Publicaciones de Zenobio Saldivia Maldonado (235)

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Zenobio Saldivia Maldonado

Vicepresidente de Conape (México) en Chile y Director Internacional de Cultura de Prensamérica Internacional, Chile. 

San Felipe es una ciudad ubicada a 32º 45’ de latitud Sur y a 70º 43’ de longitud Oeste, en el fértil Valle de Aconcagua, en la República de Chile. Es poseedora de una abundante tradición agrícola y de una notoria presencia cultural y artística en el país. En efecto, desde esta perspectiva San Felipe se enorgullece de haber tenido una presencia periodística que se remonta al siglo XIX chileno; así por ejemplo, entre estas expresiones filosóficas, humanistas y literarias, recordemos que ya en el siglo decimonono contaba con periódicos tales como El Chacabuco, El Censor, La Voz de Aconcagua, El sanfelipeño y otros. Y que en 1874, Domitila Silva y Lepe funda en San Felipe la Alianza Democrática de Mujeres, y que luego en 1909 se funda la Logia Masónica Patria y Libertad N°36, por mencionar algunos exponentes y/o hechos relevantes acaecidos en esta ciudad. 

Y entre sus máximos cultores de  las artes, la literatura y la cultura en general, más cercanos a nuestro tiempo, traigamos a presencia al político Guillermo Bañados Honorato (1867-1947), al escritor Hermelo Arabena Williams (1905-2000), o al pintor, poeta, escritor y miembro de la Academia Chilena de la Lengua Carlos Ruiz Zaldívar, fallecido en el 2010. O a la poetisa y presidenta de la Sociedad de Escritores de Chile, Filial San Felipe, Sra. Azucena Caballero Herrera, al poeta y escritor  Sr. Pablo Cassi, a los escritores Ernesto de Blasis y Marco López,  por ejemplo.

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Y en el plano periodístico del Siglo XXI San Felipe cuenta actualmente con Diario El Trabajo, fundado en 1929 y que actualmente es dirigido por el profesional Marco Antonio Juri Ceballos. Pues bien, a este medio comunicacional se incorporó hace unos años el destacado periodista Roberto González Short, oriundo de Costa Rica y que se ha caracterizado por insuflar un perfil dinámico y humanista a este medio, tanto en sus notas como en sus crónicas habituales. 

Pero más allá del cometido periodístico habitual referente a la entrega de noticias y de dar cuenta de los hechos y acontecimientos del marco social de la ciudad de San Felipe y de Aconcagua toda, este profesional se ha esforzado por cautelar la imagen histórica de Diario El Trabajo, pensando en el futuro y en las nuevas generaciones. Así, imbuido de este propósito González Short decidió realizar un acopio de los folios originales de las crónicas más relevantes del diario mencionado y otras de su autoría, para el recuerdo histórico, que se materializaron en  tomos y que luego fueron certificadas por las autoridades periodísticas y políticas de la zona, comenzando por el propio director de Diario El Trabajo, Marco Antonio Juri, el alcalde de San Felipe Sr. Patricio Freire y la entonces gobernadora Patricia Bofa Casas, quedando estampadas así las firmas, los nombres, los cargos y los timbres institucionales de dichas autoridades en hojas insertas para tal efecto, en las primeras páginas de estos 56 tomos. 

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Ahora bien, el compilador de estas crónicas, aprovechando su participación en la II Cumbre Internacional de Periodistas, realizada en Valledupar, Colombia en agosto del 2015, invitó a nuevas autoridades periodísticas internacionales a certificar la originalidad de dichas crónicas. Y así sumó a las anteriores certificaciones obtenidas en Chile, las firmas y constancias de destacados exponentes del periodismo latinoamericano y de las principales agencias internacionales, entre éstas, las firmas de Raúl González Nova, presidente de Conape Internacional, (México).

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Lo anterior nos permite colegir que tales crónicas de Diario El Trabajo de San Felipe, son tal vez, una de las fuentes comunicacionales escritas más certificadas y acreditadas nacional e internacionalmente en las esferas del periodismo chileno. Pues bien, ¿qué significa este inmenso esfuerzo del periodista Roberto González Short? A nuestro juicio esto implica al menos tres aspectos relevantes: 

En rigor, ello significa en primer lugar un deseo manifiesto de dejar debidamente asentado en la historia de la cultura y del periodismo un hito y un medio comunicacional: desde ahora hay un nuevo referente en el periodismo chileno y latinoamericano:

1. Existe un acopio de 56 tomos de las crónicas originales de Roberto González Short en los que se registran hasta 2020 los trabajos publicados a su paso por distintos medios de América.

2. Dichos tomos están debidamente certificadas por los pares de la comunicación nacional e internacional avalando la originalidad y calidad técnica y profesional de las mismas.

Y esto desde el punto de vista científico y de las ciencias sociales, constituye también una máxima expresión de búsqueda de la rigurosidad y objetividad para el ejercicio profesional. Es como cerrar con una bóveda de acero la seriedad de dicho trabajo.

3. Es un ejemplo para los jóvenes periodistas latinoamericanos, es un mensaje tácito: no basta con escribir y difundir lo acaecido. Para asegurar aquello y para garantizar su veracidad, ahora sabemos que está el recurso de la certificación de los pares primero y luego la de las autoridades. Con ello, la historia de la comunicación recibe el pasado con más confianza.

Valoramos este magno esfuerzo metodológico y de rescate histórico del periodista mencionado. A partir de ahora Diario El Trabajo, de San Felipe, ha quedado inserto en el derrotero histórico del periodismo latinoamericano y mundial.

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La Ciencia como objeto de estudio

ZENOBIO SALDIVIA M.

                                                       Universidad Tecnológica Metropolitana, Stgo. 

Dentro de la cultura contemporánea, la ciencia como objeto de estudio puede ser analizada desde diversas perspec­tivas; v.gr.: histórica, sociológica, o filosófica.  Para el primer caso podemos recurrir a la historia de las cien­cias; para el segundo enfoque, podemos adentrarnos en la sociología de la ciencia por ejemplo.  Y para el ámbito filosófico, lo mas apropiado es el análisis proveniente de la epistemología. 

Desde el ámbito de la historia de las ciencias, es posible visualizar por ejemplo, el dinamismo de las teorías químicas, físicas y biológicas; el aparecimiento de aparatos e instrumentos que permiten la mensuración de los fenómenos o procesos del universo, el incremento de los conceptos teóricos y operativos en las ciencias empíricas, o diversas revoluciones de determinados corpus teóricos que han traído aparejado un avance significativo en la comprensión científica del mundo. 

            Por su parte, la perspectiva de la sociología de la ciencia, focaliza la atención en la descripción y análisis de las formas de organización institucional de las comunidades científicas; en las interacciones de los hombres de ciencia con el resto de los componentes del marco social; en el uso de los descubrimientos científicos y en las consecuencias de los mismos para los distintos estamentos sociales; o en la presencia de determinadas formas de ideología en el proceso de investigación científica. 

Y en cuanto a la perspectiva filosófica para estudiar a la ciencia,  lo que se explícita a continuación pretende ser una muestra ilustrativa acerca de los temas de interés epistemológico. 

CIENCIA PURA Y CIENCIA NORMAL 

El concepto "ciencia pura" es una mera abstracción, es una diferenciación intelectual de obras y cometidos humanos.  La ciencia real es lo existente en la sociedad y en sus interacciones con el resto de la cultura, con la tecnología y con otras expresiones humanas.  La ciencia es un conjunto de actividades en desarrollo que se caracteriza por el empleo de métodos rigurosos y por la exigencia de procedimientos verificativos. Habitualmente a estas actividades que realizan distintas comunidades de individuos especializados se les denomina "ciencia normal". 

La ciencia trata de explicar el mundo, de darle una coherencia lógica, de aportar un sentido para la compren­sión de los hechos del mundo.  Pero el sentido, la orientación última no es del mundo, es del científico; o mejor aún, de las comunidades científicas. “El mundo no esta estructurado de por sí de un modo unívoco.  Somos nosotros los que lo estructuramos al proyectar sobre él nuestros conceptos." (1) 

            Así, el universo es caos y es el científico el que interpreta este caos y ordena explicativamente los hechos del mundo, al mismo tiempo que cumple una tarea productiva sobre los mismos. 

          La ciencia normal está fuertemente vinculada a la técnica, puesto que casi todos sus resultados, sus informaciones y conocimientos específicos, van dirigidos a fines prácti­cos, principalmente utilitarios.  La convergencia entre el interés científico y el espíritu práctico de la técnica, ya se visualiza en el auge y desarrollo sostenido de las sociedades y academias científicas propias del Siglo de la Ilustración.  Los miembros de estas florecien­tes comunidades, se dedicaban tanto al estudio de las ciencias naturales, como a la realización de experimentos y a la investigación de aplicaciones prácticas de los conocimientos científicos de la época.  Muchos de los informes de estas entidades dan cuenta de una manifiesta preocupación por los asuntos técnicos, v.gr.; el empleo de los gases y vapores, "los tintes, la fabricación de mejores telas, la ventilación de las prisiones, etc.". (2) 

            En el Siglo XIX, la conexión ciencia-técnica se consolida con los nuevos requerimientos cognitivos de la Revolución Industrial, en sus fases mas avanzadas.  En Chile también en este período, se visualiza el mismo espíritu pragmático que rodea a la actividad científica de la Europa decimonónica.  Así, por ejemplo, Claudio Gay en su Historia Física y Política de Chile destaca para la industria naciente, el conocimiento de alguna especie de flora o fauna nacional, v.gr.; ora una salicornia (para jabones) o una rosella (para tinturas). (3) 

Actualmente en la práctica, lo que se observa es un proceso de desarrollo incrementante científico-tecnológi­co, con carácter dialéctico.  La separación es solo mental, lo que efectivamente existe es el proceso, un continuo ciencia-tecnología. 

ALGUNOS PROBLEMAS EPISTEMOLÓGICOS 

Entre los problemas que actualmente se manifiestan al interesado en comprender la génesis y el desarrollo del conocimiento científico, la literatura especializada ­ofrece una gama muy amplia.  Sin embargo, pensando en los estudiantes de universidades principalmen­te tecnológicas, que pudieran leer estas notas; tal vez los más relevantes serían los siguientes: 

  • la aprehensión cognoscitiva
  • -la demarcación entre ciencia y metafísica
  • -el análisis de los conceptos científicos
  • -los límites de la ciencia y la tecnología
  • -las formas de hacer epistemología
  • -la unidad de las ciencias
  • -las dos culturas (Ciencias versus Humanidades)
  • -Ética de las Ciencias.

            Abordar, desde luego, todos los tópicos mencionados con una adecuada profundidad excede las pretensiones de este ensayo.  Por ello analizaremos aquí sólo la aprehensión cognoscitiva, el análisis de los conceptos científicos y la demarcación entre ciencia y metafísica. 

LA APREHENSIÓN COGNOSCITIVA 

       Se denomina así, al estudio de la adquisición del conocimiento; esto es, a la tarea de  dilucidar cómo es que acontece el conocimiento científico y el conocimiento individual, desde la génesis ontogenética hasta la conquista de las nociones y estructuras científicas.  Esto significa por una parte, explicitar la formación de los contenidos cognoscitivos y comprender el dinamismo de las opera­ciones lógico-matemáticas que implica el proceso de captación intelectual.  Por otra, es una temática que sugiere el estudio del desarrollo de las distintas formalizaciones incrementantes, en lingüística, matemáti­cas y lógica; así como también una manera de demandarle a las ciencias formales en general, una expansión de sus estructuras lógicas para que colaboren en la tarea de dar cuenta de las nuevas interacciones, de los nuevos observables.  Tales interacciones entre objetos de estudio acotados, se obtienen cotidianamente gracias al avance de la ciencia normal. 

           La cuestión cognoscitiva, dentro de la epistemología es más que un simple problema inserto en un universo de temas a dilucidar.  Es un hito en la marcha de la inteligi­bilidad, un momento del desenvolvimiento de  la razón para analizar sus propios límites y para determinar la validez del propio conocimiento. Tradicionalmente, el conocimiento ha sido percibido intelectualmente como una construcción histórica de visiones de mundo, características de un tiempo histórico determinado.   Más actualizadamente el análisis del conocimiento focaliza la atención tanto en el rol del sujeto como en el rol que desempeña el objeto.  Ello enfatiza la interacción como génesis de las construcciones cognoscitivas. A su vez, tanto la epistemología como la sociología de la ciencia contemporánea, están muy interesadas en lograr una explicación acerca de la base ideológica del conocimiento.(4)   Lo anterior,  sugiere un mayor énfasis  en analizar el conocimiento en su construcción histórica misma; esto es, en  los estadios de desarrollo en el cual determinadas verdades alcanzan el nivel de tales.  Las tendencias contemporáneas, por tanto, indican una mayor preocupación por las condiciones históricas y epistemológicas en las cuales se obtiene el saber.  Ello está aparejado a los criterios de validez que utilizamos para determinar un conocimiento como verdadero.  Se estaría produciendo así, un viraje en el interés cognoscitivo; más que estudiar el resultado, o el producto final del conocimiento (el carácter pragmático de la investigación) se estaría llamando la atención en el proceso mismo de la gestación del conocimiento (en las distintas etapas de su construcción) . Este es, por ejemplo, el camino seguido por Piaget y otros constructivistas que privilegian la búsqueda de estructuras, como una forma de estudiar el conocimiento desde dentro. 

LA DEMARCACIÓN ENTRE CIENCIA Y METAFÍSICA 

Dicho problema tiene una raigambre positivista, puesto que ya los positivistas lógicas fueron los primeros en formularlo.  Para ellos, el conocimiento científico es aquel tipo de saber que utiliza proposiciones lógicas o proposiciones que pueden ser verificadas por la experien­cia (exigencia de la verificación). 

Las proposiciones filosóficas, al no cumplir con el requisito mencionado, no podían ser consideradas ni como verdaderas ni como falsas; por lo tanto, debían  ser consideradas como proposiciones "sin sentido" . Y los nuevos enunciados resultantes de las combinaciones de las mismas serían "pseudoproblemas".  Así, un discurso que utilice estos tipos de proposiciones "sin sentido”, no participarían del conocimiento científico y quedarían en el terreno de la metafísica. 

            Otros autores, v.gr. Piaget, comparten también la exigencia de la verificación experimental para las proposiciones científicas, pero este investigador estima además que el problema no está en el ámbito de la lógica formalizante, sino más bien en el ámbito metodológico: “... cualquier problema según el modo como se lo plantee, y una vez bien delimitado, puede convertirse en un problema científico...”. (5)              

               Por tanto, si en torno a un problema específico, es posible delimitar bien el objeto de estudio y aplicar sobre él un método que cumpla con los cánones científicos, entonces ese contenido puede llegar  a ser científico. De este modo, la visión piagetana no considera la existencia de fronteras definitivas entre filosofía y ciencia. 

Popper por su parte, plantea que el científico analice detenidamente las nociones de "ciencia empírica" y "metafísica”, para evitar que la primera incluya proposi­ciones de la metafísica y reduzca así, las probabilidades de tener contenidos equivocados.  Sugiere, además una nueva convención para las comunidades científicas; que el criterio de demarcación no sea la verificabilidad sino la falsabilidad.  

Ello indica que el discurso científico sería tal, no porque sus proposiciones que constituyen hipótesis, sean suceptibles de ser verificadas por los pasos del método experimental; sino porque tales hipótesis puedan ser refutadas o falseadas por otros enunciados.  Lo anterior, requiere  previamente, de la formulación de  al menos, un enunciado básico que contradiga el enunciado científico sometido al proceso de falsación; si no es este el caso, continúa siendo válido el enunciado sometido a falsación. (6) 

En rigor, hay que reconocer que existen también otras posiciones para analizar el tema, pero los enfoques precedentes parecen ser los más importantes.  Y de tales argumentos es posible obtener, al menos, dos conclusiones: 

1.- Las comunidades científicas continúan ininterrum­pidamente con su tarea rutinaria de ciencia normal, sin detenerse a clarificar el problema de la demarcación.

2.- La discusión epistemológica continúa aún principalmen­te entre los filósofos de la ciencia, los sociólogos del conoci­miento y los epistemólogos provenientes de las ciencias; pero sin alcanzar un acuerdo intersubjetivo sobre el límite entre ciencia y metafísica. 

EL ANÁLISIS DE LOS CONCEPTOS CIENTÍFICOS 

La epistemología cumple también el rol analítico de estudiar la estructura del discurso; principalmente por su interés en el análisis de los conceptos que empleamos en la vida cotidiana y en la esfera científica.  Ello, para determinar sus relaciones con el significado de otras nociones científicas.  Esta tarea no la realizan los miembros de las comunidades científicas, porque para ellos es una actividad "incidental”; en cambio sí se realiza en el ámbito filosó­fico porque aquí pasa a ser una labor ''esencial''.  Recuér­dese que de ordinario, la función del filósofo ha sido la de exigir una clarificación o una mayor precisión en el uso de nuestros conceptos.  Por ello Platón desarrolla su arte dialéctico, por ejemplo. 

             Al analizar el sentido exacto de los conceptos que empleamos en diversos cometidos humanos, la epistemología cumple una fase previa para posteriormente colaborar con la tarea científica de dar cuenta de los hechos del mundo.  Por lo demás, uno de los roles tradicio­nales de la filosofía ha sido en análisis del lenguaje; esto es, el análisis del discurso que empleamos cuando hablamos de la naturaleza, la sociedad o de nosotros mismos; no en vano siguen vigentes los principios lógicos y los cánones de corrección formal del pensamiento, que la ciencia debe a la lógica clásica - disciplina esencialmente filosófica- que colabora   en la formulación de hipótesis y enunciados científicos en general. 

Por otra parte, al estudiar las nociones científicas por ejemplo, se centra la atención en una función denomina­da análisis formalizante del lenguaje.  De este modo se alcanza una teorización sobre una de las conquistas científicas más preciadas: sus conceptos específicos.  Así, una porción significativa de la literatura de la filosofía de la ciencia, corresponde a una teorización de los resultados científicos, a la clasificación de la ciencia y al análisis del discurso científico en general. 

El argumento precedente sugiere una colaboración entre filósofos y científicos para la propia comprensión que poseen estos últimos, sobre los conceptos que utilizan. Es también   una forma de aportar nuevos elementos de juicio para la reflexión sobre los fundamen­tos de las distintas disciplinas. 

NOTAS 

1.- Mosterín, Jesús:   Conceptos y Teorías en la Ciencia. Alianza Editorial, Madrid 1984, pag.12. 

2.- Forbes, R.J.:  La Conquista de la Naturaleza.  Monte Ávila Editores, Caracas, 1969, pag. 45. 

3.- Cf. Barros Arana, Diego: “Don Claudico Gay y su obra “Revista chilena”. T. III J., Núñez Editor, Stgo. 1875, pag. 232. 

4.- Cf.  Bunge, M. : Sociología de la Ciencia. Ed. Siglo Veinte, Bs. Aires. 1993. 

5.- Piaget, Jean et al.: Debates sobre psicología, filosofía y Marxismo. Amorrortu Editores, Bs. Aires.1973, pag. 14. 

6.- Cf. Popper Karl  : La lógica de la investigación científica.  Técnos, Madrid, 1971.

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Zenobio Saldivia M.

Antes que nada, es conveniente aclarar que se pretende aquí una comparación muy sintética y principalmente con fines pedagógicos, puesto que una confrontación exhaustiva implicaría revisar –si no todas-  al menos una cantidad importante de  las diversas obras de los autores mencionados, en relación a sus respectivas maneras de concebir la ciencia. Sin embargo, como una aproximación que tienda hacia una comparación de esta naturaleza, que podría ser enriquecida para estudios de la epistemología, desarrollaremos en estas notas una valoración y análisis de algunos puntos de convergencia entre los pensadores aludidos en el epígrafe y que al mismo tiempo, nos muestran los rasgos de su concepción sobre la ciencia, para lo cual nos basamos en algunos de sus artículos que se indican en la bibliografía. 

Así, un punto que sobresale de inmediato, es que los tres autores consiguen la ciencia como un proceso, esto es,  como una actividad de creación constante que desde sus niveles práctico y teórico que la conforman, va dándose su propio cuerpo orgánico, acumulando las conocimientos en forma ordenada, coherente, sistémica y en estrecha vinculación con el desenvolvimiento social. Así por ejemplo Popper, -refiriéndonos a la ciencia en general sostiene: “Por lo tanto, la tarea científica se renueva constantemente, podemos avanzar eternamente, procediendo a dar explicaciones con un grado de universalidad más y más elevada, a menos que lleguemos a explicaciones últimas…” y Einstein, refiriéndose al desarrollo específico de la física: “ en nuestro ámbito de trabajo, nos vemos afectados por la eterna antítesis entre los componentes inseparables de nuestro conocimiento: lo empírico y lo racional”. También Feyerabend, aludiendo a la cognición humana en general: “El proceso mismo no está guiado por un programa claramente definido; y no puede ser guiado por tal programa porque es el proceso el que contiene las condiciones de realización del programa”. 

Por otra parte, todos manifiestan un consenso en cuanto a que las leyes universales logradas a través del quehacer científico, no nos entregan una explicación sobre la esencia última del mundo. Aunque ninguno de ellos explicita mayormente el asunto, no es difícil comprender la imposibilidad de una explicación científica sobre la esencia o estructura última del mundo, entre otras razones, porque como ya señalamos en el punto anterior, la ciencia es un proceso, y como tal, alude a una forma de trabajo que no ha decantado toda su información y conocimiento y que siempre está aportando nuevos conceptos y teorías que explican con más precisión la realidad; también claro está, porque sostener que algo se ha logrado una explicación supraglobalizante, totalmente acabada, que dé cuenta de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, significaría un corte epistemológico en el desarrollo de la actividad científica, que fomentaría una ciencia normal eternamente rutinaria y generaría un inmovilismo en el plano de la investigación teórica; y por otra parte, paralizaría el desarrollo cognoscitivo de la humanidad, dando por sentado que se habría llegado al más extraordinario nivel de evolución de la abstracción, y por tanto de la lógica, de la metodología, del lenguaje científico, de las aplicaciones tecnológicas, etc… en una palabra la racionalidad conocería todos sus contornos, su punto de llegada y su límite. 

Sin embargo, los mismos estudiosos comparten el criterio de que las leyes aportadas por as ciencias, favorecen una mayor penetración en la estructura del mundo, es decir, una mayor comprensión ontológica, como así, también una mayor comprensión y claridad sobre la realidad humana y social. Al respecto, veamos la opinión de Popper: “aunque no creo que mediante leyes universales podamos llegar a descubrir la esencia última del mundo, no me cabe la menor duda de que podemos esforzarnos por penetrar cada vez con mayor profundidad en las leyes de la estructura de nuestro mundo…” . Einstein: “estoy convencido de que, por medio de construcciones puramente matemáticas, podemos descubrir los conceptos y las leyes que los conectarán entre sí, que son los elementos que proporcionan la clave para la comprensión de los fenómenos naturales”. Y Feyerabend, de una manera un poco más indiscreta: “… las teorías a ser claras y “razonables” sólo después que partes incoherentes de ellas han sido utilizadas durante largo tiempo”. 

Ahora, en cuento a la determinación de los niveles cognitivos que implican el desarrollo de la ciencia, los autores mencionados, participan de la noción de ciencia como un proceso de avance cognoscitivo que parte de la experiencia y que termina en ella, pasando por una teoría enriquecedora. O dicho en otros términos: los círculos científicos postulan leyes y teorías desde una práctica social y cultural determinada, las cuales están estrechamente ligados con el cuerpo teórico acumulado de una ciencia particular y con el conjunto de hechos empíricos que logra explicar la nueva ley; expresado esta vez con palabras de Einstein: “La estructura del sistema es el resultado del trabajo de la razón, el contenido empírico y sus mutuas relaciones deben hallar sus representaciones en las conclusiones de la teoría”. Y luego en otro contexto: “El puro pensamiento lógico no puede brindarnos ningún conocimiento del mundo empírico. Todo conocimiento de la realidad comienza en la experiencia y desemboca en ella”. 

Por su parte Feyerabend estima que el desarrollo de la ciencia se produce en cada momento histórico por la relación idea-acción que se da en todos los procedimientos cognoscitivos que tienden a desplazar la función obstaculizarte de las nuevas teorías; las cuales cobran su sentido pleno en la ejecución misma de los nuevos argumentos científicos. Esto es, en la práctica, o en la acción misma, que pasa a ser el estadio donde la teoría consigue precisar mejor un fenómeno o conjunto de fenómenos. Dicha relación idea-acción, es para él un proceso que se detiene en ninguna de las instancias; no tiene un télos definido desde fuera y su finalidad descansa en las posibilidades   de acción. Presenta un en ejemplo que muestra tácitamente los estadios cognitivos de práctica-teoría-práctica: “Los nulos usan palabras, las combinan, juegan con ella hasta que atrapan insignificado que hasta ese momento ha permanecido fuera de alcance. Y la actividad inicial con carácter de juego es un presupuesto esencial del acto final del entendimiento”. 

Por su parte, en la prosa de Popper no apreciamos con claridad un pronunciamiento sobre esta vinculación en el artículo estudiado, por su critica al esencialismo y a la metafísica en general como conductora de la ciencia, -especialmente al idealismo platónico-, o por las características que le atribuye a las teorías, tales como universalidad, profundidad, contractibilidad, etc. Así como por la idea compartida con sus pares, al concebir la ciencia como un proceso, podemos colegir con cierta licencia, que participa de un enfoque similar. 

            La ciencia y su vinculación con el desarrollo del conocimiento. Esta es otra nota esencial del concepto de ciencia que se aprecia con nitidez en los trabajos de Einstein, Popper y Feyerabend. Así el primero se preocupa en forma relevante por precisar las bases cognitivas que permiten establecer la realidad del mundo exterior y destaca entre estas; la formación del concepto de los objetos materiales, la atribución de significación a un objeto material, la coordinación de la experiencia sensorial con los conceptos, etc. En general, considera a la ciencia, como un estadio de mayor perfección lógica del pensamiento cotidiano y subordina directamente el crecimiento científico al desarrollo gnoseológico: “Resultará imposible para el científico avanzar sin la previa consideración crítica de un problema verdaderamente arduo: el problema de analizar la naturaleza del pensamiento de cada día”. 

En el discurso de Popper encontramos una posición análoga, en tanto éste le asigna a la ciencia el cometido principal de dar explicaciones satisfactorias de los fenómenos del universo, tarea que es realizada principalmente en virtud de dos elementos lógicos y metodológicos propios del trabajo científico y que denomina: “explicandum” y “explicans”. El primero es el conjunto de enunciados que describen el asunto a explicar y el último corresponde a los enunciados propiamente explicativos. Así, enmarcados en este ámbito teórico y estructural acontece el quehacer científico es un desenvolvimiento de explicitaciones que van de lo conocido a lo desconocido. 

Por su parte, Fayerabend expresa que la ciencia crece y perfecciona sus argumentos. Por el papel de retroalimentación que cumplen los métodos científicos enmarcados en una dinámica histórica que podríamos llamar de “quiebres metodológicos”; esto es que en ciertas condiciones socio-culturales los investigadores rompen las reglas metodológicas imperantes y con ello hacen avanzar el conocimiento más allá de los argumentos existentes en la época, para satisfacer en forma más adecuada una explicaciones de los eventos de la naturaleza y la sociedad; con lo cual se produce además de la ruptura metodológica, una apertura cognoscitiva al superar la visión aportada por las teorías que participaban de la canónica clásica. Pero esta arremetida metodológica que generó un caudal de nuevos conocimientos, tiende a su vez a institucionalizarse con todos los mecanismos de inhibición intelectual, social y política que logre validar. Para superar estas etapas de estancamiento en los argumentos científicos, propios de la ideología imperante que avala y defiende las últimas conquistas metodológicas, propone el principio de la proliferación de teorías, que en síntesis consiste en hacer contrastaciones entre teorías, que sean inconsistentes con los punto de vista usuales y en generar una gama muy amplia de innovaciones que van desde lo científico, a lo social y político: “Tomando el punto de vista opuesto, sugiero la introducción, elaboración y propagación de hipótesis que sean inconsistentes o con teorías bien establecidas o con hechos bien establecidos. O dicho con precisión sugiero proceder contrainductivamente además de proceder inductivamente”. 

Ahora bien, podríamos seguir con esta enumeración, pero según nuestro propósito inicial, estimamos que con estas notas sería suficiente. Por otra parte, ampliar estas superposiciones teóricas, requeriría tener acceso a mayores fuentes bibliográficas, de las cuales por ahora carecemos. Es importante destacar por último, que la noción de ciencia de estos estudiosos implica una expresión de extraordinaria objetividad, una amplitud y abertura hacia las conquistas teóricas y sociales. Y sobretodo; en lo referente a las estructuras metodológicas, a los planteamientos lógicos, a los criterios de verdad, así como a los principios filosóficos, esta visión de la ciencia en el marco de las ideas de los autores tratados, no indican una certeza absoluta para dar cuenta de los hechos del mundo, sino más bien, sólo aproximaciones a la verdad, sólo las mejores aproximaciones posibles gracias al dominio cognoscitivo alcanzado por esta forma de trabajo llamada ciencia.

Referencias Bibliográficas: 

  • Einstein, Albert:             “Sobre la teoría de la relatividad y otras contribuciones científicas”.

Antoni Bosch, editor, Barcelona 1982.

  • Feyerabend, Paul:         “Contra el método”.

Ed. Ariel. Barcelona 1974.

  • Popper Karl:                 “Conocimiento objetivo”.

Ed. Tecnos, Madrid 1982.

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Zenobio Saldivia Maldonado * 

Antecedentes 

Luego del terremoto acaecido en nuestro país la noche del 27 al 28 de Febrero del 2010, la imagen de la Armada de Chile, como entidad científico tecnológica eficiente operativa y socialmente oportuna, sufrió un serio deterioro. Ello como consecuencia de una serie de falencias o irregularidades en las tareas que debían asumir inmediatamente, en estos casos, las autoridades de una unidad  dependiente de la Armada de Chile: el Servicio de Hidrográfico y Oceanográfico (SHOA); entre éstas, dar la alerta de tsunami. Por ello el 25 de marzo del presente año, el gobierno expulsó del servicio naval activo, al Capitán de Navío Mariano Rojas, ex director de la mencionada entidad. Lo anterior, correspondió a un quiebre notable en la imagen del estatuto científico tecnológico nacional del que gozaba la Armada, como también  en el ámbito internacional, que vio con sorpresa estos avatares; en especial, toda vez que entidades similares a la mencionada, avisaron con antelación sobre el inminente fenómeno del tsunami que se desplazaba por el Océano Pacífico en la fecha indicada: el amanecer del 28 de febrero. 

El pasado meritorio

Las primeras aportaciones científicas de la Armada, en rigor, se remontan hasta los años treinta del Siglo XIX en el marco de los primeros trabajos hidrográficos y cartográficos que realizan los oficiales siguiendo las indicaciones de sus superiores. Así por ejemplo, uno de los primeros trabajos científicos realizados por personal de la Marina de Chile, corresponde al levantamiento cartográfico del Río Bueno, en Valdivia, realizado por el Teniente Felipe Solo de Zaldívar, en Diciembre de 1834, bajo las órdenes del Capitán de Fragata Roberto Simpson. En este plano se da cuenta  de la latitud  y características del río Bueno. El informe final concluye  situando al río  Bueno  a 40º 10’ de Latitud  Sur y a 73º 45’ de Longitud Oeste de Greenwich, y declarando la desembocada  de dicho río como innavegable.
 Pero no son estos trabajos, los únicos aportes científicos de que envían a la metrópolis, los oficiales de la Armada en esta época, también se dan el tiempo para observar especímenes de la flora y fauna o fósiles que consideran relevantes. Así por ejemplo, en cuanto al período que analizamos, recuérdese que Enrique Simpson, envía al Director del Museo Nacional, Dr. R. A. Philippi, huesos petrificados de ballena, para su diagnosis. El propio Philippi lo recuerda en estos términos: “El Comandante E. Simpson tuvo la suerte de encontrar en la cancagua endurecida de la Bahía de Ancud, un esqueleto, al parecer entero, de una ballena i trajo un gran número de estos huesos al Museo”.  Por ello, más tarde, en la obra de R. A.  Philippi (Los Fósiles Terciarios i Cuartarios de Chile), aparecida en  1887, aparecen algunos referentes paleontológicos con las denominaciones en honor a estos oficiales preocupados de conocer el pasado orgánico de Chile. Entre éstos, por ejemplo recordemos algunos observables científicos encontrados en Chiloé: Pecton Simpson y Artemis Vidali Ph. El primero corresponde a un fósil del período terciario, en homenaje a Enrique Simpson, y el segundo que corresponde a conchas de una variedad de almeja, en reconocimiento a Ramón Vidal Gormaz, hermano del destacado hidrógrafo.  Y por supuesto, también hay muchos especímenes en homenaje a Francisco Vidal Gormaz -a decir verdad, la mayoría son en reconocimiento a Francisco Vidal Gormáz- pues éste oficial en diversas ocasiones debe realizar exploraciones con científicos y es frecuente que los naturalistas como reconocimiento a la cooperación prestada por el superior, o por el interés específico que  éstos manifiesten, denominen con su apellido a los nuevos exponentes del mundo orgánico que van clasificando. V. gr. recordemos el coleóptero Cicindela Vidali, descripto por el naturalista del Museo de Historia Natural.
La cooperación teórica entre los oficiales navales y los científicos, sin embargo, no se agota en la confección de las cartas hidrográficas, planos topográficos o informes meteorológicos, o en el envío de referentes para la diagnosis; sino que además, algunos oficiales entran al terreno analítico, para discutir o dejar de manifiesto ciertos errores, propios de los observables de estudio en disciplinas no sólo de hidrología o cartografía; sino también en geografía, u otras ciencias de la tierra. Es el caso por ejemplo de Francisco Vidal Gormaz que en 1873, analiza el Plano Topográfico y Geológico de la República de Chile, confeccionado por Amado Pissis. Al respecto, el oficial naval mencionado, va dando cuenta de diversos datos incorrectos y de omisiones relevantes en dicho plano. Y en cuanto a Chiloé, Francisco Vidal Gormaz, señala que Pissis, al diseñar la bahía de Ancud, olvida los farellones de Carelmapu i la isla Cochinos, por ejemplo. En fin, los aportes de los oficiales de la Armada, entre los años sesenta y ochenta del Siglo XIX, en las revistas científicas del período, son numerosos y continúan hasta comienzos del Siglo  XX, con las exploraciones en Chiloé, Aysén y Magallanes. 
Inserción de la Armada a la Red de instituciones científicas
Independientemente de todos los aportes anteriores, la Marina de Chile, se muestra ante el país y ante el mundo como una entidad que posee definitivamente un estatuto científico con la creación en 1874, de la Oficina Hidrográfica de la Armada, en Santiago, gracias a los esfuerzos del oficial Francisco Vidal Gormaz, que pasa a ser su primer director. Es la génesis institucional del actual Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada. A partir de aquí se produce un incremento  en cuanto a los trabajos hidrográficos, cartográficos y meteorológicos y astronómicos  de la entidad, todo lo cual se va difundiendo en las revistas científicas de la época y en los propios órganos científicos que va creando de la Marina. Es un momento significativo ara la institución, que se traduce en un verdadero boom de publicaciones científicas. Así, nada más como referencia, recordemos que luego de 13 años desde su génesis, la Oficina Hidrográfica genera contactos con entidades científicas nacionales e intercambia sus publicaciones sistemáticas, así como también a su vez, va recibiendo diversos medios  comunicacionales,  tales como: la revista Militar de Santiago, la Revista Médica de Santiago, Anuario de la Oficina Central Meteorológica, Anuario del Observatorio Astronómico, Anuario Estadístico de Chile, Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, por mencionar algunos. Por ello, ya a fines del Siglo XIX, la Oficina Hidrográfica de la Armada, posee una amplia red de contactos  con decenas de entidades similares de América, Europa y algunos países de Asia; con los cuales interactúa y recibe las respectivas publicaciones científicas. Entre estas: Annales Hydrographiques, de París, Francia; la Revista General de Marina, de Madrid, España; Boletim da Sociedad de Geographia, de Lisboa, Portugal;  Boletín de la Academia de Ciencias de Córdoba, Argentina. 
A su vez, la participación de la Armada en la Cesión de la Soberanía de la Isla de Pascua al Gobierno de Chile en 1888,  nos permite colegir que la aportación cartográfica previamente preparada por los oficiales de la Armada, haya jugado un rol relevante para dimensionar el cuerpo físico y el locus de apoyo  geopolítico que ello significó para el país. Y también, no hay que olvidar que esta impronta científica internacional, se agudiza con la presencia de oficiales navales chilenos en Europa y EE.UU., a fines del Siglo del Progreso. Tal es el caso por ejemplo, de Francisco Vidal Gormáz, quien viaja al Congreso del Meridiano en Washington (1884) y al Observatorio Astronómico de la misma ciudad. En dicho evento se decide adoptar un meridiano único para todas las naciones, quedando el meridiano de Greenwich como 0 común de longitudes. Y se determina además que la forma más apropiada de contar las longitudes será de 0º hasta 180º, siendo + las longitudes orientales y - las occidentales.  Luego, Vidal Gormáz recibe orden de viajar a Europa, para nuevas tareas de representación institucional.

A su vez, también en el imaginario colectivo de los inicios del Siglo XX, la Armada es percibida como una entidad científico tecnológica operativa muy  eficiente; por ejemplo, en los aciagos días de Agosto de 1906,  tras el terremoto de Valparaíso, cuando dicha ciudad queda aislada de sus fuentes energéticas y del resto del país quedando a merced de los asaltantes, que realizaron pillajes y saqueos. Y por ello,  se designa  como Jefe de Plaza del puerto al Almirante Luis Gómez Carreño, quien desde su oficina en una carpa en la Plaza Victoria, ordena la distribución de alimentos y agua potable, y supervisa la remoción de cadáveres y la demolición de edificios en peligro de desplome.  []También el Almirante ordena fusilar []a algunos ladrones sorprendidos In fraganti. Diez años después, otro hito importante del desarrollo científico y  naval de la Marina de Chile,  que los chilenos y el mundo en general, reconocen como meritorio, corresponde al salvataje del buque “Endurance, que conducía a científicos y tripulantes de la Expedición Científica inglesa dirigida por Sir Ernest Shackleton, cuya tripulación quedó atrapada en los hielos antárticos, siendo rescatada por tripulantes de la Armada de Chile el 30 de agosto de 1916. El merito le correspondió al oficial Luis A. Pardo Villalón, comandante del escampavía 'Yelcho', quien arriba a Punta Arenas con los científicos ingleses sanos y salvo; todo lo cual, constituyó un acontecimiento popular que enalteció el ego de los marinos chilenos y el orgullo de la población. La ciudadanía embanderó la ciudad y se lanzó gozosa hacia las calles para celebrar el evento. El oficial Pardo Villalón y su tripulación, habían realizado una hazaña que asombró al mundo entero y dejó en muy buen pié la experticia náutica y logística de la Armada de Chile. La euforia fue general, y las autoridades de la época, decidieron que los protagonistas del rescate fueran llevados al centro del país para rendirles allí el justo homenaje a su incomparable hazaña; algo similar a lo acontecido ahora en el 2010, con nuestros queridos treinta y tres  mineros.

Lo contemporáneo 

Por su parte, volviendo a nuestra era, luego de los avatares para rescatar a los mineros, durante poco más de dos meses, los chilenos se han sentido complacidos por la participación del equipo naval que finalmente  se incorporó en el operativo de rescate de los mineros y que quedó compuesto por el Capitán de Fragata SN Andrés Llarenas, el Sargento 2° y Aspirante a Oficial de Mar Roberto Ríos, el Sargento 2° Cristián Bugueño y el Cabo 1° IM Patricio Roblero; todos los cuales pasaron a formar parte del Grupo de Tarea Naval 33, bajo el mando del Capitán de Navío Renato Navarro. Esta unidad, en la práctica, representó el apoyo de la institución a las otras fuerzas humanas y sociales  desplegadas en el lugar. 

Así, con el fin de llevar a buen término su humanitaria tarea, el personal naval se  entrenó y preparó diariamente para cumplir con las exigencias establecidas por las autoridades médicas y por el gobierno,  para asumir el rescate de los mineros atrapados en la subterra  desde el pasado 5 de agosto. Lo anterior, obligó a los oficiales de la Armada, a estudiar las distintas situaciones emergentes que pudieran darse en una situación de tal naturaleza, con el objeto de  tomar las medidas más adecuadas si fuere el caso.

Finalmente, las autoridades políticas determinan que los mineros sean traídos a la superficie con ayuda de la cápsula "Fénix", construida en la planta de los Astilleros y Maestranzas de la Armada (ASMAR), en Talcahuano. Dicho artificio (del cual se construyeron tres), estaba provisto de un sistema de aire enriquecido,  de medios de comunicación e imbuido de arneses de alta tecnología para chequear los datos vitales de los trabajadores, durante el ascenso.

A su vez, también  se decide que los rescatistas que bajarían al nivel de la mina donde se encontraban los mineros, serían médicos de la Armada. En efecto, ellos fueron Roberto Rivas, miembro de Fuerzas Especiales de la Armada, enfermero naval y buzo táctico; Patricio Robledo, infante de marina y también miembro de FF.EE.; Cristián Bugueño, sargento segundo y técnico en apoyo clínico en laboratorio. Dichos profesionales, han manifestado en diversas ocasiones a los medios de comunicación, que se sintieron competentes y suficientemente preparados para tales requerimientos.

Y en relación a los últimos acontecimientos del presente año, por ejemplo el terremoto y tsunami que afectó a Japón el 11 de marzo del 2011 y ante las  eventuales réplicas de tsunami en las costas de nuestro país, la ciudadanía en  términos generales, en esta ocasión, se mostró satisfecha por las medidas de precaución que debió asumir la Armada nacional, luego de las decisiones gubernativas de poner en estado de alerta a algunas regiones costeras del país; entre éstas: el trabajo sistemático del Servicio Hidrográfico de la Armada (SHOA), el análisis continuo de los datos aportados por el organismo hidrográfico internacional Pacific Tsunami Warning Center (PTWC), el chequeo de las boyas Dart en nuestras costas, las cuales contribuyen a detectar eventuales tsunamis en gestación. Pero en especial, se percibió también un espíritu de cuerpo y de entrega hacia la comunidad, en la totalidad de las dependencias de la Armada. Todo lo cual muestra que la percepción social con respecto a esta rama de las fuerzas armadas de nuestro país, vuelve a su carril tradicional: el de respeto y comprensión.

Hacia una conclusión

Por lo anterior, si bien la Armada todavía no logra dejar totalmente atrás sus fantasmas de descoordinación y negligencias culposas, tanto intra muros como extra muros, es posible colegir que la imagen corporativa de la Armada de Chile, y en especial la idea que de ella se ha gestado en el entramado social, a partir de los inicios de la misma (1817-1818), ha retomado su cauce habitual; se ha reivindicado con la sociedad y en especial con los sectores más olvidados y más propiamente del ámbito productivo: los mineros. Con ello nuestra Marina se acerca al pueblo y sale favorecida, pues a la percepción tradicional de que la misma cubre las costas,  el mar y las profundidades marinas, se suma una nueva visión  social, que la percibe como extendiendo  su radio de acción desde el mar al subsuelo de las montañas. Todo lo cual, sumado al desempeño reciente de Armada luego del tsunani en Japón,  que ya comentamos, le  permite volver a asentar en el imaginario colectivo del país, la visión que el país siempre había tenido de ella: un claro reconocimiento a su capacidad científica y tecnológica y a una adecuada respuesta en relación al ámbito de la responsabilidad social que todas las entidades castrenses deben cautelar por su ideario ético y militar.

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­­­­­­­­­­­* Dr. en Historia de las Cs., Académico e investigador de la U. Tecnológica Metropolitana, Stgo.

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Zenobio Saldivia M., UTEM, Stgo., Chile y Maryorie Maya G., U. de Antioquia, Medellín, Colombia.

 
El hombre 

José Celestino Bruno Mutis y Bosio, nació en Cádiz, España, el 6 de abril de 1732. Es hijo de Don Julián Mutis y de Doña Gregoria Bosio.  Su familia fue numerosa pues llegaron a ser ocho hermanos. Durante los primeros años de su vida José Celestino dividía su tiempo entre el juego de pelota y el estudio en instituciones dirigidas por los jesuitas; dichos establecimientos en aquel tiempo, eran junto con los del ejército o los de la marina, uno de los principales medios de difusión de la ciencia en España. Mutis estudió gramática y filosofía en el Colegio Jesuita de San Francisco. Al parecer, su interés por el rigor lógico, su espíritu minucioso y la lectura de los clásicos griegos y latinos, tuvo aquí su génesis. 

Más tarde,  en 1748 inició su carrera de Medicina en la Universidad de Sevilla y casi al mismo tiempo; esto es, en 1749, ingresa al Real Colegio de Cirugía de Cádiz, donde tuvo un primer acercamiento a la medicina y cirugía modernas, apoyadas en la física, la química, la botánica, la anatomía práctica y la enseñanza clínica.[1] En este período, Mutis está siguiendo simultáneamente los estudios de medicina entre 1748-1753 y los de cirugía entre 1749 y 1752. Entre los maestros que le dejan cierta impronta figura Pedro Virgili; quien era uno de los grandes  exponentes de la cirugía española, y quien además, logró fusionar las Facultades de Medicina y Cirugía. Mutis de pronto se ve confuso, pero dentro de su psiquis siente la satisfacción de ser uno de los primeros médicos-cirujanos de España, egresado de la nueva entidad. Su práctica como médico la realiza en el Hospital de Marina de Cádiz. Dicho colegio poseía además un extenso jardín con plantas europeas y exóticas, que les servía como fuente de farmacopea práctica. 

Los estudios de medicina de Mutis en Sevilla, corresponden al estilo de enseñanza tradicional de la época; esto es, centrados en la memorización de textos, en los estudios de anatomía y en  el aprendizaje de la botánica para posteriores aplicaciones medicamentosas. De modo que no es extraño que se apasione por estos estudios, en especial cuando esté asentado ya en la Nueva Granada.  El 17 de marzo de 1753 obtuvo el grado de Bachiller en Artes y Filosofía, lo cual era un requisito indispensable para optar luego por el de medicina. El 5 de julio de 1757, en Madrid, se tituló como médico del Real Proto-Medicato, bajo la tutela del médico Andrés Piquer, la mayor eminencia de la medicina española de esa época.[2] Luego, gracias a las gestiones de su antiguo profesor  Pedro Virgili, es designado  médico de cámara de la Corte. 

Más tarde, ya de regreso en Cádiz, acontece la designación del Nuevo Virrey del Reino de Nueva Granada Don Pedro Messia de la Cerda, en Mayo de 1760 y puesto que éste necesita llevar un médico para confiar su salud y la de su comitiva, Mutis es el elegido. Luego de la alegría del sabio gaditano de retomar el contacto con sus padres y de una espera de poco más de un mes, finalmente parte de Cádiz el 7 de septiembre, junto a la comitiva del Virrey rumbo a Nueva Granada, en el navío la Castilla. Las observaciones y experiencias del viaje las dejó consignadas en su Diario de Observaciones.[3] La nave la Castilla llega a Cartagena de Indias, el 28 de octubre de 1760. Aquí,  muy pronto principió con sus anotaciones y con sus primeras observaciones botánicas y zoológicas, soñando con conocer las especies exóticas de la flora neogranadina y con el deseo de escribir una historia natural de América. Tras una reposada estadía en Cartagena de Indias continuó hacia Santafé de Bogotá; finalmente llega a Santafé de Bogotá el 28 de febrero de 1761. 

Ya en Nueva Granada, y casi a un poco más de un año de su arribo, Mutis solicitó  el permiso del Rey para iniciar una expedición científica. Para ello, pidió una subvención para recolectar y clasificar el material de Nueva Granada que había empezado a recoger, con la idea de enviarlos  al Jardín Botánico del Soto de Migas Calientes y al Gabinete de Historia Natural. Además, pensaba que dicho acopio le sería muy importante para la confección de una Historia Natural Americana, que podría publicarse en Madrid. Así, la petición apoyada con documentos ilustrativos de los beneficios de dos plantas de gran valor económico: la corteza de quina y la canela silvestre, intitulada: “Expedición Científica en la América Septentrional”, más conocido como Las Representaciones (1763-1764), se envió al Rey Carlos III. La respuesta a Las Representaciones, nunca  llegó. O mejor dicho, la Real Cédula y su contenido favorable para la empresa, llegó veinte años después, en virtud de la Real Cédula del 1° de noviembre de 1783;[4] donde el Virrey Antonio Caballero y Góngora estimaba que puesto que ya habían visitado estos extensos lares el alemán Alexander Von Humboldt y su colega francés Aimé Bonpland, resultaba conveniente que el corpus físico de Nueva Granada fuera estudiado por científicos españoles, para no quedar atrás en este tipo de investigaciones. Por ello, “…nombró el primero de abril de 1783 y sin autorización real una comisión científica provisional con el nombre de Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada de la que nombró a Mutis director”.[5] 

En 1772, a los cuarenta años, Mutis fue ordenado sacerdote. Un año más tarde de su ordenación sacerdotal, el virrey Messia de la Cerda había concluido su mandato e invitó a Mutis a regresar a España, pero éste desea continuar en Nueva Granada; ahora con sus tres roles bien internalizados en su persona: médico, naturalista y sacerdote. Para el sabio gaditano, el estudio y la observación de la naturaleza era una forma de apreciar la existencia de Dios y también una manera de continuar la labor divina, en el microcosmos peculiar en el cual él debió desempeñarse. Finalmente, este mismo año, arribó a Nueva Granada el nuevo virrey Manuel de Guirior, quien se llevó muy bien con Mutis. 

En marzo de 1808 una gripe  -como la llamaríamos hoy-  lo pone en la antesala de la muerte y le obliga a tomar todos los resguardos para la continuación de su obra científica. Entre tales medidas sugirió dividir las responsabilidades de la expedición botánica: su sobrino Sinforoso Mutis Consuegra quedaría encargado de la parte botánica, Francisco José de Caldas asumiría la conducción de las investigaciones en lo referente a la astronomía y zoología. Y  Salvador Rizo debería hacerse cargo de  las ilustraciones y de la Dirección de la Escuela de Dibujo. El 11 de septiembre de 1808, murió a la edad de 76 años de un ataque de apoplejía,[6]  rodeado del cariño de sus amigos y discípulos.

Sus contactos científicos 

El puerto de Cádiz, durante el Siglo de La Ilustración, era en uno de los lugares más cosmopolitas del Viejo Mundo y un punto obligado  para las transacciones del comercio indiano. Era la puerta de la península hacia las Indias. Y  por ello, era un buen lugar para los contactos científicos de Mutis. En efecto, en los años 1753 y siguientes, de regreso en Cádiz, éste entabló una grata relación profesional con el médico Pedro Fernández de Castilla, con quien comparten tanto sus pacientes como el vivo interés por asistir a las demostraciones anatómicas en el Hospital Real.[7]  Más tarde en esta misma ciudad-puerto, conoció a Jorge Juan, quien influyó notoriamente sobre Mutis. Por ello, cuando Jorge Juan  instauró en 1755 la Asamblea Amistosa Literaria, entidad  donde se reunían destacados científicos, Mutis asistió  a las sesiones donde compartió con científicos tales como: Luis Godin -quien había participado con Jorge Juan en la medición del Meridiano en el Virreynato del Perú-, José Carbonell -Bibliotecario y maestro de idiomas- y Pedro Virgili -Director del Colegio de Cirujanos Navales-, entre otros. Aquí se leían disertaciones de historia, geografía,  física, matemática y otras disciplinas y se discutían nuevos inventos y aplicaciones de la ciencia en medicina, salubridad, agricultura, industria, construcción naval y diversas otras áreas. Esto es mutatis mutandis, el equivalente a las preocupaciones de la  Royal Society, en este mismo período. Mutis asistía también a la Real Academia de Ciencias de Madrid, absorbiendo toda la información astronómica, física y matemática, que le era posible; en especial el conocimiento y aplicaciones de las teorías de Newton y Copérnico. 

También en Madrid, desde 1757, Mutis interactuó con el Director del Jardín Botánico del Soto de Migas Calientes, José Quer y Martínez, fundado por Real Orden de Fernando VI sólo hacía un par de años antes. El jardín tenía una pequeña biblioteca y los herbarios estaban clasificados de acuerdo a los criterios de Joseph Pitón de Tournefort; empero, Mutis no compartía la postura antilinneana de Quer y su nomenclatura para la clasificación de especímenes de la flora. En todo caso, no enganchó nunca con discusiones al respecto y únicamente luego de su arribo al Nuevo Mundo, expresó epistolarmente su desacuerdo con Quer, pero… a Linneo; en donde además, aprovechó de criticar algunos de los tomos de la última obra de  José Quer: Flora española, o historia de las plantas que se crían en España y que constituía la primera historia de las plantas que se daban en España.[8]

Con el sucesor de Quer en el Jardín del Soto de Migas Calientes, Miguel Barnades, que reconocía a Linneo como verdadero maestro, Mutis congenió mucho más y también profundizó un poco más su formación botánica. Miguel Barnades era en la práctica, el difusor de la taxonomía  linneana en España y un connotado botánico que indujo a Mutis a concentrarse en la botánica y que finalmente gatilló en la psiquis de Mutis, para que éste aceptara el puesto de médico para atender al nuevo Virrey de Nueva Granada. Ello con la esperanza de conocer la naturaleza vernácula de dicha posesión de la Corona española.[9] Y una vez en Nueva Granada la relación Mutis-Barnades continuó gratamente por vía epistolar. 

Otro personaje con el que Mutis se relacionó y con quien logró decantar  una gran amistad, fue con Jacobo Gahn, cónsul sueco en Cádiz, quien además era un naturalista autodidacta y aficionado. Gahn actuó también como puente entre Mutis y los intelectuales suecos, contribuyendo así, indirectamente en la retroalimentación de las comunidades científicas  de la época. 

Además de los  autores mencionados que se relacionaban con Mutis, hay que considerar la estrecha y afectuosa relación epistémica y epistolar mantenida entre Mutis y Karl Linneo, durante 17 años (1761-1778). Y con otros sabios europeos a quienes Mutis les envío colecciones, plantas, semillas y bosquejos de flores y plantas que le valieron grandes elogios y su pertenencia a la Academia de Estocolmo y a otras sociedades europeas.[10]

La relación científica y afectiva entre Mutis y Karl Linneo fue muy provechosa para ambos; así por ejemplo, al primero le permitió insertarse en la red de discípulos y conocidos de Linneo, quienes también le enviaban plantas, semillas, informaciones y notas al sabio sueco. Y a su vez, Mutis recibió de Linneo y otros, un reconocimiento internacional que se tradujo en la denominación de algunas plantas con su nombre, como es el caso de la Musita. Pero por sobre todo, lo más importante es que gracias a esta relación, Mutis pudo contar con un referente científico para compartir sus puntos de vista y sentirse participando de una tarea en común; esto es, la inserción de los especímenes desconocidos de Nueva Granada a la ciencia universal. Y para Linneo, esta amistad le significó contar con otro corresponsal más para su red de intelectuales, que desde América lo actualiza con especímenes y notas botánicas. La amistad del sabio gaditano con Linneo,  surgió de una manera casual. Como hemos dicho, Linneo enviaba a sus discípulos a diferentes países como corresponsales e informantes, con el propósito de buscar nuevos especímenes de la flora europea. Entre éstos figuran Logie y Klas Alströmer, quienes visitaron el puerto de Cádiz dentro de su amplio itinerario de herborización por Europa. Es aquí pues donde Mutis los conoció y principió la conexión, y en este contexto, Mutis remitió luego a Linneo algunos ejemplares que había recolectado en los cerros de Paracuellos durante su permanencia en Madrid. Por su parte, Logie y Klas  Alströmer, regalaron a Mutis algunas publicaciones recientes de Linneo: el Sistema Naturae, publicado en 1759 en Estocolmo; la  Philosophia Botanica  (1751) y el  Iter Hispanicum (1758). Tales obras, sumadas al Species Plantarum (1753), también del mismo autor, le serían más tarde de gran ayuda al sabio gaditano. 

Por tanto, dada la estrecha amistad entre Mutis y Linneo, no resulta extraño que éste último denomine a un género florístico, con el apellido de su colega gaditano: Mutisa. A este respecto, recuérdese algunas variedades de las Mutisa que aparecen en las obras de Linneo, v. gr.: “Syngenesia Poligamia Frustanea. Mutisia.” Gen. pl. 1165. tom. vi. p. 565. I. Mutisia Clematide. Receptáculo desnudo: vilano plumoso: caliz cilindrico, apiñado: corolillas del radio entre ovales y oblongas: y las del disco hundidas en tres partes.”[11] 

Las colecciones remitidas por Mutis a Suecia, incluían referentes disecados, muchas láminas a color y algunas notas. Más tarde, con el material aportado por Mutis,  Linneo publicó  varios trabajos tanto  en su Segunda Mantissa del Systema Natural, como también en el Supplementum. En dichas obras, nuevamente es frecuente observar la referencia a Mutis, tal como lo exige la parsimonia de las diagnosis especializadas sobre especímenes de la flora. 

Por supuesto que otro contacto científico altamente relevante para Mutis fue su encuentro con Alexander Von Humboldt, con quien el sabio gaditano había sido muy generoso, pues lo recibió y acomodó a él y a su acompañante Aimé Bonpland en una casa contigua a la suya y les aportó una amplia información sobre la flora y fauna neogranadina en general, e incluso le mostró y le explicó las notas más relevantes de cientos de sus dibujos ya terminados, que a la fecha de su encuentro con Humboldt ya eran más de 2.000 ilustraciones;[12] también le regaló a este sabio alemán, cientos de láminas de plantas neogranadinas.[13] En rigor, secuelas positivas para Mutis de esta vinculación sólo la recibió  algunos años después, por ejemplo cuando Humboldt publicó su obra Plantas Equinoxiales colectadas en México, en la Isla de Cuba, etc. (1808-1809).

Mutis y su aporte científico

Intentar determinar el aporte de Mutis al desarrollo de la ciencia universal, no resulta una tarea fácil, por la diversidad de aportaciones disciplinarias que nos ha legado y por su participación en diversas disciplinas. Empero, lo que sí esta claro, es que este autor es un típico exponente de los científicos ilustrados que se caracterizaban por dominar amplios espectros del saber científico de su tiempo. Es por tanto, un científico de la Ilustración en América por antonomasia, como Hipólito Unanue en Perú o Miguel Larreynaga en Centroamérica.[14] Su saber cubre la matemática, la medicina, la inmunología, la astronomía, la taxonomía, la botánica, la mineralogía, la historia natural en general y la ecología entre otras disciplinas. A continuación, se presenta una selección de sus aportes cognoscitivos en las disciplinas ya mencionadas, para comprender mejor su mirada y su praxis científica ilustrada.  

Medicina 

Sabemos que Mutis dio su examen para Bachiller en Medicina el 2 de mayo de 1755 y que luego en julio de 1757, se presentó ante el Real Protomedicato, en Madrid, para rendir su examen que lo habilitó como médico cirujano; tal como ya lo hemos indicado con antelación. En rigor, su ejercicio de la medicina profesional se desarrolló en dos mundos: primero en España y luego en Nueva Granada. Así, recordemos que sus primeros trabajos médicos los realizó en el Hospital de Marina de Cádiz y en el Hospital General de Madrid. El primero de ellos  poseía además un extenso jardín con plantas europeas y exóticas, que les servía a Mutis y a los otros médicos, como fuente de farmacopea práctica. Y en relación a la estadía de Mutis en el Hospital de Madrid, sabemos que la alternaba con visitas sistemáticas al Jardín Botánico de Migas Calientes.[15] 

Más tarde en 1782 ya en Nueva Granada, durante la epidemia de viruela, lo encontramos trabajando como médico y difundiendo algunos procedimientos prácticos para paliar las dolencias de los pacientes y para evitar el contagio;[16] y a comienzos de 1783, sugirió formalmente organizar una cruzada para la inoculación de la vacuna contra esta epidemia.[17] Y luego, para enfrentar la lepra elefancíaca, que a la fecha estaba muy extendida en Nueva Granada, solicitó a las autoridades que comisionen a especialistas para determinar el tipo de aceite de palma que se usaba en África para calmar los dolores de esta última enfermedad.[18] Todo lo cual es un hito relevante para el desarrollo de la medicina social en América. Su visión como médico no se agotó simplemente en prevenir las epidemias, sino que fue más allá, y sugirió un vasto plan de modernización de la profesión y un aumento en el control de los que la ejercían. Mutis planteaba la conveniencia de realizar visitas aleatorias a hospitales y cárceles y controlar los títulos extranjeros, dado que en las colonias españolas eran muy escasos los médicos con formación académica y los pacientes simplemente eran atendidos por rivalidados o cirujanos formados en la mera práctica, o por parteras, o por boticarios aficionados o por simples sangradores.[19] En este contexto por tanto, se comprende que se presentaban muchos pseudocientíficos y falsos médicos[20] y de aquí la preocupación de Mutis. 

Botánica y taxonomía 

La formación botánica de Mutis y de historia natural en general, se remonta a sus estudios in situ en el Jardín Botánico del Soto de Migas Calientes, los cuales son complementados luego en Nueva Granada por métodos autodidactos.[21] Aquí en Madrid, Mutis además de su trabajo como médico de la Corte, dirigió la Cátedra de Anatomía del Hospital General, y continuó con sus estudios de botánica, en el Jardín Botánico del Soto de Migas Calientes desde 1757 a a 1760; en esta etapa y para estos avatares contó con el apoyo del botánico Don Miguel de Barnades.[22]  Entre los autores que le sirvieron de modelo explicativo para el estudio de las ciencias de la vida y de las ciencias físicas, Mutis consideró los trabajos de física de Newton, los estudios médicos y botánicos de Boerhaave y las clasificaciones de Linneo.  

Desde el momento de su llegada al Virreinato, Mutis se perfiló claramente como botánico; en efecto, se preocupó por formar un herbario, por encontrar variedades de la quina y por realizar una expedición botánica con apoyo de la Corona Española; por ello, a un poco más de un año de su arribo, como se ha mencionado, Mutis solicitó permiso al Rey para iniciar una expedición científica, en 1763. La que finalmente se inició dos décadas después, como ya adelantáramos. José Celestino Mutis quedó como Director y el presbítero y naturalista  Eloy Valenzuela, fue nombrado 2do director; a su vez, los pintores  Don Joaquín Gutiérrez y Don Pablo Antonio García, quedaron también como miembros de la Expedición; la cual se estableció en La Mariquita hasta su traslado a Santafé de Bogotá, en 1791.[23] El interés de Mutis por la quina y su deseo de encontrar distintas especies de esta planta, continuó en esta etapa y lo instó a designar o comisionar a algunos de sus colaboradores, en especial a fray Diego de García, para determinar en qué sitios se encontraba y qué posibilidades económicas podía ofrecer. Mutis, por su parte, estudió las características y virtudes terapéuticas de diversas variedades de la quina. Y justamente en relación a las quinas, recordemos además que Mutis nos ha legado su ensayo el “El Arcano de la Quina revelado a beneficio de la humanidad” publicado por entregas en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá.[24] Más tarde, en 1809, salió a la luz la Historia de los árboles de la quina, editada por su sobrino Sinforoso Mutis, donde se daba cuenta de todas las especies de este referente botánico,[25] tan significativo para la medicina y para el comercio farmacológico de la época. 

El núcleo central del trabajo botánico de Mutis, se nutrió de sus estudios de las obras de Löfling, Linneo, Barnades, Alströmer y Boerhaave entre otros, tal como señaláramos cuando dimos cuenta de los contactos científicos del sabio gaditano. También fueron muy importantes los conocimientos empíricos que le entregaron los campesinos en relación a las plantas de la región y a otros referentes autóctonos y que Mutis supo rescatar. Este criterio de considerar el conocimiento popular, también se observa en este mismo período, en el trabajo taxonómico de Juan Ignacio Molina en el Reyno de Chile, y más tarde también en Claudio Gay, pero ya en el Chile republicano.[26]   

Los estudios botánicos en general y los taxonómicos en especial del sabio gaditano, en su tiempo, estaban descollando como conocimientos importantes pues formaban parte de las denominadas “ciencias útiles”, junto a los estudios de agricultura, contabilidad, comercio, matemática y otros, y en este sentido eran muy relevantes para la población del Nuevo Mundo. Esto, puesto que  a través de un adecuado conocimiento del mundo orgánico de las colonias españolas en América, sumado a una adecuada política científica de la Corona, se podía mejorar la calidad de vida de los habitantes,  al mismo tiempo que se contaba con elementos teóricos para “sanear el medioambiente y acrecentar los bienes materiales necesarios para el bienestar de la sociedad.”[27] 

Y nada más para formarnos una idea de la impresionante cantidad de especímenes florísticos que clasificó y/o estudió este sabio gaditano, recordemos por ejemplo: que nos ha legado un herbario de aproximadamente 20.000 plantas y más de 5.000 ilustraciones de plantas  novogranadinas, un vasto semillero y una amplia colección de maderas y minerales.[28] A lo anterior, hay que adicionarle su cuidadosa diagnosis de centenares de plantas; entre las cuales recordemos por ejemplo, un género de plantas que denomina Barnadesia spinosa que observó en su viaje de Cartagena a Mompox y de la cual él mismo nos ha legado un dibujo.[29] O de la Pentandria, que la describió en estos términos: “Pentandria. Corolla campaniformis tubulata lymbo quinquefido reflexo. Stilus unicus. Stigma obtusum….. nux… orbicularis. Latius in descriptione.”[30] 

Uno de los puntos fuertes de su trabajo taxonómico, como hemos adelantado, corresponde al estudio e identificación de nuevos tipos del género cinchona. En efecto, el propio Mutis dejó de manifiesto en su trabajo “El Arcano de la Quina revelado a beneficio de la humanidad”, que él ha estudiado siete variedades de quinas; también sugiere aquí tener mucho cuidado con los autores que señalan haber descubierto en Nueva Granada supuestas variedades de cinchona no conocidas; ello puesto que él y sus colaboradores habían recorrido el territorio y habían determinado ya casi todas las variedades de este género. Y justamente dentro del universo de las variedades de cinchona que identificó el sabio gaditano, recuérdese que realizó la diagnosis de la quina amarilla: la cinchona cordifolia y le envió un espécimen de esta variedad  a Linneo.[31] 

También identificó y estudió nuevas especies de portulaca, convulvulus, malpigia, solanum, Bijao rosario, Bidens scandes, Sidas, Lotus, Bombax aculeatus, Aristoloquia y Cephaelis;[32] y el veso Viverra mapurito y el Zarcillejo (Chaetogastra canescens) que tiene el mérito de ser la primera planta pintada por los miembros de la Expedición Botánica;[33] entre tantas y tantas otras, que no podemos consignar en un mero capítulo de libro.  

Pero Mutis no solamente se dedicó a recolectar plantas, hierbas y semillas y a realizar diagnosis de las mismas, sino que también realizó diversos estudios sobre la vigilia y el sueño de las plantas. En dicho trabajo va comparando como despiertan y/o como asumen el sueño diversas plantas, tales como las Tiandras, las Exandras y las Commelinas, entre otras, y al respecto va indicando minuciosamente como se van presentando los pétalos, el cáliz, las corolas y otras partes de las flores indicadas, al ojo del observador experimentado.[34] 

Y por supuesto, estudios botánicos tan completos sobre referentes florísticos endógenos o exógenos propios del universo neogranadino, llevaron aparejados estudios sobre la química y la estructura de sus objetos de estudio, como por ejemplo sobre la quina y otros, tal como lo ha señalado Saladino García, entre otros.[35] E incluso también, en tanto la quina era un elemento utilizado como sustancia medicamentosa, Mutis se vio obligado a indicar la preparación de la quina y la proporción de los otros componentes que finalmente van a constituir el remedio propiamente tal; tal como ha quedado de manifiesto en uno de los números del Papel periódico de Santafé de Bogotá.[36] 

Pero si queremos presentar una sinopsis de sus trabajos taxonómicos, hay que tener presente que su esfuerzo de clasificación no se centraba solo en identificar especímenes florísticos, de plantas o de hierbas; sino que también realizó diagnosis de peces, aves, coleópteros y otros referentes. Así, recuérdese que ya de partida, en el viaje de España hacia Colombia, en la nave La Castilla en 1760, venía identificando diversos referentes bióticos. Entre éstos por ejemplo, algunas aves tales como  ciertos tipos de pelícanos (familia Pelicanae), o algunos tipos de gaviotas, del género Laurus; o peces como la barracuda (Sphyraena), o insectos de la familia  Panorpidae, como el Panorpa pelágica o el Pyrophurus noctilucos, por mencionar algunos, tal como han venido destacando Bernal Villegas y Gómez Gutiérrez.[37] Y así continuó Mutis luego en 1761, ya en Nueva Granada, por ejemplo en su viaje por el río Magdalena, donde identificó a decenas de tipos de aves y de peces cuyo hábitat es justamente este río; con razón uno de los documentos de estudio que nos ha legado el sabio gaditano se titula: Catálogo de los pájaros y peces del río Magdalena.[38] En rigor, esta notable preocupación taxonómica ilustrada continuó cuando contó formalmente con su equipo de dibujantes y pintores, al constituirse la Expedición Botánica; a quienes les exigió pintar diversos mamíferos, aves y peces que encontraran a su paso. Y su esfuerzo en este sentido se comprende aún más, cuando observamos que Humboldt describió a un tipo de pez andino -el denominado “pez capitán”- tipificándolo como Eremophilus mutisii (1805),[39] como un manifiesto homenaje a Mutis. También, sabemos que Mutis durante un tiempo se dedicó a estudiar a las hormigas y a las termitas, observando cuidadosamente sus terromonteros y midiendo sus alturas.[40] 

Como corolario de todos estos trabajos sostenidos por más de 25 años, en 1807, envió a las autoridades políticas de la Corona Española su magno trabajo: Flora de Bogotá. Empero, España estaba en una situación política muy difícil y la ciencia no era la prioridad, por tanto, el trabajo quedó arrumbado en los archivos del Jardín de Plantas de Madrid.[41] 

Ecología 

Por supuesto que Mutis ni sus pares estaban conscientes de una ecología como es entendida ahora, toda vez que esta voz fue empleada por primera vez por el zoólogo alemán Ernst Haeckel (1869). Empero, Mutis al igual que otro sabios ilustrados como A. J. Cavanilles o Manuel de Aguirre, que van dejando atrás las concepciones fijistas y estáticas de la tierra,[42] sí percibía a la naturaleza como un universo dinámico que es vulnerado por la acción humana, e intuía claramente la idea central de lo que hoy sabemos que estudia la ecología: el equilibrio y conservación del medio ambiente, y en este sentido, hay que tener presente que Mutis en las notas que escribía a los miembros de su equipo técnico en relación al acopio de quinas, dejaba muy en claro que por ningún motivo debía destruirse totalmente el árbol, sino más bien “…cortar con hacha a una vara de altura de sus raíces: y de este modo queda proporcionado a retoñar, ocupando un lugar útil en el monte para la posteridad.”[43] 

Este tipo de sugerencias era muy frecuente en las cartas y notas de Mutis a su personal. Lo propio realizaba para preservar vastas áreas verdes; v. gr. a este respecto recordemos que Mutis escribió una carta a un funcionario público de su época en  que apuntaba a la conservación de ciertas zonas en Santafe de Bogotá: Justamente el breve ensayo se intituló: “Preservación de las zonas verdes en Bogotá” y aquí principiaba llamando la atención sobre la necesidad de superar la suciedad e inmundicia que afean las calles y contaminan el aire, y clamaba por una urgente limpieza y aseo de las calles por parte de los propios vecinos, para que se aboquen “a la sencilla pensión de barrer el suelo de su respectivo reciento, limpiándolo de los excrementos, basuras y escombros, en que consiste la sanidad y decoro de la capital;”[44]  y luego sugería no cortar la grama y las plantas menudas de Santafé de Bogotá para que dicha tala no afecte al equilibrio entre el corpus físico y la salud de la población.[45] 

Matemática y astronomía 

Otra faceta destacable en Mutis es su pasión por la matemática, la física y la astronomía; en especial cabe destacar que el sabio gaditano, casi recién llegado a Santafé de Bogotá, se enfrascó en una confrontación contra el sistema de enseñanza escolástica de las matemáticas, que se daba en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde dictó clases entre 1762-1767. En efecto, como astrónomo, nuestro sabio gaditano, tenía muchos y actualizados conocimientos de las matemáticas de su tiempo; por ello no es extraño que en marzo de 1762, sea Mutis quien inaugure el curso de matemáticas en el Colegio Mayor de Nuestra señora del Rosario. Así, en su discurso inaugural,  enfatizó en la utilidad de esta ciencia como base de la filosofía experimental, destacando que es la utilidad de una ciencia lo que más obliga a cultivarla con algún empeño y justamente a su juicio era la matemática la que más utilidad ha aportado a lo largo de los siglos.[46]  Y luego, en otro momento de su discurso, señalaba que “el camino está ya abierto en nuestros días y son imponderables los aumentos que ha recibido la física por el grande Newton, y sus esclarecidos secuaces Gravesande, Munschenbroek y Nollet, entre otros igualmente acreedores a las mayores alabanzas.”[47] Lo anterior, es claramente una afirmación de principios que deja de manifiesto que en su cátedra, lo que primará será la matemática y física newtoniana.

Y este asentamiento de la matemática y física newtonianas, continuó durante sus próximos años de docencia en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Así en 1764, nuevamente lo encontramos enfatizando en la conveniencia de seguir estos estudios para comprender adecuadamente los efectos naturales y sus causas, pues desarrollar la física para abordar “…cuestiones sin ninguna importancia, como se ha cultivado generalmente por el dilatado espacio de veinte siglos, se mira ya como una tierra ingrata que sólo produce malezas y espinas”[48] y por ello recalcaba que la física experimental que Newton representa, es la que viene haciendo “de día en día mayores progresos, introduciéndose en todas las ciencias y las artes”[49].

Y luego señala que Newton “…enriqueció tanto las matemáticas con sus profundas meditaciones cuanto es fácil de conocer por el nuevo lustre que les dio.”[50] Y así sucesivamente, va dejando de manifiesto el mayor alcance epistémico de la física newtoniana y su mayor rango de utilidad, al mismo tiempo que va mencionando las obras de Newton.  En suma, un claro rayado de cancha para colegas y alumnos. Tales confrontaciones epistémicas y metodológicas en relación a la enseñanza de la física y de la matemática seguirán en los próximos años, pero Mutis, apoyado en la protección de los virreyes Pedro Messia de la Cerda, Manuel Guirior y Manuel Antonio Flores,[51] siguió con sus reformas curriculares para dejar atrás la enseñanza de la filosofía escolástica y asentar la filosofía experimental. 

En astronomía, recuérdese que al erigirse  el Observatorio de Santafé de Bogotá en 1802, Mutis es designado director de la entidad y esto es un reconocimiento cabal al trabajo sistemático del sabio gaditano y también a la importancia que él ha logrado darle a este saber, dentro del modelo de la ciencia ilustrada y utilitarista que Mutis representa.  Ello es la máxima expresión de asentamiento de la disciplina de la astronomía en el Nuevo Reino de Granada y en toda América central y meridional; en especial si tenemos presente que para esta fecha, en muchos otros países de la Corona española, aun falta mucho para que cuenten con una entidad científica de esta naturaleza. 

Mineralogía y metalurgia 

Entre los años 1766 a 1770, Mutis se incorporó a una compañía privada para explorar las minas de plata de San Antonio en la Montuosa Baja, zona cerca a Pamplona. Se trasladó en 1766 en compañía de Pedro Ugarte con quién había hecho sociedad minera.  Esta empresa fracasó debido a su ignorancia metalúrgica. Mientras Clemente Ruiz, un enviado suyo, viajó a Suecia para aprender nuevos conocimientos metalúrgicos.  Entre 1777 y 1782 estuvo en las minas del Sapo, en las proximidades de Ibagué. En ambos intentos fracasó económicamente, aunque introdujo, junto con su socio Juan José D'Elhuyar, el método de amalgamación para la extracción de la plata. En suma, Mutis contribuyó a la modernización de la minería en el Virreinato, tanto en los aspectos de producción, con nuevas técnicas de explotación, como en los de industrialización, con novedosas formas de empresas mineras. 

El trabajo en las minas logró alternarlo con la   recolección de algunos observables botánicos de su interés. A partir de 1770, luego de abandonar las minas, Mutis  regresó a Santafé de Bogotá. Pero cuando asumió la Dirección de la Expedición Botánica, y tras decidir asentar las bases científicas y operativas de la misma en la ciudad de La Mariquita, rodeada  por las montañas del Quindío y próxima al río Magdalena; volvió a realizar tareas de prospección minera. En efecto, el virrey Antonio Caballero y Góngora le solicitó buscar terrenos metalíferos ricos en mercurio, por ello y durante un tiempo Mutis recorrió las regiones del Quindío y obtuvo algunas muestras de sulfuro de mercurio que ofreció a la autoridad política de Nueva Granada. Al parecer, finalmente no se continuó con la fase siguiente de implantación del laboreo, puesto que no se ubicaron las vetas madres.[52] 

Como se ha podido observar, la producción científica de Mutis cubre diversas disciplinas y se desplaza entre la educación superior, la historia natural, las ciencias vinculadas a las ciencias de la vida, la astronomía, la medicina, la matemática y la  técnica, entre tantas otras. Estos campos del saber, en rigor los fue desarrollando en torno a  su praxis centrada en dos ejes temáticos: como el difusor de la ciencia moderna en Nueva Granada y como el principal buscador de lo identitario de la naturaleza neogranadina. 

Hacia una conclusión 

La obra del sabio gaditano, fue un pilar muy significativo para el desarrollo de la ciencia en Nueva Granada primero y más tarde para la joven República de Colombia; en rigor, sus logros científicos específicos actuaron como un puente entre la ciencia Ilustrada y los albores de la ciencia de lo que hoy es Colombia. En esencia, podemos colegir que Mutis cumplió un importante papel en la construcción de la ciencia neogranadina al pensar y articular la Expedición Botánica por una parte y al actuar como difusor del conocimiento ya alcanzado desde esta región de América para insertarlo al corpus científico universal. También actuó como embajador o gestor de redes de intelectuales y de científicos; tanto por tener que buscar, estructurar y orientar a los pintores, dibujantes, botánicos, técnicos y otros científicos miembros de la Expedición Botánica; cuanto por el fluido intercambio de conocimientos, obras y referentes botánicos con los más destacados científicos de su época. 

Por otra parte, creemos que su trabajo en general, muestra dos etapas: La primera de ellas, alude a la consolidación de la ciencia moderna identificada con el paradigma de las tesis copernicanas y newtonianas que le tocó defender y asentar en Nuevagranada. Y la segunda, se identifica claramente con la praxis de una ciencia útil que busca lo vernáculo y lo identitario in situ para asentar lo peculiar novogranadino en la ciencia universal. Ello, en virtud de la Expedición Botánica que pensó, esperó, articuló y puso en marcha; aportando así, un perfil cualitativo y epistémico nuevo de la ciencia en los orígenes de la actual Colombia. Un verdadero pivote para el proceso de construcción de la ciencia no sólo en Colombia, sino para todas las emergentes  comunidades científicas de América.


* Los autores agradecen algunas sugerencias bibliográficas complementarias aportadas por el profesor Patricio Leyton A., de la PUCCH, Stgo., Chile.

[1] Rueda Enciso, José Eduardo. s/f. Mutis José Celestino. Gran Enciclopedia del Círculo de Lectores, Tomo I, Biografías en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografías/mutijose.htm. [Consulta: 06-07-2014] 

[2] Cf. Rueda Enciso, José Eduardo. s/f.: Mutis José Celestino; op. cit. Y también en: Knudsen, Hans-Peter: “Presentación”, en: Bernal V., Jaime y  Gómez G., Alberto: A Impulsos de una Rara Resolución. El Viaje de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada, 1760-1763; Pontificia Universidad Javeriana y U. del Rosario, Bogotá; 2010; p. 13.

[3] Cf. Martín, M. Paz: Celestino Mutis, Historia 16 e Ediciones Quórum, Madrid, 1987; pp.15 y 150.

[4] Cf. Fonnegra, Gabriel: Mutis y la Expedición Botánica, El Áncora editores, Bogotá, 2008; p.153. Los lectores interesados en conocer el detalle de la Real Cédula que designa a Mutis Director de la Expedición y las características administrativas de la misma, pueden consultar por ejemplo: Vezga, Florentino: La Expedición Botánica, Ed. Minerva, Bogotá, Colombia, 1936; pp. 26-28.

[5] Martín, M. Paz; op. cit.; p.56.

[6] Cf. Rueda Enciso, José Eduardo. s/f.: Mutis José Celestino; op. cit.

[7] Martín, M. Paz: Celestino Mutis; op. cit.;  p.13. 

[8] Vd. Quer, José: Flora española, o historia de las plantas que se crían en España (6 vol.) (1762-1784). Impr. de Joaquín Borrachina, Madrid.  

[9] Cf. Del Pino  D., Fermín: “América y el desarrollo de la ciencia española en el Siglo XVIII: Tradición, Innovación y Representaciones a propósito de Francisco Hernández”,  en: La América Española en la Época de las luces; Edic. Cultura Hispánica, Madrid, 1988;  p.135.

[10] Cf. Martín, M. Paz: Celestino Mutis; op. cit.;  pp. 40, 46, 57 y 151. 

[11] Linneo, Karl: Sistema de los vegetales. Resumen de Don Antonio Paláv y Verdéra, Segundo catedrático en el Real Jardin Botánico de Madrid, Imprenta Real, Madrid, 1788; p. 507.

[12] Cf. Ibáñez, Pedro M.: Las Crónicas de Bogotá  y sus inmediaciones, Bogotá, 1981; p. 193.

[13] Cf. Ramírez, Alex: “La etnobotánica latinoamericana en la obra de Humboldt”, en: Zea, Leopoldo y Magallón, Mario: El Mundo que encontró Humboldt, Instituto Panamericano de Geografía e Historia,  Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1999; p.93.

[14] Los lectores interesados en conocer en profundidad  los aportes de estos sabios ilustrados, pueden consultar:   García Cáceres, Uriel: La Magia de Unanue, Fondo Edit. del Congreso del Perú, Lima, Perú; 2010. Y Saldivia M., Zenobio: Una Aproximación al Desarrollo de la Ciencia en Nicaragua, Bravo y Allende Editores, Stgo., Chile, 2008.

[15] Cf. Gómez D., Nicolás: “Madrid. Siglo XVIII de Austrias y Borbones”, en: Bernal V., Jaime y  Gómez G., Alberto: A Impulsos de una Rara Resolución. El Viaje de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada 1760-1763; op. cit.; p. 32.

[16] Cf. Vezga, Florentino: La Expedición Botánica; op. cit.; p.37.

[17] Martín, M. Paz; op. cit.; pp. 55-56.

[18] Cf. Vezga, Florentino; op. cit.; p.37.

[19]  Cf. Knudsen, Hans-Peter: “Presentación”, en: Bernal V., Jaime y  Gómez G., Alberto: A Impulsos de una Rara Resolución. El Viaje de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada, 1760-1763; op. cit.; p. 13.

[20] Cf. Peset, José Luis: “José Celestino Mutis y las etapas de la ciencia novogranadina”,  La Ciencia Española en Ultramar, Ateneo de Madrid, Madrid, 1991; p. 180.

[21] Rueda Enciso, José Eduardo. s/f.: Mutis José Celestino; op. cit.

[22] Cf. Martín, M. Paz: Celestino Mutis; op. cit.; p. 14.

[23] Cf. Ibáñez, Pedro M.: Las Crónicas de Bogotá  y sus inmediaciones; op. cit.; p. 158.

[24] Este trabajo fue publicado por secciones en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá (dirigido por Manuel del Socorro Rodríguez) a partir del N°89 del 10 de mayo de 1793, hasta el N°129, del 14 de Febrero de 1794.

[25] Cf. Martín, M. Paz: Celestino Mutis; op. cit.; pp.11-12.

[26] Al respecto puede consultarse Saldivia, Zenobio: “El abate Juan Ignacio Molina y el saber Ilustrado”, Rev. Creces Vol. 16, N°9, Stgo., Chile, 1998; pp. 42 y ss. Y también del mismo autor en: La Visión de la Naturaleza en tres científicos del siglo XIX en Chile: Gay, Domeyko y Philippi; Ed. U. de Santiago de Chile, Stgo., Chile;  2003; pp. 53 y ss.

[27] Figueroa, Marcelo F.: “Botanizar y herborizar la flora americana. Mutis, Gómez Ortega y el Inventario Ilustrado español del S. XVIII”, en: http://eh.net/XIIICongress/cd/papers/60Figueroa49.pdf [Consulta: 08-05-2014].

[28] Cf. Caldas, Francisco José de: “Nota Biográfica. Artículo necrológico del señor José Celestino Mutis”, Semanario del Nuevo Reino de Granada, Santafé de Bogotá, N°37.

[29] Cf. Bernal V., Jaime y  Gómez G., Alberto: A Impulsos de una Rara Resolución. El Viaje de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada, 1760-1763; Pontificia Universidad Javeriana y U. del Rosario, Bogotá; 2010; p. 111.

[30] Cf. Martín, M. Paz: Celestino Mutis; op. cit.; pp. 113-114.

[31] Cf. Vezga, Florentino: La Expedición Botánica; op. cit.; p. 98.

[32] Cf. Martín, M. Paz: Celestino Mutis; op. cit.; pp. 30-36 y 144.

[33] Cf. Vezga, Florentino: La Expedición Botánica; op. cit.; p. 41.

[34] Ibídem.; pp. 120 y ss. Y también en Fonnegra, Gabriel: Mutis y la Expedición Botánica, El Áncora editores, Bogotá, 2008;   p.128 y ss.

[35] Cf. Saladino García, Alberto: Ciencia y Prensa durante la Ilustración latinoamericana; U. Autónoma del Estado de México, México; 1996;  pp. 218 y ss.

[36] Vd. Mutis, José Celestino: “El Arcano de la Quina revelado a beneficio de la humanidad”, Papel periódico de Santafé de Bogotá, 1793.

[37] Cf. Bernal V., Jaime y  Gómez G., Alberto: A Impulsos de una Rara Resolución. El Viaje de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada, 1760-1763; op. cit.; pp. 73 y ss. 

[38] Ibídem.; pp. 151 y ss.

[39] Cf. Mujica, José Iván et al.: “Peces del Valle Medio del Río Magdalena, Colombia”, Rev. Biota Colombiana, U. Nacional de Colombia e Instituto Humboldt, Vol. 7 (1), Bogotá; 2006; p. 24.

[40] Cf. Vezga, Florentino: La expedición Botánica; op. cit; p. 100.

[41] Cf. Núñez Uricolchea, José María: Memoria sobre el sabio Naturalista español Don José Celestino Mutis; op. cit.; p. 75.

[42] Cf. Urtega, Luis: La Tierra esquilmada. Las ideas sobre la conservación de la naturaleza en la cultura española del siglo XVIII, Edic. del Serbal S.A. (Barcelona)  y del Consejo superior de Investigaciones Científicas (Madrid), 1987; pp. 31 y ss.

[43] Mutis, J.C.: Nota Remitida al Comandante de Barina, D. Fernando Mijares, el 25 de abril de 1790; citado más ampliamente por Martín, M. Paz: Celestino Mutis; op. cit.;  pp. 136 y ss.

[44] Fonnegra, Gabriel: Mutis y la Expedición Botánica, El Áncora editores, Bogotá, 2008;   p. 213 y ss.

[45] Ibídem.; p. 216.

[46] Cf. Mutis, José Celestino: “Discurso pronunciado en la apertura del curso de matemáticas en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario”, 13 de marzo de 1762. Citado más ampliamente por Fonnegra, Gabriel; op. cit.; p. 27.

[47] Ibídem.; p.33.

[48] Cf. Mutis, José Celestino: “Elementos de la filosofía natural que contienen los principios de la física demostrados por las matemáticas y confirmados con observaciones y experiencias dispuestos para instruir a la juventud en la doctrina de la filosofía newtoniana en el real Colegio del Rosario de Santa Fé de Bogotá en el Nuevo Reino de Granada” (1764). Citado más ampliamente por Fonnegra, Gabriel; op. cit.; p. 39.

[49] Ibídem.

[50] Ibídem.; p. 47.

[51] Vezga, Florentino; op. cit.; p.86.

[52] Cf. Vezga, Florentino; op. cit.; p.36.

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Lavoisier, la química y la revolución


Zenobio Saldivia M.

UTEM, Stgo., Chile.

             Al hablar de los orígenes de la química moderna, frecuentemente se piensa en la labor del científico francés Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794). Lo anterior, si bien no es erróneo no es suficiente para alcanzar una mejor aproximación a la verdad histórica; para lograrla sería deseable un análisis de la situación de las ideas referentes a los fenómenos químicos a fines del siglo XVIII.           

La historia de las ciencias generalmente muestra que no es un solo hombre el que realiza un giro significativo de alguna disciplina en particular. Los cambios de paradigma en el quehacer científico van precedidos por diversas confrontaciones entre el antiguo modelo explicativo que se enmarca en una comunidad científica y la mayor extensión de problemas que son resueltos y la extensión de problemas que son resueltos por un nuevo paradigma[1]. En dicho proceso participan muchos científicos. Por eso, es conveniente tener presente que en torno al nacimiento de la teoría de la química moderna están también las explicaciones científicas aportadas por Boyle, Helmont, Lefevre, Stahl y otros[2]. Dichas explicitaciones sirven como elementos teóricos previos que conforman el marco epistemológico en el cual se hace posible la sistematización que realiza el genio de Lavoisier. 

            El sabio ingles R. Boyle (1627-1691), por ejemplo, había presentado la tesis que da cuenta del aumento de peso de los metales calcinados. Sostiene por ello que el plomo tiene una disposición de poros de tal manera que por los crepúsculos del fuego se adhieren con firmeza al metal, ocasionando así el aumento de peso en los metales calcinados. También establece el concepto moderno de “elemento” y descubre la hoy denominada ley de Boyle: en condiciones de temperatura constante, el volumen de un gas es inversamente proporcional a la presión sobre el mismo. 

            Stahl, por su parte, postula la teoría del flogisto para explicar la combustión. Dicha teoría sostiene que en los objetos combustibles habría un elemento que se desprende de los mismos (flogisto) cuando éstos se someten a la combustión. Aquello que queda como consecuencia de la combustión pierde el flogisto y por ello no puede arder nuevamente. Esta forma de explicación se hace extensiva a la combustión, a la calcinación y a otras transformaciones en la composición de los cuerpos.

Lavoisier, el químico  

            Lavoisier es el primero en determinar los constituyentes de las substancias orgánicas y en precisar los métodos para la identificación de tales elementos. Comparte con Pristley el mérito de haber descubierto oxígeno. Lavoisier  determina las propiedades y la función que desempeña el oxígeno en la combustión. Destruye la teoría del flogisto, al demostrar experimentadamente que el proceso de la combustión acontece por la reacción de la sustancia con el oxígeno (l’air vital) “precisamente estudiando la calcinación en recipiente cerrado es como Lavoisier llega refutar de modo definitivo la concepción de Stahl, y a descubrir, incidentalmente la verdadera naturaleza de la respiración”[3]

            La elucidación que se logra con la teoría de la combustión del oxígeno supera a la teoría del flogisto y se consolida así una reformulación de la química, alcanzando ésta un nuevo hito en su desarrollo. 

            Por sus trabajos acerca de la importancia del oxígeno en la respiración, así como por haber asentado los fundamentos de las energética biológica. Lavoisier es considerado también uno de los fundadores de la fisiología. Es justamente el experimento de la calcinación el que le permite determinar que el aire atmosférico está formado por una quinta parte de aire eminentemente respirable (oxígeno) y, en cuanto al resto, por una mofeta (nitrógeno) incapaz de mantener la respiración de los animales.[4] 

            La obra de Lavoisier se aprecia en los distintos contenidos que conforman el objeto de estudio de la química. Entre estos, por ejemplo,, en la determinación de la composición del aire, en los estudios sobre la licuefacción de los gases, en la calorimetría, en los procesos de fermentación y en el establecimiento de la composición del ácido carbónico. Con respecto a las ecuaciones químicas, destaca la importancia de éstas como un medio para expresar los aspectos cuantitativos de los experimentos relativos a la teoría de la combustión del oxígeno, así como las diversas nociones teóricas planteadas por Lavoisier conducen a la creación de nuevas reglas de nomenclatura química. 

            Prosiguiendo con sus ideas sobre el oxígeno, llega también a descubrir la composición del agua, casi al mismo tiempo que Cavendish. Más tarde, en colaboración con Laplace, obtiene agua sintética mediante oxígeno e hidrógeno. 

            Formula la ley de la conservación de la masa y  ley de las proporciones definidas, la primera sostiene que en un sistema sometido a un cambio químico permanece constante la masa total de las sustancias implicadas. El peso combinado de todas las substancias presentes después de la reacción es igual al de las presentes ante ellas. La segunda expresa que un compuesto químico siempre tiene la misma composición, cualquiera sea su origen o método de preparación; esto es, que tiene las mismas proporciones en cuanto al peso de los elementos que conforman el compuesto.[5] 

            Loa historiadores de la ciencia señalan como el iniciador del uso de la balanza en química. Sin embargo, es conveniente recordar que Johann Von Helmont (1579-1644)  ya utilizada frecuentemente una, en un período de pleno tránsito de la alquimia a la química. Por lo anterior, sería más adecuado afirmar que la balanza en química, ciñéndose rigurosamente al método científico. 

            Su obra más importante es el Tratado elemental de química, aparecido en 1789. En ella se presenta una visión integradora de las nuevas teorías químicas, y corresponde a la primera gran síntesis de los principios químicos. En su  obra La Méthode de nomenclatura chimique, presenta una nomenclatura específica para la química, como resultado de una investigación colectiva con Fourcroy, Berthollet y Guyton. Otros trabajos relevantes son el ensayo sobre la naturaleza del principio que se combina con los metales durante la calcinación (1775), y las memorias Altérations qu’éprouve l’air respié (1785) y Premiere memoire sur la respiration des animaux (1789), esta última escrita en colaboración son Seguin.

 

El hombre público y la revolución  

            Lavoisier se destaca no sólo como químico, si no también por su participación en la vida pública e institucional. Al leer su biografía se tiene la impresión que es prácticamente “atrapado” por sus pares, quienes realizan conjuntamente con él diversos cometidos y experiencias científicas. Así por ejemplo, inmediatamente al terminar sus estudios universitarios, trabaja con científicos destacados; entre estos, el geólogo Guettard, con quien viaja por las distintas regiones de Francia para estudiar el subsuelo. 

            En 1768 se incorpora a la Academia de Ciencias, llegando a ser presidente de la misma en 1785. Poco después de incorporarse a la Academia de Ciencias, decide trabajar en la Ferme Générale, una organización financiera dedicada a la recaudación de impuestos. Al cerrarse la Administración de Pólvora y Salitre en 1775, Lavoisier es nombrado comisario de la misma. También participa como miembro de la comisión que establece el sistema métrico decimal de pesos y medidas. Y conjuntamente con Foucroy fue un miembro activo del Liceo de las Artes, desde su fundación hasta 1793, año en que se produce una depuración de los miembros fundadores del Liceo y Lavoisier queda detenido. 

            En 1778 compra una propiedad agrícola en Fréchines y ensaya allí diversas técnicas agronómicas para obtener mejores rendimientos. Gracias a su cargo de Administrador de la oficina de pólvora y salitre, alcanza una posición social que le permite viajar y contactarse con distintos filósofos y científicos, pues está convencido de que la comprensión de la naturaleza es una tarea de colaboración y discusión entre los espíritus. 

            Por ocupar el cargo de recaudador general de impuestos, Lavoisier no era muy popular fuera de la comunidad científica. En el marcote  social de la época existía el convencimiento de que los concesionarios que recaudaban los impuestos obtenían grandes riquezas a costa de los contribuyentes. Menos simpatía se despertaron hacia el cuando contrae matrimonio con Anne Marie Paulze, hija de uno de los más importantes directivos de la institución recaudadora (la Ferme Générale). 

            El sabio francés, si bien era partidario de la monarquía constitucional, había abandonado todos sus cargos públicos cuando visualizo el comienzo de la revolución; esto es, el conflicto entre la opinión pública y los exponentes más conspicuos de la monarquía. Sin embargo, colabora con las nuevas autoridades como es requerido por asuntos profesionales. Por ejemplo, en 1791, cuando se constituye una Oficina de Consultas para las Artes y los Oficios, cuyo propósito era estimular los inventos y la industria, Lavoisier coopera activamente con esta oficina[6]

            Al constituirse el Tribunal Revolucionario, sus integrantes condenan a muerte a todos los servidores del cargo “recaudador general de impuestos” y Lavoisier es guillotinado en la Plaza de la Revolución, en París. 

            En este contexto, cabe preguntarse si el poder revolucionario era incapaz de apreciar la obra del padre de la química moderna, y su también desempeñaba fácilmente la cooperación de los científicos. Sobre el particular hay opiniones encontradas entre los historiadores de la ciencia. Una posición más reciente sostiene que los republicanos recibieron la cooperación de los científicos: “Un gran número de sabios ocupaban puestos claves en el Comité de Salud pública y entre ellos Guyton de Morveau y Fucroy; al parecer no tuvieron ninguna oportunidad de salvar a Lavoisier. Otros miembros de la Academia que intentaron protestar después del arresto, los antiguos colaboradores de Lavoisier, retuvieron en sus domicilios, documentos y apuntes útiles a la Comisión de Pesos y Medidas, y realizan en un laboratorio secreto su proceso de obtención del hidrógeno para prever de balas a las armas republicanas”.[7] 

            La cita anterior ilustra sobre la participación de algunos científicos en el proceso revolucionario y en especial menciona a ciertos químicos que ayudan a los republicanos. Por otra parte muestra una cierta reacción de los miembros de la comunidad científica frente a la situación de Lavoisier. Esto es significativo pues a menudo los textos tradicionales de la historia de las ciencias se presenta a un Lavoisier abandonado por sus pares. 

            Un año después de la muerte de Lavoisier, sus propios colegas lo consideran el fundador de la química y se preocupan de publicar y difundir sus obras. “Ese era el hombre, ése era el sabio que la revolución llevó al colapso en 1794”.[8] 



[1] Cf. Kuhn, Tomas: La estructura de las revoluciones científicas, F.C.E. México, 1982, pp. 112-127

[2] Cf. Untermeyer, Louis: Forjados del mundo moderno, Vol. 4, Biografías Gandesa, México, 1968, p 225

[3] Guyénot, Emite: Las ciencias de la vida en los siglos XVII y XVIII, Uteha, Mexico, 1956. p. 175

[4] Ibídem… p.176

[5] Cf. Pretruccio, Ralph: Química general. F Educación Interamericano, Colombia, 1977, pp. 20-21

[6] Cf. Redondi, Pietro: La revolutión francaise et l’historie des sciences, La Recherce, Paris, Nº 208, Mars p.326

[7] Bensude-Vivent, B: “Lavoisier, héros de la révolution francaise” La Recherche. París. Nº209, Avril, 1989. p.528 (Trad. Personal)

[8] Guyénot, Emile. Op. Cit. P.180.

[1] Bensude-Vivent, B: “Lavoisier, héros de la révolution francaise” La Recherche. París. Nº209, Avril, 1989. p.528 (Trad. Personal)

[1] Guyénot, Emile. Op. Cit. P.180

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                                                             ZENOBIO  SALDIVIA  M.

                                                            U. Tecnológica Metropolitana, Stgo. Chile. 

Antecedentes previos 

          Al hablar de tecnología inmediatamente nos viene implícito - en el plano de las representaciones mentales - todo un desfile de imágenes sobre máquinas, aparatos y artificios diversos, que van colaborando en la comunidad científica y en los procesos productivos; así como también, sentimos que la tecnología tiene un cierto aire de “intromisión” o interferencia en nuestras rutinas o en la vida cotidiana en general. Además intuimos que trae aparejada una manifiesta innovación en nuestras costumbres, puesto que de pronto nos vemos ejecutando nuevas acciones que no volvemos a abandonar nunca más; por ejemplo: chequear nuestro correo electrónico una o dos veces al día. Y así por ejemplo, nos imaginamos extensas salas con paredes cubiertas por decenas de computadores con pantallas luminosas y botones en serie, comandadas por jóvenes profesionales que están tomando nota de lo observado (gráficos, destellos, temperatura, velocidad....), o están afinando sus instrumentos de mensuración para entregar datos y más datos sobre los observables para los cuales han sido construidos. O bien nos imaginamos amplias y cómodas industrias, donde operan cada vez con mayor presencia, distintos tipos de robot, que cada vez más se van antropomorfizando, e incluso en algunos casos, muchos de estos prototipos han sido cubiertos con capas de materiales sintéticos que llegan a imitar nuestra propia piel. Todo ello dentro de un marco de higiene, de confort y de una alta  funcionalidad  que ha dejado atrás, la antigua percepción de industrias obscuras, grises, y ruidosas; en fin, sea con unos visos más o unos matices menos, nuestra imaginación se ubica entre estos parámetros cada vez que pensamos en la tecnología. 

       Ahora bien, muy a menudo se considera la influencia de la tecnología sobre la sociedad como perjudicial para esta última, sobre todo en ciertos análisis que hablan del largo plazo y donde se destacan los problemas ecológicos, el desempleo, la violencia, y el aumento del tiempo libre entre otros.  En nuestra opinión creemos que es un juicio apresurado visualizar la expansión tecnológica del futuro, como algo totalmente nefasto. Recordemos por ejemplo, el caso de la realidad virtual, tecnología que podemos sacarle mucho provecho en vista a la obtención de nuevos estímulos para el aprendizaje o para actividades de carácter educacional y de estímulos  neurológicos, entre otros. En fin, los ejemplos pueden ser centenares. Seguramente aquella presunción esencialmente negativa sobre los artificios tecnológicos, existe, porque nos dejamos llevar por el prejuicio generalizado que estima que la tecnología es intrínsecamente deshumanizante y negativa. Por otra parte, al juzgar a priori a la tecnología sobre su desempeño a futuro, olvidamos que hay una acción recíproca entre la sociedad y ese reservorio de constructos y artificios que hemos ido desarrollando. Esto no significa que aceptemos todo  lo que nos reporta la tecnología; simplemente se trata de tener un juicio más objetivo, más centrado en la realidad social y cultural. Después de todo, hoy en nuestra época contemporánea, ya casi no podemos vivir sin la interfaz con los medios tecnológicos, sin T.V., sin celular, sin e-mail, sin visitar el cyber-space. 

Tecnología y situación actual

         Actualmente la sociedad coexiste tan bien ensamblada con la tecnología, que hemos llegado a vivir en un orden tecnológico imperante, del cual ya no nos es posible alejarnos, ni menos salirnos abruptamente. Eso es imposible. La tecnología ya está en nuestras comidas, en los supermercados, en los cines, en los medios de comunicación; en nuestras ropas, cada vez con más porcentaje de elementos sintéticos;  en nuestras instituciones y lugares de trabajo a través de cámaras, intercomunicadores y botones infinitos; en fin, en toda nuestra vida. La tecnología tiene el propósito de estar al servicio de la sociedad, de actuar como un sistema dinámico que permita la producción de distintos implementos, técnicas y procedimientos, que nos reporten un mayor bienestar y comodidad; en suma, que permita la satisfacción de nuestras necesidades biológicas, sociales, lúdicas, socio-políticas, o de otra índole. 

         Nuestra visión de la tecnología se parcializa pues, cuando la consideramos como un fin en sí misma, y no como un medio para el bienestar  del hombre en sociedad; o bien, cuando partimos aceptando el punto de vista que sobre la tecnología tienen  determinados grupos políticos, o el de ciertas cúpulas  de los responsables directos del desarrollo tecnológico, que pretenden utilizarla  para la realización de un determinado proyecto empresarial, social o político. La tecnología no es únicamente para sí misma, no es totalmente autosuficiente en su expansión y en su perfeccionamiento; requiere del conocimiento científico, va a la par con él y justamente los resultados de las nuevas conquistas cognitivas, se transforman en  instrumentos y aparatos que nuevamente, a su vez, contribuyen a gestar nuevos conocimientos. Al respecto, piénsese por ejemplo en los megatelescopios  que captan señales e indicios que una vez interpretados por los paradigmas físicos y astronómicos vigentes, nos muestran nuevos referentes del espacio distante. Lo que acontece, volviendo a la tecnología en general,  es que cada vez descansamos más en ella requiriéndola y renovándola. Sin embargo, esto no  significa que la tecnología sea una panacea universal, y que debamos confiar a ultranza en ella. Tampoco significa que no tenga ninguna responsabilidad sobre los aspectos negativos  anteriormente enunciados. 

Los responsables de la orientación de la tecnología 

        En rigor, no es la tecnología la responsable del confort o daño que pueda generar, es la comunidad de tecnólogos y científicos por una parte, que optan por implementar o desarrollar tal o cual artificio para la paz, o para la destrucción. Pero más que ellos, los responsables directos son en última instancia, los exponentes del universo político, pues ellos son los que fomentan, sugieren, o apoyan expresamente con recursos privados o públicos, determinados programas de desarrollo científico o tecnológico. 

        Empero, aunque no podemos dejar de lado  los aspectos éticos y morales en juego, que ameritan una amplia reflexión; desde el punto puramente tecnológico, la tecnología contemporánea está en condiciones de superar muchos de los problemas del hombre de los albores del siglo XXI, como la polución, la invasión de los plásticos y desechos sintéticos, o los derrames de petróleo, entre tantos y tantos otros. Ello, puesto que la propia tecnología ofrece líneas de desarrollo más amigable con el medio; el problema es encontrar la voluntad política y el consenso para destinar los recursos habituales hacia esas nuevas directrices. 

El punto está en ese universo de personas que toman las decisiones sobre el bien público; dicho de otra manera, con el nivel de desarrollo tecnológico actual que descansa en una alta mecanización, automatización, robotización, cibernética, informática y todo el conocimiento de las leyes del mundo físico natural en general; se pueden claramente desarrollar procesos no-contaminantes o mucho menos contaminantes, por ejemplo. Pero para que la tecnología apunte en esa dirección se necesita la comprensión y el apoyo de la clase política y una especie de presión de  los intelectuales con espíritu crítico, para una nueva redistribución de los gastos. 

         Por tanto, el dilema de beneficios versus peligros, señalado en el epígrafe de esta comunicación, es, un falso dilema; no se trata de rechazar de plano a la tecnología, ni apuntar a tecnologizarlo todo, ni tampoco se trata de que la tecnología se cuide de la sociedad o que la sociedad se esfuerce por hacer desaparecer a la tecnología. Plantear así las cosas, es un absurdo, es sólo el resultado de una ignorancia manifiesta y del ímpetu de dejarse llevar por los prejuicios imperantes, fomentados las más de las veces, ora por los movimientos tecnófobos o de grupos anti-ciencia, en un  caso;  o bien  por grupos políticos definidos, identificados con un tecnologismo triunfante; en el otro caso. 

        Al intentar valorar la tecnología, creemos que hay que tener una actitud que no raye en los antagonismos desatados; esto es el menosprecio o el optimismo sobredimensionado; sino más bien en un cierto estado de alerta cuidadosa, que nos permita observar las distintas interconexiones de la tecnología y sus producciones más recientes, con los distintos grupos sociales, en especial en relación a los modos de convivencia social esperados, esto es el ideal de la democracia, con el medio natural, y en especial con sus implicancias en el plano educativo.      

         La educación se nos presenta por tanto, como un universo que regule y reoriente a la tecnología, pues los tecnólogos y científicos necesariamente tienen que pasar por los sistemas educacionales de sus países.  Allí,  principian a formarse una  idea  primaria de  la tecnología que van consolidando con la ejecución de sus paradigmas en uso y con  las aplicaciones del mismo a los más distantes objetos de estudio. Por tanto,  es de esperar que la visión que les hayan entregado los docentes a nuestros científicos contemporáneos, no sea la de enfrascarse en discutir las posiciones antagónicas; sino más bien la de mostrar que la praxis científica, conlleva la necesidad de retroalimentación y de autocrítica y la comprensión cabal de siempre existe un margen de error en toda conquista cognitiva. Y además confiemos que aquellos sabios maestros de nuestros científicos actuales, les hayan trasmitido que la ciencia es una forma de vida tan digna como cualesquiera otra, pero que nunca estará desprovista ni de humanismo ni del buen sentido.  

Palabras finales

Hoy parece necesario ocuparse seriamente  de ese nuevo orden científico-tecnológico que hemos construido, y al respecto, comparto con Donald Michael, tal como lo señala en su obra La Innovación Tecnológica y la Sociedad, que si hay que orientar a la ciencia hacia la producción y el consumo, entonces debemos esforzarnos para que los resultados y posteriores aplicaciones cognitivas queden  imbricadas con la producción y la industria pero no con el énfasis destructor. En rigor, la tecnología nos libera en parte de nuestra dependencia de la naturaleza, pero también nos insta para que la retroalimentemos y para que reflexionemos sobre ella. Ella hará únicamente lo que nosotros queramos que haga, no dejemos que ella nos domine como avizoraron Ortega y Heidegger; aún es tiempo escapar de dicho thélos, y de manejarla a nuestro amaño y no a la inversa. 

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El sentido de lo humano en la formación ingenieril

Zenobio Saldivia M. y Fresia  Valverde  T.

             U. Tecnológica Metropolitana,  Santiago., Chile. 

  El resurgimiento del sentido de lo humano en los tiempos actuales, pareciera ser una de las grandes preocupaciones de los teóricos contemporáneos -en especial filósofos, educadores y curriculistas- con la pretensión de  superar los resabios del siglo XX, para recomenzar una nueva era en el milenio que iniciamos. 

  El entorno filosófico y académico busca en su significación universal, respuestas a las interrogantes perennes propias del ser y del deber ser del hombre recurriendo a saberes propios tanto de la Metafísica, para indicar un camino sobre ¿qué puedo hacer o conocer?; de la Moral, para incentivar ¿qué debo hacer?; de la Religión, para que el hombre decida en su hacer ¿qué se me permite esperar?; como de la Antropología, tras la búsqueda de la eterna respuesta sobre ¿qué es el hombre?, todo ello, como 'un volver a las cosas mismas', al decir de Barrio. 

  En este contexto, la preocupación del hacer del hombre de hoy y del mañana, en particular,  aquel que se forma en el seno de las Universidades, parece ser uno de los temas candentes inserto en la agenda de las discusiones académicas, que ha cobrado más fuerza que otras veces. Seguramente los excesos en la alta especialización que hoy la Universidad entrega a los profesionales comprometidos con el hacer científico y técnico, ha gatillado una nueva oleada de reflexión sobre la situación actual de las humanidades. Se adiciona, también, la opinión de los empresarios para mostrar su  visión de los profesionales de la ingeniería, que actualmente se están integrando al mundo globalizado. En consecuencia, éstas parecen ser algunas de las aristas, que han traído a presencia nuevamente el viejo tema. 

  En el caso de los líderes empresariales, el interés por la situación de las humanidades en el presente, está orientada más bien, a revisar la formación humanista y cultural que debería reforzar convenientemente la formación integral de los ingenieros. Ello, porque  han podido percibir que es  a partir de este acervo de cultura y sabiduría, donde encontrarán valores, actitudes y comportamientos altamente deseables para el buen desempeño profesional. El entorno empresarial, es cada vez más el universo competitivo de la producción y el comercio internacional, para lo cual requiere de sujetos poseedores de ciertas notas constitutivas de la personalidad, que contribuyan acertivamente a la gestión empresarial. 

            De este modo, sujetos preparados con  buenas relaciones humanas para integrar equipos de trabajo, confiables, autónomos, criteriosos, comprometidos con el grupo de gestión y poseedores de una comunicación fluida y directa -entre otras características personales- sumadas a las específicamente profesionales, constituyen  el modelo para  el ideario del perfil profesional deseado. Ello no es extraño, si se piensa en las nuevas exigencias del marco social y, en especial, del campo laboral. No deja de ser curioso, que de mundos muy distintos,  se esté pensando en la situación de las humanidades en las universidades y que  tal preocupación no deja indiferentes a las universidades latinoamericanas. 

            La universidad contemporánea, tiene su génesis institucional en las corporaciones de maestros y estudiantes que fueron apareciendo por toda Europa, durante el medioevo (Universitas magistrorum discipulorunque), principalmente desde el siglo XII en adelante.  El plan de enseñanza de la universidad medieval incluía la teología, la filosofía, el derecho, la medicina y las siete artes liberales:  gramática, retórica y dialéctica (trivium) y la aritmética, la geometría, la música y la astronomía (cuadrivium).  Este tipo de institución estaba orientada principalmente a la enseñanza y difusión de la cultura;  es decir, a lograr que los estudiantes adquirieran una concepción fundamentada y actualizada acerca del hombre y del mundo, al dominio de un corpus de ideas claras y vigentes sobre su universo físico e histórico.  

            El énfasis en la tarea cultural de estas casas de estudio, se mantuvo en gran medida, hasta los tiempos modernos; viéndose dicho ideario, reforzado por la expansión de las ideas filosóficas y sociales derivadas de la Ilustración y del Enciclopedismo.  Lo primero, fomenta la obtención de una democracia plena y la confianza en la invariabilidad de la razón.  Lo segundo, persigue la divulgación del conocimiento científico y el dominio de la multiplicidad de las expresiones del mismo. 

            Sólo desde el siglo XIX en adelante, se percibe a la universidad como un ente formador de profesionales por antonomasia.  Ello acontece, casi paralelamente, con la importancia que en esa época la sociedad le asigna a la ingeniería y a las tecnologías;  estimuladas por el universo de las ideas positivistas desarrolladas primeramente por Comte y la posterior búsqueda desenfrenada del progreso material y espiritual de los pueblos,  como thélos ineludible de la actividad científica, tal como lo ha destacado Munizaga: “Durante la segunda mitad del siglo XIX las ideas comtianas se propagaron en hispanoamérica con el ímpetu que se conoce.  Ninguno de nuestros países, de México a Chile - y sobre todo Brasil- escapó a su influencia”. 

            Luego, en el siglo XX, en énfasis por el profesionalismo se ve nuevamente potenciado como consecuencia de la 2ª Guerra Mundial.  Las instituciones de educación superior proliferan y se diversifican con gran rapidez, y los conocimientos a su vez, se multiplican vertiginosamente. Esto es el punto de partida de un nuevo fenómeno propio de la educación superior, que los estudiosos del tema han denominado:  'La gran transformación'; como una forma de tipificar el conjunto de situaciones demográficas, sociales, políticas y económicas muy distintas a las existentes en otras épocas históricas, en lo referente a su vinculación con la universidad. 

            Lo anterior se concatena con la historia de la humanidad centrada en el desarrollo de las organizaciones sociales y la evolución del conocimiento científico y desarrollos tecnológicos, que han forzado las tendencias de la 'especialización'. Por otra parte, la evolución de la especie humana plantea, también, la 'naturaleza acelerada del desarrollo ambiental', al decir de Kast;  con lo cual se ven  preocupadas también  las propias organizaciones. 

            En el plano de la cultura organizacional, ésta cobra una especial significación por la repercusión que tienen en la toma de decisiones las formas de pensar, de sentir y de reaccionar, así como también, el ejercicio imprescindible de un estilo de administración. Ambos, cultura y estilo empresarial, se consideran, hoy en día, aspectos fundamentales de toda organización laboral, tanto en el logro de los objetivos en que se aúnan la tecnología y el desempeño de las habilidades humanas, siempre que se considere la efectiva utilización del recurso humano “en un ambiente que propicie el bienestar de los participantes. Estas, es decir, 'la productividad y la calidad de vida son dos de los más importantes preocupaciones de las organizaciones y de la sociedad' (Kast). Se ha detectado a través de investigaciones que las organizaciones más eficientes desde el punto de vista del desempeño, poseen características comunes basadas en el respeto, la consideración y la atención del personal que laboran en ellas. 

            En este sentido, la característica de nuestra era, parece ser la gran diversidad de cambios significativos en el plano de la cultura y de los distintos órdenes del plano social en general.  El rasgo más relevante de la cultura actual, es su permanente expresión de crisis y contradicción, lo que trae  aparejado una educación superior en que las metas se diluyen entre tendencias prospectivas, utópicas, dialécticas, o de distinta naturaleza.  Esta diversidad y contradicción permanente, dificulta la puesta en marcha de innovaciones oportunas en la educación superior.  A manera de ilustración, piénsese por ejemplo en la asombrosa velocidad con que se suceden las innovaciones en ciencia y tecnología, en la revolución que han experimentado las comunicaciones, en la caída de  los socialismos reales, o incluso en lo que Mönckeberg denomina 'revolución de las aspiraciones' del hombre medio contemporáneo. Todo lo cual afecta seriamente la solidez de nuestros cánones culturales y el orden social imperante; más rápidamente que nuestra reacción y adecuación ante la estructura educacional y su sistema de entrega de contenidos. Así, el cambio es pues, el rasgo distintivo de nuestra época. Paralelo a esta situación, en los países de A. Latina, hoy también se percibe una crisis de adaptación de la universidad frente a las nuevas condiciones sociales, culturales y políticas en general.  

            Precisamente, ante este quiebre, aparecen las nuevas aspiraciones del marco social; la aspiración del alcanzar una mejor calidad de vida y el deseo de tener más acceso a los bienes y servicios;  así como también el legítimo deseo de obtener una mejor formación educacional;  tanto en lo referente al campo de las ciencias formales, como al ámbito de las ciencias naturales y al campo de las ciencias sociales y humanas.  Tales anhelos contemporáneos -que incentivan los cambios esperados- pasan necesariamente por una adecuación epistemológica de la currícula universitaria;  de modo que ésta no sólo posibilite la comprensión de las teorías en boga, sino que además permita profundizar acerca del contexto del descubrimiento en que estas se produjeron.  

            Por tanto, la crisis de la educación superior apunta principalmente a la currícula universitaria. La atención que actualmente se le otorga a la currícula universitaria, se comprende por la importancia que ésta ha adquirido en el último tiempo, y en especial, por una mayor comprensión que se tiene de ella en los círculos académicos.  Se ha comprendido que la currícula es uno de  los medios para asegurar que en la formación de los estudiantes, están presente determinados modelos de aprendizaje, ciertos patrones de conducta y formas de mediación cognoscitiva en general, que se estima que los estudiantes aplicarán posteriormente en su desempeño profesional y social. 

            La revisión conceptual y metodología de la currícula universitaria, en la actualidad, muestra que la necesidad de un currículum abierto y flexible, los principios de intervención educativa con sus respectivos modelos de aprendizaje; así como también la metodología más activa, original y holística; va siendo cada día más corroborada en el terreno empírico y en el desarrollo de un currículum centrado en la antropología, en el hombre, tal como ya lo ha destacado Espina. 

            Por lo anterior, es fácil comprender que en nuestros días,  la misión de la universidad se ha alejado del ideario de enseñar la cultura y más bien se enmarca en la tarea pragmática de formar profesionales y científicos. Se refuerza lo descrito con el estudio efectuado por Unesco sobre las Carreras de Ingeniería en países, tales como Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Perú Colombia, Venezuela, México en que sólo consideran ingenieros de base científica, siendo éstos fuertes en Matemática, Física, Química, Ciencias de la Ingeniería y Computación (Letelier, 1998).  Empero, formar profesionales eficientes y científicos competentes, es un propósito nuevo que se disocia de la misión tradicional de la universidad, en su sentido original. Esto significa que la profesionalización; y la alta especialización que hoy entrega la universidad, no satisface el objetivo de formar un hombre culto, un hombre integral. 

            Con razón ya antes Ortega y Gasset había sugerido potenciar la difusión y desarrollo de la cultura en la educación superior;  esto es, volver a la tarea primigenia de la institución universitaria:  “... por eso es ineludible crear de nuevo en la universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee.  Esa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes y más que ninguna otra cosa, la universidad”. 

            Y para ello el filósofo español creía conveniente instaurar una 'Facultad de Cultura', que incluya la enseñanza de disciplinas tales como:  biología, física, sociología, historia, filosofía; para que de este modo la universidad llegue a ser el órgano supremo de la educación espiritual de la sociedad, el más alto establecimiento de enseñanza intelectual y moral del estado.  

            La humanidad actual y futura se cifra  en la globalización de la información que genera el conocimiento, como esencia del auténtico saber.  Así, Torres J., en su publicación “Globalización e interdisciplinariedad : el curriculum integrado, dice: “El mundo que nos ha tocado vivir es ya un mundo global en el que todo está relacionado, tanto nacional como internacionalmente; un mundo donde las dimensiones financieras, culturales, políticas, ambientales, científicas, etc., son interdependientes, y donde ninguno de tales aspectos, puede ser adecuadamente comprendido al margen de los demás”.  Tal afirmación, conlleva  a la interrelación de los conocimientos en aras del progreso de la humanidad. 

            En el ámbito de las carreras de ingeniería, uno de los tópicos que está en discusión en estos momentos, es el denominado “perfil del ingeniero para el siglo XXI”. Dicho tema alude a una búsqueda de ciertos elementos cognoscitivos, valorativos, sociales, psicológicos y antropológicos; que se estiman necesarios incluir en los planes de estudio de los alumnos de las Facultades de Ingeniería, para una posterior inserción exitosa y eficiente en el mundo profesional, en un universo laboral mundial, donde la tónica es la fuerte competencia, la globalización de los mercados, la instantaneidad de  las comunicaciones y el aparecimiento de una nueva organización social. 

            Así, la sociedad actual espera de los ingenieros, un doble rol:  que contribuyan en las empresas a una gestión más exitosa para el dominio de los mercados, y  que por otra parte, frente a la naturaleza, tengan una mirada ecologicista, muy distinta a la simple visión positivista y pragmática, que se ha venido dando desde fines del siglo XIX. Los propios ingenieros destacan estos aspectos como parte del perfil deseado; pero además visualizan la necesidad del complemento de la sabiduría, de las buenas relaciones humanas, del criterio oportuno y de la dotación de una fuerte dosis de sensibilidad para con los otros hombres.  Por ejemplo, en un Congreso de ingenieros organizado en Santiago de Chile, en 1993, se se destaca el hecho de el ingeniero civil debe ser altamente competente en lo técnico, pero además debe poseer capacidades para administrar recursos con acentuación  por los problemas ambientales, con una gran sensibilidad social, con sabiduría para administrar el recurso humano y con visión de futuro. 

            Tales requerimientos expresan el punto de vista de los propios ingenieros, y sugieren al mismo tiempo, una revisión en el plano curricular, de aquellas disciplinas que tradicionalmente han estado consagradas a representar a las humanidades y a las ciencias sociales en el caso de que existan efectivamente en los planes de estudio de los futuros ingenieros.  

            Por otra parte, sugieren implícitamente pensar en la inclusión cuidadosa de nuevas asignaturas que den cuenta de los contenidos esencialmente humanistas, propiamente culturales; en el caso en que no existieran en los planes de estudio de los alumnos de ingeniería.  Esto en el bien entendido de contar en un futuro no muy lejano, con un currículum más armónico, más integral y acorde con las demandas provenientes tanto de los propios ingenieros ya insertos en el ámbito laboral; como así también de las exigencias que surgen del marco social contemporáneo, de acuerdo a la visión de lo más óptimo esperado de ellos. 

            Para la obtención del ideal de un currículum armónico y equilibrado al servicio de las carreras de ingeniería, la presencia de las disciplinas humanistas resultan ser un sustrato cultural ineludible.  Ello porque el ingeniero antes que profesional es un ser humano, y en este ámbito, es inevitable que dentro del sistema de la educación superior, los contenidos de la especialidad se orienten hacia el hombre.  Así, como acota Giannini “para hablar de humanismo, para examinar su justificación y su persistencia, tendremos que referirnos y no puede evitarse, a nosotros mismos, a nuestra complicada humanidad, a nuestra errancia...”. 

            Lo anterior, alude al conjunto de valores y contenidos centrales desde y hacia el hombre, hacia un tipo de conocimientos que no tiene un interés pragmático y que no se agota en su utilidad.  Es justamente por esto, que en las humanidades encontramos los valores y la sabiduría integradora que no hallamos en las disciplinas de las ingeniería en particular.  Tales valores son a su vez, portadores de un mundo de ideas filosóficas, de determinadas concepciones de hombre y del mundo. El corpus teórico denominado 'humanidades' y que incluye entre otras expresiones al arte, la filosofía, la literatura, la historia, la ética o las lenguas clásicas por ejemplo;  encierran una riqueza axiológica que es necesario conocer y comprender para posteriormente tomar mejores decisiones técnicas o profesionales.  Por ello no resulta extraño que en Estados Unidos, en 1989 la Encuesta Nacional de Docentes -que mide los objetivos básicos para la educación de pre-grado- haya arrojado una alta ponderación para las metas humanistas dentro de la formación.  Entre estas:  entregar conocimientos de Historia y Ciencias Sociales (94.6%), enseñar a apreciar la Literatura y las Artes (91.5%) y formar valores en los estudiantes (87.0%). (Boyer. 1990). 

            El parágrafo precedente, permite colegir la visión humanista e integral propia del deber ser de la educación superior, que manifiestan los académicos norteamericanos acerca de los grandes objetivos que deben considerarse en los estudios de pre-grado.  En nuestra realidad latinoamericana referente a la formación de los ingenieros; los criterios curriculares tecnologizantes y economicistas, han  dejado atrás la presencia de las humanidades en los planes y programas obnubiladas por la presencia avallasadora de las disciplinas de la especialidad. Así, el antiguo anhelo  de la formación integral en las facultades de ingeniería de nuestros países latinoamericanos, está muy lejos de alcanzarse con la estructura curricular vigente.

            En América, en las Facultades de Ingeniería de muchas universidades se encuentran trabajando en una propuesta que reestructure  los planes de estudios de los futuros profesionales de la ingeniería; dicha propuesta se piensa hacer extensiva a los distintos niveles de la formación ingenieríl existente: Ingeniería de Ejecución, Ingeniería de Especialidad e Ingeniería Civil. Así, además de las áreas de formación matemática, ciencias básicas, ciencias de la ingeniería y diseño técnico; se incluye un área de estudios complementarios, que corresponden a las humanidades y ciencias sociales, arte, administración y otras, que complementarían el contenidos puramente técnico de los antiguos planes de estudio. Ello indicaría que son los propios ingenieros los que se están dando cuenta de la conveniencia de fortalecer la presencia de las humanidades en su formación actual. 

            Por último, parece fundamental la acción del docente en la formación del profesional ingeniero, que comprende, según el aporte que hiciera Marcos T. Masetto, de la Universidad de Sao Paulo, Brasil: “...el desarrollo del área cognoscitiva en lo que toca a la adquisición, elaboración, organización de informaciones, al accceso del conocimiento existente, a la producción de conocimiento, a la reconstrucción del propio conocimiento, y en cuanto a la identificación de diferentes puntos de vista sobre el mismo asunto, a la imaginación, la creatividad, la solución de problemas”. Más adelante, señala también que “...es necesario que el profesor perciba de manera creciente la vinculación que puede haber entre su asignatura y las demás del mismo programa de estudios. ¿Cómo podrán interactuar? ¿Es la relación interdisciplinaria una utopía? ¿Lo son las posibilidades de organizar un curriculum que cree espacios para aspectos nuevos, emergentes y actuales?. La relación profesor - alumno y alumno - profesor en el proceso de aprendizaje ¿Cómo asumir una actividad de docencia sin profundizar el conocimiento y la práctica de una relación con los alumnos que los ayude a aprender?...”.

            Lo anterior, es una sugerencia de mejorar la relación profesor-alumno y viceversa, que parece ser también una invitación que en las Facultades de Ingeniería en América, reclama aún una respuesta.

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Makarena Quiroz Armijo

UPLA, Sede San Felipe. 

Antecedentes previos

Desde su nacimiento, el arte de escribir, es ante todo el reflejo de los sentimientos e ideas de los autores que ven, a través de la escritura, la huella literaria representante de un tiempo que avanza sigilosamente en el reloj de la vida. Es así como podemos encontrar en las bibliotecas una extensa variedad de emociones que, sin duda, son nuestra máquina del tiempo. La literatura tiene este poder. Mirar el reloj en la pared y ver cómo las manecillas retroceden para llevarnos a remotos tiempos donde el pasado se transforma en presente. Justamente en este tipo de viajes presente–pasado, se sitúa el texto escrito por el académico Zenobio Saldivia, quien, a través de sus palabras, nos ubica en un tiempo remoto en el cual se comienza a escribir la historia chilena y también la historia del cuerpo físico del país, con los criterios científicos ya aceptados por Europa. En efecto, el texto La Visión de la Naturaleza en Tres Científicos del siglo XIX en Chile: Gay, Domeyko y Philippi, editado por el Instituto de Estudios Avanzados de la U. de Santiago de Chile, Santiago (2003).

Estos tres científicos llegan a Chile en el momento que según el autor “se realizan las primeras acciones para lograr la consolidación del estado-nación, para así, afianzar en el plano político y normativo, la independencia recién lograda”.[1]  Es así como el gobierno de la época, determina la importancia de construir la historia chilena, marcada tantos años por una historia foránea y europeizante que no reflejaba el espíritu hispanoamericano. El Chile Republicano, por ende, manifiesta dentro de su ejecución y de acuerdo a la política científica de la época, la contratación de sabios extranjeros, los cuales, a través de sus conocimientos y objetividad, asumen la tarea de inscribir la historia de Chile a la memoria colectiva de esta nueva nación, unido además, con el conocimiento científico que estos poseían.

Viajeros e idealismo científico en el Siglo XIX

Con el tiempo, estos sabios fundan las primeras instituciones científicas y se hacen cargo de las mismas, amén de tener tienen entre sus objetivos, el desarrollo y la difusión de la ciencia en el país. Pero más allá del plano político-histórico de la llegada de estos tres científicos a Chile, resulta muy relevante específicamente su contribución al plano literario; la literatura que éstos realizaron como representantes de una generación creadora, organizadora y representativa de una nueva república. Este tipo de prosa es lo que el investigador analiza en la obra mencionada. Por ello es que la misma, incluye capítulos tales como: “La prosa científica de los autores seleccionados” y “La Presencia del Romanticismo en la prosa científica de Gay, Domeyko y Philippi”.

Cedomil Goic en el texto: La novela hispanoamericana, descubrimiento e invención de América,[2] nos habla del Romanticismo como la generación de 1837, correspondiente a los nacidos entre los años 1800 y 1814. Esta generación marca en toda Hispanoamérica, el comienzo de un desarrollo cohesivo y maduro de la novela y de la literatura en general. En este tiempo, por tanto, se dan los primeros movimientos tendientes a organizar el desarrollo de la literatura como expresión de la nacionalidad con un apego marcado a la representación de las costumbres pintorescas, llenas de calor local, de la naturaleza americana, de los acontecimientos históricos e histórico-políticos y de sus luchas de emancipación y de su progreso. Por tanto, Gay, Domeyko y Philippi, utilizan esta corriente literaria en su discurso científico y se ven envueltos en los avatares propios de la expansión de dicho modelo. Es el maridaje de la ciencia y la literatura. Esta solemne unión científico-literaria, les permite hacer una cuidadosa inserción de sentimientos al mismo tiempo que dan cuenta de la descripción de los observables taxonómicos o inorgánicos. En este caso, la expresión de la emoción y del goce estético en cada uno de estos científicos, es el resultado del asombro que embarga al observador al enfrentar los observables.

Nuestra interpretación

Goic plantea con claridad que los escritores de esta generación propia del romanticismo, utilizan las letras para insertar en la novela, la representación de las costumbres pintorescas de este tiempo. Con estos tres científicos ocurre lo mismo. La existencia de una diagnosis o del conocimiento de los signos y propiedades de observables orgánicos e inorgánicos, nos dice Saldivia, que sobre determinados exponentes orgánicos o abióticos, la inclusión de escenas costumbristas o de visos etnográficos en las descripciones y la expresión discreta de sentimientos, hace de estos hombres, representantes de los estudios científicos a través de la prosa Romántica, y por ende, representantes también de las letras de esta generación literaria. Así, los apartados del texto: “Romanticismo y discurso científico”, “La preocupación por los íconos” y “Romanticismo como forma de vida”,[3] ilustran muy bien esta situación.

Este equilibrio entre ciencia y literatura en la prosa de los tres científicos mencionados y de los cuales da cuenta Saldivia en su obra, se ve reflejada por las expresiones de asombro, de belleza, de armonía o por la percepción de la soledad o de la vastedad de los paisajes, entre otras características; para así, mostrar en sus páginas a un doble agente relator: el “yo persona” y el “yo observador científico”. Esta dualidad nos lleva a observar una descripción detallada de la naturaleza del lugar y además, a apreciar los sentimientos del autor, pero de manera delicada sin apartarse totalmente  de lo científico.

Raciocinio vertido al signo

De acuerdo al estudio literario de René Wellek y Austin Warren, el discurso científico, tratará siempre de reducir el lado expresivo y pragmático del lenguaje para abocarse únicamente al signo, que en este caso, corresponde al elemento de estudio, a la investigación de los referentes de la naturaleza chilena. Este enunciado poco se aleja de lo enseñado en las clases de literatura, donde las distintas posturas acerca del tema, llevan a la controversia, o, en el mejor de los casos, a la aceptación de nuevas inclinaciones generacionales.

Por eso, y como representante de una opinión generacional, nos preguntamos: ¿qué sucede con Gay, Domeyko y Philippi?, ¿Por ser científicos deben ser marginados de los textos de la literatura nacional? A nuestro parecer, el nivel de conocimiento y la magistral forma de escribir sobre nuestro país, los hace tan literatos como cualquier otro representante de esta generación. Estos tres científicos forman un todo. Intercalan entre la descripción del paisaje y la población, la influencia romántica de su tiempo, para transmitir sus conocimientos y sentimientos románticos.

Así, el texto del profesor Saldivia Maldonado nos acerca a tres autores que, si bien son reconocidos en el ámbito puramente científico, para muchos académicos y para los estudiantes de literatura en general, resultan casi desconocidos. La construcción cohesionada y coherente del texto que comentamos, nos permite transitar por sus páginas en forma clara y segura, para hacer conocido lo desconocido. De esta manera, logramos conectarnos con el pasado histórico-literario que ha forjado las raíces de nuestro país. Y el lector que logre asir este texto, abrirá su mente hacia otra rama, hacia la ciencia, y unida a otras conformará un todo, una excelente investigación.

Como joven exponente en este camino de las letras, me enorgullece el tener esta oportunidad para presentar ante ustedes este libro del profesor Zenobio Saldivia, que se suma a sus distintos ensayos para dar cuenta de la naturaleza chilena.[4] Así las palabras del libro que comentamos, responden a la labor de informar, de culturizar pero sobre todo, al placer de plasmarlas para las nuevas generaciones. Gay, Domeyko y Philippi, serán reconocidos desde ahora como exponentes de las letras de la generación de 1837. Esa es nuestra hipótesis y nuestra labor como profesionales de la educación es hacerlo reconocible.

Por tanto, los que hemos leído y estudiado cuidadosamente el texto: La Visión de la Naturaleza en Tres Científicos del siglo XIX en Chile: Gay, Domeyko y Philippi, tenemos el deber de difundirlo, de preocuparnos que no quede estancado en nuestra memoria, colaborando para que sea estudiada por otras generaciones, comprendiendo la importancia de la labor de estos hombres que llegaron a nuestra tierra imbuidos de un paradigma taxonómico y que luego fueron capaces de tomar una pluma, de detener el tiempo para nosotros y mostrar una naturaleza peculiar: los paisajes del Chile decimonónico y sus principales exponentes bióticos e inorgánicos, que Saldivia ha sabido muy bien rescatar de la mirada de estos viajeros. 



[1] Saldivia M., Zenobio: La Visión de la Naturaleza en tres científicos del Siglo XIX en Chile: Gay, Domeyko y Philippi, Instituto de Estudios Avanzados, U. de Santiago de Chile, Stgo., 2003, p. 11.

[2] Goic, Cedomil: La novela hispanoamericana, descubrimiento e invención de América, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Valparaíso, 1972.

[3] Saldivia M:, Zenobio; op. cit.; pp. 106- 124.

[4] Los lectores interesados en otros ensayos de este autor en esta misma línea de historia de la ciencia, pueden leer: Claudio Gay y la ciencia en Chile (Berríos, M. y Saldivia, Z,), Ed. Bravo y Allende, Stgo., 1995. O La Ciencia en el Chile decimonónico, Ed. Utem, Stgo., 2003, Chile y Darwin. La respuesta al evolucionismo desde 1869, Ril Edit., Stgo. (Latorre y Saldivia), 2015; entre otros.

[1] Los lectores interesados en otros ensayos de este autor en esta misma línea de historia de la ciencia, pueden leer: Claudio Gay y la ciencia en Chile (Berríos, M. y Saldivia, Z,), Ed. Bravo y Allende, Stgo., 1995. O La Ciencia en el Chile decimonónico, Ed. Utem, Stgo., 2003, Chile y Darwin. La respuesta al evolucionismo desde 1869, Ril Edit., Stgo. (Latorre y Saldivia), 2015; entre otros.

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Darwin y Pissis encandilados en Aconcagua (*)

Zenobio Saldivia M.

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile. 

Algunos antecedentes

    Estar encandilado es quedar deslumbrado por un golpe de luz, y al parecer si uno revisa cuidadosamente la literatura de viajes desde fines del siglo XVIII hasta fines del siglo XIX, o si se leen algunos ensayos científicos de naturalistas y exploradores del Siglo decimonónico, queda de manifiesto que la región de Aconcagua, como referente taxonómico o geográfico, logró irradiar su luz en autores como Darwin o Pissis por ejemplo.  

    Pero antes, recordemos que también hubo algunos exponentes o preclaros hombres que han aportado a la cultura y al desarrollo de las ciencias en Chile y específicamente en relación al valle de Aconcagua, ya desde el Siglo XVIII; pero ello no está aún totalmente definido toda vez que los exploradores franceses, ingleses y holandeses de dicho período, parecen haberse interesado más en otras zonas del país, principalmente la zona austral. Y por otra parte recuérdese que la actual ciudad de San Felipe, se fundó el 3 de agosto de 1740 por el Conde de Superunda don José Antonio Manso de Velasco y Samaniego. Esto nos obliga entonces  a pensar en los sabios del siglo XIX y su percepción de Aconcagua, en especial en Darwin y Pissis. 

Charles Darwin

    Un hito significativo del conocimiento científico vinculado a esta región, corresponde al naturalista y viajero inglés Charles Darwin (1809-1882), quien en 1831 acepta la propuesta del Almirantazgo para formar parte del equipo científico, de la HMS Beagle que sale del puerto de Plymouth, al sudeste de Inglaterra, en diciembre del año ya mencionado. El viaje pretendía recabar información cartográfica, hidrográfica, de historia natural y sobre derroteros navales. Así, ya en Chile, realiza algunas exploraciones geológicas y otras de carácter taxonómico para observar la flora y fauna chilensis entre 1834 y 1835; ora en Chiloé, ora en Santiago, ora en Rancagua, luego en San Fernando; también visita Concepción y Talcahuano, (tras el terremoto de febrero de 1835).

También recorre los alrededores de Valdivia, de Valparaíso, Quillota, el Cerro la Campana y otros. Aquí, en el Cerro La Campana, se dedica a observar las características de las hendiduras rocosas, los líquenes y la diversidad de musgos muy antiguos.[1] Arriba también a San Felipe y recorre los alrededores, visitando lo que hoy son los pueblos de Sta. María, Jahuel y otros lugares. Justamente en el sector de Jahuel, identifica un punto magnético, que se ha constituido en la actualidad en un lugar de interés turístico. Pero es la belleza de la Cordillera de Los Andes y la presencia de las cimas de andinas lo que prácticamente lo inunda de gozo y admiración. Justamente el impacto emocional que siente al contemplar el Volcán Aconcagua, lo induce a expresar sus mejores sentimientos referentes a la captación de la belleza de la naturaleza chilena. Así, luego de dejar consignada la altitud de dicha masa rocosa, (6900 metros), exclama: “¡Qué admirable espectáculo el de esas montañas cuyas formas se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico!”[2] Ciertamente, paisajes como éstos que van matizando su prosa científica, despiertan una profunda simpatía en su sensibilidad de hombre de ciencia y de sujeto aventurero y romántico. 

Amado Pissis

    Más tarde, en la década del cincuenta del siglo decimonono, otro científico incursiona la región de Aconcagua y estudia las vicisitudes del terreno, determina con mayor precisión la longitud y latitud en que está ubicada la ciudad de San Felipe y da cuenta de los aspectos hidrográficos y orográficos de la zona. Se trata del geólogo y geógrafo francés Amado Pissis (1812-1889), quien había estudiado en la Escuela de Minas, en la Escuela Politécnica y en el Museo de Historia Natural del París. Más tarde, realiza trabajos geológicos en países como Brasil y Bolivia; en este último país la suerte no le favorece y tiene que abandonarlo por razones políticas, llegando así a nuestro país en 1848 con el fin de gestionar su viaje de regreso a Europa. Empero, cuando arriba a Valparaíso es contactado por agentes del Gobierno chileno y contratado por el Ministro del Interior Don Manuel Camilo Vial, que le comisiona su nueva tarea: realizar la descripción geológica y mineralógica de la República de Chile, y confeccionar los textos y mapas respectivos. Dicha labor le toma veinte años y le obliga recorrer todo el territorio entre 1848 y 1868.   

    Las exploraciones de este científico, por el valle, los ríos y las montañas de la región de Aconcagua, las realiza en 1856. Aquí determina las coordenadas geográficas de las ciudades y pueblos de la provincia, los pasos cordilleranos, además de explicar las características orográficas de la zona y da cuenta de los aspectos mineralógicos de la zona, además de las características de la estratificación de las capas geológicas de la zona. Así por ejemplo, en cuanto a la primera de las tareas de este autor, ya mencionadas, ubica a la ciudad de San Felipe en los 52º 45’ 23’’ de latitud y a 0º 4’ 16’’ de longitud Oeste. Y a una altitud de 657,1 mts.[3] Y a la ciudad de Sta. Rosa de Los Andes, la ubica a 32º 54’ 54’’ de latitud y a 0º 6’ 39’’ de longitud E. y a una altura de 818 mts.[4] Al Cerro Orolonco, por ejemplo, le atribuye una altitud de 2118 mts. En cuanto a los cordones montañosos de la región, los destaca en todas sus vicisitudes; así en un momento de su prosa se lee: “El mas importante de estos es el que se extiende entre los ríos de Aconcagua y de Putaendo; su forma es muy complicada; sigue desde el principio la dirección este-oeste; y al llegar enfrente de la quebrada de La Gloria toma la del sur, en fin al llegar á los cerros de jahuel, toma el rumbo norte-noreste hasta el cerro de Orolongo en el cual viene a rematar”.[5]

Y en cuanto a la determinación de los componentes geológicos de la región, Pissis observa que las mesetas calcáreas del sector de Tierras Blancas, cerca de San Felipe, contienen capas de calizas de color lila “que podrían suministrar mármoles bastante hermosos.” Y sostiene además que en el antiguo camino a la ciudad de los Andes y en el Valle de Putaendo, se encuentran “hermosas ágatas lácteas”. 

    La provincia de Aconcagua le parece muy rica en cuanto a la existencia de depósitos cupríferos. Tampoco le son desapercibidas a su vez, las piedras de canteras, como las traquitas y otras, en especial las que están a la “base de las montañas del Culunquén”, -como lo expresa el autor- cerca de San Felipe. Pissis no solo ejecuta las actividades propias de un estudioso de la geología, como las mencionadas; sino que además realiza observaciones propias de la botánica. Así, da cuenta de los referentes de la flora cordillerana y pre-cordillerana, aconcagüina destacando al litre, al quillay, al peumo, al algarrobo, al boldo y al maitén; como los principales exponentes de la vegetación arborescente de la región, tal como lo señala en su obra Geografía física de la República de Chile (1875).    

    Lo anterior, nos indica claramente como el valle de Aconcagua y la Cordillera de Los Andes, son dos de los puntos de interés de los sabios y viajeros que visitaron nuestro país durante el siglo XIX, con pretensiones de clasificación de la naturaleza o de sistematización de su cuerpo físico. Y en este plano, la región de Aconcagua y específicamente diversos lugares de San Felipe, Los Andes y Putaendo, logran concitar la atención de los estudiosos decimonónicos, entre estos Darwin y Pissis, como hemos venido destacando. Ello, hasta el punto de dejarlos encandilarlos tanto por la abundancia de sus referentes orgánicos y mineralógicos, cuanto por el enorme impacto que despierta en estos sabios, la belleza de sus parajes y por lo peculiar de su topografía y de sus expresiones orográficas.

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(*)Homenaje del autor a los miembros de la Sociedad de Historia y Arqueología de Aconcagua, San Felipe.


[1] Cf. Urzúa, Claudia: Chile en los ojos de Darwin, Ediciones B. Chile S. A., Stgo., 2009;  p.94.

[2] Darwin, Charles: Viaje de un Naturalista alrededor del mundo, Ed. Ateneo, Bs. Aires, 1945., p.307.

[3] Pissis, Amado: Geografía Física de la República de Chile, Instituto Geográfico de Paris, Ch. Delagrave, Paris, 1875; p.317.

[4] Ibídem.; p. 318.

[5] Ibídem.; p. 17.

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Zenobio Saldivia M.

Joseline Carvacho V.

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile. 

El académico y literato chileno Roque Esteban Scarpa (1914 -1995), en el prólogo titulado “Andrés Bello y la precariedad de la Fama”, del libro Antología de Andrés Bello que él mismo ha compilado, señala: “…Andrés Bello existe como una sólida roca en el substrato de la cultura y de la organización institucional de Chile. Asiste al paso de la historia viva desde la estatua de mármol que, irónicamente, da las espaldas a la Universidad de la que fuera primer Rector y, como si siguiera existiendo, ha debido sufrir los ultrajes de piedras y balas de asonadas callejeras de otros años y sentir como su noble cabeza padece una fisura que el tiempo y las diferencias climatéricas van ahondando hasta que la quiebren en medio de una casi total indiferencia.”[1]  Es así como comienza dicha obra y con ello, persigue dejar de manifiesto la incólume presencia del sabio venezolano radicado en Chile desde 1829, cuando asume compromisos contractuales con el Gobierno de Chile del período. Con ello,  Scarpa esboza la magnitud de la obra de una vida dedicada tanto a incorporar a Chile a la modernidad, cuanto a la obtención del progreso y  civilidad de las naciones  americanas; haciendo un trabajo más autónomo, para que éstas de a poco fuesen tomando más fuerza y puedan llamarse así mismas, naciones independientes. La obra de Bello continúa generando nuevos análisis, principalmente entre los latinoamericanistas, los estudiosos de la cultura, e incluso entre los recientes cultores de la Historia de la Ciencia en Chile. Y dado la cercanía del Bicentenario de la Independencia de Chile, muchos trabajos referentes a su obra saldrán a la luz, dado el relevante papel que le cupo en la consolidación jurídica, administrativa y normativa de la República de Chile.

El Hombre, su formación y su educación

Andrés de Jesús María y José Bello López nace en Caracas, Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. Cerca de su casa de infancia, se encontraba el Convento de La Merced, el cual tenía una gran biblioteca y que él visitaba. En ésta y gracias al sacerdote Cristóbal Quesada, aprende latín, la lengua que posteriormente lo motiva para sus estudios de gramática y filología. En 1797 ingresa a la Real Pontificia Universidad de Caracas, obteniendo en el año 1800, a sus 19 años, el título de Bachiller en Artes con notas sobresalientes. Con dicho título, comienza a hacer clases a los hijos de la elite de Caracas, destacándose entre sus alumnos, Simón Bolívar, quien más adelante se convertiría en uno de sus compañeros pro revolución independentista. El gran interés del joven Bello por todo lo que tiene que ver con el conocimiento, lo motiva también a contactarse en Caracas, a fines del año 1799, con el sabio Humboldt y su colaborador Aimé Bonpland; e incluso se motiva para participar en la expedición que realiza el sabio alemán en la ascensión al Cerro Ávila. Más tarde Bello comienza estudios de Derecho, pero su vocación holística lo hace incursionar incesantemente en otras áreas y sus sólidos conocimientos, como por ejemplo medicina, que al parecer estudió un año,[2] lo perfilan ya en la primera década del Siglo XIX, como una de las personas con más influencia intelectual, en la Sociedad de Caracas; tanto por sus labores políticas cuanto por su calidad de poeta. Entre sus producciones poéticas aparecidas en el año 1800,  destacan la “Oda a la Vacuna” y “Oda al Anauco”, por ejemplo. Dos años después, es nombrado oficial segundo de la Gobernación de Venezuela; luego, en 1810, al instaurarse la Junta de Gobierno, lo encuentra como Oficial Mayor y las nuevas autoridades lo confirman  en dicho cargo. Este mismo año, cumpliendo labores diplomáticas para el gobierno de Venezuela, viaja a Inglaterra, como miembro de una Delegación Diplomática, encabezada por Simón Bolívar. El amor no podía faltar en su juventud y por ello se fija en María Ana Boyland, con quien se casa en 1814 y de la que enviuda siete años más tarde. En 1824 contrae segundas nupcias con la veinteañera  Elizabeth Antonia Dunn.

El 25 de Junio de 1829, llega a Chile y asume labores administrativas y diplomáticas, gracias a la gentileza del Presidente Francisco Antonio Pinto, quien firma el decreto que lo nombra Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda.[3] Y muy pronto, también se hace cargo de diversas labores periodísticas, comunicacionales y educacionales en esta joven república. En 1837 es elegido senador de la república. En 1843 cuando se instaura la Universidad de Chile, Bello es nombrado Rector, tras una larga serie de aportes y colaboraciones que él mismo realiza para la materialización de dicho proyecto. Más adelante, se dedica a elaborar el proyecto del Código Civil Chileno, el cuál es aprobado finalmente en 1855. La muerte lo sorprende el 15 de Octubre de 1865. 

Su legado universal

Bello es uno de los humanistas más importantes que ha aportado Sudamérica a la cultura universal, a lo largo del siglo XIX. Erudito en Derecho, Filosofía y Humanidades en general. Humanista, poeta, legislador, filósofo, educador, crítico, académico, periodista, divulgador científico, traductor, ensayista, filólogo; en suma, un preclaro polígrafo, cuya praxis académica y social, logra generar trabajos científicos, jurídicos y administrativos y normativos, que constituyen la base más sólida de la civilización hispanoamericana. Es considerado el “Príncipe de la Literatura Hispanoamericana” gracias a su poesía en las silvas “Alocución a la Poesía” y “La Agricultura de de la Zona Tórrida”. También es el padre del Código Civil chileno, y como dice Guillermo Feliú Cruz “de la creación de la administración pública” en Chile. A él le debemos la base de la gramática hispanoamericana; toda vez que para él, el lenguaje es considerado el medio providencial de relación entre las naciones del mundo hispánico. Y por ello escribe en 1847 su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Es el impulsor y primer Rector de la Universidad de Chile; un humanista integral que persigue asentar las bases de la civilización y cultura, requeridas por las sociedades hispanoamericanas, como un medio para consolidar definitivamente la independencia de los pueblos recién emancipados; cautelando siempre un profundo contenido político y educativo en sus reformas.

Es un activo participante de la revolución americana que contribuye a la Independencia de Venezuela. Justamente, en uno de los primeros cometidos de esta joven República, encontramos a Bello, quién se dirige a Inglaterra en misión diplomática como secretario de la delegación. Los avatares políticos de Venezuela y América en general, lo dejan viviendo en Inglaterra cerca de veinte años; años duros y sufridos, lejos de su tierra, en medio de la pobreza, la inestabilidad laboral y económica; pero por otra parte, este locus  pasa a ser el meritorio refugio para agudizar más su inteligencia y para fortalecer su creatividad literaria, cultural y política. Finalmente, las penurias quedan atrás en 1828, cuando recibe la carta oficial del Gobierno de Chile, en la cual se le comunica la aceptación de sus servicios para un puesto en el Ministerio de Hacienda y se detallan las características de su contrato.[4] Así, al año siguiente, como ya se ha señalado, llega a Chile, a una República que se encuentra en construcción jurídica y administrativa, y que por lo tanto, necesita ordenarse como estado-nación. 

En lo que sigue, se intenta dilucidar la pregunta ya formulada en el epígrafe de esta comunicación, que de por sí, ya manifiesta un problema, no debidamente abordado: ¿Qué es lo americano y qué es lo europeo de la obra de Bello?

Frente al cuerpo de conocimiento del tema y considerando el estado de la cuestión, proponemos como hipótesis, que lo europeo en la obra de Bello es la estructura de su pensamiento y lo americano es lo que busca en la práctica para la cultura de Chile y América; esto es, que el ideal de Bello para los pueblos de América se encuentra en los cánones abstractos y conceptuales  de la civilización europea; empero estos pueblos sólo pueden llevar a cabo el ideario de la civilización y de la entrada a la modernidad, en la praxis política y cultural de la misma América. Algo así como lo más ilustrado de Europa para América, pero ahora, gracias a la obra de Bello, por América y para América. Europa lo nutrió del ideario de la ilustración y de las nociones de modernidad, que el polígrafo decide  ir aplicando con las adecuaciones y vicisitudes del medio chileno y americano. 

Lo europeo

Tal vez lo primero que hay que tener presente como sustrato de su pensamiento pro-europeo, es su formación ilustrada, que parte con los conocimientos recibidos del sacerdote Cristóbal Quesada y la profundización en el latín. Y luego de estudiar autodidácticamente el idioma  inglés, ya puede leer los periódicos ingleses que es posible encontrar en Caracas, y de este modo, apreciar la visión europea del mundo y de América; lo que le permite a su vez, comprender los avatares socio-políticos y culturales del Viejo Mundo y las consecuencias de aquellos fenómenos emergentes para  la Venezuela de su tiempo, y para la América Meridional en general. Esto es, indudablemente un buen  punto de partida para entender la estructuración de la mentalidad europea que Bello internaliza. En 1810, en medio de los aires de revolución que se generan en búsqueda de la independencia de Venezuela, Simón Bolívar viaja como representante de la naciente República a lejana Inglaterra, con el fin de buscar apoyo británico para la causa independentista, y entre los miembros de la delegación va también Andrés Bello. Lamentablemente en Europa, en ese momento, España e Inglaterra estaban preocupados por el enemigo común en que se había convertido Napoleón Bonaparte; por lo tanto, los intereses británicos con la independencia de las colonias españolas de América, estratégicamente, no podían ir más allá que tolerar la campaña independentista en su territorio, de quienes venían con esta misión.  En efecto, justamente en 1811 se produce la reconquista española de Venezuela y al año siguiente las tropas realistas a cargo del oficial Domingo Monteverde, prácticamente ya han retomado el control de todo el país[5] y Bello se queda en Inglaterra. Son los años del contacto y amistad con hombres preclaros, idealistas  y estudiosos que influyen en su formación intelectual y cuyas ideas, sumadas a las visiones de mundo que capta en sus estudios de otros autores europeos en Londres, son decantadas debidamente en la psiquis de Bello y contribuyen a consolidar su paradigma de lo europeo. Tales nociones, las aplicará y proyectará más tarde en Chile, pensando en la consolidación de la independencia de  los países de América y en la gestación de un vasto proyecto normativo y cultural. Este entramado de ideas modernas será la base de sus acciones en Chile y un pivote relevante de todo su constructo que hemos denominado lo europeo en Bello. Así, en cuanto a lo primero; esto es, en relación a sus contactos en Londres, figuran su compatriota y amigo masón, Francisco de Miranda. Bello es acogido por un tiempo en casa de Miranda en donde es iniciado en la masonería y se dedica a estudiar en la biblioteca de su amigo. Muy pronto sus amigos de la hermandad cumpliendo seguramente sus ideales de fraternidad, comienzan a considerarlo y lo auxilian con asignaciones para trabajar como bibliotecario y/o profesor particular. Recuérdese además, que Simón Bolívar también es  francmasón y que Bello interactúo mucho  con él, desde cuando era su alumno en Caracas. Por lo tanto, es muy probable que a partir de estos contactos masónicos haya tomado muchas ideas para aplicar su futuro proyecto cultural americano.  Durante estos años, también  conoce a Williams Richard Hamilton, Subsecretario del Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno inglés, y por ello, debe haber captado muchos de los mecanismos de la diplomacia londinense. Además participa en el periódico El Español y conoce a muchas personas imbuidas de nobles sentimientos de patriotismo y de un americanismo sin más. Y entre las tantas personas con las que se relaciona, conoce en 1816, al agregado comercial de Chile en Londres, en esos momentos, Don Francisco Antonio Pinto,[6] quien le comenta que los patriotas chilenos se han inspirado en el poema épico de “La Araucana”, de Alonso de Ercilla, para su causa. Ello es el inicio de una serie de contactos con chilenos, lo cual influirá para su posterior asentamiento en este país. 

 Pero en Inglaterra, las cosas para él no son buenas y debe vivir en paupérrimas condiciones económicas, debido a la inestabilidad laboral en que se encuentra. Aún así, en este penoso contexto, conoce a mucha gente importante que influye notoriamente en su desarrollo, entre ellos, su gran amigo José María Blanco White. Sus amigos en Londres, le ayudan a tener  acceso expedito a Bibliotecas y Archivos importantes, entre estas la del British Museum y la London Library, poseedoras de un abundante material bibliográfico de literaturas diversas, provenientes de las culturas más admiradas por Bello. Estas bibliotecas y el estudio sistemático sumado a su perseverancia para el trabajo intelectual, le sirven de consuelo en sus años de distanciamiento de América, así como también el amor y añoranza por su tierra. Todo lo cual contribuye a articular un pensamiento de sólidas categorías europeas, caracterizado por una visión holística centrada en el estudio de lo humanista y de lo científico, desde una perspectiva europea lo más abierta posible de acuerdo a la amplitud de sus lecturas. Así, estando lejos de América y en contacto con los modus operandis europeos para la política y diplomacia, con la parsimonia de la masonería inglesa y sus preocupaciones del período y con las miradas europeas de los cientos de libros que lee, puede abstraerse mejor y reconocer los conceptos precisos, que contribuyan a los pueblos recién emancipados de la  Corona Española, hacia el orden que buscan. Él los identifica y espera ponerlos en acción. Es un quiste de lo americano incoado en lo europeo. 

Tal vez, otra nota característica de lo que hemos venido llamando la base europea del pensamiento de Bello, es su visión y comprensión de la ciencia. En efecto, durante sus años en Inglaterra, busca el conocimiento humanista y el conocimiento científico, pero no por separado, sino como un todo que se complementa. Y tiene muy claro el aspecto pragmático y utilitarista de la ciencia, pues está viendo día a día los avances y aplicaciones de la misma en Inglaterra y en Europa toda. Por ello no es extraño que más tarde, en su discurso de instalación de la Universidad de Chile, aluda a las artes, la ciencia y letras, enfatizando en la fuerza moral que de ellas se puede obtener, y lo expresa en estos términos: “… Pero las letras y las ciencias, al mismo tiempo que dan un ejercicio delicioso al entendimiento y a la imaginación, elevan el carácter moral. Ellas debilitan el poderío de las seducciones sensuales; ellas desarman de la mayor parte de sus terrores a las vicisitudes de la fortuna. Ellas son (después de la humilde y contenta resignación religiosa) el mejor preparativo para la hora de la desgracia…”.[7] Lo anterior, deja de manifiesto el correlato entre el desarrollo científico y una regeneración moral, por la vía de la educación y que siempre postuló Bello. Y justamente por la importancia que le asigna a la ciencia como un puente para arribar a la modernidad, siempre está leyendo o escribiendo tópicos relacionados con esta forma de conocimiento; recuérdese por ejemplo las traducciones de discursos o viajes leídos en Sociedades científicas europeas, que traducía en Chile y las difundía en El Araucano y en otros medios.  Justamente su participación en el órgano oficial del gobierno de Chile: el periódico El Araucano, entre 1840 y 1853,[8] indica este tipo de interés científico,  abordando temas relacionados con la Geografía, Medicina, Historia Natural, Cosmografía, Ciencias aplicadas y otras. Paralelo a ello, principia a trabajar en sus obras sobre gramática y derecho y se introduce en la política como senador. 

Así las cosas, rápidamente se convierte en un ciudadano más de nuestro país, compartiendo las contingencias de la época y participando en los debates de los intelectuales liberales chilenos del siglo XIX. Durante treinta años, Bello entrega  a su segunda patria, toda  su inteligencia, sus creaciones y aportes en literatura, gramática, educación, ciencias políticas, poesía, economía, historia y retórica, entre otros.  Sus aportes se van dando en diferentes planos tales como la educación superior, la política, las leyes, el Código Civil, y la sistemática labor periodística y de difusión. Esto último es muy relevante, pues va fortaleciendo el discurso escrito y por su intermedio la aceptación de las normas vigentes del estado de derecho y contribuyendo por esta vía, a la construcción de la República y del Estado-nación.[9]    Este énfasis por la prosa oficial, por el discurso escrito, es otro rasgo de lo europeo que complementa los anteriores, pero que está también, por así decirlo, imbricado con lo americano. 

Ahora, se entiende que lo europeo y lo americano, en el pensamiento de Bello, no está separado como en dos universos o dos hemisferios independientes, es sólo una elucidación pedagógica y analítica para entender mejor su obra. Y no cabe duda además, de que el lector comprende claramente, que cada categoría no tiene un orden cronológico especial, pues tales parámetros se complementan, se superponen y se requieren dialécticamente. Lo europeo le sirve para gatillar y ordenar en parte, la praxis cultural y normativa americana, pero lo americano está en su vivencia, en su nacimiento y también durante su estadía en Londres. Lo americano es lo emergente y lo que hay que ordenar. La disyuntiva que hemos venido mencionando, es solamente una propuesta para comprender el vasto alcance de la tarea cultural, ejecutiva y bibliográfica de Bello. En efecto, en cuanto a esto último por ejemplo, sus obras son muy numerosas, y escapan a una inserción dentro de la dicotomía que se ha mencionado, pues se entrecruzan en sus propósitos; empero, podemos considerar al menos la siguiente secuencia de su producción bibliográfica, para efectos pedagógicos: 

Cuadro Resumen de sus Obras en Orden Cronológico[10] 

O b r a

Año de Publicación

L u g a r

Poema “A la vacuna”

1800

Caracas, Venezuela

Oda “Al Anauco”

1800

Égloga “Tirsis habitador del Tajo Umbrío”

1808

Romance “A un samán”

1808

Oda “A la nave”

1808

Soneto “A la victoria de Bailén”

1809

Soneto “A un artista”

Indefinido

Soneto “Mis deseos”

“Arte de escribir con propiedad, compuesto por el Abate Condillac, traducido del francés y arreglado a la lengua castellana”

“Venezuela consolada y España restaurada”

Prosa “Resumen de la historia de Venezuela”

1809

“Calendario manual y guía universal de forasteros en Venezuela para el año de 1810, con superior permiso”

1810

Silva “Alocución a la Poesía”

1823

Londres, Inglaterra

“El Himno a Colombia”

1825

Silva “La agricultura de la Zona Tórrida”

1826

Poema “Carta de Londres a París por un americano a otro”

“Canción a la disolución de Colombia”

1829

Obra Jurídica “Principios de derecho de jentes”

1832

Santiago, Chile

“Principios de la ortología y métrica de la lengua castellana”

1835

“Gramática de la lengua latina”

1838

“Teresa; drama en prosa y en cinco actos, por Alejandro Dumas, traducido al castellano y arreglado por don Andrés Bello”

1839

“Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana”

1841

Valparaíso, Chile

Canto elegíaco “El incendio de la Compañía”

Santiago, Chile

Discurso de inauguración de D. Andrés Bello, rector, Santiago de Chile

1842

“Análisis Ideológico de los Tiempos de la Conjugación Castellana”

Obra Jurídica “Principios de Derecho Internacional”

1844

Valparaíso, Chile

“Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos”

1847

Santiago, Chile

“Cosmografía o descripción del universo conforme a los últimos descubrimientos”

1848

“Compendio de la historia de la literatura”

1850

“Opúsculos literarios y críticos, publicados en diversos periódicos desde el año 1834 hasta 1849”

“Proyecto de Código Civil (4 volúmenes)”

1853

“Código Civil de la República de Chile”

1856

“Filosofía del entendimiento”

1881

 

Lo Americano 

Como se ha mencionado en esta comunicación, Andrés Bello tiene una activa participación en el proceso de consolidación de la existencia política y cultural de los nuevos estados; toda vez que es un testigo fiel del último período de la dependencia de su país, del  proceso revolucionario de las colonias y de lo que eso significaba en Europa. A Chile, llega en el momento en que esta nueva historia independiente se esta comenzando a escribir; es la etapa de la praxis que lo espera, la fase de la acción normativa y jurídica para la consolidación del Estado-nación. Empero, su faceta americana, se manifiesta ya en Venezuela y se va articulando también durante sus años de estudios en Londres. En efecto, durante los años en Londres, Bello realiza buena parte de su trabajo como escritor y poeta, participa en lo que sería conocido como las manifestaciones más grandes en Europa del Pensamiento Americano de la época, dirige y redactando en gran medida El Censor Americano (1820), La Biblioteca Americana (1823), y publica también este mismo año su “Alocución a la Poesía”. Y tres años más tarde asume como director de El Repertorio Americano (1826). Y este mismo año publica además, uno de sus poemas más conocidos, la “Agricultura en la Zona Tórrida”, donde manifiesta su gran interés por las ciencias naturales y su admiración por la naturaleza misma, además de su eterno amor por su América. Y que fuerte es la dialéctica del pensamiento, pues al mismo tiempo de sus lecturas europeas, es el período en que Bello se termina de empapar de un profundo americanismo y en su mente configura y construye las categorías y el pensamiento con el que claramente retorna a nuestro continente; esto es, que trae consigo lo que hoy se llamaría un plan de contingencia, una lista de estrategias para llevar a cabo un gran proyecto, un megaproyecto cultural y educacional. 

Así, llegado a Chile principia a consolidar lo americano con los esquemas de lo europeo: el asentamiento del trabajo escrito, el  desplazamiento de la oralidad, el encauzamiento del país hacia el ámbito normativo, hacia la legalidad y la uniformidad. El anhelo del orden, la búsqueda de un órgano oficial. Con ello logra que la tradición oral, como uno de los rasgos distintivos de lo americano,  quede atrás, quede fuera de la esfera pública relevante, y que sólo lo escrito y lo documentario sea la base del nuevo Estado, tal como ya se ha mencionado.  Hablamos de un hombre que transmite en sus obras, lo esencial de la cultura europea para contribuir a asentar la modernidad en Chile y  América. En esta dirección se enmarcan sus traducciones del latín, del francés, del inglés, o las adaptaciones de los poemas clásicos. Pero no solamente hablamos de un trabajo constante en pos de comunicar la riqueza de la cultura europea a nuestro continente, sino que también existe una búsqueda por crear obras propias, poesía original salida desde su visión y experiencia como caraqueño, venezolano, americano.

Otra nota relevante de lo americano, que ya casi todos los estudiosos de la obra de Bello han destacado, es su faceta de exponente del romanticismo literario y sociocultural; así recuérdese por ejemplo las obras poéticas ya mencionadas, y más tarde su participación en el Movimiento Literario de 1842, junto a José Victorino Lastarria, y liderado por este último. Movimiento que enfatizaba  la creación de  un estilo literario orientado a fomentar en la juventud chilena del amor por la naturaleza vernácula y la gesta epopéyica del período. 

Por otra parte, en Chile desarrolla sus capacidades relacionadas con política, con la educación, con el derecho y con el manejo del idioma español. Por ello, en 1851 es declarado “Miembro Honorario de la Real Academia Española”, gracias a sus trabajos relacionados con la gramática y ortografía de la lengua castellana en América. 

Bello postula y ejecuta un vasto “Proyecto Civilizador” en pos de los países llegados a la independencia nacional, luego de la acción de las armas. Su proyecto es humanista e integral. La finalidad del mismo es asentar las bases de la civilización y cultura europeas de manera escrita y duradera, requeridas por las sociedades americanas, para ser reconocidos efectivamente  como pueblos emancipados. El proyecto que ejecuta con su acción sostenida, persigue que América se civilizara con cierta autonomía, de manera que pudiera insertar el saber universal adaptándolos a las peculiaridades de cada pueblo, para no  “repetir servilmente las lecciones de la ciencia europea”; esto es claramente un reconocimiento a  los aportes americanos a la cultura de nuestros pueblos. [11] 

Bello creía firmemente en la necesidad de la confraternidad americana y soñaba con una alianza pero esencialmente cultural. Esto no resulta extraño en su pensamiento, si rememoramos que desde la época de sus poesías venía destacando la naturaleza americana y las tareas epopéyicas de sus héroes, como  por ejemplo en su “Alocución a la Poesía” de 1823. Por ello es considerado un impulsor de la fraternidad americana, tal como ya lo ha expresado Murillo al señalar que Bello es justamente el gestor  del “proceso de formación tanto de una conciencia de la solidaridad americana, como de un concepto de derecho internacional con visión americanista”.[12] 

Cabe destacar que su pensamiento americanista no era una concepción cerrada, sino   más bien una conexión abierta con todas las naciones comerciantes del mundo, ya que esto generaba buenas relaciones, facilitando la integración y por ende, todos se enriquecían, no solamente en términos económicos, si no que el intercambio cultural nos hacía ricos como personas. 

Con el Código Civil, deja asentadas las bases de la convivencia entre ciudadanos. También redacta acerca del papel del Estado en la comunidad de naciones. Se refiere a la necesidad de atender el lenguaje, como miedo providencial de relación entre las naciones del mundo hispánico y otras tareas relacionadas, denotaban su preocupación por preservar el idioma ante cualquier deterioro. Todo cuanto hace converge con el propósito de definir la civilización americana. 

Se dice que ser Rector de la Universidad de Chile, fue una de las tareas más importantes que hizo en su vida. En efecto, hoy sabemos que desde aquí contribuyó enormemente  a la difusión de la cultura y de las ciencias en Chile y América; pero también está muy consciente del peso y de la responsabilidad de tan magna tarea y que no lo puede hacer solo.  Y en su discurso de asunción como rector, lo expresa en estos términos:  “…Siento el peso de esta confianza; conozco la extensión de las obligaciones que impone; comprendo la magnitud de los esfuerzos que exige. Responsabilidad es ésta que abrumaría, si recayese en un solo individuo, una inteligencia de otro orden, y mucho mejor preparada que ha podido estarlo la mía. Pero me alienta la cooperación de mis distinguidos colegas del consejo, y del cuerpo todo de la universidad”. [13] 

El proyecto de crear una nueva institución de educación superior en Chile nace junto con la independencia política del país. Con ese fin se crea el Instituto Nacional, buscando desarrollar las áreas del conocimiento postergadas por la rígida estructura académica de la Real Universidad de San Felipe. Durante el gobierno del presidente Manuel Bulnes se toma la decisión de suprimir a la alicaída institución colonial y remplazarla por un organismo nuevo al servicio de la nueva república. El principal impulsor de esta medida, fue nuestro ya, querido amigo Andrés Bello, quien sería elegido por el gobierno para ser el primer rector de la nueva Universidad de Chile, como se ha mencionado anteriormente. 

En su discurso inaugural manifiesta magistralmente el cómo quería concebir esta institución, proyectándola siempre con su mirada holística: “… Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una…”[14] y por otro lado, defiende la necesidad de funda una institución de esta envergadura, frente a los escépticos que nunca faltan “…la propagación del saber es una de las condiciones más importantes. La Universidad es cuerpo eminentemente expansivo y propagador. Los buenos maestros, los buenos libros, los buenos métodos, la buena dirección de la enseñanza, son necesariamente la obra de una cultura adelantada. La instrucción literaria y científica es la fuente de donde la instrucción elemental se nutre y se vivifica…”.[15] 

Pero a pesar de su gran labor como rector de la Universidad de Chile, podríamos decir que su obra más concreta y en la efectivamente demostró su capacidad de conducir masas, es en aquello que empuñó con su letra. Su escritura se hizo tradición con los años. Nos deja su legado en las líneas que con tanto esfuerzo trabajó. Sin duda, para la construcción de una república naciente como lo era nuestro Chile en esos momentos, su aporte fue importantísimo, ya que hablamos de un intelectual que se encargó de difundir la ciencia, de expandir el saber. “… es el hombre que se enfrenta a la realidad de la experiencia concreta optando de ese modo en su contribución a la construcción del camino republicano. La coherencia de su pensamiento impregna leyes, periódicos, mensajes presidenciales, textos de estudios, universidades como también impregna la acción de ministros, poetas y presidentes…”.[16] 

Si bien él consideraba importante el saber ilustrado, mucho más importante era para él que quienes tenían manejo del conocimiento fueran capaces de tener una conciencia social, en términos de hacer nuestro, en este nuevo Chile, lo que le pertenece a toda la humanidad. Nuestro Patrimonio reconocerlo, valorarlo, difundirlo. Compararnos, aprender, progresar. La difusión sistemática y organizada de los conocimientos científicos, va elevando el nivel cultural y el carácter del hombre. El estado moderno requiere de la ciencia como elemento para encauzar el progreso, y necesita también de la cultura del texto, como medio de difusión y de soporte en el tiempo. Bello trabaja sistemáticamente tras este ideario, por ello realiza su aporte a la consolidación ideológica y jurídica de esta joven república, y al mismo tiempo, se preocupa de difundir el conocimiento científico, actualizando constantemente dicha producción. “… Su inteligencia y sensibilidad le señalaron en la vida, el camino de la creación intelectual y también la inclinación para actuar en la transformación social. Pero no en la superficie en que se agitan las luchas políticas, si no en zonas más profundas del cuerpo social, allí se ponen las bases para los verdaderos cambios de la sociedad…”.[17] 

Y Andrés Bello, también en el siglo XIX, tiene su propio sueño, seguramente lo había empezado a madurar en sus largas horas de estudio en Londres, o tal vez recién asentado en Chile; el caso es que tenía muy claro una pretensión cultural americanista, un anhelo de patriotismo panamericanista, tal como ya lo han destacado diversos autores. Esto es, su secreta pretensión de unir a todas las jóvenes repúblicas hispanoamericanas por medio del cultivo ilustrado del idioma español aplicado y practicado uniformemente en todos los países de América, para dejar atrás definitivamente la dispersión y fragmentación de tantos usos y dialectos. 

Palabras Finales 

Lo europeo y lo americano de Bello no son dos universos distintos ni dos categorías opuestas, son un todo que pedagógica y analíticamente sed pueden dilucidar para entender mejor la proyección de su obra y su legado hasta el presente. Pero sólo es eso, no hay dos Bello, es uno solo que imbuido de su peculiar cultura y sus ideales intelectuales políticos y culturales, agudizan la estructura de su pensamiento y lo instan a la acción. Lo europeo es la ilustración, es el orden, la parsimonia masónica, la ciencia, la idea de civilización, la admiración y respeto por la cultura helénica y latina, la consolidación de la palabra escrita, el universo jurídico y normativo. Lo  americano es lo que busca en la práctica, lo emergente, lo que hay que construir, la vastedad de la naturaleza, la diversidad de usos idiomáticos del español, las lenguas habladas en los márgenes de la sociedad, los referentes vernáculos de la flora y fauna, los nativos y lugareños, la belleza del Nuevo Mundo que él mismo ha destacado en sus poemas, la sensibilidad, la necesidad de consolidar una educación que rescate lo regional, una nueva moral.


[1] Scarpa, Roque Esteban: Antología de Andrés Bello, Stgo., Ed. A. Bello, 1970.

[2] Cf. Murillo Rubiera, Fernando: Andrés Bello: Historia de una vida y de una obra, Ed. La Casa de Bello, Caracas, 1986, pp. 56-57.

[3] Cf. Ávila Martel, Alamiro de: Andrés Bello. Breve ensayo sobre su vida y su obra, Ed. Universitaria, Stgo., 1981, p. 43. 

[4] Cf. Amunátegui, Miguel Luis: Vida de Don Andrés Bello, Stgo., 1882, p. 300.

[5] Cf. Baral, Rafael María y Díaz, Ramón: Resumen de la Historia de Venezuela desde el año de 1797 hasta el de 1830: Tiene al fin un breve bosquejo histórico que comprende los años de 1831 hasta 1837. T. II, Impr. y Librería de A. Bethencourt e hijos, Curazao, 1887. 

[6] Cf. Fernández H., Rafael: El Proyecto Universitario de Andrés Bello, 1843., Ed. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1982; p. 16. 

[7] Andrés Bello 1781-1981. Discurso de Inauguración de la Universidad de Chile, Homenaje de la Editorial Universitaria en el Segundo Centenario del nacimiento de Andrés Bello, Stgo., 1981, p. 16.

[8] Cf. Ávila Martel, Alamiro de; op. cit.; p. 43. 

[9] Berríos, Mario; Saldivia, Zenobio: “Andrés Bello: entre la Oralidad y la Tradición Escrita. Revista de Sociología, Nº 9, Departamento de Sociología, Universidad de Chile, Santiago, Chile, 1994; pp. 55-60. 

[10] Selección personal de los autores.

[11] Ramírez R., Manuel: “Aporte Cultural de Don Andrés Bello”, en: Homenajes a Don Andrés Bello, Edic. U. Católica de Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Valparaíso, 1982, pp. 65-66.

[12]  Murillo R., Fernando: “La solidaridad americana en el pensamiento internacionalista de Andrés Bello”, Quinto Centenario 10, Ed. Universidad Complutense, Madrid, 1986, pp. 19-20.

[13]  Andrés Bello 1781-1981. Discurso de Inauguración de la Universidad de Chile, op. cit., p.11.

[14]  Andrés Bello 1781-1981. Discurso de Inauguración de la Universidad de Chile, op. cit., p. 14.

[15]   Ibídem., p. 19.

[16]  Berríos, Mario: Identidad-Origen-Modelos-Pensamiento Latinoamericano, Ed. I.P.S., Stgo., 1988, p. 59.

[17]  Murillo Rubiera, Fernando: Andrés Bello: Historia de una vida y de una obra, op. cit.; p. 11.

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Zenobio Saldivia M.

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile. 

Resumen

Se analiza el desarrollo de la ciencia en la región y Valle de Aconcagua desde fines del Siglo de la Ilustración y durante el Siglo XIX, destacando el paso de preclaros científicos europeos por la región tales como Pissis, Darwin y Gay. Y se destaca como los referentes bióticos y abióticos de la zona contribuyeron a incrementar el acopio taxonómico de la ciencia nacional bajo la mirada de tales sabios.  Se continúa con un trazado explicativo  similar en relación a los progresos técnicos que se van alcanzado en las ciudades de la región y se deja de manifiesto el notorio interés por la cultura y el trabajo intelectual de sus exponentes durante el período mencionado.

Palabras claves: Chile decimonónico, Valle de Aconcagua, ciencias, naturaleza, taxonomía. 

Abstract

The present article aims at analyzing the development of science in the Aconcagua Valley Region, from the end of the Illustration Century and during the XIX century. It highlights the visit of illustrious European scientists, such as: Pissis, Darwin and Gay. It also emphasizes how the biotic and abiotic regional exponents contributed to increase the taxonomic collection of national science, under the scrutiny of said scholars. Similarly, it provides an explanatory outline regarding the technical progresses achieved in the cities of the region, underlining the notorious cultural interest and the intellectual work of their exponents during the aforementioned period.

Keywords: nineteenth-century Chile, Valle de Aconcagua, science, nature, taxonomy.  

Introducción 

Puesto que describir es delinear algo con el auxilio del lenguaje, o bien,  traer a presencia determinadas situaciones, eventos o personas, entonces queda implícito que dicha acción permite trascender la temporalidad y  acotar parámetros cronológicos específicos para dar cuenta de los sucesos seleccionados, desplazándonos así por lares, personas o artificios determinados. Desde esta perspectiva, por tanto, se comprende que la prosa narrativa, no es el único medio donde podemos encontrar descripciones de lugares, o referentes específicos regionales; hay también otros enfoques. En efecto, la prosa científica, a su vez, también da cuenta  de ciertos lugares, fenómenos o referentes naturales. En esta ocasión, se pretende reconstruir la peculiar visión del Valle de Aconcagua, que nos han legado los sabios decimonónicos que recorrieron algunos pueblos, villorrios y  sectores característicos de la geografía de la región de Aconcagua,  y determinar así las notas más significativas conque dichos autores, desde sus disciplinas particulares, consignaron como lo peculiar e identitario del Valle de Aconcagua, en el período de la construcción de la joven República de Chile. 

Los orígenes de la ciudad de San Felipe                                                                                

Entre las ciudades más conocidas de la región, figuran probablemente por sus  antecedentes históricos y políticos: las actuales ciudades de San Felipe y Los Andes. La primera por ejemplo  en cuanto a sus orígenes, es el resultado de una política orientada a la desruralización de la población campesina que se había incrementado notoriamente tras la destrucción de las ciudades del sur de Chile debido a los alzamientos indígenas entre 1598 y 1602, sumado a la política defensiva y poblacional de José Antonio Manso de Velasco, quien  siguiendo las instrucciones de Felipe V de Borbón, decide en 1740, visitar el Valle de Aconcagua con criterios claramente geopolíticos y de fortalecimiento de la presencia española en la zona. Así, luego de interactuar con los hacendados y encomenderos de la región y tras escuchar sus puntos de vista, Manso de Velasco comisiona, el 3 de agosto de 1740, al Maestre de Campo Don José Marín de Poveda, para delinear las calles de la proyectada Villa de San Felipe El Real y comenzar los trabajos al Norte de la ribera del Aconcagua. Marín de Poveda inicia de inmediato la tarea, siguiendo el modelo ingenieril, arquitectónico y político de la cuadrícula española; esto es, el paradigma arquitectónico de la época que parte del centro hacia la periferia, según la importancia social de los individuos. Así, se consigna el centro para la erección de los edificios político-administrativos y para los religiosos, y, alejándose hacia la periferia respectivamente, se construyen las casas de los vecinos con menor rango de influencia social. Ocho años más tarde la Villa de San Felipe El Real cuenta ya con una población de 1.258 habitantes.[1] Y luego en 1851 la villa ya cuenta con su propio alcalde, un alférez, un alguacil, regidores, religiosos, zapateros, carpinteros, sombrereros, herreros y un artesano orfebre, quienes realizan sus trabajos tanto para los habitantes de la villa como para los del partido de Aconcagua en general, donde se ubica la Villa de San Felipe El Real. En suma, la naciente villa está ya en condiciones de autoabastecerse en cuanto los requerimientos básicos que pueden proporcionar, en este período, las técnicas y los oficios. La Villa de San Felipe del Real, pasa a ser así un lugar destacado y de interés agrícola y geopolítico dentro del Valle de Aconcagua. 

Dicha política de expansión y de resguardo o apoyo a los viajeros y comerciantes que cruzaban la Cordillera de Los Andes continúa también con la erección de la segunda de las ciudades mencionadas, la Villa Sta. Rosa de Los Andes, por orden del Gobernador del Reyno de Chile Ambrosio O”Higgins, quien firma el respectivo decreto el 31 de Julio de 1791. De este modo, con la erección de ambas villas en la región de Aconcagua, se resguardaba el paso cordillerano a Mendoza y se podía atender a los comerciantes y viajeros que iban o venían de Cuyo, Tucumán, Paraguay y Buenos Aires, todos los cuales debían pagar derechos por la internación y por el pontazgo del Aconcagua, el que se pagaba camino a Portillo, en el Paso de Los Patos.[2] Todo lo cual, fortalecía las vías que permitían el transporte de mercancías y las comunicaciones al interior del reino de Chile.[3] 

Durante casi todo el siglo XVIII, la historia de las ciencias de nuestro país  no  muestra  expresiones relevantes ni hace referencia significativa de las pasantías  exploratorias  de  los  sabios  ilustrados  por  esta región;  como  por ejemplo, las constantes expediciones de muchos navegantes franceses, ingleses y españoles, que sí recorrieron otros lugares de nuestro territorio; v. gr. Valparaíso, La Serena, Chiloé, La Patagonia, Isla de Pascua y otros. En todo caso, como el propósito de esta comunicación es dilucidar el devenir científico decimonónico, nos centraremos exclusivamente en este corte cronológico. 

Aconcagua y el siglo XIX 

Así, un hito significativo del conocimiento científico vinculado a esta región corresponde a los inicios del siglo XIX, en el plano de la Medicina, cuando en 1808, recorre el valle de Aconcagua, Don Manuel Julián Grajales, médico integrante de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1810), dirigida por Francisco Javier Balmis que tenía a su cargo la misión de inocular contra la viruela en las posesiones americanas de la Corona: Nueva España, Nueva Granada, Venezuela, Perú y Chile. Dicha expedición se instala primero en Valparaíso y de inmediato continúa su trabajo en  Aconcagua y otras regiones del país, formando previamente Juntas de Vacuna. En esta tarea, se destaca el médico Grajales, quien  vacuna contra la viruela a los nativos y lugareños de la región, y, para obligar a inocularse a los escépticos y a los niños escurridizos, deja instituida una Junta Provincial de Vacuna con atribuciones especiales que incluyen la detención para los aconcagüinos reticentes. 

Otro momento significativo para San Felipe como referente científico decimonónico, acontece en 1826, cuando Alcides D’Orbigny, cumpliendo el cometido que le había entregado el Museum de París  y la Academie des Sciences de París,  continúa con su exploración por América Meridional y cruza la Cordillera de Los Andes por el paso de Las Cuevas, llegando así al Valle de Aconcagua. Aquí, visita San Felipe y Los Andes. Acerca de esta región de Aconcagua, lo primero que le llama la atención son sus ríos. V. gr., el mismo lo expresa de esta manera: “[...] Aconcagua es seguramente la más bella y la más fértil región de la jurisdicción central de Chile, gracias a dos cursos de agua muy abundantes que la recorren luego de descender de la Cordillera, el Putaendo, viniendo del N. E, y el Aconcagua, viniendo del S., los cuales se reúnen cerca de San Felipe o Villa Vieja, capital de la provincia, grande, próspera, regularmente construida y situada un poco al O. de Santa Rosa.”[4]  Y  más  adelante,  acota que el Valle de Aconcagua posee mucha vegetación y  que está matizado de huertos, de viñas y de campos de alfalfa.[5] Lo anterior, corresponde a una parte de la visión de la naturaleza que el sabio francés se formó de la región. 

Por su parte, Charles Darwin,  científico que viaja a bordo del Beagle, y que cumple tareas científicas por orden del Almirantazgo Británico, es otro de los sabios que visita la región. Luego de sus exploraciones geológicas y taxonómicas, en 1835, por los alrededores de Valparaíso, Quillota, el Cerro La Campana y otros, arriba a San Felipe y recorre los alrededores, visitando lo que hoy son los pueblos de Sta. María, Jahuel y otros lugares. Justamente en el sector de Jahuel identifica un punto magnético, que se ha constituido, en la actualidad, en un lugar de interés turístico. 

Pero es la belleza de la Cordillera de Los Andes y la presencia de las montañas y de los picos  andinos, lo que, prácticamente, lo inunda de gozo y admiración, destacando las bondades del clima de la zona central y la majestuosidad de la Cordillera de Los Andes. El Volcán Aconcagua, justamente, lo deja prácticamente anonadado por su belleza. El autor lo expresa en estos términos: “El volcán Aconcagua ofrece un aspecto particularmente magnífico. Esa inmensa masa irregular alcanza una altitud más considerable que el Chimborazo; porque  según  las  triangulaciones  hechas  por  los  oficiales  del  Beagle,  alcanzan una altitud de 23.000 pies (6.900 metros).  Sin embargo, vista desde donde nos hallamos, la Cordillera debe una gran parte de su belleza a la atmósfera a través de la que se divisa. ¡Qué admirable espectáculo el de esas montañas cuyas formas se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico!”[6] Ciertamente, el impacto que siente al contemplar el Volcán Aconcagua, nos permite comprender que este sabio no sólo perseguía la búsqueda de la objetividad en su diagnosis, sino también, se permitía cierta licencia para expresar moderadamente, su sensibilidad romántica, capaz de captar la belleza de las formas tanto del mundo orgánico como del universo abiótico. 

Gay, a su vez, en su Historia Física y política de Chile, hace frecuentes referencias a los especímenes de la flora y fauna de Aconcagua, en los distintos tomos de zoología y de botánica de la obra. En el plano de la flora da cuenta principalmente de algunas plantas de las familias de las leguminosas,  de las portuláceas, de las rámneas,  malasherbiáceas y  rosáceas. Entre los árboles de la zona cordillerana de Aconcagua, describe al espinillo (Acacia cavenia) y al quillay (Quillaja saponaria); entre los arbustos de  la  zona,  presenta  la diagnosis del Palhuen (Adesmia microphylla) y de la Jarilla (Adesmia balsámica).  Y entre las plantas, menciona al cadillo (Acaena argentea), del cual señala que se da notoriamente  en  Sta. Rosa de Los Andes,[7] Y entre las plantas espinosas describe a la Ochetophila Hookeriana, ubicándola en la cordillera en el paso a Mendoza;[8] alude, además, a diversos exponentes de las leguminosas tales como la Phaca tricolor, la Lathyrus epitiolaris y la Adesmia mucronata.[9] Y también a otra leguminosa que considera muy rara y que denomina Glycyrrhiza astragalina y que la ubica “en las cordilleras de Aconcagua”.[10] 

Y en las cordilleras de la antigua Sta. Rosa de Los Andes, ubica también a plantas como el Lupinus albescens y el Lupinus andicola; arbustos como el Colletia nana. Por ejemplo, en el Tomo II, de la Sección de Botánica de dicha obra, describe así un exponente de las portuláceas:

Calandrinia Gilliesii.

C. pilosoa, radice perenni, lignosa; collo multiplici; caulibus erectius-culis, simplicibus, basi valde foliosis; folis oblongo-linearibus, adpresse hirsuto-pilosis; floribus roseis; racemo corymbosos; bracteis inferioribus pedicellos vix aequuantibus; calycisis ovatis, apice sub 3-dentatis, dorso longe pilosis; staminibus 5.

C.Gilliesii Hook. y Arn., Bot. Misc., T.III, p. 333.

Planta vellosa, con la raiz vivaz y el tallo principal leñoso, dividido en otros varios mas pequeños, sencillos y con muchas hojas erizadas de pelos oblongos y lineares. Hojas rosadas dispuestas en corimbo. Las divisiones del cáliz son avales y están cubiertas de pelos rojos muy largos. Se halla en las cordilleras de Aconcagua, según el doctor Gillies á quien está dedicada”.[11] 

Y  en  cuanto a  los  especímenes  de  la fauna, ubica aquí a pequeños mamíferos   parecidos  a   la   chinchilla,   como   la   asustadísima   Abrocoma Bennetti;[12] a animales exógenos como la cabra (Capra aegranus); a la oveja (Ovis aries);  a aves  como  el  cóndor   (Sarcoramphus  condor);   al  jote (Cathartes aura); al tiuque (Caracara montanus); al peuco (Buteo unicinctus); a la lechuza (Strix flamea); a la diuca (Fringilla diuca); describe también al pato jergón (Dafila Bahamensis), situando su hábitat en toda la cordillera. También observa un tipo de iguana, propia de la zona central, en general, la  Proctretus tenuis,[13] entre tantos otros referentes exógenos y endémicos que se observan en la región. 

Pero  la flora y la fauna  de la región Aconcagua no sólo es estudiada por Gay, también muchos otros científicos decimonónicos dan cuenta de los referentes bióticos existentes en el Valle y en  sus picos montañosos que delimitan la región. Entre éstos por ejemplo figura Rodulfo Amando Philippi, quien presenta la diagnosis de cientos de observables de la flora aconcagüina  tales como árboles, arbustos y flores nativas o exógenas bien aclimatadas en el valle, así como también de diversas plantas endémicas.  Así por ejemplo, en relación a arbustos exógenos bien asentados en la región, el sabio alemán destaca a la Cassia alcaparra Ph.  y señala que se da en muchos jardines de Chile, especialmente en las regiones de Coquimbo y Aconcagua y que “su madera es muy estimada.”[14]  Y también hace lo propio con identificación de especímenes de la fauna aconcagüina; v. gr. nada más a manera de ilustración, recordemos un tipo de batracio que denomina Pleurodema aspera Ph.  y que se caracteriza por tener muy áspero el vientre y el dorso  como “un papel de lija fina” y que el naturalista lo ubica en: “Prope Totoralillo in provincia de Aconcagua a cl. Landbeck 1862.”[15] Y en relación a las plantas cordilleranas de la región, de Aconcagua, Philippi da cuenta de la Berneoudia major Ph. Linnaea, de la Hexaptera spathulata Gill, de la Calandrinia ferriginea, y de la Mutisia sinuata, entre decenas de otras, que ubica todas en el Paso del Portillo, lado de Chile.[16] 

En la década del cincuenta del siglo decimonono, otro científico incursiona la región, estudia las vicisitudes del terreno, determina con mayor precisión la longitud y latitud en que está ubicada la ciudad de San Felipe, y da cuenta de los aspectos hidrográficos y orográficos de la zona. Se trata del geógrafo francés Amado Pissis, contratado en 1848 por el Gobierno Chileno, para la confección de un mapa físico de territorio y para estudiar todo el cuerpo físico del país, trabajo que ve la luz en París, en 1875, con el nombre de: Geografía Física de Chile.  

Las exploraciones de este científico, por el valle, los ríos y las montañas de la región de Aconcagua, son realizadas en 1856. Aquí determina las coordenadas geográficas de las ciudades y pueblos de la provincia, los pasos cordilleranos; explica las características orográficas de la zona; describe las propiedades hidrográficas de las hoyas de la región; y da cuenta de los aspectos mineralógicos, además de las características de la estratificación de las capas geológicas de la zona. Por ejemplo, en cuanto a la primera de las tareas de este autor, ya  mencionadas, tengamos presente que ubica la ciudad de San Felipe en los 32º 45’ 23’’ de latitud y a 0º 4’ 16’’ de longitud O. Y a una altitud de 657,1 m. Y a  la ciudad de Sta. Rosa de Los Andes la ubica a 32° 50’ 51’’ de latitud y a 0° 3’ 39’’ de longitud E. y a una altitud de  818 metros. Al pueblo de Putaendo,  a  su  vez, lo ubica  en los 32º 58’ 45” de latitud y a 0º 5’ 59’’ O. de longitud, y situado a 825 m.[17] En cuanto a su labor orográfica, recuérdese que también determina la ubicación geográfica de los cerros y montes aislados de la zona y su altitud; v. gr. al Cerro Orolonco le atribuye una altitud de 2118 m., a los Altos de Catemu, 2132 m., al Cerro del Roble, 2210 m.[18] 

En cuanto a la perspectiva hidrográfica de la región, Pissis señala que en la provincia de Aconcagua es posible observar cuatro hoyas que siguen su curso desde Los Andes hacia el mar. Reconoce como la más importante la del río Aconcagua. En cuanto a la determinación de los componentes geológicos de la región, Pissis observa que las mesetas calcáreas del sector de Tierras Blancas, cerca de San Felipe, contienen capas de calizas de color lila “que podrían suministrar mármoles bastante hermosos.”[19] Y sostiene, además, que en el antiguo camino a la ciudad de los Andes y en el Valle de Putaendo, se encuentran “hermosas ágatas lácteas”.[20] 

La provincia de Aconcagua le parece más abundante en depósitos cupríferos; así señala que “[...]cerca de San Felipe se hallan las minas de Las Coimas, algunas de las cuales producen una combinación muy notable de óxido y de sulfuro de cobre. Un poco al noreste, en la base de las montañas de Putaendo, se nota una capa de pórfido metamórfico en lo que hay diseminados sulfuro de cobre y cobre abigarrado.”[21] Tampoco le son desapercibidas, a su vez, las piedras de canteras, como las traquitas y otras, en especial las que están a la “base de las montañas del Culunquén”, cerca de San Felipe. Pero el interés geológico, geográfico e hidrográfico de Pissis por la región de Aconcagua, en rigor, no queda simplemente consignado en sus trabajos especializados; sino que también envía diversos informes de sus avances de  exploración por la Cordillera de Los andes, al diario El Mercurio de Valparaíso, en los años cincuenta, para dar una descripción cuidadosa de estos montes y en especial del Aconcagua y de la hoya homónima.[22] 

La región de Aconcagua principalmente en la década de los setenta del Siglo del Progreso es  estudiada desde la perspectiva geológica y mineralógica como lo hace Pissis, pensando en contar con una radiografía de la región para completar su cuadro general del cuerpo físico de Chile, y confeccionar el primer Atlas cartográfico de la República (1876); pero sigue siendo un foco de atención para la extracción de minerales y de depósitos metalíferos en general. Por ello, el ingeniero en minas Ignacio Domeyko, obtiene de esta zona diversas muestras de minerales que envía a la Exposición  Universal de Santiago (1875) y destaca los principales depósitos argentíferos, de cobre o de oro de las montañas de dicha región. Así por ejemplo, en un momento de su prosa sobre señala: “En las cimas del cerro de Catemo, por el lado de San Felipe tenemos un terreno estratificado esquitoso i en las vetas que lo atraviezan se hallaron sulfuros dobles  plata,  de plata i cobre de 10 a 14 por ciento de plata i galenas platosas.” [23] Y más adelante agrega: “En igual situación jeolójica se hallaron los minerales siguientes:

La de plata: Tinajas (Los Andes, que ha producido 805 quilógramos de plata en 1875).

Yeguas heladas (San Felipe produjeron, en 1875, 1000 quilógramos de plata).

De Cobre: Las Coimas, Putaendo, producción anual 520.000 quilógramos de cobre.

Las Tazas (Petorca dieron en 1875, 172.000 quilógramos de cobre i algunas otras del departamento de La Ligua, como Nipe, etc.”[24] 

Algunos años después, a doce kilómetros de San Felipe,  es el pueblo de Sta. María el que concita la atención de la comunidad científica nacional. Esto porque aquí comienza, el 24 de diciembre de 1886, una epidemia de cólera.[25] Esta epidemia se expande rápidamente a Los Andes, Panquehue, Lo Campo, Tierras Blancas, Chagres, San Felipe, Putaendo, y el 15 de enero de 1887, ya está en Santiago. De esta manera, hasta agosto de 1887, se extiende a la mayoría de las provincias de la época.

La epidemia de cólera cobra muchas vidas en el Valle de Aconcagua, y genera una fuerte discusión en la capital en cuanto a las medidas más apropiadas para evitar su expansión. Algunos sugieren, incluso, incendiar la ciudad completa, incluidos sus habitantes, tal como lo recuerda el diario sanfelipeño El Censor.[26] Afortunadamente prima la cordura y sólo se decide formar un cordón sanitario con tropas del ejército, para evitar la entrada o salida de personas de lugares del Valle Aconcagua. 

Desarrollo científico-tecnológico
Los  aspectos  vinculados   al   incremento material  y   de   progreso científico-tecnológico  de  la  ciudad de San Felipe, en  rigor,  ya  han  sido  destacados  por estudiosos tales como Guillermo Robles García, en su obra: San Felipe, recuerdos, sitios, escenas y personas; Julio Figueroa G., en su trabajo: Historia de San Felipe; o Bernardo Cruz Adler, en su ensayo: San Felipe de Aconcagua; por nombrar a algunos; de modo que aquí destacaremos únicamente los hitos siguientes: La instauración del Hospital San Camilo, en 1842, que es uno de los primeros establecimientos de salud que se instauran en regiones, fuera de la metrópolis. Se fundó con la colaboración de filántropos y gente altruista que hicieron colaboraciones importantes, entre éstas figuran Juana Ross de Edwards, Belisario Espíndola, José Antonio de Guilisasti y otros. Entre los primeros médicos que atendieron en este establecimiento, cuando aún constaba solamente de dos pabellones con camas situadas sobre el suelo, sin piso, se ubican los profesionales: Manuel A. Carmona, Danor Nieto y Miguel Guzmán y Gallosa.[27] Este hospital fue uno de los primeros en contar con rayos X. Atendía pobladores y lugareños de las localidades aledañas, incluso de Llay-Llay. Siguiendo esta línea de preocupación social por la higiene y salubridad, se crean también desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, muchos dispensarios para atender a los menesterosos y gente sin recursos, en San Felipe, Sta. María, Curimón, Panquehue, Chagres y otros pueblos. Su humanitaria labor, se ve complementada años más tarde con la fundación del Hospital San Juan de Dios, en la vecina ciudad de Sta. Rosa de Los Andes, en 1852, gracias a la generosa contribución de personas como Don José Antonio del Villar y Fontecilla, la Sra. Lucía Echavarrieta y otros.[28] 

Pero no sólo los tópicos de salud o higiene pública concitan la atención de los sanfelipeños y de la comunidad científica nacional, también los empresarios aconcagüinos de la época contribuyen a sumarse al ideario del   progreso   que    persigue   la   ciencia.   En   efecto,   por   la   vía   del desarrollo del comercio nacional e internacional y de la implementación de nuevas técnicas agrícolas, así como del impulso a la viticultura y de lo que hoy denominamos agroindustria, comparten el mismo propósito de la comunidad científica: alcanzar el progreso económico y el bienestar social. Por ello no es extraño que en la Exposición Universal de 1875, realizada en Santiago de Chile, estos productores -y en especial Clemente Vassart, de la Higuera-  presenten al mundo más de treinta productos agrícolas seleccionados de la región, y que incluyen distintos tipos de trigo, de cebada y frejoles, además de cáñamo, cera y tabaco, entre otros.[29] E incluso llama la atención que la propia Junta Departamental de San Felipe presente más de cincuenta plantas medicinales entre las que figuran por ejemplo el paico, la canchalagua, la sanguinaria, la yerba mora, el chamico, el cedrón, el culen, la salvia y el hinojo, entre otras. Y algo similar realizan los empresarios agrícolas de la Villa de Sta. Rosa de los Andes, entre éstos el productor Ricardo Fluhme, que envía un barril con la muestra de su miel.[30] 

También los alrededores de uno de los pueblos cercanos a San Felipe, concita la atención de los viticultores del país que atinadamente perciben  las bondades del clima de la región para el cultivo de la vid. Panquehue es el lugar donde el empresario Maximiliano Errázuriz crea viñedos  modelos  con los últimos adelantos de la agroindustria y tecnología de la época, para cultivar cepas Cabernet, Malbec, Cos-d’ Estournel, Pinot y otras que se aclimatan muy bien en la zona. Así, dicho empresario cultiva en esta localidad más de 200 hectáreas de viñedos y llega a tener más de 300 trabajadores agrícolas. Todo lo cual le dejaba anualmente en sus cavas más de 30.000 hectólitros.[31] Con razón,  el médico Francisco Fonck, en 1869, en Berlín, durante una conferencia que perseguía motivar a nuevos alemanes para emigrar a Chile, presenta al Valle de Aconcagua como el más hermoso  y  el mejor cultivado del país, destacando además el abundante caudal del río Aconcagua y la riqueza y diversidad de la producción agrícola de la región; lo que permite que se den   “[...]las frutas del medio dia de Europa en mayor perfeccion i abundancia que en ninguna parte de Chile”.[32] 

En este mismo plano de acercamiento a la tecnología, tengamos presente que la actual ciudad de San Felipe, inauguró en 1873, el alumbrado público a gas; esto es, un poco después de la importante ciudad puerto de Valparaíso. Y luego de la Guerra del Pacífico (1879-1884), en la ciudad de San Felipe se instala una compañía de electricidad con una planta de 100 h.p. Empero, las medidas de salubridad tales como instalación de alcantarillado y de agua potable, no son debidamente atendidas en el período finisecular del decimonono, y la ciudad tendrá que esperar hasta el siglo XX; pero ello no es culpa de la ciudad, sino de la política nacional del período. 

Otro hito del progreso científico-tecnológico de la ciudad es la instalación de la Fábrica de Cáñamo,  en 1872,  por Hugo H. Parry, que pasa a ser la primera de su tipo en toda Sudamérica. Y si bien tuvo algunas dificultades en sus comienzos para contar con la materia prima, pocos años después exportaba jarcias, hilos, cáñamos y otros productos manufacturados. La Armada de Chile y el país en general le deben mucho a esta fábrica, puesto que prácticamente abastecía sola todos los requerimientos de la escuadra, durante la Guerra del Pacífico, entregando los cordeles, lonas, jarcias, espías y otros implementos solicitados con urgencia durante los avatares del conflicto. La curtiembre Lafón, fundada en 1870 en esta ciudad, también cumple un rol destacado en la producción nacional de tratamiento de cueros y en relación al comercio y la economía de la región. 

En cuanto al plano intelectual en general, la ciudad de San Felipe y los exponentes de la cultura aconcagüina también se han venido destacando desde hace más de ciento cincuenta años. Y aunque no se pretende abordar estos temas en la presente comunicación,  recordemos por ejemplo, las nuevas preocupaciones por los temas de Historia Natural, que van mostrando los egresados del Liceo de Hombres de esta ciudad, entidad fundada en 1838. Preocupación que se complementa con el interés de los sanfelipeños por los periódicos y diarios. Así en 1828, fundan El Verdadero Republicano, constituyéndose en la cuarta ciudad en el país que saca un periódico. Más tarde aparece El Censor (1869), El Observador, El Comercio, El Sanfelipeño, El Aconcagüino y otros. Por ello no es extraño que ya en los años cincuenta del Siglo del Progreso, el diario El Mercurio de Valparaíso, tenga asignados dos agentes oficiales en la zona de Aconcagua: Don Mario Videla en la ciudad de San Felipe y Don Pedro Segundo Bari en la ciudad de Sta. Rosa de Los Andes.[33]  Este énfasis por las revistas y periódicos continúa a principios del siglo XX, con la publicación de órganos comunicacionales tales como el Aconcagua MagazineLa voz de Aconcagua y otros; así como con la organización  en 1902, de la Corporación “El Ateneo de Aconcagua”, que promueve incansablemente actividades culturales, literarias y artísticas. 

A manera de conclusión

Al parecer, la Villa de San Felipe El Real -como se denominó en sus orígenes-  prosperó más rápidamente que otras, debido, al menos, a tres variables propias de su contexto geográfico, social y político que se insertan, a su vez, en el marco sociopolítico y cultural del Chile colonial: Por una parte, está el impulso de los hacendados del Siglo de la Ilustración, toda vez que estos se percataron de las bondades del clima de la región y de la calidad de sus suelos, de modo que no escatimaron esfuerzos en sus incrementos agrícolas, principalmente orientados al fomento del trigo, forraje, cáñamo y otros. Por otro lado, su condición de ser un asentamiento habitacional propio del interior pre-cordillerano lo resguardó de la destrucción y desmanes que sufrieron otros pueblos del Reino de Chile, por ejemplo, de los piratas ingleses o de los corsarios holandeses, como le sucedió tantas veces a Valparaíso o a las ciudades de Ancud y Castro, en la zona austral.

 

Una de las cosas que llama la atención, en todo caso, y que es de justicia reconocer aquí, es el hecho de que los habitantes de Aconcagua en general y de San Felipe en particular, siempre han valorado enormemente las expresiones del trabajo intelectual, principalmente la literatura, las artes y la comunicación en general. Y que su entorno natural cordillerano, no ha pasado desapercibido para los gestores de la  ciencia en Chile.



[1] Cf. Lorenzo S., Santiago: Origen de las Ciudades Chilenas, Edic. Universitarias de Valparaíso, PUCV, Valparaíso, 2013; p. 132.

[2] Cf. Lorenzo S., Santiago: Origen de las Ciudades Chilenas, Edic. Universitarias de Valparaíso, PUCV, Valparaíso, 2013; p. 167.

[3] Cf. Rosenbblitt B., Jaime y Sanhueza B., Carolina: “Cartografía Histórica de Chile 1778-1929”, en: Cartografía Histórica de Chile 1778-1929, Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, PUCCH y Biblioteca Nacional, Stgo., Chile, 2010, p. xl.

[4] D’Orbigny, Alcides: Voyage pittoresque dans les deux amériques; Chez L. Tenré, Libraire-éditeur, Paris, 1836; p. 337. ( Traduc. personal).

[5] Ibídem.

[6] Darwin,  Charles:  Viaje de un naturalista alrededor del mundo,  Ed. Ateneo,  Bs. Aires, 1945,  p. 307.

[7] Gay Claudio, Historia física y política de Chile, Sección Botánica, T. II,  Impr. de F. y Thunot, Paris, 1846; pp. 295-296.

[8] Ibídem.; p.39.

[9] Ibídem.; pp.105-106,146-147 y 162-163.

[10] Ibídem.; p. 89.

[11] Ibídem.; p. 507.

[12] Gay Claudio, Historia física y política de Chile, Sección Zoología, T. I, Impr. de Maulde y Renou, Paris, 1847; pp. 97-98.

[13] Ibídem., Zoología,  T. II, 1848; pp. 32-34.

[14] Philippi, R. A.: Elementos de Botánica para el uso de los alumnos de Medicina i Farmacia, Imprenta Nacional, Stgo.;  p. 116.

[15] Philippi, R. A.: Suplemento a los Batracios chilenos descritos en la Historia Física y Política de Chile;  

   Librería Alemana de José Ivens, Stgo., 1902; pp. 139-140.

[16] Philippi, R. A.: “Sertum mendocinum. Catálogo de las plantas recojidas cerca de Mendoza i en camino entre ésta i Chile por el Portezuelo del Portillo, por don W. Diaz en los años de 1860 i 1861. Comunicacion de don R. A. Philippi a la Facultad de Ciencias Físicas en su sesión del presente mes; Anales de la U. de Chile,  T. XXI, 2do semestre, Impr. Nacional, Stgo., 1862; pp. 15-25.

[17] Pissis, A.: “Descripción topográfica i jeolójica de la provincia de Aconcagua”, Rev. de Ciencias y Letras, T. I., Nº 1, Impr. del Ferrocarril, Stgo., 1857; p. 251.

[18] Ibídem.; p. 253.

[19] Pissis, A.: Geografía física de la República de Chile, Instituto Geográfico de París, Paris, 1875; p. 188-189.

[20] Ibídem.; p. 191.

[21] Ibídem.; p. 164.

[22] Cf. Diario El Mercurio de Valparaíso, 18 de Diciembre de 1850.

[23] Domeyko, Ignacio: Ensaye sobre los  Depósitos metalíferos de Chile con relación a su jeolojía y configuración exterior, Impr. Nacional, Stgo., 1876; p.79.

[24] Ibídem., p.80.

[25] Cf.  Valenzuela, Evaristo  Severo:  Das Auftreten der cholera in Chile im Jahre 1886, Buchdruckerei von Gustav Schade, Berlin, 1886; p. 24.

[26] Cf. Diario El Censor, San Felipe, 6 de Febrero de 1886.

 

[27] Cf. Olivares C., Benjamín: Historia del Hospital San Camilo de San Felipe.1842-1992, Edic. de la Corporación Cultural de San Felipe, San Felipe, 1996;  p.79.

[28] Cf. Salas M., Bernardo: La historia de la medicina en Los Andes, Los Andes, 1988; pp. 20-26.

[29] Cf. Catálogo Oficial de la Exposición Internacional de Chile en 1875, Imprenta de la Librería del Mercurio, Stgo., pp. 81-82.

[30] Ibídem.

[31] Cf. Wiener, Charles: Chili & Chiliens,  Librairie Leopold Cere,   Paris, 1888, pág.153.

[32] Fonck, Francisco: Chile en la actualidad. Discurso leído en Berlín el 13 de Diciembre de 1869, Impr. de A. J. Obst, Berlín, 1870; p. 18.

 

[33] Cf. Diario El Mercurio de Valparaíso, 8 de febrero de 1854.

 

 

 

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A-Poesía / Francisco Díaz Céspedes

A-Poesía de Francisco Díaz Céspedes, Edic. del  Centro Cultural Paulo Freire, Stgo., 2017; Poemario de 86 pp. en que el autor desborda emociones e ideas que van tomando vida en los versos. Versos que emergen fluidamente de la psiquis del autor, como una lluvia constante sobre la hierba verde. De partida llama la atención el breve título del texto: A-Poesía, es directo, esencial, pero contestatario, pues toda persona culta sabe que la ‘a’ es la alfa, y que antecediendo a cualquier otra palabra en nuestro idioma indica una carencia, una privación, como en apátrida o acéfalo o tantas otras. Pero es curioso pues ¿cómo puede ser Poesía sin poesía entonces? Al parecer Díaz Céspedes no pretende negar la poesía sino más bien trabajarla dialécticamente agudizando sus contradicciones. Y en este sentido, nuestra hipótesis se ve confirmada decenas de veces al leer cuidadosamente los poemas. Así por ejemplo en la p. 11 se lee:

“Respetar, respetar y respetar./

El que respeta, respeta al que lo respetó./

Y el respetado, respeta al que lo respetó./

Respetar, respetar y respetar”.

Tales versos van indicando claramente el juego dialéctico que comentamos. Lo mismo ocurre por ejemplo en la p. 12, donde señala:

“Escuché a alguien escuchar lo que otros han escuchado/

y cada oído, escuchó el susurro de lo que jamás ha oído./

Y ese escuchar, se volvió olvido en el oído,/

pero cuando dejaste de escuchar, tu oído se ha perdido./

Oí, lo que jamás escuchaste,/

y también escuché, lo realmente oído”.

Es claro, por tanto, que el autor no quiere borrar la poesía, sino más bien, filosofar la poesía y llevarla al límite del verbo, para emocionar o generarle algo al lector. En efecto, muchos de sus poemas son un golpe a la comprensión del otro, de la amada, del amigo o del ser humano, para que reaccione, para que se percate de la existencia humana del que tiene a su lado y le confecciona los versos. En rigor, los versos son dardos para llegar a la psiquis del otro y provocarle una reacción, una reacción preñada de dudas, de interdicción, de asombro, pero reacción. Eso es la vida, contemplar, reaccionar, pensar, sentir algo y no languidecer y esto es justamente lo que Díaz Céspedes, logra con sus lectores. Le deseamos suerte con este nuevo texto ahora de poesía novedosa y contestataria.

Zenobio Saldivia M. Stgo., junio/2017.

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Zenobio Saldivia M.

U. Tecnológica Metropolitana.

Stgo. Chile. 

Publicado en Brasil: Rev.: Humanidades em Foco, N°5, Junio, 2005.

Los sistemas educacionales tienen rasgos peculiares que los distinguen según las épocas y según los países, empero al estudiar la historia de la educación en nuestros países latinoamericanos, se hace patente una nota que parece ser inherente al desenvolvimiento de la teoría y la práctica pedagógica: este es el cambio. En efecto, el cambio se manifiesta como una característica  de los sistemas educativos, tanto en su currículum, en su administración, como en los resultados axiológicos, cognoscitivos y sociales que tradicionalmente se persigue alcanzar gracias a la acción de los procesos de enseñanza aprendizaje.  Por ejemplo en México, en la década del setenta del siglo XIX, las ideas del positivismo maduradas y puestas en acción por Gabino Barreda, significaron un giro radical en el sistema, y contribuyeron a sostener toda una reforma teórica y filosófica que apuntaba a la actualización y cientifización del conocimiento en la enseñanza, que finalmente se logra con la nueva Ley Orgánica de Instrucción Pública, que logra poner en marcha en su país. Dicho conjunto normativo es en la práctica, el órgano que transforma  la enseñanza colonial por una educación orientada hacia las ciencias y el progreso. Por ello se comprende que dicha ley deje estipulado que “ningún ramo importante de las ciencias naturales quede omitido, en que todos los fenómenos de la naturaleza, desde los más simples hasta los más complicados se estudien y se analicen a la vez teórica y prácticamente en lo que tienen de más fundamental”.(1)

A su vez, en Nicaragua, a fines  de la década del sesenta del siglo decimonono y especialmente durante el gobierno del General Tomás Martínez se aprecia un repunte productivo y un énfasis por la obtención del progreso que llega también a la instrucción pública elemental, y que apuntan a un aumento de la laboriosidad y productividad en el país; v. gr. un documento gubernativo de fines de la década del sesenta señala que la educación debe reorientarse para inculcar en los jóvenes las costumbres y hábitos “de industria, moralidad y orden, tan necesarios en los países republicanos”. Cambios similares afectan en esta época, también  al nivel secundario y universitario, principalmente un conjunto de innovaciones en las universidades de León y Granada, tal como ya lo ha destacado Arellano.  Esta  nueva  actitud  frente a la educación, y una comprensión de la misma, entendida ahora como una fuente generadora de laboriosidad, y por tanto de un aumento en la productividad, parecen estar indicando el inicio del estado-docente, con la instauración de un sistema de instrucción pública, de carácter obligatorio y gratuito. Dicho proceso continuará, más tarde su expansión hacia la región del Atlántico, con la incorporación de la Mosquitia, pero esto durante la última década del siglo XIX y centrado en el tema de la instrucción básica y con un fuerte énfasis en la difusión del idioma español entre los indígenas.(2)   

         En Venezuela, a su vez, siempre en el siglo XIX, Rafael Villavicencio  postula la conveniencia de implantar las nuevas ideas positivista vinculadas a la actividad científica, en especial en la enseñanza superior. Con razón el mismo autor participa en la creación de instituciones como la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales y el Instituto Venezolano de Ciencias Sociales y crea la Cátedra de Historia Natural en la Universidad de Caracas. Tales instituciones representan el auge de un nuevo paradigma que está penetrando en los sistemas educacionales de las repúblicas recién independizadas de la Corona Española, y que se orientan hacia el progreso y la comprensión del mundo natural. De aquí en adelante los cambios no han cesado.  

__________

2. Cf. Rodríguez Rosales, Isolda: “Educación asimiladora en el litoral atlántico, Nicaragua 1893-1909”, en: Vannini, Margarita y Kinloch, Frances  (Editoras) Política, Cultura y Sociedad en Centroamérica. Siglos XVIII- XIX, Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, U.  Centroamericana,  Managua, 1998; p. 127. 

En Chile, por su parte, se han realizado diversas reformas educativas, que se remontan incluso al periodo colonial. (Tomaremos este país para revisar sus cambios educacionales más en detalle). En esa etapa por ejemplo, piénsese en el enorme impacto que tuvo la instrucción elemental que entregaban los jesuitas a los

lugareños y a los nativos, alejados de la metrópolis santiaguina, en el antiguo Reyno de Chile, en cuyo  proceso además inculcaban la fe cristiana y despertaban simpatías hacia la orden religiosa. En esta época en el Chile Colonial, un aspecto relevante de la marcha educacional lo constituye la Universidad de San Felipe, que ubicada en Santiago, entrega formación profesional en Teología, Filosofía, Derecho y Medicina; constituyéndose dicha casa de estudios superiores, en el único centro universitario nacional. En rigor, las cátedras que se dictaban eran las de Gramática, Retórica y Dialéctica (el viejo trivium medieval) y, los cursos de ciencias, esto es, Aritmética, Geometría, Música y Astronomía (el cuadrivium). Por tanto, mirado desde la perspectiva contemporánea, la ciencia está ausente. En efecto, los estudiosos de la historia de la educación chilena ya han señalado que en esta universidad el conocimiento científico estuvo verdaderamente ausente y que esta noción se asociaba con estudios discursivos y vinculados a un espíritu religioso. (3) 

Dicha entidad satisface requerimientos más de figuración social que atender a las necesidades reales de la colonia. Ya  en el Chile independiente, una reforma significativa de la educación fue la escisión del Instituto Nacional de la Universidad de Chile, en 1866, cuando se produjo la separación física de ambas instituciones, motivado por el énfasis que le asignaba Domeyko a la universidad, toda vez que su noción de una corporación de esta naturaleza era principalmente profesionalizante y docente, más que académica y racionalizante, que era el estilo anterior, impulsado por Bello.(4) 

__________

         3. Fuenzalida, Alejandro: Historia del desarrollo intelectual en Chile. 1541-1810, Impr. Universitaria, Stgo., 1903, p.9.

         4. Cf. Arancibia Clavel, Patriacia y Yávar Meza, Aldo: La agronomía en la agricultura chilena, Colegio de Ingenieros Agrónomos, Stgo., 1989, p. 126.         

Esto es significativo, pues en esta etapa la Universidad de Chile actuaba como entidad supervisora de la enseñanza elemental y secundaria del país; correspondiéndole también la responsabilidad de asentar las bases del estado docente.

Otro hito significativo en el devenir educacional puede observarse en la década del ochenta del Chile decimonónico, caracterizada por una serie de innovaciones e influencias de especialistas extranjeros, en cuanto al télos de la educación. Entre estos cambios recuérdese, por ejemplo, la llegada al país de educadores alemanes, quienes, principiaron a realizar innovaciones radicales para el período; entre estas,

en cuanto a la metodología, “terminan con la repetición memorística, al pié de letra, y con la servidumbre de un texto exclusivo”.(5) 

También  modernizan los programas de enseñanza en la educación secundaria, introduciendo la psicología científica; acentúan además los trabajos manuales, privilegian el dibujo y fomentan el estudio de la naturaleza. También revitalizan la Revista de Instrucción Primaria y convocan y organizan más tarde el Congreso Pedagógico de 1889, entre otras novedades.  Cabe destacar que justamente en este período había madurado ya la idea de capacitar a las mujeres desde el punto de vista instruccional, esto es, para recibir educación igual que los hombres; y también en cuanto a su incorporación como parte importante del sistema, en su condición de preceptoras, noción que venía desarrollándose desde la década del cincuenta, con las ideas de Domingo Faustino Sarmiento y de Miguel Luis Amunátegui.  En este sentido, estos autores coparticipaban de los  argumentos que sostenían que la condición maternal les otorgaba mayores capacidades para esta tarea a las mujeres por  sobre los varones, y porque la naturaleza femenina favorecía una relación más fluida con los niños. (6) Por eso no resulta extraño que a fines del Siglo del Progreso se pretenda ampliar el espectro educacional a ambos géneros y contar también con ambos géneros como maestros y preceptores.

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5. Cf. Labarca, Amanda: Historia de la enseñanza en Chile, Imprenta Universitaria, Stgo., 1939, p- 185.

6. Cf. A. R.: “Las preceptoras y la educación primaria en Chile: la apertura de un espacio femenino y sus límites”; http://www.sas.ac.uk/ilas

En el siglo veinte por su parte, cabe destacar la fuerte preocupación educacional observada, por ejemplo, en los gobiernos de Pedro Aguirre Cerda (1938-1942), y de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), entre otros. En el caso del primero, conviene destacar el programa educacional que perseguía articular los requerimientos de la modernización y de la democratización en todos los niveles del proceso enseñanza-aprendizaje; especialmente en la educación primaria y en el campo técnico-profesional, para vincular mejor los contenidos educacionales con los requerimientos del proceso de industrialización en que se encontraba el país. Lo cual, se complementa en esta etapa con un sólido proyecto de apoyo en infraestructura educacional, caracterizado por la construcción de numerosas escuelas públicas. 

En cuanto al gobierno de Frei Montalva, recuérdese que dentro de los logros de su gobierno, en el campo educacional, cabe destacar el gran esfuerzo realizado para superar el problema del analfabetismo que bajó a 11%;  además de realizar una reforma educacional, que -entre otras cosas- logra ampliar la educación básica de seis a ocho años, disminuyendo a su vez la secundaria a cuatro años; se promulga además en este hito gubernativo, la ley de las guarderías infantiles y se incentiva enormemente la construcción de nuevas escuelas a lo largo del país y se actualizan los planes tendientes a la formación de profesores. Se principia además a desarrollar la investigación teórica y práctica sobre pedagogía y comportamiento infantil en el aula. Esto coincide con las ideas en boga, en lo referente a aplicar las categorías del constructivismo piagetano y las nociones evaluativas de Bloom. Justamente, en este período “entre el sesenta y el setenta, Piaget está de moda en el campo de la psicología evolutiva y de la pedagogía en los países del Tercer Mundo, y sus ideas sobre la educación activa y sobre los mecanismos de adaptación y asimilación se incorporan en la curricula de las escuelas básicas de muchos países de América.” (7)__________

7. Saldivia, Zenobio: “Piaget entre el conocimiento y la  creatividad”, Rev. de Pedagogía, N° 394, Fide Secundaria, Stgo., 1997;  p. 144. 

Por su parte, un hito negativo para el desarrollo educacional en el país coincide con la ruptura de la democracia, en la década del setenta; esto es, el período del gobierno militar (1973 –1989). Y dentro de los errores cometidos en la administración del gobierno militar con respecto a la educación, recuérdese por ejemplo, situaciones tales como el éxodo obligado de destacados especialistas de distintas áreas educativas, el proceso de jibarización de los diversos departamentos de filosofía y humanidades de las universidades tradicionales existentes; así como también la clausura de las diferentes escuelas de sociología de estas instancias de educación. Y lo propio sucede con la investigación en ciencias sociales y humanas en el país, que en este período, alcanza uno de sus más bajos niveles de productividad en estas áreas. Por eso, ahora podemos entender que justamente la última Reforma Educacional Chilena surja de una política implementada desde marzo de 1990, y que, de acuerdo al marco social y político de la época, se inserte  en el proceso de transición a la democracia. (8)  

A diferencia de otras reformas educacionales en el país, ésta se distingue  por su sostenida continuidad en el tiempo, lo que hace más factible apreciar analíticamente los distintos ciclos e intentar una evaluación en los diferentes hitos de la misma; esto es, la fase de las propuestas, la implementación de la política educacional y los resultados observados. Esta última Reforma Educacional Chilena es puesta en marcha justo cuando se realiza la Conferencia Mundial de la Educación para Todos. “Primer gran evento que da cuenta de un cambio de ubicación de la educación en el mundo” (9) 

Lo anterior, está indicando una nueva percepción de la clase política y del ámbito diplomático internacional para concebir la educación de una manera más realista y acorde con las formas de vida contemporáneas. Esta misma preocupación es retomada en Chile en este período gracias a la Reforma.

8.   García Huidobro, Juan Eduardo, (Editor) et al.: La reforma educacional chilena, Ed. Popular, Madrid, 1999;  p. 7.

9.   Ibídem. 

Y en el plano histórico, social y político, coincide con la restauración de la democracia, tras 17 años de régimen militar. En efecto, durante el período autocrático que vivió el país, la educación fue uno de los sectores más aislados y en el que muchos actores sociales se sintieron con la necesidad de realizar alguna intervención, que lamentablemente se agotaba en las discusiones contingentes. (10) Una vez recuperada la democracia en la década del noventa, la educación se revaloriza al hacerla trascender desde la dimensión de la sociedad industrial a una sociedad del conocimiento, apoyada  por las modernas tecnologías de la información y la comunicación. Ello en el bien entendido de que el proceso de adquisición del conocimiento muestra enormes cambios sustantivos cada cinco años,(11) motivo por el que la educación como sistema incorpora el concepto de  “capacitación permanente”, llegando éste enfoque a constituirse en una necesidad  ineludible para evitar la obsolescencia. Entonces, a partir de la reforma, se percibe  una voluntad y una política definida y global desde el gobierno. Este fenómeno educacional que persigue la innovación coincide con un fuerte crecimiento económico del país en los primeros años de esta década. Justamente entre 1985 y 1997, el país alcanzó un notable desarrollo cuantitativo cuyo Producto Interno Bruto creció en promedio 7,3%. (12) 

En este contexto, la reforma está orientada hacia la formación de educandos que deben insertarse en un mundo globalizado y en el cual se espera de ellos la capacidad de enfrentar nuevos desafíos laborales y de interacción social. Pero por sobre todo, la reforma pretende insertar la educación hacia objetivos cognitivos nuevos, así como en destrezas y habilidades que permitan en el alumno, más que 10. Cf. García Huidobro, Juan Eduardo y Cox, Cristian: “La reforma educacional chilena 1990-1998. Visión de conjunto”; en: García Huidobro, Juan Eduardo (Editor) et al.: La reforma educacional chilena, p. 9.11. Cf. Martinic, Sergio: Director del Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Educación (CIDE): “Conversaciones sobre educación”, Conferencia dictada en el Colegio Altamira, Peñalolén, Stgo., Julio, 2001. 12. Piñera, Sebastián: “Marco laboral para la nueva y la vieja economía: ¡Chile también puede!; Actas del II Congreso de Recursos Humanos, ICARE, Stgo., 2000, p. 23. el dominio de grandes cantidades de conocimientos, la adquisición de mecanismos efectivos para aprender a aprender y para discernir entre valores. (13)  Ello lo tienen

claro los responsables de dicha política educacional y por eso se han propuesto insertar la educación en la sociedad como un mecanismo que permita: hacer frente a la extrema pobreza y contribuir a superarla; que colabore a mejorar las condiciones de competitividad  en el ámbito económico, y que permita crear un orden social armónico vigorizando las instituciones democráticas y el papel de las mismas. 

Lo anterior, por  tanto, deja de manifiesto que el cambio es la nota característica por antonomasia de los sistemas educacionales de los distintos países, fenómeno que se ha venido dando aparejado con las innovaciones en la política, en la economía y en la cultura y que trasunta las modas, las tendencias y las necesidades de la comunidad. Pero lo que queda pendiente por investigar y comprender es la retroalimentación   de   dichos   sistemas.   No   basta   simplemente  con  estar convencidos acerca de la conveniencia de realizar innovaciones en educación; además de esto, resulta atendible saber que cambiar y porque cambiar tal o cual programa cognitivo, tal o cual orientación. E incluso, además del cambio y de una impecable comprensión de sus causas y eventuales consecuencias esperadas, es altamente deseable que en los países de nuestro continente, luego de alcanzar las anheladas innovaciones, los docentes estemos también dispuestos a  encontrar los mejores y más felices mecanismos para evaluar la marcha de tales reformas e innovaciones y su impacto en  el individuo como ser social, de lo contrario, dicho esfuerzo se diluirá en su  propio desenvolvimiento y no habremos logrado internalizarlo ni actualizarlo.

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13. Cf. García Huidobro, Juan Eduardo (Editor), op. cit., p. 8.

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Zenobio Saldivia M.

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile. 

Introducción

La filosofía ha sido y es uno de los pilares teóricos de la cultura universal desde sus fases más primigenias como praxis o como institución social. Ello queda de manifiesto en la evolución de las ciencias que partieron siempre desde una base filosófica que se cuestionaba el cosmos, la naturaleza circundante y luego continuó con las preguntas y discusiones por la naturaleza del ser humano, tanto como ser social cuanto como persona individual. Así puede apreciarse claramente que la filosofía            -entendida como la más extensa y más amplia reflexión sobre el todo, sobre el ser y asentada en su amor al saber por antonomasia- ha estado siempre presente en el desarrollo histórico de la humanidad, desde sus fases primigenias asociadas con la cultura helénica. Así por ejemplo, en la educación, en la política, en las ciencias de la vida, en las ciencias de la tierra, en la astronomía o en las ciencias sociales, observamos ideas de antiguos filósofos, amén de los incontables principios filosóficos que actúan como ejes directrices en la toma de decisiones de los actores sociales o de los líderes del intelecto.  Al respecto, recordemos aquí nada más que en el universo de la educación siempre se perciben los visos teóricos de los grandes principios de corrientes filosóficas que han trascendido en el tiempo; entre éstas: el idealismo, el racionalismo, el eclecticismo o el humanismo, que nos han guiado en nuestro quehacer.

(*) Charla dictada en el Departamento de Hdes. de la Universidad Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile, (29-04-2017).

Por eso no es extraño que la filosofía esté siempre presente en la educación. Pero la filosofía al igual que todo el saber humano, es dinámica, evoluciona y ofrece nuevas tendencias y nuevas escuelas con el flujo del tiempo. Por ello, pensar en la situación de la filosofía en la época contemporánea, nos obligaría a recordar al menos a una veintena de filósofos que se ubican en esta lonja de tiempo desde fines del Siglo XVIII hasta inicios del siglo XXI. Y no es el caso aquí hacer una historia de la filosofía contemporánea; sino más bien, traer a presencia un par de corrientes relevantes que han impactado en nuestros días y analizar sus principales postulados.

Filosofía en la época contemporánea 

En rigor, la filosofía en la época contemporánea, en cuanto a su preocupación esencialmente metafísica, no presenta un cuerpo teórico  radicalmente distinto que oriente, contribuya o encauce las tareas educacionales, políticas o de los agentes sociales; simplemente las nuevas ideas provenientes de disciplinas formadas a partir de la antigua metafísica y que han ido constituyendo disciplinas filosóficas más específicas, complementan el acervo básico de nociones que han servido a nuestra educación universal. Es el caso de las disciplinas tales como la filosofía de la ciencia, la filosofía de la tecnología, o la filosofía de la psiquiatría o la filosofía del conocimiento o la filosofía de la sociología, que contribuyen actualmente a reforzar el nicho filosófico para amplias discusiones en educación y en las ciencias sociales en general. 

Recordemos aquí al menos, las nociones de Filosofía social y política, que al alero del positivismo, planteaba en el siglo XIX Augusto Comte para orientar los esfuerzos de la sociología hacia la obtención del progreso. Y para ello propiciaba el ingreso de la mujer a los sistemas educacionales, el orden social, la incorporación del método científico, la filantropía y la regeneración moral de la sociedad. Y justamente estas ideas conducentes a la expansión de la ciencia y a una valoración de su método, y a la consecución del orden social y el progreso material, tuvieron mucha fuerza a fines del Siglo XIX para apoyar el proceso de separación Iglesia-Estado, en muchos países de América y se mantuvieron vigentes aproximadamente hasta los años treinta del Siglo XX. Hoy en el ámbito de las ciencias sociales y del intelectual académico actual, prácticamente no se perciben como relevantes, en especial, porque el ideario de progreso ahora hay que actualizarlo en cuanto a la realidad del mundo global y altamente tecnologizado, y los exponentes mencionados, deben asumir ese nuevo rol de comunicador social eficiente y respetuoso capaz de inducir a los cambios, y porque la ciencia está siendo desmitificada, por lo menos desde algunas corrientes epistemológicas, a partir de trabajos como los de Paul Feyerabend o Thomas Khun, entre otros.

 

Por otro lado, la filosofía de la técnica, por ejemplo, tal como nos lo recuerda José Ortega y Gasset, en su obra La meditación de la técnica,  sugiere a los docentes, a los cientistas políticos  y a los estudiosos en general, la urgente necesidad de esforzarse para evitar que el desarrollo de la tecnología deshumanice al ser humano y le haga perder  su centro. El filósofo español nos recuerda, por tanto, que los artificios e instrumentos tecnológicos son sólo un medio para el ser humano, pero nunca un fin en si mismo. Con los adelantos tecnológicos desarrollados a alero de la 2da Guerra Mundial, estas nociones raciovitalistas, sumadas a las corrientes existencialistas, lideradas por Jean Paul Sartre, y las nociones  marxistas tomadas a partir de las obras de Carlos Marx, tales como El capital, o los Manuscritos económico filosóficos, o de textos de Vladimir Lenin, tales como Cuadernos Filosóficos y El Estado y la revolución, o los de Luis Althusser, tales como La Filosofía como arma de la revolución, campearon en la academia probablemente hasta mediados  de los años setenta e influyeron en la formación de muchos líderes políticos en América y fueron el sustrato de movimientos universitarios como el de Mayo en 1968 en Francia y de gobiernos de izquierda a comienzos de esta década. 

También, más recientemente los aportes de Mc Luhan, desde los años setenta y ochenta, por ejemplo en el ámbito de la filosofía de la tecnología, nos instan a ponernos en guardia para evitar la manipulación de los medios de comunicación en cuanto a la difusión de ideologías o antivalores que nos alejen del humanismo y de nuestro ideal como educadores. Y en este contexto, los educadores debemos estar muy cautelosos porque si en otras épocas era manifiesta la desigualdad social, tal como se observaba en las cifras de inserción a los sistemas de educación secundaria y superior, o en la adquisición de bienes de las clases populares versus los sectores acomodados, hoy continúa la desigualdad educacional pero en relación a su calidad y a la adquisición de oportunidades para disfrutar las distintas expresiones culturales. Aquí hay otra arista para labrar por parte de los exponentes del mundo académico.

Y a fines del Siglo XX, a su vez, aparecen diversas posturas rupturistas con los enfoques tradicionales de la praxis filosófica centrada en las esencias y los universales, las que en su conjunto se han aglutinado y denominado más recientemente como “filosofía postmoderna”. Dicho tendencia podemos entenderla aquí como una nueva dirección filosófica, una tendencia que se perfila desde las últimas décadas del siglo XX e inicios de nuestro siglo, que se caracteriza por criticar  los supuestos fundamentales y universalizantes de la filosofía occidental, centrada en la metafísica, en la epistemología y en la noción de conciencia. Entre sus exponentes figuran pensadores como Richard Rorty, Jacques Derrida, François Lyotard y Michel Foucault, entre otros. En su conjunto, estos autores -aunque en lo personal algunos han negado este rótulo de postmodernistas- en el plano de las ideas, convergen y proponen reorientar la filosofía hacia nuevas direcciones y hacen hincapié en la importancia de las relaciones de poder, en la personalización y en el discurso de la "deconstrucción" de la verdad y de las visiones del mundo. Además han dejado asentado en sus obras, la necesidad de revisar el correlato entre lenguajes asociados a culturas locales y los discursos de poder.

Algunos antecedentes históricos

En rigor, todos estos autores postmodernos como los mencionados, por ejemplo, desean dejar atrás a la metafísica y a la filosofía analítica en la cual fueron formados y manifiestan un marcado escepticismo y nihilismo hacia muchos de los valores y suposiciones de la filosofía clásica que ha sido justamente la que consolidó la persistente idea de modernidad, como proyecto y meta de la razón y la ciencia. Entre los supuestos que desean dejar atrás figuran: la noción de que humanidad tiene una esencia que distingue a los humanos de los animales, o el hecho de la conciencia moral, o el anhelo de la obtención del progreso gracias a la ciencia y la tecnología, o el supuesto de que la filosofía sería el espejo de la naturaleza; entre tantas otras. Así, al criticar estos supuestos, tal como se observa en obras tales como La filosofía como espejo de la naturaleza, de Rorty, o La condición postmoderna de Lyotard, entre otras; se comprende que  la Filosofía postmoderna sea  escéptica sobre la gestación del conocimiento en base a oposiciones binarias como mente-cuerpo, cultura-naturaleza y otras, como ejes interpretativos de la realidad, y que han tenido su origen en otras corrientes filosóficas como el cartesianismo, el estructuralismo, el positivismo o el romanticismo; prefiriendo hacer hincapié en una idea de filosofía vinculada al problema del filósofo como un individuo favorecedor de la revisión de los discursos y un gestor político-cultural y proclive al desarrollo de una solidaridad y justicia social, más que un decantador de verdades universales.

La filosofía postmoderna tiene como función propia la exploración de un nuevo camino: la tarea de deconstruir la interpretación sobre la realidad del modo que ha venido siendo realizada, es decir como un espejo en que la filosofía pule cada vez un poco más la mirada para llegar al mundo y a la sociedad. Para ello, enfatiza mucho en el análisis del lenguaje, en las conexiones de éste con la vida cotidiana y con su medio local y cultural, e incluso con las expresiones del poder, marcando así un pensamiento distanciado de los grandes metarrelatos históricos y filosóficos tradicionales.

La Filosofía Postmoderna: sus exponentes más relevantes

Ante la imposibilidad de analizar aquí a todos los filósofos postmodernos, recordemos al menos a Michel Foucault por ejemplo, quien continuando algunas nociones de Nietzsche, argumenta que el conocimiento se produce a través de las operaciones del poder, y enfatiza claramente que el poder es una jerarquía que se encuentra difuso y fragmentado y que impregna a todas las relaciones sociales, tales como la familia, el sexo, la economía y la política. Lo más significativo a nuestro juicio, en relación a la tarea de buscar la verdad, son sus estudios acerca del lenguaje y las disciplinas científicas, como la psiquiatría y otras, donde deja de manifiesto  que los enunciados dependen exclusivamente de las condiciones socioculturales en las que emergen y existen dentro del universo discursivo específico. Con razón en su obra Las palabras y las cosas, este autor señala que los códigos fundamentales de una cultura y sus esquemas y valoraciones, fijan de antemano el modo de acercamiento empírico del sujeto para el conocimiento de sí mismo y de la realidad.  Esto, por tanto, privilegia el análisis lingüístico y cultural para el trabajo filosófico. 

Los escritos de Lyotard por su parte, se centran en el papel de la narrativa en la cultura humana, y en particular en la forma en que esta ha cambiado hasta dejar atrás la modernidad para entrar en un estado "post-industrial" o posmoderno. Sostiene además, que las filosofías postmodernas legitiman su verdad no por razones lógicas o empíricas, sino más bien sobre la base de las historias aceptadas sobre el conocimiento y su visión del mundo. Además, sostiene que en nuestra condición postmoderna, estos metarrelatos ya no funcionan para legitimar las pretensiones de verdad. Y por ello, señala que a raíz de la caída de los metarrelatos modernos, la gente está desarrollando un nuevo "juego de lenguaje", uno que no tiene pretensiones de verdad absoluta, sino que celebra un mundo de relaciones en constante cambio. Como se puede apreciar, este autor también privilegia el análisis del lenguaje para la búsqueda de la verdad.

Derrida, por su lado, en su obra: El Tiempo de una tesis, y en otras de sus obras, postula la necesidad de ejercer una reflexión filosófica de nuevo cuño, centrada en lo que él denomina una “deconstrucción” orientada a criticar o dejar atrás todos los marcos significantes, las normas pedagógicas o retóricas, las posibilidades del Derecho como disciplina, asentar el cuestionamiento a la autoridad, a la evaluación en general y a las instituciones y sus normas. Ello para desarrollar así una nueva practica la filosofía como una forma de crítica textual a la propia  filosofía occidental y a los discursos institucionales, privilegiando los conceptos de presencia y logos, como herramientas hermenéuticas, que posibiliten alcanzar finalmente, otra forma de pensar filosófico, menos lineal y alejado de las formas lógicas tradicionales, con el objeto de que este nuevo pensar escape de la filosofía y se convierta en un discurso más social y más político, vinculado a los microrelatos del tiempo histórico del pensador, y a los cánones de su cultura específica. 

Por todo lo anterior, se observa que estos filósofos postmodernos, en rigor apuntan a cuestionar si nuestros conceptos particulares están relacionados con el mundo de una manera apropiada, o si podemos justificar nuestras formas de describir el mundo, en comparación con otras maneras o con códigos culturales. En síntesis, podemos apreciar que la mayoría de estos exponentes de la filosofía postmoderna persiguen la crítica de los supuestos fundamentales y universalizantes de la filosofía occidental. Y que enfatizan en la importancia de las relaciones de poder, en el nuevo discurso de la “deconstrucción" para comprender la estructura de la realidad, y en un manifiesto alejamiento de las clásicas visiones del mundo y de los modos de aproximación epistémica a la verdad.

En rigor el concepto “postmodernidad” alude a una tendencia cultural y estética, a un conjunto de interpretaciones filosóficas que enfatizan en el lenguaje y en el abandono de los metarrelatos, a un fenómeno sociocultural y aun reconocimiento de las nuevas formas de comunicación locales. Por tanto, la filosofía postmoderna en lo esencial, alude a una crítica de la idea de modernidad en el mundo occidental y también a un manifiesto cuestionamiento de la contemporaneidad como punto de arribo histórico o como una época en la cual están sucediendo demasiadas transformaciones en la difusión de la información, en los medios de comunicación, en el universo industrial y comercial y en el ámbito de las valoraciones colectivas.

El escenario social político y económico en el que hoy estamos inmersos como contemporáneos, es un escenario que comprende innumerables y nuevos desafíos. Ahora debemos fijar nuestra atención en aquellos puntos que estos pensadores postmodernos han traído a presencia, tales como el eventual fracaso del proyecto de la modernidad universal, la fuerza trasnacional del mercado, los lenguajes regionales, el feminismo, la diversidad sexual, el control de los sujetos, entre otros. Y en este nuevo marco sociocultural donde bullen las peticiones de cambio para respetar la diversidad sexual y cultural, apoyado en la teorización de autores postmodernos como los mencionados, los educadores si pueden y deben participar con sus planteamientos porque estos temas si bien también son axiológicos, están centrados en cautelar la libertad de conciencia y la libertad especialmente en cuanto al rescate de las expresiones de la cultura regional y local en general.

La filosofía actualmente no sólo tiene aciertos, también tiene debilidades, falencias u olvidos. Sus cultores no se han interesado por algunos problemas teóricos vinculados a la historia. Por ejemplo en cuanto La periodificación de la marcha histórica. No hay ninguna propuesta para dejar atrás la denominación “Época contemporánea” que ya no resiste mas contenidos históriograficos de la gesta histórica, ha sido sobrepasada como categoría de análisis.

Conclusiones 

La postmodernidad como fenómeno sociocultural, deja de manifiesto que lo social y lo cultural son intrínsecamente una sola realidad asociada a nuevos modos de comunicación y de utilización de los lenguajes locales.

La filosofía postmoderna ha destacado la importancia del lenguaje no solo en el ámbito de la comunicación, sino también y esto es lo más relevante, en relación al rol de éste en el ámbito de la racionalidad científica y en la adquisición de nuevos conocimientos, enfatizando que este proceso, es más un fenómeno social que una tarea filosófica y por ello debemos atender  la cultura regional y los microlenguajes, como elementos muy significativos que hay que comprender y tener presente que sus reglas y sus juegos, no siempre están vinculadas con los meta-relatos universales.

En relación a la educación, las ideas de los filósofos postmodernistas no pueden tomarse en bloque pues tienen matices muy centrados en nuevas formas de diálogos con agentes sociales y políticos emergentes; sólo cabe entonces leer y pensar sus postulados más cercanos a nuestro ideal de la ciencia y del progreso y de aquellas orientadas hacia el respeto del ser humano en todas sus dimensiones.

Por lo anterior, es posible colegir que la filosofía siempre ha estado y estará presente en la cultura universal, pues las disciplinas no pueden actuar sin un marco teórico, que la fundamenten por un lado y que contribuya a encauzarlas hacia horizontes de mayor prosperidad social y colectiva. Por tanto, es posible sostener que la filosofía seguirá estando presente en  trabajos de los intelectuales, de los educadores y de los cientistas sociales.

Queda claro también que la filosofía continúa aportando a la cultura universal para que las personas se adapten mejor a las nuevas exigencias culturales y sociales de nuestro tiempo. Pero requiere sí que éstas tengan un bagaje mínimo de nociones o un léxico histórico y filosófico elemental y un manifiesto gusto por el saber, para que las nuevas ideas de las tendencias filosóficas contemporáneas puedan ser a las menos parcialmente comprendidas.

 

Bibliografía

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Derrida, Jacques: El tiempo de una tesis, Hoy A. Ediciones, Barcelona, 1997.

Foucault, Michel: Las Palabras y las cosas, Ed. Siglo XXI, México, 1999.

Lyon, David: Postmodernidad, Alianza Editorial, Madrid, 2005

Lyotard, Jean François: La condición postmoderna, Ed. Cátedra, Madrid, 1987.

Ramírez, Alejandro: La Transformación de la Epistemología contemporánea. De la Unidad a la Dispersión, Ed. Universitaria, Stgo., 2005.

Salas A., Ricardo. Éticas convergentes en la encrucijada de la postmodernidad, Ed. UCSH y UCTEMUCO, 2010.                             

Saldivia M. Zenobio: Adiós a la Época Contemporánea, Bravo y Allende Editores, Stgo., Chile y U. Continental de Cs. e Ingeniería, Huancayo, Perú, 2014.

 

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Publicado en Rev. Intersticios Sociales, El Colegio de Jalisco, 2015, N°10.

Patricio Leyton A.* y Zenobio Saldivia M.** 

Resumen

Se sostiene tradicionalmente que la física es la ciencia que estudia los estados de la materia y que procura realizar explicaciones racionales a los fenómenos naturales mediante el uso de complejas ecuaciones matemáticas. No obstante, consideramos que esta ciencia puede tener otros usos más allá del mero y objetivo estudio de la realidad natural. Este fue el caso de la expedición científica española, al mando del navegante y científico italiano Alejandro Malaspina, la cual recorrió los dominios de ultramar de la Corona española entre los años 1789 a 1794 y efectúo trabajos científicos en las más diversas disciplinas, siendo la física una de ellas. En este sentido, la física en la comisión hispana tuvo un cariz de tipo ideológico, práctico y teórico-experimental. El primero está dado por el vínculo de la física con aspectos de tipo político, civilizatorios y de prosperidad nacional, los que están en directa concordación con el ethos de la Ilustración europea. El segundo, en tanto, está en directa relación con los trabajos propiamente científicos, vale decir, se analiza la física en concordancia con el uso de instrumentos científicos, la medición y cuantificación de fenómenos de la naturaleza y el empleo de una metodología de acuerdo a la ciencia del siglo XVIII. Por último, el aspecto teórico-experimental, está condicionado por las explicaciones de tipo físico y teórico que se dio a ciertos elementos de la naturaleza y por la elaboración de experimentos y experiencias sobre los estados de la materia, mientras transcurrió el derrotero por los océanos Atlántico y Pacífico.     

Palabras Claves: Expedición Malaspina, Física, Ideología, Práctica científica y Experimento

Abstract

Is traditionally held that physics is the science that studies the states of matter and attempting to make rational explanations of natural phenomena by using complex mathematical equations. However, we believe that science can have other uses beyond simple and objective study of natural reality. This was the case of the Spanish scientific expedition under the command of navigator and Italian scientist Alessandro Malaspina, which toured overseas dominions of the Spanish crown between the years 1789-1794 and have made scientific work in diverse disciplines, being physical one. In this sense, physics in the Hispanic committee took a turn type ideological, practical and theoretical-experimental. The first is given by the bond of physics aspects of political, civilizational and national prosperity, which are in direct concordación with the ethos of the European Enlightenment. The second, meanwhile, is directly related to actual scientific work, ie physics is analyzed in accordance with the use of scientific instruments, measurement and quantification of phenomena of nature and the use of a methodology according to science of the eighteenth century.

Finally, the theoretical and experimental aspect is conditioned by the explanations type physicist and theorist who was given to certain elements of nature and the development of experiments and experiences about the states of matter, as he went the route through the oceans Atlantic and Pacific. 

Key words: Malaspina Expedition, Physics, Ideology, Scientific practice and Experiment.

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* Lic. en Historia, PUCCH, Stgo., Chile.                                       

** Dr. en Historia de las Cs., U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile.

Introducción

La física en el siglo XVIII fue una de las ciencias de la naturaleza con más avance y progreso. La misma estuvo sujeta a nuevos descubrimientos, a nuevas formas de experimentación y a la utilización de nuevos instrumentos; hasta que finalmente logró institucionalizarse socialmente a través de su presencia en las academias de las ciencias y en virtud de su enseñanza en las universidades. La física del Siglo de la Ilustración tuvo como horizonte teórico e intelectual a la mecánica newtoniana, la cual comenzó a desplazar a la filosofía  natural  de  tipo  escolástico  que  aún  permanecía   dentro  del  currículo  de enseñanza  de algunas universidades y centros educacionales de Europa. Por lo cual, el siglo XVIII está caracterizado tanto por la consolidación y expansión de la física newtoniana como paradigma científico, cuanto por la cantidad de viajes, cotejos de medidas y el empleo de instrumentos.[1]

En España, en tanto, La Corona y parte de los sectores ilustrados realizaron una intensa labor en torno a crear instituciones que le dieran un auge y difusión a las ciencias. Por ello, además de la contratación de sabios y científicos extranjeros (como por ejemplo Alejandro Malaspina y Juan Vernaci de origen italiano o Tadeo Haenke de nacionalidad checa, que serán parte de la expedición malaspiniana); se interesaron también en la actualización de los contenidos relativos a la enseñanza de las ciencias en los colegios y en los centros de educación superior. Igualmente, se dedicaron a fundar una serie de establecimientos inexistentes durante los siglos de la administración de los Habsburgo, con el objetivo de  hacer de la ciencia una actividad cada vez más social. Entre estas entidades están: “los Colegios de Cirugía de Cádiz (1748) y el de Barcelona (1760), la fundación del Observatorio de Marina de Cádiz  (1753), la Asamblea Amistoso-Literaria de Cádiz  (1755), la Real Sociedad Militar de Madrid (1757), el Colegio de Artillería de Segovia (1762)  y las Academias de Guardias Corps de Madrid (1750), todos ellos vinculados al aparato militar del Estado”.[2] Pero no sólo Madrid, acusaba el impacto del interés por la ciencia ilustrada, también en ciudades como Cádiz, Barcelona y otras, se percibe una porfía por erigir librerías  y gabinetes de historia natural y una bullente actividad orientada a hacer y repetir varias observaciones y experiencias, utilizando instrumentos y máquinas muy costosas.[3]  Todos estos cambios al sistema científico español deben entenderse  al alero de las reformas borbónicas, que aspiraban a modernizar tanto política como culturalmente, la estructura social del Imperio Hispánico a ambos lados del Atlántico.

Una de las particularidades de la ciencia hispana en el período ilustrado fue la militarización de esta actividad. Ejemplo de aquello, lo constituye el hecho de que la mayor parte de las instituciones anteriormente aludidas corresponden a corporaciones de tipo castrense, en las que se incluyeron los contenidos de la ciencia moderna en la formación de los futuros oficiales. De este modo, en este aspecto, tal como lo han señalado Antonio Lafuente y José Luis Peset, “se consolida un proceso de militarización de la ciencia española, uno de los rasgos más acusados de nuestra Ilustración”.[4]  Objeto de esto, fue la formación de ingenieros militares que fueran capaces de realizar trabajos científicos necesarios para los requerimientos políticos de la Corona, tales como: construcción de fuertes, levantamientos cartográficos, estudios hidrográficos, diseños de ciudades, etc., tal como lo han estudiado Horacio Capel, Joan Eugeni Sánchez y Omar Moncada para el siglo XVIII.[5]  En efecto, recuérdese que  incluso el mismo Alejandro Malaspina, tuvo que realizar trabajos de tipo militar y científico como parte de su trayectoria de hombre al servicio de la España de los Borbones.[6] 

A pesar de los cambios y de las reformas a la institucionalidad científica española en el siglo XVIII, la Península fue considerada como parte de la periferia científica europea, entendiendo que los centros del saber estaban en  países como Inglaterra y Francia; ya que España no había logrado los estándares de producción e investigación que estos países habían alcanzado, y además porque los ibéricos no poseían una comunidad de científicos consolidados a nivel social e intelectual de reconocimiento internacional. Cabe destacar que éste Imperio, no fue el único considerado marginal en las ciencias del siglo XVIII, ya que existieron otras naciones a las cuales también se las consideró como periferia a nivel cultural y de producción de conocimiento, “…como Rusia, Prusia, Austria o España, pues no había grupos sociales grandes e importantes que se interesaran por la institucionalización de la ciencia como valor social. No podemos hablar de movimiento cientificista en esos países en el sentido en que se presentó en Occidente. Hasta el punto de que existiera ese movimiento, se trataba siempre de un movimiento secundario, un trasplante de ideas extranjeras y papeles sociales, que solamente tenían raíces débiles en esas sociedades. Sin embargo, esos movimientos “secundarios” tuvieron éxito, hasta cierto punto, ya que los círculos intelectuales que abogaban por ellos consistían de personas importantes, poderosas y capaces (otros tuvieron escasas oportunidades para aprender algo relativo al estado de la ciencia y de la sociedad en Occidente). Tuvieron también éxito, debido a que las implicancias posibles de la ciencia para la tecnología (incluyendo la militar) constituían un argumento importante para todos los gobernantes”.[7]

Entonces, a  pesar de la condición periférica de España en cuanto al conocimiento de la ciencia, se desarrolló en la Península un interés por renovar y actualizar los saberes como ya hemos adelantado, que era lo característico de la filosofía natural moderna; justamente por este  motivo se hicieron esfuerzos por introducir la física newtoniana en los contenidos de enseñanza de las academias hispanas; decisión que entró en conflicto con la filosofía escolástica predominante de tipo aristotélico. Por esta razón, los grupos de religiosos y teólogos vieron con malos ojos la introducción de la moderna filosofía natural, en gran parte debido a que algunos planteamientos de la física newtoniana contradecían a la física aristotélica, la que con el tiempo se había transformado en la física oficial de la Iglesia Católica. Es en este marco social e intelectual en el que se desarrolla la física en la Expedición Malaspina hacia fines del siglo XVIII en su viaje por el mundo.[8]

Ahora bien, en relación al desarrollo de la física como actividad científica, inserto en el derrotero malaspiniano, queremos proponer aquí que ésta tuvo una implicancia de tipo ideológico, práctico y teórico-experimental;  fenómeno que  se dio a partir de toda la travesía de la expedición por los océanos Atlántico y Pacífico. Estos tres ejes temáticos se dieron de forma conjunta, pero para facilitar el análisis hemos preferido abordarlos por separado.

Así, en el plano ideológico por ejemplo, recuérdese  que los miembros que constituyeron la plana científica de la expedición, como los físicos, se vieron enfrentados a ribetes que superaron la pura práctica de la física como ciencia, incluyendo elementos de tipo externo a esta actividad intelectual, como lo fueron ciertas implicancias de tipo político, económico y social. En este sentido, en el plano ideológico, la física es considerada como un dispositivo cultural al servicio del Estado y la sociedad  ya que esta disciplina podía proporcionar a la Corona Española, un elemento de dominación racional de las posiciones ultramarinas y constituirse como una forma de civilizar aquellos territorios en que la práctica de la ciencia ilustrada eran desconocidos, y por ello al suministrar información adecuada al respecto, se alcanza ipso facto  un prestigio de tipo internacional debido a la benevolencia del Estado español para con la ciencia.

En el plano práctico, en tanto, la física tuvo un perfil más científico, basado principalmente en la medición y cuantificación de algunos estados de la materia en los lugares visitados, a partir de los modernos instrumentos de mensura, por lo cual se puede hablar de una ciencia de tipo cuantitativo y matemática, basada en la observación directa de los fenómenos de la naturaleza. Es decir -mirado desde nuestra contemporaneidad- la física desarrollada en el derrotero malaspiniano, estuvo cumpliendo el paradigma newtoniano de su tiempo, y resolviendo los enigmas bajo este prisma, con los instrumentos y las reglas propias de los miembros de su comunidad científica, como diría Kuhn.[9]

El aspecto teórico-experimental, en este hito,  está relacionado con la física a un nivel  más explicativo y descriptivo acerca de ciertos fenómenos que naturaleza presentó durante el viaje, sumando a esto los experimentos de tipo físico que se desarrollaron en algunos lugares específicos de América y en otros lugares. En lo que sigue, por tanto, profundizaremos en relación a estos tres ejes interpretativos.

I. La Física como ideología

Algunos estudios de tipo epistemológico, en nuestro tiempo,  han venido a cuestionar la supuesta imparcialidad de la ciencia como producto cultural, argumentando que “la idea de una ciencia neutra es una ficción, y es ficción interesada, que permite considerar científica una forma neutralizada y eufemística (y por lo tanto particularmente eficaz simbólicamente porque es particularmente desconocible) de la representación dominante del mundo social.”[10] Bajo esta perspectiva, entonces, podemos considerar que la ciencia puede ser utilizada para medios que no están necesariamente relacionados con la producción de un conocimiento objetivo del mundo, sino que más bien puede ser empleada para otro tipo de propósitos;  es por esta razón que en esta comunicación hemos preferido hablar de la ciencia, en este caso específico de la física, como ideología. Los discursos de tipo ideológico por parte de las ciencias pueden ser  considerados como aquellos “que se presentan como una representación adecuada del mundo, pero que tienen más un carácter de legitimación que un carácter únicamente descriptivo”[11] y por lo cual, tienden a buscar otro tipo de motivaciones más allá de  la mera búsqueda del conocimiento; en este sentido, las imágenes de tipo ideológicas de las ciencias, transmiten “una representación del mundo que tiene como efecto motivar a la gente, legitimar ciertas prácticas y enmascarar parte de los sesgos y criterios utilizados; o, lo que viene a ser igual, cuando su efecto es más reforzar la cohesión de un grupo que una descripción del mundo.”[12] Además, la ciencia como un conjunto coherente de ideas sobre el mundo puede ocultar otro tipo de intencionalidades, ya que “las ideas sirven bien a menudo para enmascarar con pretextos legitimadores los motivos reales de nuestras acciones. Esto es lo que tradicionalmente se denomina “racionalización”, y que en el plano de la acción colectiva lo llamamos ideología”.[13]

 La ciencia puede ser definida como un campo intelectual, ya que este corresponde a un “espacio relativamente autónomo, ese microcosmos provisto de sus propias leyes. Si bien está sometido, como el macrocosmos a leyes sociales, éstas no son las mismas. Si bien nunca escapa del todo a las coacciones del macrocosmos, dispone de una autonomía parcial, más o menos marcada, con respecto a él.”[14]  La física, en este caso entonces, al ser objeto de un plano ideológico, perderá independencia, puesto que al estar al servicio de otros intereses, más allá de propiamente científico, pierde su autonomía, debido principalmente a que “la heteronomía de un campo se manifiesta esencialmente en el hecho de que los problemas exteriores, en especial los políticos, se expresan directamente en él.”[15] Para el caso de la física en la Expedición Malaspina esta dinámica es evidente tal como la veremos a continuación.

Malaspina, en una carta enviada a Antonio de Ulloa, le  señala lo esencial que resulta la práctica de la física como ciencia para la felicidad de la nación, indicando que “los objetos de Historia Natural; y antes de tratar de los que presenta en su seno la tierra, no desagradará á V.E. un pequeño examen de los que encierra el mar y pueden ser útiles, ó en general á los conocimientos físicos, ó en particular al aumento de la prosperidad nacional.”[16] Al respecto, cabe destacar que en el siglo XVIII no había una clara distinción entre historia natural y física, como menciona Horacio Capel en estos términos: “desde el punto de vista culto pero no científico la distinción entre física e historia natural resultaba a veces difícil, y los autores usaban indistintamente las dos denominaciones,”[17] además en el Siglo de la Ilustración  “el estudio del territorio y en los programas ilustrados de educación popular, física, historia natural y geografía –además de la economía política- se combinaban de forma inextricable.”[18]  En una segunda carta de Malaspina dirigida nuevamente a Antonio de Ulloa, el navegante italiano repite el tópico de la ciencia física en relación a la prosperidad de la nación, en este caso destaca el rol del físico como hombre encargado para dicha tarea, advirtiendo que: “En el tiempo de mi demora en Lima no dejaré en aquellos diarios todo cuanto sea conducente á este punto importante; pero V.E. atravesó aquellas costas con todas las luces de un físico, y en aquellos mares poco trillados, de dicha ciencia, más bien de la mera práctica, han de esperarse los principios sólidos que afiancen el bienestar y la felicidad de los que habitan sus orillas”.[19]

La ciencia como portadora de la prosperidad y felicidad de los pueblos era parte de la mentalidad ilustrada de la época, debido a que “indudablemente no podía ser otra la consideración de que la ciencia sirviera para solucionar los problemas concretos de la sociedad indiana”[20]. También, la física debía dotar de un conocimiento cierto para ser aplicado al comercio, el cual era una de las funciones fundamentales de las expediciones científicas, ya que como indica Malaspina en su discurso preliminar, la visita de “la mayor parte de nuestras colonias del mar Pacífico y franquear la navegación fácil de unas á otras: debíamos, si fuese posible, apurar los conocimientos físicos y astronómicos para vencer, ó los riesgos, ó la rutina de las especulaciones mercantiles.”[21]  El conocimiento científico con fines económicos es una tónica dentro de las comisiones científicas, debido a “que se trataba de aprovechar a los científicos para que perfeccionasen el conocimiento de la Historia Natural (en todas sus facetas), a la par que recoger herbolarios y colecciones de los productos de la naturaleza, rectificar los errores en la Medicina y hallar elementos útiles para incrementar el comercio.”[22]

La física para Malaspina debía traer un bienestar y progreso no solo en el campo de las ciencias, sino que a nivel social, debido a que “la Física, la Mecánica, La medicina, divididas actualmente en otros muchos ramos secundarios, han multiplicado al mismo tiempo la ocupación útil de los sabios y sus inventos para el bien de la sociedad.”[23] Para logar dicho cometido, el propio navegante italiano, junto a su tripulación debían traer el conocimiento científico y, de la física, a tierras en que este era desconocido, ya que “el destino de los naturalistas era otro punto que debía ocuparnos sériamente; uno y otro igualmente infatigables, inteligentes y útiles hubieran al mismo tiempo sufrido inútilmente los trabajos de nuestras navegaciones próximas y sacrificando una estación entera, mientras las partes interiores de la América meridional estaban aún desconocidas para las ciencias físicas y particularmente para la botánica”.[24]

Dicho afán de llevar los progresos de la física a lugares donde no había llegado, también lo podemos encontrar en otros miembros de la tripulación, como por ejemplo en José Espinosa y en Felipe Bauzá, quienes realizando un experimento con la velocidad del viento en Santiago de Chile al regreso de la expedición por las islas de Oceanía, hacen constar que: “Por eso las han practicado en todos los tiempos, sujetos celosos de los progresos de la Física en general, y nosotros, animados del propio espíritu, hemos hecho las siguientes en el llano del Maipó en el Reino de Chile, donde no se había practicado hasta ahora”.[25] No solo la ciencia en general y la física en particular, eran utilizadas con motivos ideológicos y en búsqueda de un progreso material y cultural, sino que los mismos instrumentos científicos debían estar al servicio de la nación, debido a que en palabras de Malaspina, “una Oficialidad, activa, é Inteligente; y un Acopio de Istrumentos [sic], qual era nuestro podían muy bien combinar el, que explayásemos nuestros deseos de ser útiles a la Nación, con un Servicio no indiferente, a el qual no estavamos contraídos de antemano”.[26]

La física como ciencia exacta y como matematización de la naturaleza, a través de los navegantes que expandieron este tipo de conocimiento por todo el planeta van a ser los activos participes del dominio mundial por parte de los Estados y monarquías europeas en el siglo XVIII, tal y como ya lo ha señalado el filósofo de las ciencias Gérard Fourez al respecto: “Lo que permitirá a los conquistadores dominar el Planeta es ese arte de la previsión, del cálculo, del dominio. Poco a poco, esa capacidad de los occidentales para ver el mundo independientemente de los sentimientos humanos, únicamente en función de sus proyectos de dominio, se revelará de una notable eficacia. Los navegantes serán capaces de transportar sus conocimientos de un sitio a otro. Su saber, por estar despojado de lo que es individual y local, se verá cada vez más como universal”.[27]

La ciencia como dominación sería parte del éthos de la Ilustración, y por lo cual las expediciones científicas responden a estos propósitos, ya que como señalan Horkheimer y Adorno “el intelecto que vence a la superstición debe dominar sobre la naturaleza desencantada. El saber, que es poder, no conoce límites, ni en la esclavización de las criaturas ni en la condescendencia para con los señores del mundo”.[28] No sólo a la práctica de la ciencia debe entendérsela como búsqueda del progreso material y social de la nación y la sociedad española a ambos lados del Atlántico, sino que dentro de la misma ciencia y, de la de física en particular, hay un elemento de ideológico consistente en buscar la forma más racional de dominar política y económicamente las posiciones de ultramar, razón por la cual el Imperio español, a través de las reformas borbónicas, quiso implementar en América un nuevo sistema de dominación más efectivo y eficiente basado en la modernización de las estructuras políticas y sociales. Y para lo cual la corona emprendió una serie de expediciones hacia el Nuevo Mundo con dicho propósito, ya que la ciencia permitió que a los “hombres [que] quieren aprender de la naturaleza es servirse de ella para dominarla por completo, a ella y a los hombres”[29]. Razón por cual, la ciencia se acerca al poder político puesto que “proporciona conocimientos sobre la técnica que, mediante la previsión, sirve para dominar la vida, tanto las cosas externas como la propia conducta de los hombres”[30] y además, “la ciencia proporciona métodos para pensar, instrumentos y disciplina para hacerlo”.[31]

La física no solo puede ser considerada como un dispositivo intelectual de dominación y control político de la sociedad, sino que puede además puede contener un potencial cariz revolucionario, ya que puede cuestionar la naturaleza misma de las relaciones sociales y de poder en las sociedades tradicionales, siendo una posible influencia intelectual para las revoluciones atlánticas de fines del siglo XVIII y de inicios del XIX, ya que según Jürgen Habermas: “La física moderna es objeto de una lectura filosófica, que interpreta a la naturaleza y a la sociedad en complementariedad con las ciencias naturales; la física moderna indujo, por así decirlo, la imagen mecanicista del mundo del siglo XVII. En este marco se emprendió la reconstrucción del derecho natural clásico. Este derecho natural moderno fue el fundamento de las revoluciones burguesas de los siglos XVII, XVIII y XIX, por medio de las cuales las viejas legitimaciones del poder fueron definitivamente destruídas”.[32]

El mismo Malaspina cuestionó la legitimación del Imperio Español en América, ya que “sostenía que la identidad religiosa era el auténtico nexo entre la metrópoli y las colonias, destacando que la conservación de América fuese consecuencia del sistema político y militar impuesto.”[33] Además, el navegante italiano “no sólo criticaba el régimen colonial, también reconocía en los americanos el derecho a participar en las dediciones de su propio destino”[34], es así como Malaspina a través de la ciencia iba despertando el interés de los americanos por el control de su propio, influenciándolos ideológicamente, e incluso contribuyendo de forma intelectual e indirecta en el propio proceso de emancipación americana, como señala el historiador Rafael Sagredo al respecto: “Sus planteamientos, la propia experiencia de su viaje, el contacto con las elites criollas, la transmisión-inconsciente o no- de sus ideas, contribuyen a explicar el proceso de independencia americana”.[35]                                

II. La física como práctica científica 

La práctica científica de la física en la Expedición Malaspina -como anteriormente se expresó- se caracterizó por sobre todo en realizar mediciones y cotejar mensuras de ciertos fenómenos naturales observados en el transcurso de la travesía (como por ejemplo: el magnetismo, la gravedad, la temperatura y la presión barométrica) a través de instrumentos construidos fuera de España. En palabras simples, la física instrumental que llevó a cabo la tripulación de la Comisión científica de la Expedición, se basó esencialmente en la cuantificación y en el cálculo mediante la observación directa de la materia, mediada por artefactos técnicos que permiten cómputos de la realidad natural estudiada. Justamente, para la ejecución de todos estos trabajos de mensuración en las posesiones de ultramar de la Corona Española, la Expedición Malaspina fue cuidadosamente preparada incluyendo los sextantes, termómetros, telescopios, y cronómetros encargados expresamente a Londres y París.[36]

El cálculo y la mensura de la realidad natural, le proporciona a “la ciencia, en este caso en la Física, como conocimiento seguro, es la mensurabilidad puesta en la objetividad de la naturaleza y, de acuerdo con ello, en las posibilidades del proceder mensurante”.[37] Además, la matematización de la naturaleza crea en la física como ciencia “la confirmación de la objetividad normativa para la teoría de la naturaleza, objetividad según la cual la naturaleza representa para el concebir un sistema espacio-temporal de movimientos de alguna manera precalculables”.[38]  La física como ciencia exacta y matemática no es un conocimiento de lo natural neutro, ya que “la materia debe ser dominada por fin sin la ilusión de fuerzas superiores o inmanentes, de cualidades ocultas. Lo que no se doblega al criterio del cálculo y la utilidad es sospechoso para la Ilustración,”[39]  pero no solo la física matemática apunta a dominar la naturaleza, sino que el cálculo es “cada vez más utilitario, para dominar el mundo y organizarlo mejor.”[40]  Por lo cual incluso la física en su variante como práctica científica también puede contener elementos de tipo ideológicos y de dominación política y social, ya que como señala Max Weber:

“La intelectualización y racionalización crecientes no significan pues, un creciente conocimiento general de las condiciones generales de nuestra vida. Su significado es muy distinto; significan que se sabe o se cree que en cualquier momento en que quiera se puede llegar a saber que, por tanto, no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos e imprevisibles, sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión”.[41]

Un elemento clave y fundamental de física moderna es el uso de instrumentos científicos para llevar a cabo sus cometidos, ya que a través de estos se pueden obtener datos exactos y confiables sobre la naturaleza. Este tipo de artefactos se diferencian de las herramientas fundamentalmente en que “una herramienta, es decir algo que, como ya lo había visto el pensamiento antiguo, prolonga y refuerza la acción de nuestros miembros, de nuestros órganos de los sentidos, algo que pertenece al mundo del sentido común. Y que nunca puede hacer que lo sobrepasemos. Lo que, en compensación, es la función propia del instrumento que, efectivamente no es una prolongación del sentido sino encarnación del espíritu, materialización del pensamiento, en la aceptación más fuerte y más literal del término”.[42]

Además, los instrumentos son necesarios para “medir primero y calcular a continuación”,[43]  ya que esto posibilita “darles una forma precisa, una forma geométrica exactamente definida”[44] al fenómeno observado para así obtener la medida satisfactoria del objeto en estudio. Los instrumentos que portó la Expedición Malaspina fueron: “dos higrómetros de la mejor construcción, un termómetro… para medir la temperatura del mar, un aerómetro de M. Perica, una balanza hidrostática portátil y de la construcción más simple, un termómetro de Dollond, una escafandra o traje de baño de corcho, la colección de instrumentos meteorológicos de Manheim, un goniómetro de bolsillo, un eudiométro, y dos pistolas de aire”.[45]  Estos instrumentos le proporcionaron a Malaspina y su tripulación de científicos los elementos necesarios para llevar a cabo la práctica de la física en su derrotero por los océanos Atlántico y Pacífico, y de cuya labor destacaron: los trabajos con los péndulos (de tiempo y gravitacional), la medición de la presión, de la temperatura atmosférica y la determinación de la variación magnética en alta mar.

Trabajos con los péndulos

La Expedición Malaspina empleo dos tipos de péndulo para dos tareas científicas específicas y diferenciadas. El primer tipo de péndulo es el isocrónico o para medir el tiempo, y el segundo es el de tipo gravitacional que proporciona información acerca de la variación o diferenciación de la gravedad de a acuerdo al lugar en que éste es utilizado. El descubrimiento del isocronismo del péndulo se lo atribuye a Galileo quien determinó “el fenómeno por el cual un péndulo oscila libremente recorre arcos decrecientes en tiempos (casi) constantes”.[46]  La tripulación de la expedición se sirve del péndulo isocrónico para determinar el horario y calibrar los cronómetros y relojes, tal como lo hizo en su estadía en Chiloé: “Como los Tiempos continuasen bastantemente despejados; y los Vientos galenos SO. nos ocupamos con teson entrambas Corvetas de la Determinación de la Marcha de nuestros Reloxes por medio de las Alturas Correspondientes en el Péndulo, comparadas luego a medio día a los Reloxes por medio de pistoletazos”.[47]  El péndulo le proporcionaba a la tripulación poder coordinar las actividades científicas de ambas corbetas y de apoyo al tiempo registrado en los relojes y cronómetros marinos. E incluso en ocasiones empleaban disparos con pistolas para poder coordinar los tiempos de observación: “En el mismo paraje en donde se havía observado las primeras Alturas, se colocó después la Tienda de Observatorio, y se le acercó con un Recinto de Caña, tomando la precaución, que un Soldado de Marina en las horas del día, y uno de la Plaza en las de la noche, vigilase sobre la seguridad del Quarto de Circulo, y del Pendulo: Don N. Elizalde, cuya Casa estaba bien imediata [sic] nos franqueó a el mismo tiempo los Quartos oportunos para que atendiésemos con la mayor comodidad a el Dibujo, a la Pintura, y a todos los demás Ramos de la Istoria Natural, sí también un Balcón, por medio del qual los Pistoletazos de Comparacion indicasen a el medio dia a ambos Buques las horas del Pendulo.”[48]

También el péndulo fue empleado en actividades relacionadas con la determinación de la longitud a partir del uso de cronómetros náuticos, tal y como Malaspina lo detalla a continuación: “Nos había sido preciso abandonar las esperanzas de valernos del péndulo astronómico, cuya marcha resultaba con exceso irregular y sujeta á diferentes paradas, pero se le sustituyó el relój 105 de la Atrevida, al cual se agregó luego el cronómetro 72 para las experiencias del péndulo simple, no omitiendo además la precaución de sujetarlos con los demás relojes por medio de señales para que lograsen aquellas experiencias toda la exactitud que estaba á nuestro alcance”.[49]

 A pesar que los instrumentos de la expedición científica fueron construidos por destacados artesanos dedicados al rubro de la instrumentación científica, éstos en ocasiones se mostraron imprecisos, tal como lo evidencia Malaspina. Y además, los trabajos para determinar la longitud son esenciales para la política imperial española, ya que a partir de la exactitud de estos datos se pueden construir cartas de navegación precisas útiles para el comercio ultramarino.  

El péndulo gravitacional tenía como función primordial determinar la forma exacta de la Tierra, ya que “en la época en que Malaspina emprendió su exploración, el enigma de cuál era la forma exacta de nuestro planeta seguía sin resolverse del todo. Mas aún, esta incertidumbre rebasó el siglo ilustrado”.[50] Los trabajos para determinar la forma de la Tierra mediante la variación en la gravedad se realizaron por vez primera en Nuevo México debido a la demora del instrumental especializado, como Virginia González Claverán señala al respecto: “Los científicos de la Expedición Malaspina no pudieron utilizar el recién adquirido péndulo destinado a las investigaciones geodésicas en el puerto de Cádiz. Espinoza y Tello lo deploró mucho, pero se recibió apenas unos días antes de que él y Cevallos zarparan rumbo a nuestro país [México], de modo que funcionó por primera vez en Nueva España, en donde fue llevado de un lado a otro del territorio a lomo de mula ya que lo trasladaron desde el puerto jarocho hasta San Blas, pasando por México y Acapulco”.[51]

Una de las primeras experiencias determinado la gravedad fue en la zona de Nutka, en Norteamérica en la costa del Océano Pacífico, la cual es una región de una alta latitud, debido a que para un mejor registro de las diferencias de gravedad sobre la Tierra se deben hacer experiencias en puntos extremos y alejados del globo, como indica Malaspina en el diario de viaje: “en el observatorio, además del examen de la marcha de los relojes marinos y de las experiencias con el péndulo simple, constante para la gravedad.”[52]  Además para este tipo de tareas el navegante italiano señala que se utiliza más de un péndulo para determinar la gravedad del lugar, mencionando que se “habían dispuesto los péndulos para las experiencias con la gravedad,”[53] recordemos que Malaspina se refiere a que en las embarcaciones posee un péndulo simple y uno astronómico, razón por la cual nos hace pensar que podía emplear uno o ambas para dichos trabajos relacionados pesantez. Como señalamos unas líneas atrás, las experiencias con el péndulo se deben realizar en lugares extremos, es así como la tripulación científica de La Atrevida hizo algunas observaciones de este tipo en su visita a Filipinas, la cual se encuentra en la zona de los trópicos y por tanto cerca del ecuador terrestre. Como se alude en el diario de viaje: “siendo entre estas muy esenciales las de proporcionarnos una casa cómoda para establecer nuestro observatorio en donde verificamos las experiencias de la gravedad, el objeto principal de nuestro destino”.[54]

 Pero a pesar del uso frecuente de los instrumentos de precisión, hubo ocasiones en que no se pudieron llevar a cabo las experiencias: ora por  la crudeza del clima, ora por el cansancio de la tripulación o por lo extenuante de las actividades científicas, como lo señala Malaspina: “debimos pues desistir de la idea de repetir las experiencias de la gravedad en el fondeadero del Año Nuevo, pues que la debilidad y natural cansancio de las tripulaciones iban en mucho aumento.”[55] Finalmente, la conclusión a la que arriban Malaspina y los otros científicos de la expedición, fue la siguiente:

“No se descuidaron después tampoco las experiencias de la gravedad en el péndulo simple, y comparándolas el Teniente de navío D. Ciriaco Cevallos, con las de los demás que se habían hecho en uno y otro hemisferio, confirmaron lo que había sospechado el Abate Lacaille, esto es, que había una mayor gravedad en el hemisferio austral que en el boreal, y por consiguiente, que no debían suponerse los dos hemisferios tan simétricos como se había imaginado hasta entonces”.[56]

Presión y temperatura atmosférica

La presión atmosférica se obtiene con el uso del barómetro el cual fue usado por la marinaría de oficiales de la expedición: “Tanto Pineda como los marinos oficiales se encargaron de realizar estos estudios, dotados de barómetros de Megn y quizá de otros tipos; el registro de la presión atmosférica durante la navegación era esencial, pues de esta manera se estaba al tanto de los cambios climáticos del momento y de los venideros y podían tomarse a bordo algunas medidas previsoras o de seguridad. Aunque los oficiales de la “Descubierta” y la “Atrevida” creían que, en realidad, el barómetro servía más bien para pronosticar el tiempo bueno que el malo, así que tampoco se podían fiar o basar en las solas indicaciones del barómetro para tomar tal o cual decisión marinera”.[57]

 El barómetro facilitaba la identificación “del buen tiempo” atmosférico sobre todo en el trayecto en alta mar, es así como en el rumbo hacia Montevideo el barómetro fue clave para avizorar la llega del “mal tiempo”: “El Tiempo, aunque favorable, indicava nueva Crisis muy próxima, así por la suma pesadez de la Atmósfera, como por la misma Variedad en la fuerza del Viento; que en las ultimas horas de la noche calmó quasi [sic] de un todo, y aun roló a el SE, y SSE: Cesaron los anuncios del Barometro”.[58] El barómetro, como anteriormente se expresó, servía para tomar decisiones y planificaciones en alta mar, ya que este instrumento podía advertir la cercanía de alguna tormenta o tempestad, tal y como lo refiere Malaspina en su diario de viaje: “Con la tarde fue refrescando mucho el Viento; y una densa Atmosfera cuyo mismo Peso indicaba el Barometro Marino con haver bajado de una línea, nos anunciava que era preciso algún cuidado con el Aparejo. En efecto a el anochecer empezó el tiempo con fuertes Rafagas, y Mar muy gruesa del NE. Con Trinquete, Gavias y Juanetes logramos dar a la Corveta una Salida de doce millas comunes: Luego nos fue preciso aferrar los juanetes, hasta que a las once de la noche, tornado el tiempo mucho mejor Semblante pudimos nuevamente forzar de Vela, y lo advertimos con la Señal correspondiente a la Atrevida”.[59]

Los trabajos con la presión atmosférica también podían ir acompañados con la medición de la temperatura, tal y como sucedió, por ejemplo, con la estadía de la expedición en el archipiélago de las Filipinas, en donde “en esta extraña región que se compiten los peligros y los placeres, el barómetro se fijó en el paraje más elevado en 24 pulgadas, seís líneas y 1/13sin que termómetro pasase los 18° en la escala de Reaumur.”[60]  Como unidad métrica para medir la presión de utilizó preferentemente la pulgada inglesa, tal y como lo expresa Malaspina: “Pero el anuncio infalible le da al barómetro descendiendo á 29 pulgadas 80, de 30 pulgadas 20 medida de Inglaterra que es su estado regular en este clima en tiempos buenos.”[61] Cabe destacar que en la actualidad la medida estandarizada para registrar la presión atmosférica son los milibares de mercurio. Además, “la obtención de datos sobre la presión atmosférica se aplica para conocer el estado del medio ambiente y pronosticar cambios meteorológicos, así como para determinar la altitud de un lugar”;[62] es de esta forma como en Santiago de Chile se utilizó el barómetro para determinar la elevación del terreno en la ciudad, señalando:

“Intentavamos también por medio del Barometro del Sr. Magallanes, examinar la elevación del Terreno de Santiago, y aun en los Montes imediatos [sic]: Tuvimos la desgracia, de que se nos rompiese a el tiempo de conducirlo a la Capital y fueron por consiguiente infructuosas las Observaciones correspondientes, que se seguían a la Orilla de la Mar en Valparaíso: De qualquier modo no deve quedar duda, que aquel Terreno está elevado considerablemente sobre el Nivel del Mar. El Mercurio en el Barometro lo denota con claridad, y el Camino lo ratifica”.[63]

La temperatura, en tanto, era medida por Antonio Pineda, quien “usaba termómetros tanto con la escala de Reamur como con la de Fahrenheit.”[64] Se puede apreciar a Pineda empleando la escala de Reamur en el archipiélago de las Filipinas por ejemplo, señalando que: “Debía á la verdad oponerse á este proyecto el calor excesivo que manteniendo el termómetro en altura de 24 á 25° en la escala de Reaumur,”[65] mientras que la escala Fahrenheit se la utiliza en el regreso de la expedición por el Pacífico sur con rumbo a América: “Conociendo ya el temperamento de estas costas en el rigor del invierno y las causas físicas que debían hacerle bien frío en la actual estación, no debimos extrañar que el termómetro de Farenheit puesto al aire libre se mantuviese en los 60 y 61°”.[66]

En la comisión científica se tomaba “la temperatura a diferentes horas del día, desde muy temprano, al mediodía, por la tarde o ya bien entrada la noche,”[67]  pero uno de los problemas que suscita las mediciones de temperatura es que en el diario de viaje no aparece diferenciado una de la otra unidad de medida de calor, y en ocasiones simplemente se las omite, tal como se puede advertir a continuación: “Por fortuna no nos había alcanzado aún las lluvias ni las calmas, y sin embargo veíamos el termómetro en los 85 y 90° al aire libre, y las consecuencias de un calor tan excesivo no podía ser sino funestas.”[68] Otros instrumentos físicos con fines meteorológicos que se emplearon (tal vez en menor medida que el termómetro o el barómetro, aunque esto no se puede aseverar de forma categórica, ya que aunque a estos instrumentos se les nombra poco en el diario de viaje, eso no nos asegura que su uso haya sido esporádico) fueron el eudiómetro y el higrómetro, el primero es un instrumento que contiene gases y permite hacer experimentos sobre la salubridad del aire, mientras que el segundo es usado la medir la humedad ambiental. El eudiómetro fue usado en alta mar cerca de las islas del Cabo Verde, indicando que: “Ni debimos tampoco descuidar una nueva repetición de las experiencias eudiométricas, la cual manifestase hasta donde serán útiles estos datos en lo venidero para juzgar de la atmósfera interior de un buque.”[69] Mientras que el higrómetro se lo emplea en Las filipinas, en donde: “Los pueblos de Aparri y Banqui, apenas le permitieron algunas observaciones ligeras. Este último, en donde llueve lo más del año y hay seis meses en que no cesa, goza de un temple tan húmedo que el higrómetro indicaba 6° más que en los pueblos anteriores”.[70]

Variación Magnética.    

 Los primeros estudios científicos sobre el magnetismo terrestre datan del siglo XVII con el inglés William Gilbert, para quien “la nueva filosofía natural era el magnetismo, y el título [de su obra] informaba al lector que Gilbert indagaba en el imán o magneto (de magnete) o calamita, en los “cuerpos magnéticos” (como hierro imantado) y también en “ese gran imán, la Tierra”.[71] La variación magnética se calcula a través de la aguja náutica la cual “consistía en una caja de madera torneada llamada “mortero”, con un estilete o mástil fijado perpendicularmente en su fondo, sobre el que se situaba la aguja y, fija a ella, la rosa, de modo que pudiesen pivotear libremente y con facilidad.”[72] La aguja náutica ha sido modificada a partir de los siglos XVII y XVIII que consistió en “la adopción de un eje para evitar que la aguja estuviese suelta, su colocación sobre un limbo, la división de éste en grados y la aplicación de la rosa de los vientos.”[73]  La variación magnética fue un problema constante para los marinos sobre todo por los problemas que tenía en alta mar con la aguja. Por lo cual, los navegantes, “se limitaron a corregir la desviación de la aguja magnética, sin que ésta llegase a servirles de ayuda alguna para determinar mejor su posición. Tales medidas, sin embargo, por más que no se abandonase la idea de su empleo en el mar por los sabios de tierra adentro, resultaban una importante aportación para los estudios geomagnéticos”.[74]

En relación a la determinación de la variación magnética en general, no hubo problemas al momento de calcularla, como sucedió en el transcurso de la expedición por la zona austral de América. Así por ejemplo, en la Isla de los Reyes, los científicos acotan: “la Auja: Variacion Observada en la misma tarde por diferentes Azimutes NE. 20° 4’”[75]. La jornada siguiente las “series de Azimutes dieron por la mañana 23 ½, y 22 ½ grados de Variacion al NE”[76]. Al anochecer la “Variacion de la Auja por la Auja por la Amplitud Occidua fue de 23° 10’”.[77]

Las isógonas en la variación magnética no presentan un patrón regular, como si se lo puede establecer en otro tipo de isolíneas como por ejemplo la isobaras o isotermas. Asimismo presenta la dificultad registrar la declinación azimutal, en algunas ocasiones, ya que esta puede ir variando según la temperatura, la hora del día y la disposición geográfica de los accidentes, ya sean estos montes, colinas o valles, igualmente la aguja magnética se puede ver afectada por la presencia de altas concentración de hierro o magnétita que causan desajustes en los cálculos y la determinación angular del norte magnético.  A pesar que por lo general Malaspina y su tripulación de científicos no presentaron problemas al momento de medir la variación magnética, ésta en algunas situaciones puntuales mostro algún inconveniente en su cálculo. Una de estas ocasiones fue en la Isla San Ambrosio, como el mismo navegante italiano informa: “La Variacion Magnetica ha quedado algo dudosa; pues o fuese casualidad, o realmente efecto de las muchas Particulas Ferruginosas contenidas en la Masa de la Isla Grande no tuvimos sinó 8° 5’ de Variación NE”.[78]. Las partículas con compuestos de metales como el hierro pueden afectar a la aguja, tal como lo registró Malaspiana.

Como anteriormente hacíamos alusión, la geografía del lugar también puede acarrear dificultades en la determinación de la amplitud azimutal, especialmente los montes, ya que en la expedición, por ejemplo se pudo evidenciar este efecto: “Y manifestando el azimute meridiano una variación de 34°, que muy extraña si se comparase á las demás, debía sin duda atribuirse á un efecto extraordinario de la atracción de los montes inmediatos”[79]. Pero incluso la exactitud puede ser tal que hay certeza de los datos que se están tomando, e inclusive tener algún conocimiento extra sobre el magnetismo terrestre, tal como lo demuestra Espinoza y Tello en la estadía de la Expedición en Nueva España: “La variación de la aguja va disminuyendo al paso que se aumenta de longitud, pero no guarda una ley uniforme que pueda servir de luz para rectificarla. Sin embargo, á quien carezca de mejores datos le puede ser de alguna utilidad la noticia de que por latitud de 21° y longitud de 52° 30’ coincidía en 1790 el meridiano magnético con el meridiano verdadero”.[80]

Cabe destacar que la variación magnética generalmente se registraba en alta mar.          

III. Física teórico-experimental.

 Llamaremos física teórica a aquellas explicaciones de ciertos fenómenos naturales a partir de explicaciones relacionadas con la ciencia física, ya sean mareas, estados de la materia u otro tipo de aclaración frente alguna interrogante que presentó la naturaleza en el derrotero de la expedición. En este sentido,  la teoría en la ciencia debe estar relacionado con lo real, como indica Martin Heidegger al respecto: “Si traducimos “Theorie” por “contemplación”, entonces damos a la palabra “contemplación” otra significación, no arbitrariamente inventada, sino la originariamente enraizada en ella. Si tomamos enserio lo que nombra la palabra alemana “Betrachtung” [“contemplación”] entonces reconocemos lo nuevo en la esencia de la ciencia moderna en cuento teoría de lo real”[81]. Mientras que la física experimental se relaciona con la creación de experiencias para poder reproducir algunos fenómenos de forma artificial y de esta forma sacar algunas conclusiones, esta sería “fruto del Renacimiento, el segundo gran instrumento del trabajo científico: el experimento racional como medio de una experiencia controlada y digna de confianza, sin la cual no sería posible la ciencia empírica actual”.[82]

Uno de los elementos esenciales para una buena navegación es determinar las mareas, sobretodo su ciclo y naturaleza. Esta inquietud fue solucionada a través de la mecánica newtoniana en el siglo XVII, a partir de la teoría de la gravitación universal, ya que esta teoría “muestra que una fuerza universal mantiene a los planetas en sus órbitas alrededor del Sol, retiene los satélites en sus órbitas, ocasiona que los objetos en caída desciendan como se ha observado, retiene a los objetos sobre la Tierra y origina las mareas”[83]. Espinoza y Tello es quien se refiere a este fenómeno en el momento en que la expedición se encontraba en Nueva España: “El flujo y reflujo no guarda regularidad, ni en su duración, ni en su retardo de uno ú otro, notándose á veces dos en veinticuatro horas, y por lo común sólo uno. Hacia los equinoccios y solsticios ascienden las mareas de tres á tres y medio piés, y de dos á dos y medio en las demás zizigies”.[84]

 Malaspina, además analiza la influencia del frío en el solevantamiento del territorio en su campaña expedicionaria en el Norte de América, señalando para las islas del Pacífico norte: “No siempre las partes más salientes de la costa se componen en este dilatado Archipiélago de islotillos frondosos y destacados, como al Sur de la entrada de la Cruz, al Norte de la Fuca y probablemente en los canales de la Princesa Real: otras veces como al pié del monte San Jacinto, en la entrada de Bucareli y en los extremos de las Islas de la Reina Carlota, se elevan desde la misma orilla algunos montes, los cuales, si bien sean también parte de otras islas y no carezcan de una frondosidad lozana, deben, sin embargo, causar un mayor grado del frío, así por su natural posición en paralelos más altos, como por la duración del hielo que ha de dilatar con su misma elevación”.[85]

Malaspina atribuye a parte de la elevación al hielo producto de la disminución de la temperatura en zonas de altas latitudes, considera que la latitud es elemento fundamental que explica dicho solevantamiento. Además, el navegante italiano logra explicar la rarefacción de la atmósfera por diferencia de presión tomando como indicio de esto las ventolinas y brisas que detectó en alta mar, al respecto señala: “A pocas horas de calma por la tarde sucedieron ventolinas del cuarto cuadrante, la atmósfera cargada sumamente de calima representaba á los astros con una grande rarefacción aparente, señal que rara vez se advierte cuando soplan las brisas y casi es inseparable de las bonanzas”.[86]

Una de las experiencias que realizaron Malaspina y los suyos fue con la velocidad del sonido. Este experimento fue efectuado por José Espinoza y Tello y Felipe Bauzá en Santiago de Chile en una hacienda aledaña a la ciudad;[87] justamente a este respecto, los propios científicos nos dan una pista y detallan como se elaboró dicha experiencia: “Toda la observación se funda en el principio siguiente. Cuando se ve la explosión de un arma de fuego á alguna distancia, percibe la vista la luz de la pólvora inflamada mucho tiempo antes que se oiga el sonido, y como la luz se propaga con tanta rapidez que no tarda dos segundos en venir de la Luna a la Tierra, puede decirse que la vista que la percibe en el mismo momento que sale del cuerpo sonoro, en vez que el estrépito producido al propio tiempo por éste, emplea en llegar al órgano del oído un tiempo sensible y determinado. Luego midiendo con precisión este tiempo y la distancia del observador al sitio donde se produce el sonido, se sabrá la velocidad actual de éste: para la medida de éste nos valimos de dos buenos relojes de segundos, ajustados al movimiento medio por observación del Sol, y comparados frecuentemente á dos péndulos de medios segundos que construimos, y usamos ya uno ya otro de estos instrumentos en las experiencias, para que fuesen más independientes los resultados. Con esta mira, las repetimos en varias direcciones y á diversas distancias desde dos hasta ocho millas, trasladándonos á los puntos C, D, E, F, cuyas posiciones hallamos respecto al punto B del modo siguiente: En el paraje que llaman el Conventillo se midió la base A B, de 2900 piés de París. Sobre un terreno perfectamente horizontal que ofrece el llano de Maipó por esta parte, se había alineado de antemano la distancia por medio de jalones verticales colocados de 10 en 10 toesas, enfilándolos unos por otros y con dos perchas perpendiculares que servían de señales en los extremos A y B de la base en dichos puntos, de 10 en 10 toesas se clavaron estaquillas de un pié, y puestas sus cabezas á cuatro pulgadas de altura, se hizo firme á la primera un cordel, pasándole bien tirante de unas en otras, y así quedó determinada una línea paralela á la del terreno; para medirla nos servimos de tres perchas de á tres pulgadas de grueso y nueve piés de largo cada una: la operación era facilísima, pues bastara poner las perchas sobre el terreno cuidando de ajustar sus aristas al cordel con auxilio de pequeñas cuñas, y adelantar siempre la percha más inmediata al principio de la cuenta, poniéndola con precaución para evitar todo retroceso en las fijas. Con estas atenciones se midió por dos veces la base en sentidos opuestos, y sólo hubo seis pulgadas de diferencia. Para tomar los ángulos, empleamos un buen teodolito y aunque no nos aseguramos de su exactitud, midiendo el contorno del horizonte subdividido en varios ángulos, cuya suma fue siempre igual á cuatro rectos, no se excusó la observación del tercer ángulo en todos los triángulos en que lo permitió el terreno. La figura manifiesta la situación ventajosa de la base medida y de las distancias que por ella se concluyeron, y han dado á los puntos C, D, E, F del llano al B de la base”.[88]

La velocidad del sonido se puede representar como un vector y a partir de este símbolo se pueden establecer triángulos que permiten sumar vectores y, así obtener la velocidad resultante a partir de los ángulos que forman los vértices, mediante operaciones trigonométricas. Según Espinoza y Bauzá “todas las experiencias que anteceden son de entera confianza, y examinándolas con cuidado, se vé que la determinación del tiempo cabe cuando más medio segundo de error, que repartido en el número de las hechas en cada lugar, es un error despreciable.”[89] Aparentemente el error no fue muy grande y podía ser corregido; este tipo de experiencias no se sabe si fueron realizadas en otros lugares donde estuvo de paso la expedición, pero según los productores de esta experiencia convenía “repetir todavía algunas experiencias en varios lugares, y hacer un análisis reflexivo de las que hay, para todo lo que tenemos muchos materiales preparados que ordenaremos con gusto si la superioridad aprobarse este trabajo.”[90] Además se llevaron a cabo otro tipo de experiencias, como por ejemplo con la temperatura del mar por Antonio Pineda, quien se caracterizó por “servirse de utensilios de la vida diaria  y otros efectos para llevar a cabo sus observaciones científicas”.[91] Según Malaspina, refiriéndose a Pineda, este efectúo la siguiente experiencia con la temperatura del mar: “Atento siempre D. Antonio Pineda á cuanto puede cooperar á los progresos de sus ciencias favoritas, había sacado de la calma de la misma mañana otras dos ventajas; la una, en conseguir que un botecillo nuestro le cogiese dos Galeras Holothuria phisalis, de Linneo, que inmediatamente sujetó al más prolijo examen: la otra, en experimentar por primera vez un vaso de su invención para sacar el agua de mar á una profundidad determinada. Aunque esta no se sacase sino á diez brazas debajo de la superficie, dio no obstante medio grado de diferencia de temperamento, sumergido inmediatamente en una y otra el termómetro de Farenheit”.[92]

No sólo las experiencias apuntaron a establecer la temperatura de ciertos cuerpos, sino que también se elaboraron experimentos que verificaron el estado de la materia, como por ejemplo la dulcificación del agua:

“Más importantes debían parecernos aún las experiencias de los alambiques para dulcificar el agua, los cuales bien sea por la poca necesidad que habíamos tenido, ó por la demasiada estrechez del buque aún no se había podido sujetar á un ensayo formal el cual nos diese lugar á conocer la máxima cantidad que pudiese conseguirse con el menor consumo de leña. Desde luego el destilador aplicado al recipiente lateral, al caldero, y único para el uso diario mientras se cociese la comida, no excedió en mucho los resultados que habíamos conseguido las demás veces: no fué necesario aumento alguno de leña: el agua destilada en cuatro horas no excedió de 64 cuartillos. Pero luego que concluida la comida de la tripulación pudimos aplicar al caldero el otro destilador y hacer que trabajasen los dos á la vez por el espacio de cinco horas y media, la cantidad de agua destilada en este plazo, con el sólo consumo de dos quintales de leña no fue menor de 189 cuartillos, siendo digno  de reparo que la porción de agua suministrada por el destilador del caldero excedía á la otra en mucho; probablemente por las dos causas de ser menor este recipiente, y de usarse de la manguera para producción de agua fresca condensadamente en lugar del embudo y llave del refrigerio, que á imitación de la máquina del navío San Sebastián habíamos puesto en el alambique del uso diario”.[93]

Puede observarse que para los experimentos elaborados a bordo de la comisión científica, se emplearon elementos y utensilios de uso común como vasos, calderas y alambiques, pero también se mandó a construir otros, como por ejemplo un pararrayos. Cabe destacar que los experimentos con el pararrayos fueron ideados por Benjamín Franklin en el siglo XVIII, el cual “se basó en los descubrimientos que había hecho en electricidad. Sus investigaciones sobre los rayos y la electricidad tuvieron así el efecto inmediato de disminuir los terrores del hombre y de ayudarle a proteger sus edificios y sus barcos”.[94] Malaspina en una carta al Ingeniero Muñoz le pide algunas recomendaciones sobre la instalación de un pararrayos en ambas corbetas, señalando: “Combinando el espíritu de la última Real orden sobre el establecimiento de pararrayos á bordo de los buques de S.M., con lo que han escrito y experimentado los físicos y con las últimas lecciones de Mr. Le Roi, oídas en París por los Sres. De Ureña y Betancourt, he podido deducir para las corbetas Descubierta y Atrevida…,”[95] en el resto de la misiva el navegante italiano señala los materiales en que va a estar compuesto el pararrayos, pero lo interesante es que el propio Malaspina no deja constancia si se le dio uso a dicho artefacto, ya que en su diario general de viaje no se advierte que este haya sido utilizado en laguna tormenta eléctrica en el transcurso que duró su derrotero, o que si acaso efectivamente se instaló este artilugio en ambas corbetas.             

A modo de conclusión...

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Zenobio Saldivia Maldonado

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo.,Chile. 

Nuevamente México nos da una grata sorpresa con la edición de una nueva revista, un nuevo medio de difusión académico: SABERES. Revista de Historia de las ciencias y las humanidades, Vol.1, Nº1, México, 2017, Historiadores de las Ciencias y las Humanidades, A.C. Este volumen parte con todos los buenos augurios de una revista académica, toda vez que de plano, en el Consejo Editorial, figuran los nombres de destacados investigadores de la ciencia y las humanidades que han trascendido en sus países y su producción es ya de América toda.

Lo anterior no es extraño, toda vez que en este país principió fuertemente la inquietud por estudiar el desenvolvimiento de la ciencia y de la intelectualidad en nuestros países de América, por ejemplo con la aparición de la revista Cuadernos Americanos (1941) y continuada luego por la revista Quipu (1984), entre otras.

Por tanto, esta revista se inserta en una robusta línea de trabajo académico especializada en los temas de la ciencia y de las humanidades que tiene ya una larga data en este país y cuya producción ha sido un nicho relevante al que recurrimos frecuentemente los historiadores de la ciencia de los otros países de América.

Lo primero que llama la atención es justamente el maridaje de saberes, pues el epígrafe ya está indicando un enfoque holístico del saber, y nos recuerda a los antiguos Anales decimonónicos donde el saber se mostraba como uno solo y campeaban artículos de filosofía, historia, literatura, historia natural, ciencias de la vida, ciencias de la tierra, o astronomía entre otros. Por ello, en este primer número articulado en torno a un dossier que persigue mostrar el nivel de desarrollo científico y la preocupación humanística en la época prehispánica y en el siglo XVI, en México, es en extremo novedoso pues deja atrás el canon clásico de apreciar y entender a la ciencia sólo desde el Siglo XVII; esto es desde la Revolución científica que se gesta en Europa para consolidar el método científico experimental. Es uno de los méritos de la revista.

Ahora, en cuanto al contenido de la misma, se perciben trabajos de Alberto Saladino García, tales como: “Ciencias y Humanidades en México, época prehispánica y el siglo XVI”, y “Expresiones de racionalidad de los antiguos mayas y mexicas”. O de Víctor Manuel Hernández Torres: “Historiografía de la filosofía del período prehispánico en México”; o de Laura Rodríguez Cano: “El arte de escribir y medir el tiempo en la Mixteca baja prehispánica y novohispánica”. También de Sofía Reding Blase: “Lo justo y la reparación de la ofensa según misioneros del siglo XVI”. Y de Marco Arturo Moreno Corral: “Astronomía en el México del siglo XVI”. Y de María Luisa Rodríguez-Sala: “Los médicos en la nueva España y sus formas de sociabilidad (1524-1621). Un aporte a la historia de la ciencia desde la interdisciplina historia-sociología”. Y en esta misma línea de la medicina observamos el artículo: “Cirujanos, barberos y sangradores en la Nueva España del siglo XVI”, de Verónica Ramírez Ortega. Y el discurso que Miguel Ángel Puig-Samper Mulero pronunció al ingresar como socio correspondiente de la Academia Mexicana de Ciencias: “Ignacio Bolívar Urrutia, patriarca de las ciencias naturales en España y fundador de la ciencia en México”.  Además de la Reseña: “El Hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad” de José Alfredo Uribe Salas.

Es decir, una amplia mirada analítica de la actividad científica e intelectual en el México del Siglo XVI. Y ante la imposibilidad de comentar todos los artículos destaquemos al menos la nota de presentación de la revista, a cargo de Saladino García: “Ciencias y humanidades en México, época prehispoánica y siglo XVI”, donde el autor da cuenta de la génesis y evolución de la asociación de Historiadores de las Ciencias y las Humanidades, desde la época de sus trámites legales en el año 2006 y luego en el 2007 en que se consolida y se aprueban los estatutos de la entidad, hasta arribar al año 2017 de la creación de la revista que comentamos. Tras lo cual Saladino García sintéticamente cada uno de los artículos del presente número, destacando justamente como los mismos dan vida a la revista que se inserta en “…la rica e importante tradición al adquirir el compromiso de mantener vivo el interés por difundir las novísimas investigaciones con las cuales se enriquece el conocimiento del pasado cultural de la nación y del mundo”. (p.8).

Queda claro por tanto, el ideario y el objetivo principal de la revista Saberes. Desde Chile, los latinoamericanistas, los historiadores de la ciencia y los estudiosos de las humanidades, valoramos la presente iniciativa y esperamos prontamente los siguientes números.

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Zenobio  Saldivia  M.

Dr. en Historia de las Cs. 

 

Antecedentes previos 

Uno de los temas de estudio considerado como un verdadero clásico, entre las preocupaciones de la epistemología en general y de la metodología científica en especial, es el referente a la clasificación de las ciencias. En efecto, la cuestión de la revisión de las aprehensiones cognitivas existentes en cada época histórica y su consecuente ordenamiento, prácticamente se remonta a la época del esplendor de la cultura griega, y a partir de aquí, parece revivir con el dinamismo emergente de los sistemas filosóficos. En lo que sigue, por tanto, se analizan algunas de tales ordenaciones, enfatizando en los aspectos filosóficos, epistemológicos e históricos de las mismas; y se deja de manifiesto el impacto y la utilidad de estas clasificaciones, en la cultura y en el marco social.

El tema de la clasificación de las ciencias ha sido una preocupación constante en los círculos provenientes de la filosofía. Así por ejemplo, ya Aristóteles (S. IV. a. n. e.),  dividía las ciencias en poéticas (poesía y retórica); prácticas (ética, política y economía) y las teóricas. Esta última incluía a la matemática, a la filosofía primera y filosofía segunda. La filosofía primera se subdividía en teología y metafísica y la filosofía segunda, correspondería a la física. Es probable que en esa época, el asunto de jerarquizar y ordenar el acervo científico,  no haya promovido una mayor discusión; dado el escaso conocimiento alcanzado por las ciencias particulares, puesto que en la práctica ellas estaban insertas en la propia filosofía. Esto porque las ciencias eran concebidas como un gran sistema teórico-deductivo. Es la idea de la episteme griega. Así, ciencia y filosofía estaban identificadas plenamente y cubrían todo el saber existente; ya sea referente al cosmos, o en relación a la naturaleza, al hombre o a la sociedad y sus fenómenos. El filósofo era entonces al mismo tiempo, el físico, el matemático, el astrónomo, el psicólogo, el sociólogo, el teórico y el supra-científico.

Sin embargo, independientemente de la cultura y del tiempo histórico, no es sólo la cuestión del aumento cuantitativo del saber, lo que dificulta la consecución de un cuadro organizado y sistemático de las ciencias. Es un problema de criterios de selección, es una cuestión epistemológica que apunta a la obtención de ciertos ejes temáticos o cognitivos, que actúen como elementos ordenadores de lo conocido; o de lo válidamente conocido. La historia nos muestra que los filósofos buscan los criterios más adecuados para ordenar las distintas disciplinas particulares. Entre estos, recuérdese el criterio analógico, utilizado por Francis Bacon (S. XVI-XVII), quien vincula las distintas disciplinas del saber con ciertas facultades humanas. Así, habla de la historia (propia de la memoria), de la poesía, literatura y arte (propia de la facultad de la imaginación). Y de la filosofía, teología y  cosmogonía,  (para la facultad de la razón). En esta clasificación, no se aprecia un criterio de jerarquización definido en base a una supuesta superioridad cognitiva,  puesto que las ciencias, son consideradas aquí, como constructos que participan todas a un mismo nivel y en torno a determinadas facultades humanas. Más tarde, durante el Siglo de la Ilustración, Diderot y D'Alambert, continúan estos esfuerzos de ordenación del saber, por ejemplo en La Grande Encyclopédie (1751), donde hablan de diversas disciplinas que se ubican en tres grandes bloques: ciencias de la historia, ciencias del hombre y ciencias de la naturaleza, con sus desgloses respectivos; así por ejemplo, este último bloque queda subdividido en: Aritmética, Geometría, Mecánica, Astronomía Óptica, Acústica, Neumática, Meteorología, Cosmología, Botánica, Mineralogía, Zoología y Química.

Esta clasificación propuesta por Diderot y D’Alambert, queda inserta en el ideario del marco filosófico ilustrado que pretende  llevar las luces del conocimiento a todos los espíritus selectos. Es el corazón de una gran empresa que no sólo se limita a dar cuenta de las ciencias, sino que además persigue ordenar y clasificar todas las cosas: desde la fabricación de alfileres,  la declinación de los verbos, los tipos de armas, las estrategias militares, los pasos de la esgrima,  las tácticas navales, las industrias, las formas de realizar  vendajes, los oficios, los juegos,  los mamíferos, los tipos de aves o los instrumentos médicos, por ejemplo. Y si bien para nosotros como contemporáneos, dicha clasificación puede parecernos inofensiva, porque sus tópicos están insertos desde hace mucho en nuestro orden tecnológico,  los estudios más recientes sugieren que fue muy atrevida y que escandalizó la vida intelectual del  Siglo XVIII; en especial, según Darnton, porque fue una forma de ejercer un nuevo poder, el poder del conocimiento y porque dejaba atrás la ortodoxia del trivium y el cuadrivium. El poder que emanaba esta clasificación radicaría en el hecho de que la misma “expresaba un intento de trazar la frontera entre lo conocido y lo incognoscible, de tal manera que se eliminaba la mayor parte de lo que los hombres habían creído sagrado en el mundo del conocimiento”. (1)

El Positivismo y su clasificación

Comte, a su vez, en el siglo decimonono, parte del análisis histórico y conceptual, y considera que el conocimiento pasa a lo largo de la historia por hitos previos, hasta arribar a un estado final que él denomina “ciencia positiva”. Esto es, un esquema del devenir de la sociedad que descansa en su tesis que sostiene que la misma pasa necesariamente por tres estadios históricos: teológico, metafísico y positivo. En virtud de esta tesis, Comte  agrupa a las ciencias, a partir del desmembramiento de un tronco metafísico común: v. gr.; la astronomía, se habrían desprendido de las categorías mágicas de los números y figuras asociadas con la astrología. La Física celeste y terrestre, se habrían emancipado a su vez,  de la astrología; la química, se habría separado de su antiguo maridaje con la alquimia. La fisiología, por su lado, se habría generado a partir de la antigua medicina y de la antropología filosófica. Finalmente la sociología, se habría desprendido de las utopías filosóficas y de la metafísica social, y en virtud de sus métodos, entraría así a gozar de la condición de ciencia. La inserción de la sociología en el ámbito científico, sería también  -según Comte- equivalente  al inicio del estado positivo de la humanidad. Por tanto, en este esquema, el universo científico queda compuesto por: la astronomía, la física, la química, la fisiología y la sociología.(2) Pero luego agrega una sexta ciencia: la matemática. (3)

El nivel de la ciencia positiva posibilita a su juicio, la consecución de un hito de la humanidad, en que la ciencia se institucionaliza como una instancia que fomenta el progreso y el bienestar en el plano social. En el plano epistemológico y metodológico,  dicha ciencia positiva, deja de manifiesto la necesidad que tiene la humanidad de sistematizar el conjunto de todos los  conocimientos  que ha alcanzado, y permite a su vez, alcanzar una teoría de la mentalidad positiva y la difusión de una nueva jerarquización de las ramas del saber. 

Al observar el desarrollo histórico de las ideas, se aprecia que el auge por la preocupación en torno a la clasificación de las ciencias, se manifiesta en el siglo XIX, con los aportes de Auguste Comte (1798-1857), Herbert Spencer (1820-1903) y Wilhelm Wund (1832-1920), entre otros. Ello estaría mostrando un correlato entre el cientificismo positivista y la necesidad de contar con “una especie de abreviado esquema de mundo”.(4) También, indica una sobrevaloración y una extrema confianza en el trabajo científico; en especial, en cuanto al télos de la ciencia, el cual es percibido como la obtención de un estado de crecimiento positivo del ser humano. Las divisiones de las ciencias, reflejan en El siglo del Progreso, una percepción sociocultural, que concibe a la ciencia como una forma efectiva de explicitación de los hechos del mundo y como una institución que fomenta el orden y la tranquilidad social. Durante el Siglo XIX, justamente la expansión de las ideas positivistas entre las élites intelectuales y políticas latinoamericanas, contribuyen a la difusión del método científico, a la conveniencia de instaurar una educación científica,  y en general, a llevar el conocimiento a la juventud de ambos sexos. Dichas ideas, contribuyen al mismo tiempo, ora en cuanto a una renovación de la educación, ora en el proceso de  construcción de las repúblicas del Nuevo Mundo. En síntesis, dicho movimiento, actúa  como un cuerpo teórico o como un mecanismo para la obtención del progreso efectivo de la humanidad, y muy especialmente, como un paradigma exitoso al que necesariamente se debe alcanzar, para la regeneración moral de la sociedad.(5) 

Clasificar las ciencias, por tanto, es una tarea que persigue descubrir las relaciones entre las mismas y determinar la vinculación de las distintas disciplinas con la filosofía. Lo prioritario aquí, es dar cuenta de los criterios y principios rectores en los que descansa la distribución de las disciplinas. Desde el punto de vista de la lógica, la clasificación de las ciencias, está fundamentada en las relaciones de superordenación y subordinación, así como también de las vinculaciones en un mismo nivel o coordinación. Dentro de la división cada miembro es excluyente del otro. Los principios que sirven de hilos conductores para la clasificación de las ciencias, están generalmente tomados a partir de los objetos de estudio de cada ciencia, de los métodos que utilizan y de los propósitos a los cuales se desea que la ciencia se someta.(6) 

Empero, una clasificación específica es únicamente una radiografía cognitiva y pedagógica de un período histórico acotado. Las clasificaciones de las ciencias, para que sean debidamente comprendidas, deben ser consideradas dentro del marco social, histórico y cultural en el cual los pensadores lograron tales sistematizaciones. Fuera de este contexto, resultan meras entelequias inoperantes, difíciles de sustentarse, sobre todo al confrontarlas con las ciencias o la cultura de otra época. Así, Aristóteles se vería en dificultades en el siglo XXI, para demostrar por qué razones  la ética es tan práctica como la economía, para el ascenso social; puesto que la cultura de nuestro tiempo tiene una marcada influencia del pragmatismo y del positivismo. Y por tanto, en este contexto, la ética no siempre es tenida en cuenta para el ascenso social y sólo aparece visible en un plano abstracto y secundario. Lo anterior, nos permite apreciar que las clasificaciones de las ciencias propuestas por los filósofos, “sólo tienen sentido cabal dentro del total mundo de pensamiento en el cual brotan” .(7) 

El enfoque del marxismo 

Más tarde, observamos que el marxismo también logra motivar la formulación de diversas jerarquizaciones sobre las ciencias. En este caso, las líneas centrales para estas ordenaciones se toman tanto de las obras de Engels, tales como la Dialéctica de la naturaleza y del  Anti-Dühring; así como de algunas obras de Lenin, como por ejemplo, sus Cuadernos filosóficos. Lo más relevante en este enfoque marxista, es la primacía de la dialéctica; la cual, aparece concebida como una mega ciencia, o como una ciencia globalizante que subordina a las ciencias particulares. También, desde un punto de vista metodológico, en este esquema, es posible apreciar la linealidad excluyente entre las mismas. Al respecto, Kedrov y Spirkin nos presentan la siguiente clasificación. (8) 

CIENCIAS FILOSÓFICAS

Dialéctica

Lógica

CIENCIAS MATEMÁTICAS

Lógica Matemática y matemáticas prácticas, incluyendo la cibernética.   ¬

Matemática

CIENCIAS NATURALES Y TÉCNICAS

Mecánica y mecánica aplicada

Astronomía y astronáutica

Astrofísica Física

Física y físico-técnica

Fisicoquímica

Química-física

Química y ciencias químico-tecnológicas, incluyendo la metalurgia y la minería.

Geoquímica

Geología

Geografía

Bioquímica

Biología y ciencias agropecuarias

Fisiología humana y ciencias médicas

Antropología

 

CIENCIAS SOCIALES

Historia

Arqueología

Etnografía

Geografía económica

Estadística económico-social

Ciencias que estudian la base y las superestructuras:

políticas y económicas, ciencias estatales, jurisprudencia,

ciencias que estudian el arte y su historia, etc.

Lingüística

Psicología y ciencias pedagógicas, etc. 

La ordenación anterior deja de manifiesto la importancia de la dialéctica como disciplina y como procedimiento metodológico de validez del conocimiento alcanzado; así como también el enorme rango explicativo que ella permite para la adquisición cognitiva y para la determinación de las leyes de la naturaleza y la sociedad. La máxima difusión de esta clasificación ocurre en las décadas del cincuenta y del sesenta del Siglo XX. 

La perspectiva de la epistemología genética

A su vez, a mediados del siglo XX, el psicólogo y epistemólogo suizo, Jean Piaget (1896-1980),  también aborda este problema filosófico, pero lo hace desde la perspectiva de una disciplina que él mismo funda  en Ginebra: la epistemología genética, o disciplina que estudia “el paso de los estados de  menor conocimiento a otros de  conocimiento más avanzado”. (9) Y en este contexto, su clasificación en términos generales, corresponde a un círculo evolutivo de relaciones mutuas entre las ciencias particulares, que en gran parte coincide con el desenvolvimiento histórico del conocimiento científico. Así, en el esquema piagetano, las ciencias formarían una estructura circular que partiría de la lógica y de las matemáticas. Y desde las matemáticas se pasaría a las ciencias físicas y luego a las ciencias biológicas, y de éstas, a las ciencias psico-sociales, para arribar nuevamente a las ciencias formales; pero esta vez, tales disciplinas estarían en un nivel de mayor validez cognoscitivo. 

Esquemáticamente, dicho modelo es posible visualizarlo así: 

Y con respecto a las ciencias sociales en particular, Piaget ofrece una exhaustiva ordenación: 

“Ciencias de leyes: sociología, antropología cultural, psicología, economía política y econometría, demografía, lingüística, cibernética, lógica simbólica y epistemología del pensamiento científico, pedagogía experimental.

Disciplinas históricas: Historia, filología, crítica literaria, etc.

Disciplinas jurídicas: Filosofía del derecho, historia del derecho, derecho comparado, etc.

Disciplinas filosóficas: Moral, metafísica, teoría del conocimiento, etc.…”. (10) 

La difusión de la clasificación piagetana de las ciencias, al parecer tiene su apogeo en las décadas sesenta y setenta del Siglo XX; esto es, al mismo tiempo que se consolida en la comunidad científica la Teoría Evolutiva de la Inteligencia del sabio ginebrino. 

El aspecto utilitario 

Ahora bien, vistos algunos ejemplos,  cabe preguntarse ¿para qué sirve una clasificación de las ciencias? ¿o es sólo una sistematización que muestra un status superior que se atribuye la filosofía sobre las otras ciencias? ¿por qué este intento sostenido en los círculos epistemológicos? Los interrogantes pueden ser numerosos, pero lo que está claro es que necesitamos saber el dominio efectivo de nuestra intelección cognitiva; es como si tuviéramos una enorme mansión y tenemos que recorrerla para saber cómo utilizar cada habitación, cada resquicio. Volviendo a las preguntas, el primer interrogante alude a la utilidad de las mismas. 

El lado práctico de la clasificación de las ciencias, se visualiza por ejemplo en las enciclopedias y en los diccionarios; puesto que en estos medios consignamos todo lo conocido, y las ciencias son un objeto institucional y social que goza de mucha simpatía; de modo que en cualquier momento deseamos saber algo peculiar de una de ellas, o bien, queremos tener la visión panorámica de este vasto universo cognitivo. Por otro lado, también las instituciones internacionales, requieren un amplio detalle del estado de las ciencias, principalmente las entidades vinculadas a la cultura y a las artes.  En nuestra época por ejemplo, existen la  Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.), la Organización de Estados Americanos (O.E.A.), la Organización Internacional del Trabajo (O.I.T.), I.P.E.C., U.N.I.C.E.F, o el Fondo de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT), en Chile y otras, que requieren de una ordenación de las distintas disciplinas; ya sea para parcelar los objetivos institucionales y apartar recursos para su logro, o bien, para entregar los recursos a los exponentes de las diversas disciplinas. Lo propio, acontece en organismos nacionales vinculados a la investigación científica y al fomento de la misma. De este modo, se facilita la retroalimentación y ubicación de los distintos temas cognitivos, así como la incorporación oportuna de los  nuevos resultados científicos y tecnológicos, en los medios de difusión. 

Dichas sistematizaciones, posibilitan también la coordinación y la cooperación de las distintas actividades entre los científicos de las diferentes especialidades, y contribuyen a  articular mejor los resultados de las investigaciones teóricas y prácticas. A solucionar en parte, el problema de la relación entre asignaturas técnicas y humanísticas.(11)  Por tanto, tales clasificaciones, favorecen la ubicación de las obras en las bibliotecas, así como la vinculación entre los requerimientos del marco social y político de un país, y las necesidades de desarrollo científico o de investigación del mismo. Ello, a través de las políticas científicas, que están obligadas necesariamente a conocer la existencia del acervo disciplinario y su diversidad. 

Los últimos dos interrogantes, recientemente mencionados, apuntan a una cuestión analítica clásica: acerca de los límites del pensar. El problema de fondo parece ser la necesidad de que la razón, el lógos, llegue hasta las últimas expresiones de los conocimientos existentes, hasta los deslindes de las aprehensiones cognitivas; ello, para determinar la extensión más apropiada de los conocimientos científicos. Esto es,  un claro afán enciclopédico en que el intelecto pretende autodeterminar sus límites máximos de extensión cuantitativa. Para ello -como metodología-  la estructuración lógica de la división y subdivisión excluyente de las distintas ciencias, en cada clasificación, cumple dicho requerimiento. 

También está la necesidad epistemológica de profundizar el saber. Esto es,  contar con la filosofía como disciplina que analice los principios teóricos en que se sustentan las ciencias particulares. “El conocimiento científico puede crecer en superficie o en profundidad, es decir puede extenderse acumulando, generalizando y sistematizando información, o bien introduciendo ideas radicalmente nuevas que sinteticen y expliquen la información de que se dispone”. (12) En la práctica del quehacer filosófico, ambas formas de abarcar todo lo cognoscible se complementan. Cualquier corpus filosófico, intenta siempre una configuración o explicación de la totalidad, de todo aquello que está en el horizonte cultural. Esto significa que por lo general, las concepciones filosóficas, están en condiciones de presentar ideas rectoras para la comprensión de los hechos del mundo y de los eventos sociales. Por lo anterior, muchas concepciones filosóficas  -aun trascendiendo la época de su formulación- sirven como marco teórico en el cual es posible encontrar un cúmulo de valores y principios para la acción social o para la acción política. 

Queda sin embargo, un obstáculo: el hecho de que el desarrollo científico-tecnológico es un continuo devenir que no decanta. Esto proporciona un carácter tentativo y momentáneo a todas las ordenaciones jerárquicas sobre las ciencias. Por ello, lo importante es tener presente que “... estos sistemas, sea cual fuere la forma en que se presentan, y especialmente si vienen completados por una clasificación jerárquica, deben aceptarse tan sólo si se tiene en cuenta que son aproximativos, relativos y provisionales.”(13) 

La cita precedente, ilustra los dos aspectos mencionados, los cuales pueden ser también aplicados a la filosofía, en lo referente a la clasificación de las ciencias. Así, por un lado está el crecimiento cuantitativo, enciclopédico (en superficie), y por otro,  el crecimiento en torno a profundizar sobre los principios y los conceptos de las ciencias y las vinculaciones entre las mismas (en profundidad), tal como ya lo ha destacado Bunge. (14) En suma, la persistente preocupación por clasificar las ciencias, ha provenido tradicionalmente de la filosofía, aunque actualmente hay otras disciplinas que también contribuyen a esta tarea, tales como la representación temática de la información, las técnicas de manejo de la información, registros del conocimiento  y otras disciplinas de la bibliotecología; empero, en estos casos, siempre descansan en un esquema filosófico tradicional previo, y se orientan principalmente a los aspectos cuantitativos; lo grueso, lo cualitativo, las razones de los ejes ordenadores, sigue siendo epistemológico y filosófico: encontrar el sustrato inteligible que dé más garantías de confiabilidad para abarcar una estructuración de toda la sistematización científica. Así, al parecer, la antigua tarea filosófica, goza de buena salud y se sigue recurriendo a ella para abarcar toda la sistematización científica inserta en un período histórico determinado. Es el eterno devenir de mirar, aprehender, sistematizar y clasificar lo que la racionalidad científica nos ha legado. Un viejo anhelo nunca totalmente logrado, pero no por eso olvidado. 

Notas

1. Darnton, Robert: “Los filósofos podan el árbol del conocimiento: la estrategia epistemológica de la Enciclopedia”, en: La gran matanza de gatos y otros episodios en la Historia de la Cultura Francesa, Ed. F. C. E., México D. F., 1994; p. 195.

2. Cf. Comte, Augusto: Curso de Filosofía Positiva, Hyspamérica Ediciones, Bs. Aires, 1980; p. 68. (1ra Edición: Cours de Philosophie Positive, 1830, París).

3. Ibídem.; pp. 75-76.

4. Romero, Francisco.: Estudios de historia de las ideas, Ed. Losada, Bs. Aires,1953; p.180.

5. Cf. Saldivia, Zenobio: “El positivismo y su impacto en Chile”, Rev. Electrónica: www.crítica.cl  Stgo., 2004.

6. Cf. Kedrov, M. B. y Spirkin, A.: La ciencia, Ed. Grijalbo, México D. F.; 1968, p. 91.

7. Romero, Francisco; op. cit.; p.179.

8. Kedrov, M. B. y Spirkin, A.; op. cit.; p.127.

9. Cf. Piaget, Jean y otros: Psicología, lógica y comunicación, Ed. Nueva Visión, Bs. Aires, 1957; p.18.

10. Piaget, Jean: Psicología y epistemología, Ed. Ariel, Barcelona, 1981; p.160.

11. Cf. Kedrov, M. B. y Spirkin, A.; op. cit.; p. 126.

12. Bunge, Mario: Teoría y realidad, Ariel, Barcelona, 1972; p. 89.

13. Blanché, Robert: La epistemología, Ed. Oikos-tau, Barcelona, 1973; p.72.

14. Cf. Bunge, Mario:  op. cit.; pp. 89, 90.

 

 

 

 

 

 

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Art. publicado en: Inter-American Rewiew of Bibliography, Vol. XLVIII, Nº2, OEA., Washington D.C. USA, 1998.

                                                

Zenobio Saldivia M.

U. Tecnológica Metropolitana 

         Uno de los sabios europeos que arribaron al Chile decimonónico de las primeras décadas, es el botánico francés Claudio Gay, (1800-1873). Tras algunas negociaciones en París con el periodista Chapuis, el científico galo llega a Valparaíso a fines de 1828. La obra de este autor es poco conocida en nuestra época. Ello probablemente se deba al hecho de que nuestros historiadores no están obligados a profundizar sobre cuestiones relativas al desarrollo de un cuerpo científico propio, como país; puesto que el énfasis que se espera de ellos, es más bien privilegiar la explicitación de los sucesos sociales y políticos. Y puesto que aún no contamos con historiadores de la ciencia  interesados en investigar sobre nuestro propio pasado científico, el aporte de Gay es poco valorado y escuetamente difundido.         

         Desde una perspectiva epistemológica, sin embargo, es posible identificar a Gay con el proceso de gestación de la ciencia nacional; y no resulta extraño-desde el ámbito de la búsqueda de nuestra autognosis científica- atribuirle un rango epopéyico en la tarea de consolidar la ciencia en Chile. Ello se comprende mejor, cuando se tiene presente que Gay, es el autor de la Historia Física y Política de Chile; una obra de 26 tomos que presenta la  totalidad de las especies  y animales que conforman el cuerpo físico del país. 

         Para la realización de la obra en cuestión, contó con el apoyo de las autoridades de la joven República de Chile. Inserto en este marco de interés gubernativo, Gay firma en septiembre de 1830, un contrato con el entonces Ministro del Interior y de Guerra Don Diego Portales, “para realizar la descripción física del territorio nacional”(1). Dicho cometido le obliga a recorrer el país durante varios años, así como también a seleccionar a algunos de sus colaboradores. Entre estos, Pedro Martínez y Francisco Noriega, para la parte de la Historia de Chile; a Mauricio Rugendas, para las ilustraciones; y a Bernardo Cortés, para la recolección  del material de interés científico. De este modo, Gay estudia la naturaleza física del país desde Atacama hasta la zona austral. “Doce años demoró Gay en recorrer el territorio y juntar los elementos con los cuales había de escribir la descripción de la naturaleza”(2). 

Pero no sólo el gobierno está interesado en esta época, en los conocimientos del botánico francés, también lo están otras instituciones recién nacidas en el Chile Republicano; entre estas, la “Sociedad Chilena de Agricultura y Beneficencia”. Dicha entidad se constituye en 1838 y está  dedicada a abarcar nuevos negocios agrícolas, a establecer compañías productivas y al fomento de la ganadería. En sus comienzos, esta sociedad difunde sus principios y las aplicaciones científicas a la agricultura, a través de la revista El Agricultor.Entre los miembros de la Sociedad de Agricultura que deben aprobar los nuevos proyectos, se encuentra Gay, quien más tarde llega a ser integrante de la directiva. 

        El sabio galo encuentra entre los hacendados miembros de la Sociedad de Agricultura, una audiencia vivamente interesada en sus conocimientos y vasto grupo de amigos que lo respetan y le piden asesoría. Gay parte del supuesto de que la agricultura es la fuente principal de la riqueza de un país, y que independiente de los avatares de toda índole, no se agota jamás. Es por tanto, una de las actividades que reporta los mayores beneficios para la aventura de humanidad (3).           

       En general, los socios de la Sociedad de Agricultura, comprenden rápidamente los beneficios económicos y la proyección de crecimiento social, que se generaría con la explotación de algunos recursos de la flora y fauna nacional. En rigor, luego de la exhaustiva descripción explicitación de las especies autóctonas, que realiza el sabio francés; la variedad de recursos comienza a hacerse visible y los intereses empresariales se trocan en nuevas formas organizativas, para explotarlos y distribuirlos. Al interior de la entidad, existe la percepción de estar viviendo una época de expansión del progreso y de poseer una riqueza en ciernes. Por ello, no resulta extraño que en 1842, uno de sus miembros exteriorice dicha impresión colectiva, en el protocolo de solicitud de una nueva empresa dependiente de la Sociedad de Agricultura: “Las riquezas naturales que la divina Providencia dispensó a Chile apenas principian a conocerse, al favor de su independencia y tranquilidad, que ha poco tiempo disfruta”(4).  La nueva entidad aprobada finalmente, se constituye con el título de “Sociedad Chilena de Industria y Población. 

        Gay sigue con interés el desarrollo de las tareas de la Sociedad de Agricultura, aún en los períodos en que se encontraba en Francia. En París contacta siempre con hacendados chilenos que le ponen al día de los progresos de la agricultura; sobre todo a partir de 1846, período de grandes transformaciones nacionales. Entre los agricultores chilenos en los cuales Gay se frecuenta en París, están: Juan de Dios Correa, Juan de la Cruz Gandarilla, Manuel Valdés y otros. 

             En 1858, la Sociedad de Agricultura solicita formalmente al gobierno, que la Escuela de Artes y Oficios fabrique en el país los instrumentos agrícolas. Ello “con el fin de hacer una agricultura más económica y más capaz de sostener la concurrencia que tienden a presentarle la de California y la de Australia” (5). 

           Gay colabora con entusiasmo en los objetivos de la Sociedad de Agricultura; así, sugiere para el fomento de la ganadería seleccionar la masa de ganado criollo, debido a la dificultad de adaptar nuevas razas más exitosas al clima de nuestro país. Analiza las características de los diversos tipos de trigo y su rendimiento, estudia el sistema de riego y el sistema de acequias y canales; los regímenes de las plantaciones y las formas de cultivo, la crianza y aprovechamiento de los animales, y en general, “todo ese mundo complejo de la vida agrícola en las que fueron las viejas haciendas chilenas” (6). 

           Muchos de los estudios de Gay, comenzados durante sus primeros años como miembro de la Sociedad de Agricultura, aparecen compilados mas rigurosamente, en la sección Agricultura (2 vol.) de la Historia Física y Política de Chile. La parte Agricultura se publica en París; el primer tomo en 1862 y el segundo en 1865.

            Para suscitar una idea de la investigación agronómica de Gay; tal vez el cuadro estadístico adjunto, ayude al lector: 

Estado aproximativo del valor de la cuadra de tierra y del rendimiento proporcional de semillas en Chile, 1841

 

DEPARTAMENTOS

VALOR CUADRA DE TIERRA

TRIGO

FREJOLES

CEBADA

MAIZ

PAPAS

Copiapó

200

13

20

16

16

16

Vallenar

300

18

14

22

18

30

Freirina

150

25

20

40

40

20

La Serena

250

12

18

18

20

12

Ovalle

200

12

20

25

60

86

Combarbalá

80

20

20

25

30

86

Illapel

300

18

20

25

40

30

Elqui

150

16

20

25

25

18

Petorca

200

12

10

16

50

11

Putaendo

150

18

9

21

30

9

La Ligua

125

9

12

10

50

8

San Felipe

200

13

10

18

19

11

Los Andes

150

21

18

25

30

20

Quillota

200

11

20

15

50

18

Santiago

140

20

15

25

50

20

Casablanca

136

10

16

13

40

12

Melipilla

90

12

15

15

50

11

Victoria

100

15

12

18

70

20

Rancagua

100

16

25

20

60

25

Valparaíso

100

16

25

20

60

25

Rengo

70

15

12

25

50

20

San Fernando

50

10

50

20

50

25

Curicó

70

20

20

25

40

25

Lontué

25

20

60

25

60

18

Talca

20

20

20

35

40

20

Cauquenes

5

10

12

25

80

20

Quirihue

3

20

15

16

20

10

Linares

8

15

15

20

25

15

Parral

12

20

14

25

30

15

San Carlos

12

30

12

40

50

16

Constitución

12

10

12

20

50

20

Talcahuano

150

22

10

19

70

13

Puchucai

4

12

10

20

40

30

Rere

4

10

12

15

18

10

Laja

6

22

15

30

40

25

Lautaro

9

10

12

8

14

12

Coelemu

7

25

9

11

9

14

Chillàn

3

20

12

25

60

8

Valdivia

4

10

20

15

25

10

Uniòn

5

20

8

25

12

10

Osorno

1

30

20

30

24

20

Ancud

1

6

20

7

24

9

Carelmapu

5

9

20

9

24

10

Chacao

5

5

20

8

24

12

Quenac

5

3

20

8

24

10

Calbuco

5

6

20

5

24

7

Dalcahue

5

5

20

10

24

10

Quinchao

5

6

20

10

24

10

Castro

5

5

20

9

24

9

Lemuy

5

5

20

8

24

9

Chonchi

5

7

20

9

24

13

 

         Como se puede apreciar en el cuadro anterior (7), Gay confronta detenidamente el valor de la cuadra de tierra en Chile, en los distintos departamentos del país; así como también el rendimiento por cuadra en los distintos departamentos, con relación a diversos rubros agrícolas. Llama la atención la abundante y oportuna información sobre los rindes en los de departamentos de la isla de Chiloé. Es curioso cómo el botánico francés obtiene información de un lugar tan apartado, e incluso de toda la división geopolítica y administrativa de la época (1841). Nótese que las diez últimas localidades mencionadas, nueve corresponden a la isla de Chiloé (Chacao es la excepción). ¡Realmente sorprendente!, sobre todo si pensamos en lo dificultoso y lento de las comunicaciones de la época. Lo anterior ilustra el sostenido esfuerzo de Gay de dar a conocer la situación de la agricultura en Chile, entre otro de sus aportes. 

           Gay es uno de los primeros naturalistas del viejo continente que arriba al país, en un período de pasión científica internacional por conocer las peculiaridades del hemisferio sur. El propio Gay expresa años más tarde , su percepción retrospectiva del viaje a Chile: “ Persuadido de lo importante que sería para todas las ciencias naturales un trabajo para esta hermosa parte de América, me decidí a emprenderlo, utilizando así un estudio que desde mi más tierna juventud ha ocupado todos los instantes de mi vida” (8). 

              La cita ilustra claramente la identificación que hace el botánico galo, entre el crecimiento cuantitativo de la ciencia natural y la investigación en nuestro territorio; así como también muestra una suerte de equivalencia entre su vida personal y su aporte científico. Luego de él vinieron muchos más sabios. 

        Entre los científicos que llegan a Chile en la época en que Gay está en plena tarea, recordemos al ingeniero en minas Ignacio Domeyko, de nacionalidad polaca. Este sabio llega a Valparaíso en 1837 y al año siguiente se hace cargo de la implementación de la primera Escuela de Minas del país, en la ciudad de La Serena. En 1851 llega el alemán Rodulfo Armando Philippi, doctorado en la U. de Berlín; quien se hace cargo de la Dirección del Museo de Historia Natural, para continuar la tarea allí iniciada por Gay. Al año siguiente arriba Christian Ludwig Landbeck, con estudios de economía política, agricultura y ciencias forestales, en la U. de Tübingen. En 1864 pisa suelo nacional el naturalista inglés Edwyn C. Reed, contratado por el Museo de Historia Natural para clasificar colecciones de entomología (9).

        Lo anterior, ilustra el deseo manifiesto de muchos miembros de las comunidades científicas europeas, por conocer la pluralidad de especies naturales de este rincón del mundo. Algo similar ocurre también en el país; podría decirse que entre los hombres ilustrados y cultos de las décadas del 30 al 60 del Chile decimonónico, hay una ansiedad por la propia autognosis del cuerpo físico. Ello es comprensible si se piensa que luego de la independencia política y del lento abandono de las estructuras de dominación, los chilenos se sienten poseedores de una naturaleza pródiga, pero no totalmente conocida por ellos mismos. Los hombres más cultos perciben la falta de un diagnóstico exhaustivo del territorio físico. Tender hacia la satisfacción de esta necesidad histórica y política, es el camino científico elegido por Gay. 

            La contribución del naturalista galo, es doblemente significativa. Por una parte, con su sistemática labor taxonómica de identificación y clasificación de especies zoológicas y vegetales, logra presentar e introducir lo específico de nuestro mundo orgánico, dentro de los cánones de la ciencia natural europea. Con ello, desde el punto de vista epistemológico, consolida una larga tarea metodológica que consiste en encontrar nuevas formas de presentación discursiva dentro de la ciencia decimonónica, para incorporar lo particular; lo propiamente vernáculo. Esto es, traer a presencia nuevos objetos dignos de estudio para las ciencias de la vida, dejándolos definitivamente decantados como existentes peculiares dentro del todo de la ciencia natural consagrada. Chile se inserta así, a través de la explicitación de sus formas vivientes, en el marco de la ciencia universal. 

          Por otra parte, la contribución de Gay es decisiva para la obtención de nuestra autognosis científica. La posterior puesta en marcha de un proyecto abarcador de nación, pasa previamente por la clasificación de la flora y fauna del país, que realiza el sabio galo. Luego del conocimiento del cuerpo físico de Chile, la aplicación científica para la búsqueda de soluciones técnicas, viene de suyo. De este modo, la obra de Gay queda inserta en el marco de una tarea iluminista y positivista para la construcción del país. Esto es, el romanticismo hacia la naturaleza y la utilidad de la misma, apretada en los hombres científicos de nuestras especies biológicas, queda decantada ya en Occidente. En este contexto, Gay y los miembros de la Sociedad Chilena de Agricultura apuntan al desarrollo del progreso y a la incorporación del país de la modernidad. Una de las formas de lograrlo, es fomentando una incipiente agroindustria que con los recursos de los socios y la asesoría de Gay, va mostrando sus gérmenes productivos en el ex Chile colonial.

Bibliografía                       

 1.-   Feliú Cruz, G.: Claudio Gay, historiador de Chile, Ed. del Pacífico, Stgo., 1965, p. 11.

 2.-   Ibídem.

 3.-   Cf. Gay, Claudio: Historia Física y Política de Chile, Secc. Agricultura, Tomo I, Impr, E. Thunot y Cía., Paris, 1862, p. 1.

 4.-   Proyecto presentado a la “Sociedad Chilena de Agricultura y Beneficencia”, por uno de sus miembros y aprobado por ésta, Stgo., 30 de Sept. de 1842, Impr. Liberal, p. 1.

 5.-   Gay, Claudio: Historia Fìsica y Política de Chile, op. cit., p. 225.

 6.-   Feliú Cruz, G.; op. cit., p. 97.                                                                                                                                                     

 7.-   Tomado de Gay Claudio, op. cit., p. 285.

 8.-   Gay, Claudio: Viaje científico, (prospecto para la Historia Física y política de Chile ), 1841, Stgo., Impr. y Litografía del Estado, p.2.

 9.-   Cf. Menéndez C. et al.: Museo Nacional de Historia Natural, Ed. Dirección de Bibliotecas, archivos y museos Stgo., 1983, p. 30.                                                                                

                                                                                        

 

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Dr. Zenobio Saldivia Maldonado

U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile 

Resumen

En el largo proceso social y cognoscitivo que permitió llegar a la consolidación definitiva del método científico, hubo autores e instituciones que jugaron un rol significativo para que dicho conjunto de procedimientos fuera comprendido y finalmente aceptado. Entre éstos: Copérnico, Kepler, Galileo, Newton Descartes, F. Bacon y otros. El esfuerzo de tales autores ya ha sido analizado frecuentemente en el ámbito de la Historia de las Ciencias, o en el campo de la Metodología Científica, pero no siempre se encuentran trabajos sobre las Academias Científicas que destaquen el aporte de éstas en la marcha de la ciencia universal; ni tampoco es frecuente encontrar sistematizaciones de tales Academias por siglos.  En lo que sigue se pretende alcanzar dichos objetivos. 

Antecedentes previos 

Actualmente empleamos la noción “academia” para designar círculos científicos, literarios, artísticos y humanísticos en general. No siempre tuvo una extensión tan amplia. Es en Atenas el lugar donde podemos encontrar el sentido original de este concepto. La palabra viene del griego “akademia” y nominaba el jardín del héroe ateniense Akademos. Más tarde, en dicho lugar, desde 387 a. n. e., Platón comienza a enseñar su filosofía, y por ello el sentido original de la noción, alude a la institución de libre discusión filosófica creada por Platón, con notorio énfasis además, por la matemática y la astronomía. 

En los primeros siglos de la era cristiana -salvo contadas excepciones- no hay instituciones con vastas pretensiones culturales y que incluyan al mismo tiempo, una notoria preocupación científica. Entre estas excepciones recuérdese el Museo de Alejandría, fundado por Ptolomeo I y continuado por su hijo Ptolomeo II. Esta entidad creada en homenaje a las musas interesadas en el estudio y el conocimiento, desde sus inicios denota una notoria impronta griega; permitió aglutinar a pintores, escultores, arquitectos y científicos de la época. Las primeras academias con un mercado interés científico, en el sentido más proclive a lo que hoy llamamos ciencias naturales, comienzan a aparecer tímidamente en el Renacimiento. 

Empero, el proceso de aparición de corporaciones científicas, debe coexistir en muchos casos, con algunas instituciones que no ven con buenos ojos a estas entidades, o por lo menos a muchos de sus integrantes; tal como sucede por ejemplo con la Inquisición, que inhibe a los investigadores; recuérdese por ejemplo el conflicto entre Galileo y la Inquisición, que terminó con la abjuración de muchas de las tesis de este autor, en el convento de la Minerva, en Roma, en 1633. Afortunadamente eso no fue un óbice para el desarrollo de las ciencias, y estas nuevas instituciones, creadas con enorme sacrificio por los propios científicos, difunden los trabajos de los mismos y apoyan y estimulan indirectamente a sus colegas; ya sea al compartir material bibliográfico, al difundir la nueva metodología, o bien al plantear las nuevas ideas sobre el mundo físico, que motivan a los especialistas para nuevas incursiones metodológicas y teóricas. 

Durante el Renacimiento, Italia ve florecer muchas de estas sociedades interesadas por las letras, las ciencias y el arte; v. gr. la Academia de Florencia, instaurada por Lorenzo de Médicis aproximadamente en el año 1474. En Nápoles a su vez, aparece la Academia Secretorum Naturae, fundada en el año 1560 con notorio interés científico por las ciencias de la vida y las ciencias de la naturaleza.  En Roma, por su parte, se funda la Academia dei Lincei en 1603, con el estímulo del príncipe Federico Cesi y entre sus principales integrantes se destaca Galileo Galilei. 

En Francia, Colbert, inspirado por Perrault, logra la creación de la Académie des Sciences en diciembre de 1666. Dicha institución se interesa por el desarrollo y la difusión de la historia natural, de la física, la química, y las matemáticas. En su primera etapa las sesiones se realizaban en la biblioteca del Rey Louis XIV y a ella asistían entre otros; Blondel, Descartes, Picart, Pascal y Gassendi. Un poco antes de la presentación en sociedad de esta corporación -en enero de 1665- algunos sabios que después participan de la Académie des Sciences, logran financiar la publicación del primer periódico de carácter científico: Le Journal des Savants. Gómez y Benzi han destacado así este esfuerzo epopéyico: “el principal objetivo de esta publicación, es sus inicios, era entregar un resumen de los libros más importantes publicados en Europa, incluyendo además bibliografías de los autores más destacados en materias científicas, filosóficas y literarias.”[1] 

La Académie des Sciences representa una de las entidades científicas más famosas. Y desde la fecha de su fundación en 1666, pone en contacto a los sabios e investigadores más destacados de Francia y Europa. Tal vez por esto el filósofo alemán Leibniz anhelaba de sobremanera ser miembro de la Académie des Sciences en París. Por ellos le solicita a Jean Gallois, secretario de la entidad, que realice algunas gestiones para su incorporación como miembro extranjero. Sus cartas a Gallois en 1677 y 1678 expresan ese deseo que no logró materializar. Probablemente por la poca acogida de los miembros titulares o tal vez porque la gestión de Gallois no fue satisfactoria. Finalmente Leibniz decide instaurar él mismo una en su país y para ello persuade al Rey Federico I de Prusia, para fundar la Sociedad de las Ciencias, hoy denominada Academia de Ciencias de Berlín. 

Como miembros destacados de la Académie des Sciences en el siglo XVIII, recordemos los nombres de Antonie Laurent Lavoisier, Antonie Fourcroy y Alexandro Volta. El primero padre de la química moderna, autor del Tratado elemental de la química y descubridor del oxígeno. En 1772 envía al secretario de la institución, un sobre sellado con una síntesis de sus observaciones para dejar constancia de que había sido el primero en descubrir el principio químico de la combustión. El segundo es un médico que enseña brillantemente como aplicar la química a la medicina; entre sus obras figuran Lecciones Elementales de Historia Natural y de Química y Sistema de Química. En esta última obra, difunde las teorías de Lavoisier. Volta, por su parte ingresa a la Academia en 1800, tras presentar su invento de la pila que lleva su nombre, con lo cual demuestra la generación de electricidad a partir de placas de plata y cinc, las cuales a su vez, estaban intercaladas con un papel absorbente impregnado de una solución salina. Es un hito importante que deja asentada la primera batería para la producción de electricidad. 

Por su parte, el matemático y filósofo francés Jean le Rond D’Alambert, se incorpora a la Académie des Sciences en 1741, con la presentación de su trabajo: “Memoria sobre las refracciones de los cuerpos sólidos”; llegando a ser posteriormente secretario de la institución. El Marqués de Condorcet y Carlos Linneo, son también otros miembros connotados de esta academia, durante el Siglo de la Ilustración. Linneo, el reformador de las ciencias naturales descriptivas, ingresa a la Academia en su condición de miembro honorífico extranjero, a la edad de 31 años.[2] 

En el siglo XIX Claudio Gay (1800-1873), sabio francés y autor de la Historia Física y Política de Chile (26 volúmenes), también solicita su incorporación a la Academia de Ciencias de París. La gestión la realiza en dos ocasiones, la primera en 1854, resultó un fracaso, pero lo logra en 1856.[3] En este mismo siglo, recuérdese la incorporación de Gay Lussac (1806), de Pasteur (1862) y de Charcot en 1883. 

En Londres, a su vez, ya en 1660 se había fundado la Royal Society, inspirada por las enseñanzas de Francis Bacon y por sus sugerencias de privilegiar el método experimental. Sus miembros de dedican al estudio tanto de las ciencias naturales y a la realización de experimentos, como también a la investigación de aplicaciones prácticas. Al respecto, ciertos informes de la entidad, dan cuenta de un notorio interés por asuntos técnicos, como por ejemplo “los tintes, la fabricación de mejores telas, la ventilación de las prisiones, etc.”[4] La Royal Society es  -desde sus inicios- un centro de discusión de la comunidad científica inglesa y un medio de difusión de los avances y los logros científicos, para los sabios e investigadores del resto de Europa; esta última tarea se cumple cabalmente con la entrega de los Philosophical Transactions, que anualmente publica esta entidad. Es el medio de comunicación que concentra los discursos y las presentaciones de sus miembros ordinarios. Entre los miembros de esta sociedad se cuentan; el inventor Denis Papin, los científicos Rober Hooke, Edmond Halley, Christopher Wren e Isaac Newton. [5] Este último, es aceptado en 1672, luego de enviar a la institución un resumen de sus trabajos sobre óptica, llegando a ser más tarde uno de sus presidentes. La Royal Society se muestra muy interesada en los estudios de Newton sobre la teoría de la gravitación; por ello comisiona al astrónomo Edmond Halley, amigo de Newton, para obtener mayor información. Al parecer Halley asume muy bien la responsabilidad y contribuye pecuniariamente para la impresión de la obra de Newton; Principios Naturales de Filosofía Natural, que aparece públicamente en 1687.

La historia de las ciencias, como hemos venido constatando, nos permite apreciar que un hito significativo en la aparición de las academias científicas, corresponde a los siglos XVII y XVIII. Un intento de sistematización y enumeración cronológica de las diversas academias científicas que aparecen en tales siglos, nos obliga a considerar al menos las siguientes:[6] 

Academias científicas de los Siglo XVII y XVIII 

Año

País

Nombre academia

Fundador

Principales miembros

1603

Italia

Academia dei Lincei

Federico Cesi

Galileo, De la Porta

1652

Alemania

Academia Naturae Curiosorum

Bausch

Bausch, Sachs Von Lewenheim

1657

Italia

Academia del Cimento

Leopoldo de Medicis

Torricelli, Viviani, Borelli

1660

Inglaterra

Royal Society of London

Carlos II

Boyle, Newton, Hooke, Pristley, Halley, C. Huygens

1663

Francia

Académie des Incriptions et Belles Lettres

Louis XIV y Colbert

Bouchard, Chapelin, Charpeintier

1666

Francia

Académie des Sciences

Colbert

Pascal, Blondel, Cassini, Desfontaines, Gasendi, De la Hire.

1671

Francia

Académie Royale d’Architecture

Colbert

Le Vau, Bauand, Gitard

1692

Austria

Academia de Ciencias y Artes de Viena.

Peter Strud

Jacob Van Schuppen

1700

Alemania

Academia de Ciencias de Berlín

Federico I y Leibniz

Leibniz, Euler, Viereck.

1710

Suecia

Academia Real de Ciencias de Upsala

Federico IV

Berzelius, Burman, Bellman

1725

Rusia

Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo

Pedro I

Hermanos Bernoulli, Leonhard Euler, C. Friedrich Wolf, José Nicolás Delisle.

1731

Francia

Académie Royal de Chirurgie

Louis XV

Mareschal, Lapeyronie, lamartiniere.

1739

Suecia.

Academia Real de Ciencias de Estocolmo

Federico IV

Linneo, Berelius, Wargentin.

1743

EE.UU.

American Philosophical Society

B. Franklin

T. Hopkinson, T.Godfrey, J. Bartram.

1759

Alemania

Academia Real de Ciencias de Baviera.

Maximiliano III

J.F. Fichte, Johann Georg Lori, F. H. Jacobi.

1772

Bélgica

Académie Royale de Belgique

Emperatriz M. Teresa

Needham, Quetelet.

1779

Portugal

Academia Real des Sciences da Lisboa

Duque de Lafois

Domingos Vandelli, Correia da Serra

1782

Italia

La Societá Italiane di Scienze

Antonio María Lorna

A. M. Lorgna,

1784

Austria

Academia de Medicina y Cirugía

Emperador José II

Giovanni, Alessandro, Bambilla

 

Las publicaciones que entregan estas instituciones, pasan a constituir un flujo importante de conocimientos que orientan a los científicos en sus investigaciones y los estimulan a plantearse nuevas tesis. Entre las publicaciones más relevantes de estas academias y que llegaron a ser un medio sostenido de información científica para la sociedad de su tiempo, están: Le Journal des Savants (Académie des Sciences), Philosophical Transactions (Royal Society), Mémories et Prix de l’Académie de Chirurgie de París (Académie Royale de Chirurgie) y las  Memorias de la Academia Real Sueca de Ciencias (Academia Real de Ciencias de Suecia). 

Durante el siglo decimoséptimo, las sociedades científicas instan notoriamente a sus miembros para que realicen sus propios experimentos y buscan algunos mecanismos para premiar a los que obtienen resultados exitosos. En otros casos, al interior de las propias academias se realizan y discuten determinados experimentos; por ello la Royal Society nombra inmediatamente, en el mismo año de su fundación, un director de experimentos, cargo que recae en Rober Hooke.[7] 

En el siglo XVIII continúan fundándose en Europa diversas sociedades doctas; tales como la Academia de Bellas Artes de Copenhague (1783), la Sociedad Lunar de Birmingham (1766) y la Sociedad Literaria y Filosófica de Manchester (1781) entre otras. Con razón Forbes señala a este respecto que: “era una constante ir y venir entre laboratorios y talleres. El interés por las Academias en este período, parece ser una moda, que se expande para abrir nuevos espacios de sociabilidad; por ello no es extraño que muchos industriales e incluso algunos comerciantes destacados, ingresen a la Real Sociedad. Individuos de todas las clases sociales se reunían para discutir sobre temas científicos en la Sociedad Lunar, la Sociedad Real de Artes y otros grupos.”[8] Pero dicho fenómeno no se agota en Europa, pues algo similar sucede en Estados Unidos, v. gr.: pensemos en la American Philosophical Society, fundada por Benjamín Franklin, en 1743, en Filadelfia.  Pero el interés incluso va más allá de los científicos y  del mundo de la civilidad, puesto también en esta etapa histórica aparecen Academias Militares, con intereses científicos y que persiguen formar oficiales navales o del ejército, para que dominen otras lenguas además de la vernácula, y para que reciban formación especializada en matemática, geometría, historia, geografía y otras disciplinas. Entre las más famosas de este período recordemos al menos en España: la Academia de Ingenieros de Barcelona, la Academia de Guardiamarinas de Cádiz, la Academia Militar de Matemáticas de Barcelona, o la Academia de Artillería de Segovia, entre otras. 

Más tarde, también en España, pero en el mundo civil, se funda  en el año 1713 la Real Academia, que se interesa principalmente por la propiedad y pureza del idioma español desde una perspectiva hegemónica. Únicamente a partir de 1926 se incorporan académicos de número como exponentes de los distintos lenguajes regionales de España. Esta entidad ha logrado mantener varias publicaciones; entre éstas una Gramática Española y el Diccionario de la lengua española. En la actualidad incorpora también las voces de América o americanismos. 

Desde el punto de vista de una sociología de la ciencia, es posible considerar las academias científicas como una forma de organización social de los miembros de una porción de la cultura, que adquieren una presencia relevante en el marco social. En este sentido, las academias científicas son entidades que permiten la presentación gremial de los científicos, de sus colaboradores y amigos, ante la sociedad. Allí se reúnen y se actualizan sobre el devenir científico nacional e internacional. Los miembros de estas sociedades logran de este modo, introducirse en la vida pública y cultural de la época con una cierta faz propia de una determinada forma de organización. Los integrantes de las academias científicas son en sus comienzos, obviamente los científicos e inventores, pero además participan algunos industriales, comerciantes y abogados. Tal composición social de las mismas, es ya un fenómeno muy notorio en las primeras décadas del Siglo de las Luces, como ya se ha mencionado. 

Lo anterior, trae aparejado al aparecimiento de nuevas costumbres; tales como asistir a conferencias, mantener bibliotecas personales y coleccionar objetos naturales. Todo lo cual, motiva a los espíritus cultos de la época a cooperar para la ejecución de los experimentos científicos, a actualizar sus bibliotecas y a difundir más rápidamente los descubrimientos de la ciencia. Tales progresos observables en el marco social, permiten una mejor percepción de la actividad científica como un todo, y van configurando una mentalidad de confianza y aceptación del discurso científico como forma de elucidación de los hechos del mundo. Ello también se hace extensivo a la comprensión de las aplicaciones prácticas de la ciencia. 

En cierta manera, las academias científicas de los siglos XVII y XVIII, cumplen el rol de institucionalizar la actividad y el método científico. Sirven de instancias de discusión interna entre los miembros de las mismas y de difusión de los conocimientos alcanzados en las distintas disciplinas. Podría decirse que son centros intelectuales que irradian un discurso nuevo hacia el resto de la cultura; una forma distinta de apropiación intelectual que ha alcanzado un status superior: la explicación científica. 

En los siglos posteriores, la actividad de las academias y sociedades científicas en general, no desaparece, al contrario; pasa a ser mucho más productiva, sólo que por tratarse de instituciones que ya gozan de la aceptación social, no llaman mayormente la atención. Tal vez por esto en el siglo XIX, ya existe una mejor comprensión de las funciones y propósitos de las mismas; el hombre culto y estudioso ha adquirido una habituación para entender que muchos científicos participen de tales comunidades. Y en este sentido, el rol de las academias hacia el marco social se alcanza notoriamente, puesto que los conocimientos ya no se ven arrinconados en los laboratorios y en las aulas, sino que llegan a la sociedad civil, a la vida ordinaria de hombre relativamente bien informado. Entre las numerosas academias que se crean en el Siglo XIX, y que no figuran en la compilación que se presenta a continuación, están por ejemplo: la Sociedad Helvética de Ciencias Naturales (1815, Suiza), la Asociación de Investigadores de la naturaleza y Médicos Alemanes (1822, Alemania), la Mathematical Society (1888, EE.UU), o la American Geological Society (1819, Yale, EE.UU), entre tantas otras. 

Academias Científicas del Siglo XIX (Selección) 

Fecha

País

Nombre Academia

Fundador

Principales Integrantes

1812

Alemania

Real Academia de Ciencia

y Bellas Letras de Prusia

Federico II

M. Toussaint, M. Diderot.

1816

Argentina

Academia de Matemáticas de Bs. Aires

Director Supremo Álvarez Thomas

José Lanz, Felipe Senillosa.

1832

Colombia

Academia Nacional de Nueva Granada

Gral. Francisco de Paula Santander

J. Manuel Restrepo.

1846

Austria

Academia Imperial Viena

Fernando I

Heinrich Willkomm

1847

España

Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

Antonio Zarco del Valle

José Solano de la Matalinares,

Gumersindo Vicuña y Lazcano

1857

España

Academia de Ciencias

Morales y Políticas

Isabel II de Borbón

Antonio Alcalá, Luis M. Pastor, Antonio Cavanilles.

1861

España

Real Academia Nacional de

Medicina

Isabel II

Tomás Corral y Oña, Francisco Menéndez Juan, Castelló,

1867

Rumania

Sociedad Académica Rumana

 

Ion Heliade Radalesu, Ion Ghica, Nicolae Kretzulesco.

1872

Polonia

Academia de Artes y Ciencias de Polonia

Rey Stanislaw August

 

Józef Majer

1875

Portugal

Sociedade de Geografía de Lisboa

Rey D. Luis

Antonio Enes, Luciano Cordeiro, Sousa Martins.

 

 En el continente americano, a su vez, el fenómeno parece replicarse, y las jóvenes repúblicas recién independizadas, principian a copiar estos modelos organizativos de la ciencia internacional. Entre estas recordemos nada más las siguientes: Academia Nacional de la Nueva Granada (1832), Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá (1873), Sociedad Científica Argentina (1872), Societé Scientifique du Chili (1891), o la Sociedad de Medicina de Lima, fundada en 1854. 

Pero… ¿porqué los sabios tienden a juntarse? ¿de dónde viene ese afán de reunirse para compartir conocimientos que manifiestan los científicos? ¿Por qué esa pasión secular sostenida? Tal vez  Aristóteles (Siglo IV a.n.e.) estaba muy en lo cierto cuando señalaba que “el hombre tiende por naturaleza al saber”. Y por eso más de 2000 años después, todavía los estudiosos se buscan, como las almas gemelas. Probablemente la misma pasión por el saber y la misma fe en la ciencia que manifiestan los miembros de las sociedades doctas, deben haber sentido los miembros de la secta pitagórica (siglo VI a. n. e.). En este caso sin embargo, la confianza era hacia una ciencia especulativa, identificada con la filosofía, la religión y el esoterismo. Tal vez estas primeras comunidades secretas, interesadas en buscar la armonía matemática del universo, fueron el germen necesario para la aparición de las posteriores academias científicas. 

A partir de estas entidades, en todo caso, primero en base a los modelos renacentistas preñados de esoterismo, y luego, en los años setecientos, matizados de racionalismo y de un enciclopedismo a ultranza,  la comunidad científica pudo ordenarse mejor en términos administrativos y normativos y logró actuar como un mecanismo de retroalimentación de los paradigmas vigentes en las distintas disciplinas, cuyos exponentes se esfuerzan por tanto, para hacer extensivo dicho modelo explicativo, a un mayor número de observables, en los distintos campos del saber. Y además, en el plano social, las Academias Científicas actúan como embajadoras del homo scientificus ante las instancias de poder político y económico, y por otra parte, contribuyen a trazar un puente entre la ciencia y la sociedad de su tiempo. 

Citas y Notas

1. Gómez F. Héctor y Benzi B, Bruna: “La publicación periódica: un importante vínculo para la transmisión del conocimiento” en Rev. Trilogía 7 (13), U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., 1987, p.25.

2. Cf. Guyenot, Emile: Las ciencias de la vida en los siglos XVII y XVIII, Uthea, México, 1956, p.24.

3. Cf. Berríos, M. y Saldivia, Z.: “Descubriendo el propio cuerpo físico. Claudio Gay y la ciencia en Chile”, Rev. Creces, Stgo., Mayo 1991, p. 34.

4. Sorber, R. J.: La Conquista de la naturaleza, Monte Ávila Editores,  Caracas, 1996; p. 45.

5. Cf. Butterfielf, H: Los orígenes de la ciencia moderna, Consejo Nacional de la Ciencia y la Tecnología México D. F., 1988;  p. 217.

6. El cuadro que se adjunta, corresponde a una selección y ordenación personal, extraída de: La Grande Encyclopédie, H. Lamirault Editeurs, París. Vol. I, Chicago-London- Toronto, 1958.

7. Cf. Rupert Hall, A.: La revolución científica, Ed. Crítica, Barcelona, 1985; p. 337.

8. Forbes, R. J.: Historia de la técnica. F. C. E., México D. F., 1958, p. 186.

9. Cf. De Ron Pedreira, Antonio: “Las sociedades científicas de finales del Siglo XX”, Rev. Política Científica, Nº45, Madrid, Marzo 1996.

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