo de Historia Natural del París. Más tarde, realiza trabajos geológicos en países como Brasil y Bolivia; en este último país la suerte no le favorece y tiene que abandonarlo por razones políticas, llegando así a nuestro país en 1848 con el fin de gestionar su viaje de regreso a Europa. Empero, cuando arriba a Valparaíso es contactado por agentes del Gobierno chileno y contratado por el Ministro del Interior Don Manuel Camilo Vial, que le comisiona su nueva tarea: realizar la descripción geológica y mineralógica de la República de Chile, y confeccionar los textos y mapas respectivos. Dicha labor le toma veinte años y le obliga recorrer todo el territorio entre 1848 y 1868.
Las exploraciones de este científico, por el valle, los ríos y las montañas de la región de Aconcagua, las realiza en 1856. Aquí determina las coordenadas geográficas de las ciudades y pueblos de la provincia, los pasos cordilleranos, además de explicar las características orográficas de la zona y da cuenta de los aspectos mineralógicos de la zona, además de las características de la estratificación de las capas geológicas de la zona. Así por ejemplo, en cuanto a la primera de las tareas de este autor, ya mencionadas, ubica a la ciudad de San Felipe en los 52º 45’ 23’’ de latitud y a 0º 4’ 16’’ de longitud Oeste. Y a una altitud de 657,1 mts.[3] Y a la ciudad de Sta. Rosa de Los Andes, la ubica a 32º 54’ 54’’ de latitud y a 0º 6’ 39’’ de longitud E. y a una altura de 818 mts.[4] Al Cerro Orolonco, por ejemplo, le atribuye una altitud de 2118 mts. En cuanto a los cordones montañosos de la región, los destaca en todas sus vicisitudes; así en un momento de su prosa se lee: “El mas importante de estos es el que se extiende entre los ríos de Aconcagua y de Putaendo; su forma es muy complicada; sigue desde el principio la dirección este-oeste; y al llegar enfrente de la quebrada de La Gloria toma la del sur, en fin al llegar á los cerros de jahuel, toma el rumbo norte-noreste hasta el cerro de Orolongo en el cual viene a rematar”.[5]
Y en cuanto a la determinación de los componentes geológicos de la región, Pissis observa que las mesetas calcáreas del sector de Tierras Blancas, cerca de San Felipe, contienen capas de calizas de color lila “que podrían suministrar mármoles bastante hermosos.” Y sostiene además que en el antiguo camino a la ciudad de los Andes y en el Valle de Putaendo, se encuentran “hermosas ágatas lácteas”.
La provincia de Aconcagua le parece muy rica en cuanto a la existencia de depósitos cupríferos. Tampoco le son desapercibidas a su vez, las piedras de canteras, como las traquitas y otras, en especial las que están a la “base de las montañas del Culunquén”, -como lo expresa el autor- cerca de San Felipe. Pissis no solo ejecuta las actividades propias de un estudioso de la geología, como las mencionadas; sino que además realiza observaciones propias de la botánica. Así, da cuenta de los referentes de la flora cordillerana y pre-cordillerana, aconcagüina destacando al litre, al quillay, al peumo, al algarrobo, al boldo y al maitén; como los principales exponentes de la vegetación arborescente de la región, tal como lo señala en su obra Geografía física de la República de Chile (1875).
Lo anterior, nos indica claramente como el valle de Aconcagua y la Cordillera de Los Andes, son dos de los puntos de interés de los sabios y viajeros que visitaron nuestro país durante el siglo XIX, con pretensiones de clasificación de la naturaleza o de sistematización de su cuerpo físico. Y en este plano, la región de Aconcagua y específicamente diversos lugares de San Felipe, Los Andes y Putaendo, logran concitar la atención de los estudiosos decimonónicos, entre estos Darwin y Pissis, como hemos venido destacando. Ello, hasta el punto de dejarlos encandilarlos tanto por la abundancia de sus referentes orgánicos y mineralógicos, cuanto por el enorme impacto que despierta en estos sabios, la belleza de sus parajes y por lo peculiar de su topografía y de sus expresiones orográficas.
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(*)Homenaje del autor a los miembros de la Sociedad de Historia y Arqueología de Aconcagua, San Felipe.
[1] Cf. Urzúa, Claudia: Chile en los ojos de Darwin, Ediciones B. Chile S. A., Stgo., 2009; p.94.
[2] Darwin, Charles: Viaje de un Naturalista alrededor del mundo, Ed. Ateneo, Bs. Aires, 1945., p.307.
[3] Pissis, Amado: Geografía Física de la República de Chile, Instituto Geográfico de Paris, Ch. Delagrave, Paris, 1875; p.317.
[4] Ibídem.; p. 318.
[5] Ibídem.; p. 17.
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