Zenobio Saldivia M. y Carolina Gatica M.
Universidad Tecnológica Metropolitana, Santiago, Chile.
Algunos antecedentes
A través de la historia podemos encontrar un sinfín de teorías que apoyan la premisa de que la mujer es inferior al hombre, pero estas teorías no son más que eso, no pasan más allá del puro planteamiento y cuando se tratan probar como un hecho biológico, sólo se terminan empleando características socioculturales para justificar el por qué la mujer ha mantenido un rol inferior al del hombre durante los diferentes siglos, cayendo en la repetición de estas teorías como si se tratasen de arquetipos universales o dogmas.
Esta situación es algo trascendental, que va más allá del lenguaje, lugar o período histórico, y deja de manifiesto que la mujer ha sido continuamente relegada a los roles pasivos dentro de la sociedad, mientras que los hombres mantienen un rol activo. En las sociedades un poco más desarrolladas como por ejemplo en la cultura helénica clásica, el rol activo se traduce en términos de la participación en educación y en el ejercicio de la reflexión. Así, dichas teorías asociadas a la inferioridad y pasividad femenina, sentaron las bases para privar a las mujeres de la educación formal; tanto de la educación elemental en un comienzo, como posteriormente de educación universitaria. Es más, aún aquellas escasas féminas que contaban con el privilegio de recibir algún tipo de educación, debían esconder sus conocimientos en la esfera pública y sólo emplearlos en el ámbito privado, como si se tratara de una deshonra. Todo lo cual, tuvo la catastrófica consecuencia de que las mujeres, prácticamente se consideraron como entes extraños y que no eran parte del genio inventivo humano. Actualmente sin embargo, desde el ámbito de la historia de las ciencias, la presencia de la mujer está siendo rescatada. En efecto desde los años ochenta del siglo XX, se nota fuertemente una nueva mirada sobre la participación de la mujer en ciencias; probablemente hayan influenciado para este giro interpretativo, los trabajos de Evelyn Keller y de Ruth Bleier.[1]
Desde el Renacimiento en adelante se observa que, los movimientos que abogan por la educación de la mujer comienzan a tomar cada vez más fuerza; pero así como existen férreas defensoras y defensores de este derecho, hay también grandes detractores, muchos de los cuales basaron sus alegatos en la teoría del griego Aristóteles.
Según Aristóteles, y según la opinión griega en general, la mujer era un hombre incompleto y casi un animal inferior por ello quedaba relegada a una condición de sumisión. En su libro Historia de los animales Aristóteles profundiza sobre esto, por ejemplo señala que la pubertad en las mujeres se produce a los catorce años y se observa “el abultamiento de los pechos y las llamadas menstruaciones rompen; se trata de un flujo de sangre parecido al de un animal recién sacrificado”.[2] Y más adelante agrega: “…el flujo menstrual en las mujeres es abundantísimo, superior al de las demás hembras de cualquier otro animal”.[3] Esto es, una identificación indirecta con el comportamiento de seres inferiores, desde el punto de vista biológico.
Lo anterior es curioso puesto que ya Platón en su libro La República había expresado:
- "Por tanto, si empleamos a las mujeres en las mismas tareas que a los hombres, menester será darles también las mismas enseñanzas.
- Sí.
- Ahora bien, a aquéllos les fueron asignadas la música y la gimnástica.
- Sí.
-P or consiguiente, también a las mujeres habrá que introducirlas en ambas artes, e igualmente en lo relativo a la guerra; y será preciso tratarlas de la misma manera”.[4]
Esto que describe Platón es algo completamente contrario a la percepción cultural de la polis griega, puesto que es un planteamiento sumamente revolucionario para aquel tiempo. Los griegos si bien eran un pueblo democrático y participativo, tenían limitaciones sociales para las mujeres, por ejemplo, no podían ejercer el derecho a ser escuchadas, debido a que no eran consideradas como ciudadanas, puesto que esto únicamente era reservado para los hombres. Las mujeres en esta cultura, además de pasar gran parte de sus vidas recluidas -por ser consideradas seres inferiores- no debían recibir educación. Ello era el sentir popular.
Pitágoras, por otro lado, también era partidario, al igual que Platón, de la educación para la mujer, puesto que en su escuela recibía a estudiantes mujeres, pero dado que toda la producción de la escuela se firmaba bajo el nombre de Pitágoras no fue posible identificar las autorías personales femeninas dentro del conjunto de la obra pitagórica.
Aunque estos dos grandes hombres abogaron por la educación de las mujeres, la cultura helénica en general, ubicaba a la mujer en segundo lugar. Sin embargo, nos han llegado algunos nombres de científicas célebres, como por ejemplo Hipatia y Aglaonice. Así la primera, más conocida como Hipatia de Alejandría, nació en el año 370 d.C., hija del filósofo y matemático Teón de Alejandría, quien deseaba que su hija llegará a ser un ser humano perfecto; esto es seguramente a lo que hoy asociamos con una educación integral que incluya conocimientos de humanidades y de ciencias. Hipatia se movió en un medio de profesores y filósofos que interactuaban en el Museo de Alejandría, incluso fue su directora probablemente alrededor del 400 d.C. Entre sus trabajos científicos recordemos aportes en algebra y también en aritmética; justamente escribió un comentario sobre la aritmética de Diofanto, escribió también diversos libros sobre geometría de las cónicas de Apolonio. Participó con su padre en la revisión y edición de los Elementos de Geometría de Euclides; también escribió un Canon de Astronomía y confeccionó una revisión de las Tablas Astronómicas de Ptolomeo; además se dedicó a la enseñanza de la matemática, la filosofía y la astronomía de su tiempo. Lamentablemente murió el año 415 d.C. asesinada cruelmente por una turba de cristianos.
Por su parte Aglaonice era astrónoma y fue capaz de predecir eclipses lunares; tales circunstancias no eran gratas para los griegos del género masculino pues la aplicación de conocimientos matemáticos y astronómicos referentes a la observación de los cielos, era considerada propiedad exclusivamente masculina.
Lo anterior parece ser una constante en la historia, pues cuando una mujer en las distintas épocas lograba sortear todas las barreras que se le colocaban para educarse y adquirir algún tipo de conocimiento que los hombres no poseían, éstos no la consideraban su igual. Ello porque aceptar este plano de cosas iría en contra de su visión de mundo, por lo que a menudo sacaban a relucir el argumento de que eran hechiceras o brujas, lo cual alcanzó su cima durante la edad media donde una gran cantidad de mujeres murieron producto de esta creencia.
Mujeres y medicina
En cuanto a la medicina, las mujeres han jugado un rol crucial en el desarrollo de ésta disciplina, pues han sido ellas las que tradicionalmente se han encargado del cuidado de los enfermos del grupo familiar, además mediante el continuo contacto con la naturaleza fueron aprendiendo las propiedades de diversas plantas y hierbas, saberes que se transmitieron de generación en generación y muchos de estos conocimientos perduran hasta nuestros días. Por eso no es extraño encontrar cientos de ejemplos de curanderas o sanadoras en las diferentes culturas a lo largo de la historia, que ilustran lo anterior. Pero siempre eran asociadas con la medicina de carácter ritual o de carácter vulgar, puesto que al momento de institucionalizarse la profesión médica, las mujeres dejan de ser consideradas como iguales, siendo la Grecia clásica un vivo ejemplo de esto, sobre todo con la llegada de la medicina hipocrática y la difusión de la labor de la Escuela Médica de Cos. Dicha entidad aúna al primer grupo de científicos del cual poseemos sus obras completas. Existen cerca de treinta tratados, agrupados bajo el titulo de Colección Hipocrática. Esta incluye obras de Hipócrates y de los miembros de su escuela; versa sobre anatomía, fisiología, cirugía y terapéutica. Entre las obras que componen la colección, están el tratado de Esculapio. Los recursos terapéuticos de los médicos hipocráticos eran principalmente la cirugía, la dieta y el ejercicio. El médico griego Hipócrates (460-370 a. c), nacido en la isla de Cos, es considerado el padre de la medicina. Se le atribuyen más de cincuenta obras, pero desgraciadamente se sabe poco de su biografía. Se estima que estudió con Demócrito y que realizó algunos viajes; entre estos, a Egipto. Visualiza la enfermedad como algo puramente físico, y para revertirla privilegia la dieta y la limpieza.[5]
Agnódice de Atenas
En la Antigua Grecia, con la aparición de la filosofía existe un cambio de paradigma, surge el pensamiento científico y la búsqueda de una explicación racional para los diversos fenómenos. Ésta nueva forma de explicar el mundo también alcanza a la práctica de la medicina, dejando ya de considerarse a la enfermedad como un castigo de los Dioses sino como un desequilibrio entre los diferentes humores que componen el cuerpo humano (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema), ésta teoría impuesta por Hipócrates permanecerá vigente durante 2.000 años.
En este contexto es célebre la historia de Agnódice, una aristócrata ateniense, quien desafiando las dificultades que hemos venido comentando en cuanto al ejercicio de la medicina por parte de las mujeres, a pesar de todo se las ingenió para ejercer la medicina. Por ello se disfrazó como hombre para ingresar a estudiar medicina en Alejandría con el famoso médico Herófilo, quien es considerado el primer anatomista dado su gran trabajo con la disección de cuerpos humanos.
Una vez concluidos sus estudios vuelve a su natal Atenas y comienza a ejercer su profesión manteniendo su disfraz de hombre y, solamente revelándose como mujer frente a sus pacientes, fue tal el éxito de Agnódice, que desató los celos de sus colegas, los cuales la llevaron frente al tribunal de Atenas, aduciendo que era un “corruptor” de mujeres. Frente al tribunal Agnódice revela que en realidad es una mujer, por lo que es sentenciada a muerte. Al enterarse de esto sus pacientes, mujeres de la aristocracia, se presentaron en el juicio y enfrentaron a sus maridos, amenazándolos con morir ellas también si la condena de Agnódice era llevada a cabo. Por lo cual el tribunal tuvo que revocar la sentencia a Agnódice y permitirle continuar con la práctica de la medicina, esta vez sin necesidad de un disfraz.
A continuación presentamos un extracto tomado del libro Fábulas de Cayo Julio Higino, donde se menciona la historia de Agnódice:
“Cierta muchacha llamada Agnódice deseó aprender la medicina y tan vehemente fue su deseo que se cortó los cabellos al modo de los hombres, y se confió a la enseñanza de un cierto Herófilo. Después de aprender la medicina, al enterarse de que una mujer estaba sufriendo en su vientre, acudió a ella. Como ésta no quería confiarse a Agnódice por estimar que se trataba de un hombre, ésta se levantó la túnica y mostró que era una mujer; y así las iba curando. Cuando los médicos vieron que ellos no eran admitidos en presencia de las mujeres, comenzaron a acusar a Agnódice, porque decían que se trataba de un hombre depilado y corruptor de mujeres, y que ellas se hacían pasar por enfermas. Habiéndose reunido los areopagitas por este motivo, comenzaron a condenar a Agnódice. Ésta se levantó la túnica ante ellos y mostró que era mujer. En ese momento los médicos empezaron a acusarla con más fuerza. Por ello entonces las mujeres más distinguidas se presentaron en el juicio y dijeron: «Vosotros no sois esposos sino enemigos, porque condenáis a la que nos devuelve la salud». En ese momento los atenienses enmendaron la ley para que las mujeres libres pudieran aprender el arte de la medicina”. [6]
Otras mujeres médicas en la antigua Grecia
Dentro de la mitología Griega se puede encontrar una diversidad de mujeres y diosas relacionadas con el arte de la medicina, por ejemplo, en La Ilíada de Homero se menciona a Agameda hija de Augías, rey de Élide de quien se dice que conoce las virtudes de todas las hierbas medicinales. Pero no es hasta el siglo IV a.c. donde encontramos una clara referencia a las mujeres médicas. Phanostrate (350 a.c. de Acarnes, Ática) fue la primera médica griega de la cual se tiene registro, puesto que en el epitafio de su tumba es recordada como partera y médica; esto nos permite concluir que en ese período ya se realiza una diferenciación entre estas ocupaciones, y que Phanostrate ofrecía además otros servicios aparte de atender los partos de mujeres que le valieron el título de médica[7].
Por su parte, Artemisia II, reina de Caria fue una importante yerbera de la antigüedad, elogiada por celebres personajes como Teofrasto, Estrabón y Plinio. Se le atribuye el crédito por el uso del ajenjo para tratar diferentes enfermedades[8].
La evidencia sugiere que algunas mujeres realizaron contribuciones originales a la medicina, pero estas se fueron perdiendo a través de siglos de plagio y confusión sobre la autoría. Por ejemplo Pitias de Aso, la esposa de Aristóteles, fue una bióloga y embrióloga griega, la cual durante su luna de miel en Mitiline, se dedicó, junto con su esposo, a recolectar toda clase de especímenes vivientes. Se cree que ésta investigación de su cónyuge, habría contribuido en la escritura de algunos textos aristotélicos como Sobre la generación de los animales e Historia de los animales, pero el nombre de Pitias no figura en ninguno de estas obras[9].
Otro ejemplo de mujeres interesadas por la medicina pero ya fuera del período histórico de la Grecia clásica, sino más bien del período helenístico, es el caso de Metrodora, quien fue una ginecóloga y cirujana griega (probablemente existió entre los años 200-400 d.c.), la cual escribió un tratado Sobre las enfermedades y los cuidados de las mujeres[10]. Este texto es considerado el compendio medico más antiguo escrito por una mujer, y por muchos años fue atribuido a un hombre llamado Metrodorus, pues no se podía concebir que una mujer fuera la autora de este texto[11].
Según Holt N. Parker, el tratado mencionado de Metrodora, comienza con una declaración general sobre el útero como fuente de la mayoría de las enfermedades de las mujeres. Luego trata las condiciones generales del útero: primero, un capítulo teórico y clínico bastante extenso sobre la inflamación; luego supuración, durezas (hoy miomas), cáncer, secreciones, hemorragias, prolapsos, frialdad, e inflación del útero. Posteriormente sigue una sección sobre enfermedades causadas por humedad excesiva: hidropesía, limpieza de úlceras, y recetas para restaurar la apariencia de la virginidad. A continuación se refiere a los métodos para ayudar a la concepción, curas para la esterilidad y tres recetas para la anticoncepción. Estas recetas contienen algunos elementos mágicos, aunque no hay hechizos ni oraciones. Le sigue una breve sección sobre el parto, que cubre la terapia con medicamentos para facilitar el nacimiento. Posteriormente un grupo de recetas mágicas: varias pruebas de fertilidad y virginidad, afrodisíacos y pociones de amor, todos los cuales eran una parte estándar de la medicina en ese entonces. Luego trata las enfermedades de las mamas e incluye a los cosméticos como parte regular de la medicina. El texto de Metrodora termina con recetas de incienso, un ingrediente común en muchos preparativos de medicamentos[12].
La forma en que se estructura su obra guarda semejanza con la de un libro de texto de medicina ginecológica moderna y se ve muy influenciada por el corpus hipocrático.
Otra médica del período helenístico, de la cual se tiene registro es Antiochis de Tlos (s. I d. c.), hija del reconocido médico Diodoto, ésta probablemente comenzó sus estudios junto a su padre[13]. Sin embargo, fue capaz de hacerse un nombre por sí misma en las artes médicas, lo que le valió el reconocimiento del concejo de Tlos, así como de su gente, todo lo cual permitió que se erigiera una estatua en su honor en la ciudad de Licia[14].
Palabras finales
Por todo lo anterior, tal como hemos visto la mujer sólo recientemente está participando en las comunidades científicas contribuyendo a la par con los exponentes del género masculino. Desde el punto de vista de la historia de las ciencias es altamente relevante los nuevos estudios que develan a las mujeres científicas olvidadas y/o postergadas por sus colegas del género masculino. Y en el caso de las mujeres médicas del mundo griego, tales como Hipatia, Agnodice, Metrodora entre otras, hay que reconocer que sus contribuciones fueron altamente importantes desde una doble perspectiva: tanto como por los logros en relación al conocimiento de los órganos y funciones del aparato reproductor femenino, como también desde el punto de vista filosófico y social por defender ante una cultura esencialmente masculina, la capacidad de reflexionar, investigar y realizar una praxis médica específica.
[1] Cf. Keller, Evelyn Fox: Reflections on gender and science, New Haven, 1985. Y Bleier, Ruth: Feminist aproaches to science, Elmsford, New York, 1986.
[2][2] Cf. Aristóteles: Historia de los animales, Ed. Akal clásica, Madrid, 1990, p. 380.
[3] Ibídem.; p. 385.
[4] Platón: La República, Alianza Editorial, Madrid, 2005.
[5] Cf. Saldivia M., Zenobio: En Torno a los albores de la Ciencia, Central de Publicaciones, Utem, Stgo.; 1994; p.19.
[6] Cayo, Julio Higino: Fábulas, Ediciones Akal, Madrid, 2008; p. 185.
[7] Parker, Holt N.: “Women Doctors in Greece, Rome, and the Byzantine Empire”. En: Furst, Lilian R.: Women Healers and Physicians: Climbing a Long Hill, University Press of Kentucky, Lexington, 1997; p. 133.
[8] Achterberg, Jeanne: Woman as Healer, Shambhala Publications, Boston, 1991, en línea en: https://books.google.cl/books?id=7X8SAgAAQBAJ&lpg=PP1&dq=Achterberg%2C%20Jeanne.%20Woman%20as%20Healer&hl=es&pg=PT48#v=onepage&q=artemsia&f=false [Fecha de consulta: 19-12-2017].
[9] Ogilvie, M. y Harvey, J. D.: The Biographical Dictionary of Women in Science: L-Z, Taylor & Francis, Nueva York, 2000; p. 1062, en línea en: https://books.google.cl/books?id=LTSYePZvSXYC&lpg=PA1444&hl=es&pg=PA1062#v=onepage&q&f=false ; [Fecha de consulta: 19-12-2017].
[10] Gregory, T y Markos, S: “Aspasia and Cleopatra Metrodora, Two Majestic Female Physician – Surgeons in the Early Byzantine Era”, Journal of Universal Surgery, Vol. IV, N°3, 2016; p. 1-2.
[11] Achterberg, Jeanne: Woman as Healer, Shambhala Publications, Boston, 1991, en línea en: https://books.google.cl/books?id=7X8SAgAAQBAJ&lpg=PP1&dq=Achterberg%2C%20Jeanne.%20Woman%20as%20Healer&hl=es&pg=PT48#v=onepage&q=artemsia&f=false [Fecha de consulta: 19-12-2017].
[12] Parker, Holt N.: “Women Doctors in Greece, Rome, and the Byzantine Empire”. En: Furst, Lilian R.: Women Healers and Physicians: Climbing a Long Hill, University Press of Kentucky, Lexington, 1997; pp. 138–140.
[13] Irving, Jennifer: “Restituta: The Training Of The Female Physician”, Melbourne Historical Journal, Vol. XL, N° 2, feb. 2012; p. 50, en línea en: http://journal.mhj.net.au/index.php/mhj/article/view/706 [Fecha de consulta: 02-01-2018]
[14] Parker, Holt N.: “Women Doctors in Greece, Rome, and the Byzantine Empire”. En: Furst, Lilian R.: Women Healers and Physicians: Climbing a Long Hill, University Press of Kentucky, Lexington, 1997; p. 134
Comentarios