Zenobio Saldivia Maldonado

  1. U. Tecnológica Metropolitana, Santiago., Chile. 

La cuestión de las humanidades en la formación de los ingenieros, es un tema de larga data. El problema parece resumirse de ordinario en nuestros tiempos, con el recurso de la alta especialización y la inserción magra de algunos ramos culturales en su malla curricular, sumado a alguna Ética Profesional. Ello es la solución que ofrece actualmente el modelo racionalizante y profesionalizante de las universidades de nuestro medio. Atrás han quedado los cursos de filosofía, historia y otros. Son los nuevos tiempos, y es de esperar tal vez, que cuando estos ingenieros se fogueen en las lides del ejercicio de la profesión, vuelvan a las humanidades; lo cual parece ser un fenómeno social nuevo, según relatan los Colegios de Ingenieros de muchos países latinoamericanos, en especial según lo han señalado los miembros del Consejo Nacional de Educación de los Ingenieros de Argentina, que tuve el honor de conocer en Buenos Aires, hace unos años, o según los ingenieros del mundo académico chileno que entrevistamos en un proyecto anterior. Hay pues que esperar que nuestros ingenieros se acerquen a los 40 años, a la madurez y a la búsqueda del sentido de lo humano. Empero en este contexto, esa preocupación queda ligada a las decisiones personales y puesto que ya no hay currícula formal universitaria, no se estandariza, y sólo queda a nivel de élites de ingenieros más sensibles o más interesados por la cultura. 

En los tiempos actuales, la formación integral de los ingenieros, pareciera ser una de las grandes preocupaciones de los teóricos contemporáneos -en especial de los filósofos, de los educadores y de los curriculistas; quienes esperan superar los resabios del siglo XX, para recomenzar una nueva era en este milenio, soñando con la formación holística. Pero me temo que si el curriculum oficial no deja espacio para una adecuada proporción de ramos humanistas; entonces es un mero anhelo de humanistas y sociólogos, y nada más. Ello puesto que los jóvenes estudiantes de ingeniería no están para ‘perder’ semestres con los tópicos de humanidades, pues una sociedad consumista, exitista y competitiva a ultranza los espera y la mayoría de ellos ya están internalizados con dichos valores. Después de todo, dicha situación valórica y social, es fruto del marco social, es el resultado de la difusión de valores puramente pragmáticos que nos entregan los medios de comunicación. Insertos en esta realidad a lo más, los estudiantes se defienden señalando que tienen un curso de Ética Profesional, un idioma extranjero y un electivo cultural. Es la nueva visión de las humanidades. Ya es muy difícil encontrar ingenieros como los formados en el Siglo del Progreso, como un Ignacio Domeyko, ingeniero en minas, que sepa francés, latín, griego, taxonomía, historia natural, filosofía y que escriba propuestas para reordenar el sistema educacional chileno, o que sugiera nociones de reordenamiento de la producción y la industria nacional. Hay otro entorno sociocultural, y otras expectativas que la sociedad espera de los ingenieros: operatividad, transformación, eficiencia, nuevos artificios. Otra idea de progreso. 

El entorno filosófico y académico del ingeniero mencionado, por ejemplo, buscaba el sentido universal del saber, las respuestas a las interrogantes perennes propias del ser y del deber ser del hombre recurriendo a saberes propios tanto de la Metafísica, como de su especialización, para indicar un camino que pudiera ser de utilidad para el Chile decimonónico, para la construcción del país. 

Volviendo a nuestro tiempo, la preocupación del hacer del hombre de hoy y del mañana, en particular,  aquel que se forma en el seno de las Universidades, parece ser uno de los temas candentes inserto en la agenda de las discusiones académicas, que ha cobrado más fuerza que otras veces. Seguramente los excesos en la alta especialización que hoy la Universidad entrega a los profesionales comprometidos con el hacer científico y técnico, ha gatillado una nueva oleada de reflexión sobre la situación actual de las humanidades. Se adiciona, también, la opinión de los empresarios para mostrar su visión de los profesionales de la ingeniería, que actualmente se están integrando al mundo globalizado. Y hay un factor nuevo: las nuevas exigencias de los estudiantes; ellos quieren calidad, excelencia, prontitud, y una enseñanza basada en las TIC, pero no desean cubrir todos los ramos provenientes de las humanidades. Quieren el extracto.  ¿Y quién podría atribuirse una tarea semejante? En consecuencia, éstas parecen ser algunas de las aristas, que han traído a presencia nuevamente el viejo tema. 

En el caso de los líderes empresariales, el interés por la situación de las humanidades en el presente, está orientada más bien, a revisar la formación humanista y cultural que debería reforzar convenientemente la formación integral de los ingenieros. Ello, porque han podido percibir que las humanidades son un cúmulo de cultura y sabiduría, donde encontrarán valores, actitudes y pautas para comportamientos altamente deseables orientados al buen desempeño profesional. El entorno empresarial, está cada vez más consciente del universo competitivo en que se enmarca la producción y el comercio internacional, para lo cual requiere de sujetos poseedores de ciertas notas constitutivas de la personalidad, que contribuyan asertivamente a la gestión empresarial. 

Así, los líderes empresariales, desean que las universidades les entreguen sujetos bien preparados, con buenas relaciones humanas para integrar equipos de trabajo, confiables, autónomos, criteriosos, comprometidos con el grupo de gestión y poseedores de una comunicación fluida y directa -entre otras características personales- sumadas a las específicamente profesionales. Ello no es extraño, si pensamos en las características de nuestra sociedad, ya mencionadas, y dicha enumeración constituye parte del paradigma del perfil profesional deseado para el campo laboral; un campo que ahora no es nacional, sino internacional o mundial. Por eso, no resulta curioso, que de mundos cognitivos muy distintos, tales como los empresarios, los curriculistas y los filósofos, estén pensando en la situación de las humanidades en las universidades; primero con esquemas provenientes del Hemisferio Norte y luego, con réplicas en las universidades latinoamericanas.

El énfasis en la tarea cultural de estas casas de estudio, se mantuvo en gran medida, hasta los tiempos modernos; viéndose dicho ideario, reforzado por la expansión de las ideas filosóficas y sociales derivadas de la Ilustración y del Enciclopedismo. Lo primero, fomenta la obtención de una democracia plena y la confianza en la invariabilidad de la razón. Lo segundo, persigue la divulgación del conocimiento científico y el dominio de la multiplicidad de las expresiones del mismo.

Sin entrar en una historia de las universidades, tengamos presente para continuar con nuestra reflexión, que éstas tienen su génesis instituciona, en las corporaciones de maestros y estudiantes que fueron apareciendo por toda Europa, durante el medioevo (Universitas magistrorum discipulorunque), principalmente desde el siglo XII en adelante. Sólo desde el siglo XIX en adelante, se percibe a la universidad como un ente formador de profesionales por antonomasia.  Ello acontece, casi paralelamente, con la importancia que en esa época la sociedad le asigna a la ingeniería y a las tecnologías;  estimuladas por el universo de las ideas positivistas desarrolladas primeramente por Comte y la posterior búsqueda desenfrenada del progreso material y espiritual de los pueblos,  como télos ineludible de la actividad científica, tal como lo ha destacado Munizaga: “Durante la segunda mitad del siglo XIX las ideas comtianas se propagaron en hispanoamérica con el ímpetu que se conoce.  Ninguno de nuestros países, de México a Chile -y sobre todo Brasil- escapó a su influencia”.

Luego, en el siglo XX, en énfasis por el profesionalismo se ve nuevamente potenciado como consecuencia de la 2ª Guerra Mundial. Las instituciones de educación superior proliferan y se diversifican con gran rapidez, y los conocimientos a su vez, se multiplican vertiginosamente. Esto es el punto de partida de un nuevo fenómeno propio de la educación superior, que los estudiosos del tema han denominado: “La gran transformación”; como una forma de tipificar el conjunto de situaciones demográficas, sociales, políticas y económicas muy distintas a las existentes en otras épocas históricas, en lo referente a su vinculación con la universidad.

Lo anterior se concatena con la historia de la humanidad centrada en el desarrollo de las organizaciones sociales y la evolución del conocimiento científico y desarrollos tecnológicos, que han forzado las tendencias de la “especialización”. Por otra parte, la evolución de la especie humana plantea, también, la “naturaleza acelerada del desarrollo ambiental”, al decir de Kast; con lo cual se ven preocupadas también a las propias organizaciones.

En el plano de la cultura organizacional, ésta cobra una especial significación por la repercusión que tienen en la toma de decisiones las formas de pensar, de sentir y de reaccionar, así como también, el ejercicio imprescindible de un estilo de administración. Ambos, cultura y estilo empresarial, se consideran, hoy en día, aspectos fundamentales de toda organización laboral, tanto en el logro de los objetivos en que se aúnan la tecnología y el desempeño de las habilidades humanas, siempre que se considere la efectiva utilización del recurso humano “en un ambiente que propicie el bienestar de los participantes. Estas, es decir, “la productividad y la calidad de vida son dos de los más importantes preocupaciones de las organizaciones y de la sociedad” (Kast). Se ha detectado a través de investigaciones que las organizaciones más eficientes desde el punto de vista del desempeño, poseen características comunes basadas en el respeto, la consideración y la atención del personal que laboran en ellas.

En este sentido, la característica de nuestra era, parece ser la gran diversidad de cambios significativos en el plano de la cultura y de los distintos órdenes del plano social en general.  El rasgo más relevante de la cultura actual, es su permanente expresión de crisis y contradicción, lo que trae  aparejado una educación superior en que las metas se diluyen entre tendencias prospectivas, utópicas, dialécticas, o de distinta naturaleza.  Esta diversidad y contradicción permanente, dificulta la puesta en marcha de innovaciones oportunas en la educación superior.  A manera de ilustración, piénsese por ejemplo reales, o incluso en lo que Mönckeberg denomina “revolución de las aspiraciones” del hombre medio contemporáneo. Todo lo cual afecta seriamente la solidez de nuestros cánones culturales y el orden social imperante; más rápidamente que nuestra reacción y adecuación ante la estructura educacional y su sistema de entrega de contenidos.  Así, el cambio es pues, el rasgo distintivo de nuestra época. Paralelo a esta situación, en los países de A. Latina, hoy también se percibe una crisis de adaptación de la universidad frente a las nuevas condiciones sociales, culturales y políticas en general.

Precisamente, ante este quiebre, aparecen las nuevas aspiraciones del marco social; la aspiración del alcanzar una mejor calidad de vida y el deseo de tener más acceso a los bienes y servicios; así como también el legítimo deseo de obtener una mejor formación educacional; tanto en lo referente al campo de las ciencias formales, como al ámbito de las ciencias naturales y al campo de las ciencias sociales y humanas.  Tales anhelos contemporáneos -que incentivan los cambios esperados- pasan necesariamente por una adecuación epistemológica de la currícula universitaria; de modo que ésta no sólo posibilite la comprensión de las teorías en boga, sino que además permita profundizar acerca del contexto del descubrimiento en que estas se produjeron.

Por tanto, la crisis de la educación superior apunta principalmente a la currícula universitaria. La atención que actualmente se le otorga a la currícula universitaria, se comprende por la importancia que ésta ha adquirido en el último tiempo, y en especial, por una mayor comprensión que se tiene de ella en los círculos académicos. Se ha comprendido que la currícula es uno de los medios para asegurar que en la formación de los estudiantes, están presente determinados modelos de aprendizaje, ciertos patrones de conducta y formas de mediación cognoscitiva en general, que se estima que los estudiantes aplicarán posteriormente en su desempeño profesional y social.

La revisión conceptual y metodología de la currícula universitaria, en la actualidad, muestra que la necesidad de un currículum abierto y flexible, los principios de intervención educativa con sus respectivos modelos de aprendizaje; así como también la metodología más activa, original y holística; va siendo cada día más corroborada en el terreno empírico y en el desarrollo de un currículum centrado en la antropología, en el hombre, tal como ya lo ha destacado Espina.

Por lo anterior, es fácil comprender que en nuestros días, la misión de la universidad se ha alejado del ideario de enseñar la cultura y más bien se enmarca en la tarea pragmática de formar profesionales y científicos. Se refuerza lo descrito con el estudio efectuado por UNESCO sobre las Carreras de Ingeniería en países, tales como Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Perú Colombia, Venezuela, México en que sólo consideran ingenieros de base científica, siendo éstos fuertes en Matemática, Física, Química, Ciencias de la Ingeniería y Computación (Letelier, 1998).  Empero, formar profesionales eficientes y científicos competentes, es un propósito nuevo que se disocia de la misión tradicional de la universidad, en su sentido original. Esto significa que la profesionalización; y la alta especialización que hoy entrega la universidad, no satisface el objetivo de formar un hombre culto, un hombre integral.

Con razón ya antes Ortega y Gasset había sugerido potenciar la difusión y desarrollo de la cultura en la educación superior; esto es, volver a la tarea primigenia de la institución universitaria: “..Por eso es ineludible crear de nuevo en la universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee.  Esa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes y más que ninguna otra cosa, la universidad”. 

Y para ello el filósofo español creía conveniente instaurar una “Facultad de Cultura”, que incluya la enseñanza de disciplinas tales como: biología, física, sociología, historia, filosofía; para que de este modo la universidad llegue a ser el órgano supremo de la educación espiritual de la sociedad, el más alto establecimiento de enseñanza intelectual y moral del estado. La humanidad actual y futura se cifra en la globalización de la información que genera el conocimiento, como esencia del auténtico saber. Así, Torres J., en su publicación “Globalización e interdisciplinariedad: el curriculum integrado, dice: “El mundo que nos ha tocado vivir es ya un mundo global en el que todo está relacionado, tanto nacional como internacionalmente; un mundo donde las dimensiones financieras, culturales, políticas, ambientales, científicas, etc., son interdependientes, y donde ninguno de tales aspectos, puede ser adecuadamente comprendido al margen de los demás”. Tal afirmación, conlleva a la interrelación de los conocimientos en aras del progreso de la humanidad.

En el ámbito de las carreras de ingeniería, uno de los tópicos que está en discusión en estos momentos, es el denominado “perfil del ingeniero para el siglo XXI”. Dicho tema alude a una búsqueda de ciertos elementos cognoscitivos, valorativos, sociales, psicológicos y antropológicos; que se estiman necesarios incluir en los planes de estudio de los alumnos de las Facultades de Ingeniería, para una posterior inserción exitosa y eficiente en el mundo profesional, en un universo laboral mundial, donde la tónica es la fuerte competencia, la globalización de los mercados, la instantaneidad de  las comunicaciones y el aparecimiento de una nueva organización social.

Así, la sociedad actual espera de los ingenieros, un doble rol: que contribuyan en las empresas a una gestión más exitosa para el dominio de los mercados, y que por otra parte, frente a la naturaleza, tengan una mirada ecologicista, muy distinta a la simple visión positivista y pragmática, que se ha venido dando desde fines del siglo XIX. Los propios ingenieros destacan estos aspectos como parte del perfil deseado; pero además visualizan la necesidad del complemento de la sabiduría, de las buenas relaciones humanas, del criterio oportuno y de la dotación de una fuerte dosis de sensibilidad para con los otros hombres.  Por ejemplo, en un Congreso de ingenieros organizado en Santiago de Chile, en 1993, se destaca el hecho de el ingeniero civil debe ser altamente competente en lo técnico, pero además debe poseer capacidades para administrar recursos con acentuación por los problemas ambientales, con una gran sensibilidad social, con sabiduría para administrar el recurso humano y con visión de futuro.

Tales requerimientos expresan el punto de vista de los propios ingenieros, y sugieren al mismo tiempo, una revisión en el plano curricular, de aquellas disciplinas que tradicionalmente  han estado consagradas a representar a las humanidades y  a  las  ciencias  sociales en el caso de que existan efectivamente en los planes de estudio de los futuros ingenieros.

Por otra parte, sugieren implícitamente pensar en la inclusión cuidadosa de nuevas asignaturas que den cuenta de los contenidos esencialmente humanistas, propiamente culturales; en el caso en que no existieran en los planes de estudio de los alumnos de ingeniería. Esto en el bien entendido de contar en un futuro no muy lejano, con un currículum más armónico, más integral y acorde con las demandas provenientes tanto de los propios ingenieros ya insertos en el ámbito laboral; como así también de las exigencias que surgen del marco social contemporáneo, de acuerdo a la visión de lo más óptimo esperado de ellos.

Para la obtención del ideal de un currículum armónico y equilibrado al servicio de las carreras de ingeniería, la presencia de las disciplinas humanistas resultan ser un sustrato cultural ineludible. Ello porque el ingeniero antes que profesional es un ser humano, y en este ámbito, es inevitable que dentro del sistema de la educación superior, los contenidos de la especialidad se orienten hacia el hombre. Así, como acota Giannini “para hablar de humanismo, para examinar su justificación y su persistencia, tendremos que referirnos y no puede evitarse, a nosotros mismos, a nuestra complicada humanidad, a nuestra errancia...”.

Lo anterior, alude al conjunto de valores y contenidos centrales desde y hacia el hombre, hacia un tipo de conocimientos que no tiene un interés pragmático y que no se agota en su utilidad. Es justamente por esto, que en las humanidades encontramos los valores y la sabiduría integradora que no hallamos en las disciplinas de las ingenierías en particular. Tales valores son a su vez, portadores de un mundo de ideas filosóficas, de determinadas concepciones de hombre y del mundo. El corpus teórico denominado ‘humanidades’ y que incluye entre otras expresiones al arte, la filosofía, la literatura, la historia, la ética o las lenguas clásicas por ejemplo; encierran una riqueza axiológica que es necesario conocer y comprender para posteriormente tomar mejores decisiones técnicas o profesionales.  Por ello no resulta extraño que en Estados Unidos, en 1989 la Encuesta Nacional de Docentes -que mide los objetivos básicos para la educación de pre-grado- haya arrojado una alta ponderación para las metas humanistas dentro de la formación.  Entre estas: entregar conocimientos de Historia y Ciencias Sociales (94.6%), enseñar a apreciar la Literatura y las Artes (91.5%) y formar valores en los estudiantes (87.0%). (Boyer. 1990).

El parágrafo precedente, permite colegir la visión humanista e integral propia del deber ser de la educación superior, que manifiestan los académicos norteamericanos acerca de los grandes objetivos que deben considerarse en los estudios de pre-grado. En nuestra realidad latinoamericana referente a la formación de los ingenieros; los criterios curriculares tecnologizantes y economicistas, han dejado atrás la presencia de las humanidades en los planes y programas obnubiladas por la presencia avallasadora de las disciplinas de la especialidad. Así, el antiguo anhelo de la formación integral en las facultades de ingeniería de nuestros países latinoamericanos, está muy lejos de alcanzarse con la estructura curricular vigente.

En América, en las Facultades de Ingeniería de muchas universidades se encuentran trabajando en una propuesta que reestructure  los planes de estudios de los futuros profesionales de la ingeniería; dicha propuesta se piensa hacer extensiva a los distintos niveles de la formación ingenieríl existente:  Ingeniería de Ejecución, Ingeniería de Especialidad e Ingeniería Civil. Así, además de las áreas de formación matemática, ciencias básicas, ciencias de la ingeniería y diseño técnico; se incluye un área de estudios complementarios, que corresponden a las humanidades y ciencias sociales, arte, administración y otras, que complementarían el contenido puramente técnico de los antiguos planes de estudio. Ello indicaría que son los propios ingenieros los que se están dando cuenta de la conveniencia de fortalecer la presencia de las humanidades en su formación actual.

Por último, parece fundamental la acción del docente en la formación del profesional ingeniero, que comprende, según el aporte que hiciera  Marcos T. Masetto, de la Universidad de Sao Paulo, Brasil: “...el desarrollo del área cognoscitiva en lo que toca a la adquisición, elaboración, organización de informaciones, al acceso del conocimiento existente, a la producción de conocimiento, a la reconstrucción del propio conocimiento, y en cuanto a la identificación de diferentes puntos de vista sobre el mismo asunto, a la imaginación, la creatividad, la solución de problemas”. Más adelante, señala también que “...es necesario que el profesor perciba de manera creciente la vinculación que puede haber entre su asignatura y las demás del mismo programa de estudios. ¿Cómo podrán interactuar? ¿Es la relación interdisciplinaria una utopía? ¿Lo son las posibilidades de organizar un curriculum que cree espacios para aspectos nuevos, emergentes y actuales?. La relación profesor-alumno y alumno-profesor en el proceso de aprendizaje ¿Cómo asumir una actividad de docencia sin profundizar el conocimiento y la práctica de una relación con los alumnos que los ayude a aprender?...”.

Lo anterior, es una sugerencia de mejorar la relación profesor-alumno y viceversa, que parece ser también una invitación que en las Facultades de Ingeniería en América, reclama aún una respuesta.