por Zenobio Saldivia
Artículo publicado el 31/12/2008
Muy a menudo los profesores nos vemos tentados a utilizar el vocablo “súper”, como una manera de acercarnos más a los alumnos de los últimos años de enseñanza media o primeros años de universidad. La tentación es fuerte, toda vez que el uso de dicho concepto está vergonzosamente demasiado extendido y en cierta manera, aceptado cómodamente en el marco social. No es que la voz “súper” sea negativa, ni mucho menos. Lo que acontece es que estamos siendo muy recurrentes para utilizarlo; sea en nuestras reuniones sociales o en los círculos juveniles y en los medios de comunicación, o bien en nuestras reuniones familiares, en los círculos deportivos, e incluso hasta en algunos niveles de la educación formal. Pareciera que no nos hemos detenido a pensar en el significado y proyección que tiene dicho término en nuestro contexto dialógico, ni tampoco en su génesis; simplemente lo usamos y lo replicamos al infinito.
En rigor, su empleo continuo denota una ignorancia manifiesta de sinonimia, y sugiere además, una cierta vaguedad para calificar la situación específica, que supuestamente quedaría bien delimitada con el empleo del concepto en cuestión. En efecto, altraer a presencia verbal el concepto “súper”, no queda claro si se está enfatizando el aspecto cuantitativo o cualitativo de la situación. Por ejemplo si preguntamos ¿cómo estaba la cena?, la respuesta breve y directa es frecuentemente: ¡Oh, súper!. De esta manera se recurre al término en cuestión, pero utilizado en un sentido familiar, como adjetivo para dar cuenta de algo superior o magnífico. Pero en rigor, aún no se ha explicitado ni la cantidad ni la calidad de los platos preparados que conformaron la cena. Inferimos -para no seguir preguntando sobre lo mismo- que probablemente la comida nocturna de nuestro amigo, estuvo buena y sabrosa (calidad) y al mismo tiempo abundante (cantidad); o tal vez, exótica y llamativa (presentación).
En fin, pareciera que hay una pereza manifiesta para utilizar sinónimos adecuados, cuando se trata de expresar ideas que den cuenta de alguna conducta determinada, o que atribuyan una valoración a una situación específica. De hecho, el Diccionario de la Lengua Española (Real Academia Española), (1984), incluye la voz “súper” y la define como: “elemento compositivo que entra en la formación de algunas voces españolas con el significado de “preeminencia” como en superintendente; “grado sumo”, como en superfino; “exceso o demasía”, como en superabundancia, supernumerario”.
Por su parte, el Diccionario de Dudas y Dificultades de la Lengua Española, (198l), de Manuel Seco, señala: “súper”; prefijo latino que significa “sobre” (exceso, alto grado): Supersónico, superintendente. Hay una tendencia a abusar de este prefijo, en su valor enfático: supermáquina, supermodelo.” Este autor, ya dentro de las nociones constitutivas de la voz en comento, deja de manifiesto el uso exacerbado de dicha voz. A su vez, el Diccionario Etimológico, (1973), de Fernando Corripio, expresa: “súper: “latín súper; sobre; exceso, grado sumo” y el propio Diccionario Latino-Español, Español-Latino, (1978), dirigido por Vicente García de Diego, hace constar: “Super, Adv. encima, por encima, desde arriba (hoec super e vallo prospectant Troes, los troyanos lo contemplan desde lo alto del parapeto)/ además, más (satis superque), bastante y sobrado, más que suficiente…”
Por tanto, la idea que subyace en la expresión “súper” es la de exceso, magnificencia, maximitud, y deberíamos utilizarlo para expresar niveles de superioridad o situaciones de pletórico goce. Sin embargo, este concepto se ha convertido en un verdadero invasor bárbaro, que arremete desde algún punto de las estructuras formales de nuestra forma de pensar en español, hasta convertirse en el término frecuente de nuestras respuestas orales o escritas, cada vez que damos un juicio de valor. Por ejemplo, cuando preguntamos a alguno de nuestros hijos, ¿cómo lo pasaste? La respuesta ya clásica es ¡súper! (utilizado informalmente como adjetivo o como adverbio). A su vez, los adolescentes comentan con frecuencia sus experiencias personales, los hábitos de sus amigos o la calidad de los productos que ellos mismos consumen, utilizando casi exclusivamente el término “súper”; independientemente de si en el contexto corresponde a un elemento prefijal a un adjetivo o a un adverbio. Es como si el lenguaje se hubiera detenido en ese punto; o mejor, como si la psiquis del adolescente chocara con una barrera cognoscitiva que le impide visualizar otras nociones apropiadas para la valoración de sus conductas, cometidos o propósitos específicos. Los términos a los que podría recurrir son tantos y tan variados; así por ejemplo, para responder a la pregunta anterior ¿cómo lo pasaste?, podría apelar al simple y sobrio “muy bien”; o a expresiones tales como: “fantástico”, “magnífico”, “soberbio”, “increíblemente bien”, “fuera de toda serie”, “muy entusiasmado; o también podría emplear nociones como: “agradable”,”confortable”,”muy gratamente”,”muy cómodo”. E incluso podría traer a presencia expresiones tales como: “realmente extraordinario”, “superlativamente bien”, “como si hubiera estado con los dioses”; entre tantas otras, que perfectamente pueden dar cuenta de la idea de magnificencia, comodidad o de extraordinario bienestar del hablante.
Esta obstinación que expresamos al utilizar la voz latina “súper”, en un sentido informal haciéndola extensiva a las distintas situaciones personales, sociales, comunicativas y a las producciones científicas y tecnológicas en general, ha derivado en un uso casi infantil del término: lo adicionamos a cualquier concepto oexpresión, cualesquiera sean las propiedades del término con el cual se desea fusionar; v. gr.: “este papel es supermalo”, “la cinta es superbuena”, “el vídeo es súper”…. Desde el punto de vista del desarrollo psicológico, una actitud de esta naturaleza se llamaría “centrismo”; es decir, una tendencia a focalizar la atención en un objeto o hecho particular, descuidando los otros aspectos del objeto. En este caso, tales aspectos serían las nuevas expresiones posibles para denotar la misma idea de demasía. Con razón María Moliner en su Diccionario de Uso del Español, (1986), señala: “súper: el adv. latino “súper”, sobre, usado en la formación de derivados cultos y como prefijo; expresa situación superior en sentido material o figurado, o exceso: “superponer, superciliar, superabundancia, superfluidad”,véase Supra. súper: (inf., propio de chicos) “superior” , “muy bueno”, “tengo un bolígrafo súper”.
Independientemente de si nuestro uso inapropiado del término que hemos venido analizando, corresponda o no a un instante de adolescentización del lenguaje; esto es, algo así como una etapa de utilización del concepto por simple réplica del empleo observado en los pares, el vocablo está ahí, arrojado en el idioma para aparecer intempestivamente en la dinámica de nuestra comunicación diaria. Surge en las series expresivas de la interacción dialógica de jóvenes, adultos y profesionales. En los programas de televisión que presentan espectáculos superchori y que dan a conocer las superofertas de los supermercados y de las supertiendas de la capital: superjeans, dos por el precio de uno, superequipos de audio y video con garantía de doce meses, superparkas de invierno con forro reversible, superestufas catalíticas, superpantallas planas, y otras gangas. Todo aquello ofertado por las supermodelos (mujeres supersexy) que sugieren además la conveniencia de comprar otros artículos superprácticos para el hogar y para el ascenso social; ora una servilleta superabsorvente, enseguida un yoghourt líquido supersano, un supernotebook y luego un superauto último modelo. Así, el vocablo “súper” está presente en todas las caras que presenta nuestro intercambio verbal en la sociedad; en los superespectáculos que ofrecen los teatros picarescos, en los juegos de superhéroes de los niños, en las visitas que nos hacen las superstars del jet-set internacional, en los supershow que ejecutan superwoman que se creen diosas vivientes y que vienen planeados y organizados desde el Hemisferio Norte, en especial del país de Superman y de los superhéroes en general.
Todos estos términos que cuentan con el elemento composicional “súper” -y muchos más- se incorporan en nuestro acervo idiomático vivo; que en tanto iberoamericano, corre el riesgo de desperfilarse de lo plenamente vernáculo y de dejarse avasallar por la fuerza del uso de ciertas imágenes, modelos y conceptos foráneos. El autor de esta nota, por tanto, coparticipa plenamente de la apreciación de Manuel Seco: hay un abuso de este prefijo. Podríamos decir más que eso; hay una verdadera auto invasión bárbara impuesta por nosotros mismos, al hacer extensivo el uso de la voz “súper” a un número cada vez más creciente de palabras.
Al parecer, hemos ya olvidado el consejo que nos diera Andrés Bello, hace más de ciento cincuenta años, cuando sugería acrecentar nuestro idioma pero sin caer en excesos ni en vicios lingüísticos: “Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede acomodarlo a todas las exigencias de la sociedad, y aun a las de la moda, que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura, sin adulterarlo, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia a su genio.” (1) En el contexto de la consolidación de nuestra institucionalidad y en el plano de la formación de las Repúblicas americanas, las expresiones de Bello, fueron sin duda, muy bien comprendidas, y el mensaje de mesura, plenamente practicado. Pero ahora, en el contexto de un mundo globalizado, matizado por los avatares para alcanzar el sitial de país desarrollado, o por encontrar la comodidad material, la obtención inmediata de dinero, dinero y más dinero, estamos perdiendo esa capacidad de vigilia sobre nuestra propia lengua. Con razón, ya se ha generalizado la percepción latinoamericana, que afirma que los chilenos hablamos mal. Es cosa de escuchar detenidamente a nuestros exponentes de la clase política o a nuestros conductores radiales, muchos de los cuales creen que con la vulgaridad y el descuido de su lenguaje consiguen “llegar a más personas”. Tal vez cuando tengamos la voluntad para defender el empleo adecuado de nuestro idioma, el ordenador de nuestro hogar u oficina (porque ya la memoria ortográfica y gramatical en general la estamos perdiendo), no encuentre en su disco duro, ni los sinónimos más apropiados para la voz que queremos destacar, ni el programa adecuado para ayudarnos. Al parecer, el antiguo anhelo de buscar la virtud y la perfección en el dominio del discurso oral -tan importante en otras épocas en que la palabra danzaba orgullosa en el ágora- va quedando relegado a una simple reminiscencia, a una mera ilusión. ¿Permanecerá siempre en este plano?
1. Bello, Andrés: Discurso de Inauguración de la Universidad de Chile, 17 de Septiembre de 1843, Stgo.
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